jueves, 22 de febrero de 2018

REBELIÓN EN EL DESIERTO


Rebelión en el desierto
T. E. Lawrence
Traducción de Esther Pérez
Montesinos
Barcelona, 2009
449 páginas



Erudito, estratega, arabista, arqueólogo, geógrafo, político imperialista, crítico literario, historiador, revolucionario, lector voraz, escritor (tal vez mentiroso, fanfarrón y mitómano) y, por encima de todo, el tipo de aventurero que reproduce el mito de la energía, el nómada, temerario y generoso, que rechaza su origen, que se resiste ante la falta de libertad, entendiéndola, tal y como la calificó Malraux, como “una idea compleja, pero un sentimiento claro”, T. E. Lawrence es, posiblemente, la persona con más motivos para ejercer la egomanía que haya pisado la Tierra. Pese a escribir uno de los mejores libros de viajes de todos los tiempo, Los siete pilares de la sabiduría, de la que esta Rebelión en el desierto se anuncia como una versión en la que se elimina todo aquello que trascendía de la crónica a la literatura, su auténtica obra maestra fue su vida, esa encarnación del soñador solitario que se empeña en una acción definida por la dignidad, por la nobleza de la causa, y al final de sus días ve sus esperanzas traicionadas, reconoce la hipocresía que hubo detrás de las razones con que le convencieron para liderar una empresa colectiva, lo cual termina por convertirle en un héroe trágico. Y algo de esta desilusión acaba por aterrizar en sus escritos. En opinión de Edward Said, su voz y su estilo desfallecieron en el momento en que se dio cuenta de que era un mero agente, que su victoria unificando a los árabes en su lucha contra la ocupación turca sirvió para que “los hombres viejos rehagan el mundo según el modelo que ya conocían”.
Sin embargo, esa conciencia, que a otro le hubiera transformado en un simple transcriptor de acontecimientos, sirve aquí para que el lector descubra al personaje, a un hombre que se forja a sí mismo en condiciones de supervivencia. Hay en esta obra, por tanto, algo de la épica de un relato iniciático. En sus primeras páginas, Lawrence se presenta como un trabajador de despacho, y poco a poco asistimos a su transformación, merced a su deseo de saber, a su ansia por ser uno de ellos, en un rudo habitante del desierto. Trazar esta metamorfosis de uno mismo podría llevarnos a pensar en un autor orgulloso, pero al hacerlo poco a poco, en dosis adecuadas, recurriendo al relato de hechos y no a la descripción de sentimientos, sin que se perciban los trucos en una primera lectura, le convierte en un escritor de primer orden. Otro tanto sucede con algo del espíritu neocolonial que podría empañar las virtudes del relato, con su romántica visión del hombre del desierto, a punto de caer en el mito del buen salvaje, del que lo rescata la distinción entre personas sin importancia gracias, sobre todo, a la admiración por la astucia o la presencia señorial. Así mismo, salva del error algo de maniqueísmo beligerante, justificado al caracterizarse como un personaje cuya cualidad principal es que no soporta las injusticias: “En los hombres saludables, la conciencia es cierto sadismo equilibrado”, escribió en una de sus cartas.
En un principio asistimos a su esfuerzo, verificamos que se trata de un hombre que responde a esas virtudes cuyo nombre parece tan en desuso -el honor, la nobleza, la lealtad-, y que hacen referencia a la ética del soldado. Es esta construcción del líder integrado y además humilde, en batalla contra el desierto, el escenario simbólico donde el hombre debe encontrarse a sí mismo, lo que atrae de la obra. A diferencia de Los siete pilares de la sabiduría, aquí la prosa no es tan elaborada, ya se olvida de la vehemencia, de esa densidad que puede llegar a ser hiperbólica, para centrarse en descripciones de lo desconocido y peligroso, para narrar situaciones comprometidas más próximas al explorador, del estilo de las que cuenta Wilfred Theisiger en Arenas de Arabia, que al guerrero en que termina por convertirse, pues las últimas páginas del libro se centran en el relato bélico. Rebelión en el desierto es una obra que nos recuerda que Lawrence fue mucho más que un gran escritor y un aventurero: fue, a pesar de los hombres viejos, un rebelde.

 Fuente: Quimera

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