Por los mares del sur
con Jack
London
Martin
Johnson
Traducción
de Beatriz Iglesias Lamas
Ediciones
del viento
A
Coruña, 2016
294
páginas
Aunque
viajes por los caminos que pisaron millones de personas antes que tú, aunque
recorras la ruta mirando el mapa y la cartilla que te facilitaron en la agencia
de viajes, aunque estés en la cuarentena del viaje en grupo organizado, con sus
autobuses y sus horarios de visita a monumentos, aunque no hagas otra
fotografía que no sea la de la postal, debes tener en cuenta que sigues siendo
pionero en lo único que de verdad posees, que es tu propia vida. El valor se
mide en la presencia que tuviste el día que operaron a tu hermano pequeño, y no
en ese viaje en solitario hasta las montañas Altai. Pero, eso sí, todos, mochileros y aventureros, turistas y
vagabundos, miramos con envidia ese gran viaje que ya no podremos protagonizar
por culpa de la globalización a la baja que ha igualado el aspecto del mundo.
Ese viaje al paraíso, que es el viaje a los mares del sur, el viaje al Pacífico, cuando las islas eran una
alegría perpetua. El viaje que protagonizó Stevenson y, en buena medida, el que
pudo hacer Jack London acompañado
por su mujer a bordo de un barco que construyó él mismo, en compañía de una
exigua tripulación. En esa tripulación destacaba un muchacho muy joven, alto y
de buena planta, que se llamaba Martin
Johnson (1884 -1937). Humilde, trabajador, vividor, con ganas de aprender,
observador nato hasta el final. Cuando los London tuvieron que abandonar su
proyecto de dar la vuelta al mundo en el velero, atrapados en un hospital
australiano, Johnson decidió continuar el viaje por su cuenta contando por equipaje
poco más que aquello que le cabía en los bolsillos. Y dio la vuelta al planeta.
En
este libro biográfico, apoyándose en los apuntes que tomó en su diario personal
a lo largo de los meses que duró el viaje, Johnson revive la aventura con la
memoria. En lugar de ser una trampa para la melancolía, esta vez la memoria sirve para recrear la alegría de
vivir, la alegría de cada momento. Johnson no es un gran redactor, no
destaca por sus cualidades escribiendo, pero sí por lo que nos deja entrever
del viaje. Cuando uno cierra el libro no lamenta haber terminado de leerlo, lo
que lamenta es que se haya terminado el viaje. Esta aventura que emprenden una
serie de marineros de agua dulce, de gente poco experimentada, navegando por el
Pacífico con un manual a su alcance y, sobre todo, con una ingenuidad romántica
que da envidia. Para Johnson se tratará de un viaje iniciático: el mundo, ya lo
sabía él, es una maravilla, pero su supervivencia, su deseo de ser el primero
no caucásico en llegar a ciertas islas o valles de ciertas islas, su permanente
conciencia de mantener buen humor y serenidad, hacen de él el compañero
perfecto para los London. Durante la travesía cambiarán varias veces de
capitán. Pero jamás de compañero.
Esta
es la persona que nos narra el viaje, el hombre que busca las huellas de
Stevenson, sí, pero que se emociona con la calma y la tormenta, con los días en
la explotada Hawai o en los
desconocidos atolones entre Bora Bora y
Samoa. El que concede igual importancia
a presenciar un banquete caníbal que a administrar mostaza para calmar la
indigestión de un marinero japonés. A lo largo del volumen, inserta aquí y allá
trozos de su diario. Al contrastarlos con el relato posterior, comprobamos la
fresca dureza con que vivió el día a día, pero también la ternura sana del
recuerdo. Y mientras tanto, no solo conocemos las costumbres de etnias que
parecen vivir en la filosofía de la felicidad del instante, sino también una
serie de pendencieros y pintorescos marineros, misioneros, comerciantes de
diversa calaña que, Dios sabe por qué, dieron con sus huesos en esos paraísos.
Aunque tal vez no los vivieran como tal. Cosa que sí hizo Martin Johnson, que
con este libro intenta dar cuenta de la deuda emocional que guarda con el
paraíso.
Fuente: La línea del horizonte
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