La
sublime locura de la revolución
Indro Montanelli
Traducción de David Paradela
Gallo Nero
Madrid, 2015
209 páginas
18 euros
Lo que vemos, lo que
reconocemos, lo que alcanzan nuestros sentidos no alcanza a configurar un mapa.
Con un poco de suerte, tenemos dos ojos de los que estamos obligados a
servirnos para la supervivencia. Si alguien como Indro Montanelli (Florencia,
1909 – Milán, 2001) decide que sus dos ojos van a servir, también, a la causa
del periodismo, entabla un diálogo con ellos hasta que define en qué consiste
la sobriedad. Con esta sobriedad como cimiento, Montanelli construye un
periodismo en el que explica lo que ve, lo que ha visto, consciente de que
puede ser demasiado poco. En este caso, refleja tanto como puede de lo acaecido
en Budapest en 1956, en una recopilación de artículos que se reúne bajo el
significativo título de La sublime locura
de la revolución. Montanelli asiste a la invasión rusa en la que se
enfrentan los tanques a la juventud. Porque no es casualidad que elija, frente
al hierro que se extiende sobre orugas que destrozan el asfalto, las figuras de
los estudiantes como principal representación del pueblo húngaro que sufre.
Aunque aparece gente de todos los estratos sociales sufrientes, los estudiantes
con quienes se identifica son, por excelencia en cualquier rebelión, los
personajes simbólicos de la revolución romántica.
De esta manera, las crónicas
periodísticas pasan a formar parte de la dialéctica entre la justicia y el
orden: lo justo es poner voz al débil, a la locura insolente, frente a los que
prefieren ser amos de un cementerio antes que renunciar a una colonia. Nada hay
más ordenado que un cementerio. Sobre ese orden, se instruye con soflamas de
aspecto sensato. Montanelli, no sin acierto, asocia la sensatez a la cobardía y
al interés. Por el contrario, cree que el primer vínculo de la justicia es con
la poesía. La imagen de hombres armados con una camisa frente a los tanques le
vivifica, da carácter a su reportaje que no pretende ser objetivo. Porque no
cabe ser objetivo, como razonará, en un conflicto sin cifras, en un genocidio
al que él trata de poner nombres, sumando una muerte tras otra en efecto de
cascada, del caos que vive durante su estancia en Hungría enviando crónicas que
son ráfagas de sucesos concretos. El análisis político, económico, militar, de
movimientos imperiales y luchas de poder, lo dejará para los últimos artículos,
ya redactados desde Italia.
Indro Montanelli gustó de
definirse como anarco-conservador, como reaccionario y con pocas simpatías por
la forma de comunismo que se había impuesto bajo el régimen de Stalin, creyendo
que podría haber otros comunismos. Aunque para él el comunismo, o el fascismo
en el que militó de joven, no dejaban de ser tubos huecos dispuestos para que
los hombres los rellenaran de sueños, es decir, para volcar en ellos algo así
como sus deseos de libertad. Nada de estas ideologías, ni siquiera un
anarquismo reaccionario, existe en estas crónicas que sin embargo no son
subjetivas. Toma partido por la humanidad, por la dicha de ver al hombre
hermanado bajo la humillación de la bota militar, por quienes cometen locuras
porque considera que la locura no debe sacrificarse a la razón. Por eso no
siente rubor en reconocer sus emociones y los límites de su conocimiento. Él no
pretende ser un experto en nada. Sus referentes son las situaciones que conoció
años antes en Italia y que le empujan hacia una empatía declarada. En sus
crónicas de la insurrección de Budapest hay más dudas que respuestas y
convicciones, tratando de salvar lo que podemos considerar como bueno, aunque
sea nuestra antigua juventud, la de la revolución que no se hace con el
cálculo.
Tras haber sido testigo,
Montanelli redacta como por encargo las memorias y reflexiones de lo que pudo
haber sido el mapa geopolítico de Hungría en 1956. Incluso en estos párrafos
llenos de nombres y fechas, sigue recordando una y otra vez que no hay política
sin polis, es decir, sin gente, sin almas. Y eso incluye la pobreza, que a su
juicio se erige como el alma más heroica. Consciente de que para un solo hombre
será imposible desvelarlo todo, aclararlo, interpretarlo, Montanelli opta por
marcar de vez en cuando el heroísmo de la pobreza o la atrocidad de la tortura.
Humanista, depresivo, culto
escribano de la Europa del siglo XX, de prosa sencilla, divulgador humilde,
periodista en el que la franqueza y la sinceridad son sinónimos, comprometido
con su vocación profesional y sentimental, a través de estas crónicas
recopiladas por primera vez en nuestro país, podremos conocer no solo algo más
del oscurantismo de una época en un territorio, un oscurantismo que denuncia, sino
también de su autor. Aunque tal vez a él no le hubiera gustado esa interpretación.
Porque lo más importante en este libro es la defensa de la existencia de un
tubo al que rellenar de sueños, los sueños de la locura de la rebelión.
Fuente: La línea del horizonte
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