Huellas negras. Tras el rastro de la esclavitud
Diego Cobo
La línea del horizonte
Madrid, 2018
139 páginas
Existen los continentes como entidades geográficas, geomórficas o políticas, sobre todo políticas, en tanto que suma de estados. Los confines aparecen descritos por placas tectónicas o por líneas de frontera. Cuando los continentes se extienden más allá de sí mismos: sirvan de ejemplo los barrios característicos de las principales ciudades de un país tan mestizo como estados unidos. Existe la emigración, que traspasa las demarcaciones y hace de los mapas una farsa. Ahí está la actual, algo que contiene tanto dolor como el que podemos imaginar si atendemos a diario a los medios de comunicación: hombres arrancados de sus familias o familias despedazadas por el camino, cuya aspiración es la supervivencia. Gente que no se puede permitir el lujo de una mala crisis de ansiedad, pero que la contienen en un voltaje que serviría para iluminar la Gran Manzana durante el resto de los siglos. Del episodio más traumático de esa emigración es de lo que viene a hablar Diego Cobo (Cantabria, 1986) en este libro. El continente de origen es África y los emigrantes son los que sobrevivieron a las travesías por mar en tiempos de grilletes, bajo las botas de los comerciantes de almas, los comerciantes de esclavos.
Cobo se presenta como un periodista cuya lucha consiste en liberarse de prejuicios y ver todo con buenas intenciones. De ahí que presente la denuncia del supremacismo antes de afrontar los cinco capítulos del libro: Jamaica, Georgetown, el sur de Estados Unidos, Colombia y Cuba. El libro es breve, es casi una sinopsis o una reducción a lo esencial. De ahí que cada una de sus partes no solo atienda a un lugar, sino a un fenómeno que, damos por supuesto, en distinta medida se reproduce en los otros países. Tan solo la conciencia de ser africano en el exilio atraviesa a todas las personas que busca o encuentra.
Se habla de la deuda que Gran Bretaña tiene con Jamaica, debido a la explotación de sus recursos, de la posibilidad o imposibilidad de reparación, tal vez como medida caritativa o tal vez como justa distribución de la riqueza. De la diferencia entre emancipación e independencia y se reclama la segunda, que es algo económico, frente a la primera, que se queda en la institucionalización de la identidad como nación. A Georgetown, puede que el capítulo más interesante del libro, se indaga en la fuente de todos los problemas, que son los comerciantes y los misioneros bautistas. Es aquí cuando viene la cifra demoledora de trece millones de cuerpos y almas robados, y unos descendientes condenados a buscar fortuna tras la abolición de la esclavitud. Se mencionan las cárceles en la costa de Gambia desde la que partían los barcos cargados de esclavos y se sugiere llevar el tema a las escuelas, como parte de la historia de África.
Se nos da cuenta de la violencia que ha resistido en el sur de Estados Unidos, pese a la abolición, contenida en la sociedad civil y en la institucional. Pues es violencia institucional consentir la de la policía y una implantación, sin que figure como tal, de estados feudales. El racismo es ahora más sutil, en cualquier caso, más sutil que en Colombia, donde a los negros no se les ridiculiza: en algunos casos, se les mata. Allí, en la región de Palenque, Cobo encuentra la pervivencia de comunidades que conservan los rituales africanos, campesinos, en su mayoría, que ahora se ven obligados a sobrevivir en villas miseria, otra forma de violencia, de injusticia social, tras las guerras en su territorio por motivos que nada tuvieron que ver con ellos. De esta manera, Cobo da con una comunidad que siente nostalgia por la tierra que no conocieron, la de sus ancestros. Es en Cuba donde las instituciones intentan doblar el junco en otra dirección. La presencia de la Casa África en La Habana es una prueba de ellos. En Cuba, al menos, los mulatos no son marginados, forman una entidad social con los blancos, un puente que permite a lo africano integrarse un poco más en la sociedad. Cobo ve el país a través de los ojos de antropólogos, que le ayudan a diferenciar diferentes periodos en función de las diferentes libertades de culto.
Este es el resumen de un libro que es, a su vez, el resumen de un tema que daría mucho juego si el escritor fuera más exhaustivo. Pero por lo pronto, sirva como introducción a un asunto que, confiamos, siga siendo investigado, delatado y, como menciona Cobo, que debería estar en los libros de texto, es decir, integrado, aunque nos ocasione tanto malestar como un cuchillo entre las costillas.
Fuente: Culturamas
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