Socotra, la isla de los genios
Jordi Esteva
Atalanta
Girona, 2011
361 páginas
Un buen
escritor de viajes es como un buen amigo. La lectura de su obra produce un
efecto semejante al de una buena conversación con una persona a la que uno
aprecia: ayuda a cultivarse en el ejercicio de ver, muestra partes diferentes
del mundo, que hasta la fecha se consideraban ocultas, ilumina rincones
oscuros, amplía horizontes. Y todo ello lo consigue con algo muy complicado en
el proceso de aprendizaje: sin dolor.
De este cariz
es la literatura de Jordi Esteva, especialmente este libro, Socotra, la isla de los genios, que es
su mejor obra. Socotra es la
narración de un hombre que se caracteriza por poseer una de las principales
cualidades del hombre bueno, que es tener ganas de aprender, sin que estas
ganas sean una codicia. De ahí que retome su memoria para fijar como objetivo
de su viaje una isla perdida entre las costas de Somalia y Yemen, un lugar
todavía ajeno a la globalización a la baja, al turismo de aventura y al
ladrillo de los hoteles. Pero un lugar del que procede la savia roja del árbol
del dragón con la que se embadurnaban los gladiadores y se barnizaban los
Stradivarius, la mirra y el incienso, el áloe sanador que anhelaba Alejandro
Magno y el ave Roc, el legendario pájaro gigante de Simbad. Un sitio con el que
soñar, ahora que todavía estamos a tiempo de tener buenos sueños, sueños
dignos, sueños decentes, sueños puros. Un lugar que, para nuestra sorpresa,
descubrimos a través del libro que todavía existe, que es presente, y aquí debe
considerarse la polisemia de presente: el ahora y el regalo.
Y a partir de
cierta edad, un viaje es un regalo, un sueño de juventud que regresa. En este
sentido, cabe decir que es, por tanto, un homenaje tanto a la memoria propia
como a la de Gaia. De ahí que Esteva se plantee escribir un texto que sea un
canto, una liturgia. Pues como liturgia se va desarrollando este libro, como la
ceremonia de un hombre que lucha sin violencia, con cariño, por retener lo que
ha sido, el espíritu de la
Tierra , Gaia, una experiencia que es posible confundir con la
nostalgia. Pero no hay tristeza en el libro ni en el viaje. Más bien al
contrario, uno sale de su lectura con la impresión de que ha integrado algo
nuevo a su vida, con la sensación de haber practicado la mejor versión de la
empatía, la que impulsa a desear ser parte de ellos y, en este caso, también
del viaje.
De entrada,
Esteva se plantea su experiencia como la del hombre ingenuo. Y si ingenuo
significa, en cierta medida, inocente, cabe apuntar que en latín ingenuo es lo
contrario de esclavo, es el hombre que ha nacido libre. Hace falta mucha
ingenuidad, mucha libertad, para lanzarse al mundo desconocido a preguntar por
los duendes y las aves míticas, para tratar de repetir en carne propia las
experiencias de los viajeros del siglo XIX, para recuperar la tradición oral de
los Cuentacuentos. Y también para definir la mirada propia como la define
Esteva, otorgando a las nubes o al fuego, a las estrellas, a las montañas y a
los arrecifes de coral, un valor cargado de simbolismo romántico. Él mismo
explica, son sencillez, las pautas precisas para ser tan libre: “Me sentí
feliz. Lejos de todo, de mis obsesiones y de mis miedos”. Algo que le permite
atender a los detalles hermosos, a concluir que ha merecido la pena el viaje,
que merece la pena vivir porque resulta verosímil encontrarse con detalles
humanos, con los paisajes y con la naturaleza, algo casi imposible de descubrir
entre la neurosis de alta graduación que habita en el asfalto.
Esteva ha
conseguido transmitir la emoción de querer lo que está haciendo, viajar, y que
nosotros queramos lo que estamos haciendo, leer. Nos volvemos ingenuos, es
decir, libres, con él. Perdemos las prisas por llegar a ninguna conclusión
porque lo importante es caminar y no el camino. Hacemos nuestra su vivencia y
así experimentamos uno de los pocos alivios de los que podemos disfrutar
anclados a un asiento: la emoción del consuelo. Y aquí consuelo quiere decir
bálsamo, pero también quiere decir alegría.
Fuente: Quimera