Los zarpazos de la montaña
María Coffey
Ediciones
Desnivel
Madrid,
2004
216
páginas
15,20
euros
El único reproche que cabe hacerle a este libro se
refiere a la traducción del título: Where
the mountain casts its shadow, algo así como Donde la montaña arroja su sombra, y que cobra un sentido
letalmente emotivo cuando uno tropieza con la hermosísima frase de Camus que
Coffey ha elegido a modo de epígrafe: No
hay sol sin sombra, y conocer la noche es esencial. Sucede que a lo largo
del libro, desde la excelente introducción de Tom Hornbein hasta la catártica
reflexión final, se nos plantea y repite la idea del sentido que puede tener el
alpinismo extremo, una cuestión irresoluble para los que se sumergen en un
mundo tan atractivo, y una patología para el urbanita cuya máxima preocupación
es entregar a tiempo la declaración de la renta. Se propone, una y otra vez, la
fórmula que ya utilizó Lionel Terray para definir su vida: La conquista de lo
inútil, y se menciona constantemente su egoísmo o su nula repercusión en el
progreso de la humanidad. Y, sin embargo, la propia María Coffey demuestra no
estar de acuerdo con este pensamiento, de ahí que nazca este libro
extraordinario, un libro que trata sobre la dificultad de estar vivo y el calor
de lo humano, que es, a fin de cuentas, lo único que justifica el que uno
acepte y se entregue a la necesidad animal de seguir respirando. Es cierto que
hay algo necesario en conocer la noche, algo que en este caso está muy
relacionado con la esencia de la literatura, con la sustancia primigenia de la
narrativa y que aquí florece a bombazos: la aventura y el drama.
La literatura de montaña se va convirtiendo, poco a
poco, en uno de los reductos en que es posible encontrar literatura en estado
puro por la presencia de lo más honesto en nuestra obligación de ser, dado que
somos, a pesar nuestro, las historias que nos han ido contando a medida que
íbamos conociendo. Además, este libro es una demostración de que es posible
algo tan difícil como hacer literatura del periodismo. A través de historias
entrelazadas, María Coffey va relacionándonos qué sucede con la vida de las
mujeres, las madres, los hijos y seres queridos de aquellos que murieron
consagrándose a las montañas y que enseguida pasaron al Olimpo de los dioses
del deporte de aventura. Las descripciones de los sucesos y accidentes son de
un detallismo estremecedor, y las relaciones de pareceres, las versiones de
supervivencia de cada uno de los protagonistas, están confesadas de una manera
muy alejada de la entrevista, están confesadas con un tono elegíaco inmerso en
una situación natural, en una conversación con alguien que sabe que empatiza
con su dolor y que comprenderá, humanamente, que cualquier reacción es
aceptable porque será debida al amor.
No hay nada de odio en este libro, nada de rencor, y
sí mucha libertad, mucha naturaleza, mucha vida, y, al fin y al cabo, lo más
importante en la literatura es que el texto contenga un trozo de vida. De ahí
cierta sensación de euforia que produce la lectura, lo cual no deja de
sorprendernos. En ningún momento se concibe el montañismo como un mundo
cerrado, ni la psicología del aventurero como la de un tipo extravagante, es
decir, como la del hombre que merece ser venerado, pero sí como la de quien,
pese a sus defectos, merece ser querido: un gran padre, un gran hijo, un gran
marido, un gran amigo. Coffey parte de su propia vivencia, de una historia de
amor que tuvo muchas posibilidades de ser imposible desde sus inicios. Aun
poniendo en boca de otros los resultados de una vida destrozada y en
reconstrucción, y refugiándose en un lenguaje periodístico, nunca se esconde,
nos muestra su corazón al desnundo, no renuncia a sus miedos ni a su pasado,
porque cualquier otra opción sería abjurar de su propia memoria. Y en
definitiva eso es lo que somos, eso es lo que hace que un libro sea literatura
al natural.
Fuente: Tribuna/Culturas
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