Los senderos del mar. Un viaje
a pie
María
Belmonte
Acantilado
Barcelona,
2017
229
páginas
Que
viajar es un estado de ánimo es algo que nos resulta familiar. No tanto pensar
que lanzarse a caminar a pie es un acto de subversión. Por más que nos lo
recuerde cada línea y cada homenaje a Thoreau, tan recordado, no sin
melancolía, en estas fechas. Y eso incluye, de alguna manera, este libro de
María Belmonte, que ya nos demostró que sabe seguir los pasos de otros
peregrinos con un juicio en el que las sensaciones son el alma. Peregrinos de la belleza, su obra
anterior, es uno de esos libros que deben figurar en cualquier estantería que
se precie de un buen criterio ético: Thoreau, Rushkin o un Sutra del agua y la
piedra son algunos de los principios sobre los que se asientan los pasos que
María Belmonte está dispuesta a dar. Existe, sí, cierta obsesión por el
Romanticismo. Hasta el punto de que Belmonte es capaz de trazar con su
escritura figuras góticas, casi fantasmas: acantilados, castillos, iglesias,
playas… todos ellos en silencio o interrumpidos por una aparición fugaz, casi
un fantasma. Vientos invernales, aguas marinas, plantaciones arbóreas, morada
de espíritus silvanos e incluso el tremendo misterio de la vida que supone ver
de cerca el musgo, nos remiten a lo gótico y a lo romántico. Pero también a una
referencia que ella sabe inalcanzable: Robert MacFarlane. El gran escritor
británico autor de Las montañas de la
mente o Naturaleza virgen, cuya
búsqueda del recodo puro abarca cualquier escala, desde la sideral a la
entomología. MacFarlane es inimitable.
María
Belmonte lo fue, pero aquí es más humana que en su obra anterior: su proyecto,
sencillamente, es más pequeño. Describe su ruta y menciona a quienes por allí
pasaron, como si la historia se pudiera respirar. Aunque al trabajo final se le
notan un poco las costuras, sabe que uno no es dueño de su proyecto de vida, de
su proyecto literario, hasta que no consigue ponerle nombre a la Creación. Así,
con mayúsculas. Y eso es lo que ella hace, ir nombrando lo que le sale al paso
y recibe por cada uno de los sentidos. Tanto científica como divulgativamente.
El sentido de la Creación no es otro que el crear para uno mismo. Hasta tal
punto que para ello es precisa la paciencia, pero también el silencio y en
ocasiones la inmovilidad. Belmonte considera que esa actitud es una actividad.
Su ánimo es el de los caminantes peregrinos del siglo XVIII o del XIX, pero
reniega de lo industrial, del XX y el XXI. Lo cierto es que los últimos ciento
y pico años de la historia de la humanidad han hecho complicado que uno consiga
relajarse. Esa es la terapia que Belmonte busca al caminar. Aunque escriba con
lugares comunes, presta atención a lo que pueda contener una promesa.
Ya
lo sabíamos de esta autora que tanto promete: ha decidido que es mejor vivir en
el pasado. Hoy, que Thoreau o el mito de Thoreau es más necesario que nunca,
como lo son los de los Sutras, no sobra ninguna mención a ello.
Fuente: Culturamas
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