Los países invisibles
Eduardo
Lalo
Fórcola
Madrid,
2016
150
páginas
Lo
invisible, maldita sea, es sólido. Hasta un país, por muy invisible que sea, es
sólido. Lo que tal vez no se solidifique sea un viaje. Un viaje es éter. Nada.
Al menos eso parece decir, por momentos, Eduardo Lalo (Cuba, 1960). Porque o lo
que uno ve en el viaje es lo mismo que se encuentra en cualquier lugar del
mundo, o lo que está visitando se ha convertido en un parque temático. En
cualquiera de los dos casos, uno no ve lo singular. El propio Eduardo Lalo no
tiene ningún rubor a la hora de confesar que en algún lugar del mundo -Londres,
Venecia, Madrid, Valencia- ha comido en un McDonalds. Ese restaurante es tan
global como los top manta vendiendo
imitaciones de los productos más caros que los ricos ambicionan en todo el
mundo. Lo que finalmente sucede, nos viene a decir el autor, es que lo
hipervisible termina por no verse.
Para
ello escribe uno de esos ensayos que se van construyendo a medida que se
redactan: uno tiene muy claro lo que quiere decir, hacia dónde apuntar, cuál es
la tesis. Pero no existe viaje en el que no sucedan imprevistos. Y uno de esos
viajes es la escritura de este ensayo contundente, hijo de autores que han
influido en Lalo de la categoría de Cioran. La forma de expresarse delata al
maestro. Los países invisibles es un ensayo psicosociológico que parte de la
inexistencia de Puerto Rico, el país donde vive el autor, el primero de los
países que pasó de no ser a ser global. Ese malestar le lleva a disputar entre
párrafos dos ideas: por un lado la exigencia de hacerse visible, por otro la
aceptación de la invisibilidad. De ahí ese extrañamiento que le supone al autor
la vuelta a Puerto Rico tras un paso por Europa que le deja marcas como la de
Carmen Martín Gaite. Recordar a la escritora salmantina, a la amistad que
mantuvo con ella, le ayuda a reflexionar sobre el oficio de escribir. Los que
mejor escriben, o los que mejor se expresan, esos sí poseen un discurso. A
ellos son a los que mejor se les ve.
Por
el contrario, nadie es tan invisible como un condenado, excepto un bendito. Y
estos se encuentran, por arte de una cultura fundacional que en realidad es un
código de los media, en que la cultura es blanca, europea y anglófona. Al menos
la cultura visible. Todos los demás, africanos, hispanos, asiáticos, “tendrán
para siempre el adjetivo identitario atado a sus esfuerzos”. “Al final uno se
encuentra siempre con el perro de Ulises”, afirma, para resolver eso que le
incomoda al regreso. A partir de ahí busca quiénes le pueden salvar, gente que
fue exiliada en un país invisible, como Diógenes o Robinson Crusoe. Es así como
escribiendo desde la supuesta invisibilidad, Eduardo Lalo confiere al texto una
intensidad tan transparente como lúcida y barroca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario