Música acuática
T.
C. Boyle
Traducción
de Manuel Pereira
Impedimenta
Madrid,
2016
646
páginas
Buscar
la felicidad a toda costa. De eso se trata. De eso trata esta vida. De salir a
buscar la felicidad. Como si la felicidad estuviera en algún lugar concreto.
Nunca donde nos encontramos. Como si la felicidad fuera un pozo en el desierto.
O se la pudiera agarrar por el rabo, porque la felicidad a lo que más se parece
es a una lagartija. O al rayo del sol en invierno o a la sombra de un sicomoro
en verano. O en un lugar donde la gente viste túnicas de color azafrán y no
conoce los traumas ni los fracasos.
Pero
no, generalmente no es esa la felicidad que salimos a buscar. Generalmente se
asemeja más a la bravata que se marca Mungo
Park cuando expone a su mujer, a bocajarro, las razones para su segunda
exploración: “Más allá de eso hay otros prodigios, otras maravillas esperando
al hombre capaz de arriesgarlo todo para descubrírselas al mundo. Yo soy ese
hombre, Ailie, yo soy ese hombre”. Y en buena medida era cierto. Mungo Park
(1771 – 1806) había sobrevivido a un viaje de exploración, sin la compañía de
ningún otro occidental, por los alrededores del río Níger. A partir de su biografía, T. C. Boyle (Nueva York, 1948) escribe una novela en la que, como
siempre y como advierte en una nota al principio de la edición, la realidad
alimenta a la ficción y la ficción se alimenta, a su vez, de la realidad. Las
ventajas que obtiene Boyle de esta distancia es el permiso para delirar sin
perder verosimilitud.
De
entrada, la novela comienza mediada la primera aventura de Mungo Park.
Acompañado por un guía local, ese personaje que nos demuestra que no somos
nadie sin nuestro Sancho Panza, Mungo Park las pasa canutas por el territorio
hostil africano. Es un superviviente en un mundo caótico y casi onírico. El
mundo era amplio y la imaginación se confundía con la fantasía en la mira
geográfica. Boyle le saca un alto rendimiento a ello. En la historia de Mungo
Park existen tantas incógnitas que resulta lícito el mayor de los atrevimientos
narrativos. De ahí que uno vaya reconociendo en la novela todas las fuentes
literarias de las que bebe Boyle: desde el humor sarnoso y la prosa punki hasta
Don Quijote; desde las comparaciones
y metáforas propias de la novela negra hasta el realismo social de Dickens; desde la postura del
intelectual americano que se siente cómodo entre las costumbres europeas hasta
el género biográfico y las acciones en paralelo; desde el ritmo endiablado con
que escribe, siempre atrapando la atención, a las imágenes casi mágicas que se
transforman cuando un caballo se tira un pedo. Todo ello situado allí, donde el
hombre sobrevive en primera instancia por su valor.
Si
bien más tarde, a su regreso, pasará el tiempo que sea necesario para que le
empiecen a tiritar los pies. Y le pueda el anhelo de viajar, algo pagado de sí
mismo por lo consciente que es de su aventura, por encima de la familia. De
esta forma, apoyado por la Sociedad Geográfica y el gobierno británico,
emprende su segunda expedición. Al mando de cuarenta hombres, parece que esta
vez sí, en esta ocasión alcanzará las fuentes y la desembocadura del río Níger.
Incluso se detendrá en esa ciudad que algunos dicen que no es nada más que un
sueño y que se llama Tombuctú. Boyle
presenta los capítulos en que Mungo Park reside en Escocia, entre viaje y viaje, de modo que uno tiene la sensación de
que la exploración, pasando las de Caín, es una suerte de síndrome de
Estocolmo. El explorador está obsesionado por ganar al “sistema”. Pero a lo
largo de su segunda experiencia, la hostilidad vendrá en forma hostil,
puramente hostil, no como mala fortuna o desconocimiento. No cabe otra suerte
para quienes piensan en perderse en el río que, por otra parte, se pierde,
paradójicamente, en el desierto.
Música acuática fue
la primera novela de Boyle. Toda licencia en ella es útil, está en función de
un ritmo que impresiona y nos deja con la impresión de haber leído menos de las
seiscientas páginas que ocupa la historia de Mungo Park, que no sabemos si es
demasiado ingenuo o un cabezota. Pero que por lo menos se merece, seguro, una
novela tan ingeniosa como ésta.
Fuente: La línea del horizonte
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