Manhattan 45
Jan
Morris
Traducción
de Esther Cruz
Gallo
Nero
Madrid,
2016
268
páginas
Hace apenas
unos meses que leíamos el extraordinario viaje de Jan Morris (1926) acompañando
a la expedición que culminaría la primera ascensión al Everest. Entonces Jan
Morris era un muchacho con unas dotes extraordinarias para la escritura, que
pensaba consagrarse a la crónica periodística, porque el periodismo, al
parecer, o era crónica o generaba artículos que solo servían para envolver
pescado. Pero Jan Morris fue mucho más allá que eso, sin cubrir ninguna otra
hazaña en el Himalaya, pero sí en su vida. Cambió de sexo y su visión
romántica, que en La coronación del
Everest necesitaba expresarse en una inmediata primera persona, pasó a ser
la de la reconstrucción de una memoria colectiva, a ser posible lírica.
Venecia, Londres, París, Berlín… ciudades en las que buscar la fecha exacta en
que destacaran por su romanticismo. Ese era su objetivo como viajera: indagar
en el alma, olfatear en el aire hasta encontrar el humo de memoria de las
ciudades.
Hoy es el turno
de Manhattan. Y aunque sus viajes a la hecatombe neurótica del ombligo del
mundo tuvieran lugar en las décadas de los setenta y de los ochenta, lo que
ella quería reconocer era el espíritu de 1945, cuando el Queen Mary atracó en
los muelles de Nueva York para que desembarcaran miles de soldados en su Homeward Bound, supervivientes de lo
peor que ha dado la humanidad en la historia. Los esperaban las novias con sus
primeras minifaldas, los buggy- buggy en locales nocturnos, los rascacielos
asumidos como expresión de un país, con su Skyline tan característico; la
cafetera cultural a punto de estallar, una economía disparada por su expansión
mundial, mucha excitación y una gloria anónima, que es un oxímoron, sí, pero refleja
la memoria de los vencedores tomados uno a uno.
La visión de la
ciudad no será solamente la de una urbanización y unos edificios. Jan Morris no
teme responder a preguntas sobre los estratos sociales o las diferencias de
raza, sobre la industria y los efectos de eso que llamamos progreso, cuando
queremos decir confort, sobre el hedonismo o sobre lo que existe detrás de cada
puerta de un comercio. Manhattan, epítome de Nueva York y en buena medida de la
costa este de Estados Unidos, estaba en transformación, y lo siguió estando
durante los años que transcurrieron entre 1945 y la escritura de este libro.
Pero no todos los cambios han sido iguales. Años después, para una nueva
edición de Manhattan 1945, Jan Morris preparó una breve introducción, que no eluden
los editores de Gallo Nero:
Este libro ofrece una descripción de la
ciudad-isla de Manhattan en el ápice de su esplendor y ahora, más de medio
siglo después, viene acompañado por la tristeza. En 1945, en un mundo tan
recientemente devastado y empobrecido por la guerra, los neoyorquinos se veían
a sí mismos como habitantes únicos y afortunados de una ciudad que se alzaba,
sin lugar a duda, en la brillante cumbre de la civilización occidental. Era
inmensamente rica, estaba llena de gente con talento, tenía poder, era
divertida y era, además, el talismán de una nación que podía hacer cualquier
cosa.
Desde
entonces, el estatus de Nueva York en el mundo ha decaído. Los Estados Unidos
de América ya no son la única superpotencia del planeta, y la isla de
Manhattan ya no es única en su brillo y en su orgullo. En 2001, varios
extranjeros hostiles estrellaron deliberadamente unos aviones contra sus
edificios más altos, matando con ello a miles de ciudadanos. Para la ciudad,
esto no supuso solo una tragedia, sino también una humillación. Por desgracia,
probablemente sea acertado decir que el espíritu cívico nunca ha vuelto a ser
tan boyante después de eso, mientras que las torres gemelas del World Trade
Center —los dos edificios más altos del mundo en otros tiempos— han quedado
superadas por estructuras superiores en ciudades menores y lejanas.
Así
pues, este libro, pese a que albergo la esperanza de que transmita con su
aroma, y como es debido, el estilo exuberante de la Manhattan de 1945, tiene un
irremediable tono elegíaco: todos sabemos lo que habría de ocurrirle a la
ciudad. No obstante, a estas alturas, Manhattan ha recuperado ya gran parte de
su serenidad, y también gran parte de su alegría. Quiero pensar que aquellos de
entre nosotros que amamos este viejo y magnífico lugar tanto en su orgullo
como en su patetismo, cuando leamos sobre el carácter de una Manhattan no tan
lejana en el tiempo, tendremos la sensación de estar leyendo sobre su personalidad
actual.
Jan Morris
2011
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