Leñador
Mike
Wilson
Errata
Naturae
Madrid,
2016
491
páginas
El
mito del Beatus Ille se ha elevado a
la categoría de sacramento desde la época del Renacimiento. Dichosos aquellos
que pueden apartarse de los ruidos de la civilización para convivir en armonía
con la naturaleza. Fray Luis de León lo formuló tan bien como Horacio en sus
odas a la vida retirada. Aunque, maldita sea, hoy la vida retirada sería la de
los ruidos que escuchaban ellos: el martillo de la fragua, el paso de un carro
tirado por una mula sobre la que zumbaban moscas, un borracho con olor a vino
rancio, las mujeres cantando mientras lavan la ropa dejándose los riñones en la
orilla del río, y con un poco de suerte el cruce de espadas de un duelo
nocturno. Beatus Ille sigue siendo un
canto lírico, una ilusión, un deseo casi imposible de llevar a cabo en un mundo
podrido por la contaminación del aire, del agua y hasta de la noche. Ninguno de
los sentidos se libra. A no ser que se elija retirarse a un lugar inhóspito,
donde pasar las de Caín está a la orden del día por la hostilidad de la
naturaleza. Leñador actualiza esa
experiencia. Mike Wilson (Misuri, 1974) se retira a las montañas de Yukón,
harto de la vida urbana. Y allí se encuentra con la estirpe de los leñadores,
unos hombres que apenas han cambiado sus hábitos a lo largo de los últimos cien
años. Tal y como lo expone Wilson, ser leñador en Yukón implica aceptar la
liturgia de una supervivencia que poco tiene que ver con la armonía de la
naturaleza.
Mike
Wilson se plantea crear una obra literaria con formato de glosario. Bajo cada
epígrafe, cada palabra clave, describe un trozo de la supervivencia de los
leñadores de Yukón. Sus técnicas de derribo de árboles se mantienen intactas:
nada de motosierras, para ser leñador debes portar un hacha. Las ropas con que
se abrigan en nada se asemejan a las fibras sintéticas con que los alpinistas
combaten el frío: el jersey de lana, la camiseta de algodón, las botas de cuero
que deben cuidarse con grasa de ciervo, les mantienen calientes. También el
transporte de troncos en almadías, a través de un río embravecido, reclama
nuestra atención, como las curas utilizando plantas o la recogida de miel. En
definitiva, Mike Wilson viaja a un mundo que todos dábamos por extinto. La
construcción de cabañas sigue las trazas de los buscadores de oro de antaño,
las técnicas de caza poco más o menos igual. Este mundo olvidado, apartado,
lejano, no parece pertenecer a nuestro siglo. Es un mundo en el que resulta
imprescindible conocer la naturaleza, descifrar el territorio, sí, pero no para
entonar odas, sino para sobrevivir. Hay que saber rastrear y reconocer qué
bulbos son comestibles. La paradoja es que la rudeza a que se ven abocados
estos hombres de variado pelaje, desde indios navajos a escandinavos, destruye
el bosque, pero depende de él para sobrevivir. Si apenas han progresado desde
los leñadores de hace cien años, manteniendo las mismas supersticiones, es para
salvaguardar lo que les da de comer.
Para
leer Leñador es uno debe estar
preparado para pasar horas con gente a la que se le acumula la grasa de sudor y
de roña. El clima es extremo y aunque convivan bajo el mismo techo, todos ellos
son lobos solitarios. Wilson podría haber descrito su experiencia a modo de
diario, o con las dotes de narrador que muestra en los pequeños relatos que
cortan una concatenación del glosario, para dar comienzo, por asociación, a la
siguiente. Sin embargo, elige la enciclopedia, porque pretende que su libro sea
documental. De tal manera que a lo largo del tiempo que pasa entre los
leñadores, siendo él mismo un leñador más, se ve en la tesitura de tener que
aprender cualquier espectro de la erudición, aplicado a una especie de robinsonada.
La apicultura, la astrología, la botánica, la geología, la etnología, la
sociología, la psicología, la geografía, la historia, la climatología, la
medicina, el arte y la artesanía, la zoología y la etnología son algunas de las
ciencias que, sin saberlo, dominan los leñadores. Mike Wilson da fe de ello en
este libro existencialista, sorprendentemente existencialista, a pesar de que
tal vez esa no fuera la intención de su autor.
Fuente: Culturamas
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