Monzón
Un viaje por el futuro del océano
Índico
Robert
D. Kaplan
Traducción
de Igna Pellisa
El
Hombre del Tres
Madrid,
2012
519
páginas
23
euros
A la
hora de disponerse a leer los libros sobre geoestrategia de Robert D. Kaplan (Nueva York, 1952), no
conviene perder la referencia sobre su espíritu intelectual. Se trata de un
hombre con una formación académica inmensa, que construye sus libros como si se trataran de tesis doctorales, combinado
con cierto afán de reportero que interpreta su papel al estilo complaciente
de los dueños de occidente, es decir, como si trabajara para los grandes medios
de comunicación americanos: “Consideremos lo que sigue, por tanto, un breve
manual para los posibles titulares de los próximos años”. O, para resumir, es
un hombre con un bagaje cultural inmenso, muy preocupado por la humanidad, pero
que no olvida su condición de patriota:
“Se trataba de un sereno espacio comunal, con una muchedumbre de proletarios
disfrutando religiosamente de las primeras brisas marinas del atardecer.
Occidente, y Estados Unidos en particular, no tenían otra opción que hacer las
paces con multitudes como estas. Aquí, de modo bastante subestimado, estaba el
poder global, reposando en unas creencias profundas y afianzadoras”, comenta, a
su paso por la interétnica costa pakistaní.
Una
vez puestos sobre aviso, cabe decir que Monzón es un muy interesante libro,
aunque sólo sea debido a que sitúa al océano Índico en el epicentro del mundo.
Kaplan parte de bases económicas y militares para considerar que el trozo del
planeta que va desde la península arábiga al estrecho de Malaca será
determinante en el proyecto político de eso que llamamos globalización. Sus
certezas se fundan en las rutas comerciales, el mapa de las fuentes de energía
y el poderío naval de los distintos países. Por momentos, se antoja que obviar
el casino financiero, que dispone de los mayores movimientos de capital del
mundo, a la hora de hacer sus valoraciones, es olvidarse del gran poder
económico. Al tiempo que sus referencias
respecto al poder militar se centran, mayormente, en las armas de fuego y el
número de soldados de que dispone un país, y no en las nuevas formas de guerra,
bajo control informático. Todo lo cual hace cojear un tanto su ensayo. Pero no
lima el interés de sus planteamientos, de su
fe en la geopolítica más cartográfica. Ni transforma, necesariamente, en
irreales sus afirmaciones. Como esa convicción de que la globalización ha producido, paradójicamente, más nacionalismos,
y de mayor intensidad, de los que nunca existieron.
Kaplan
se muestra obsesionado por el estado como la mejor forma de organización humana
posible. Y aboga por estados fuertes,
con controles estrictos de la población, con capacidad de mando, lo cual
significa, a su juicio, un balance positivo en eso que denominamos
civilización: “Bangladés nos muestra que el tipo de gobierno que tenga un país
no es tan importante como el grado hasta el cual ese país está gobernado; es
decir, una democracia que no pueda controlar a su propia población puede ser
peor para los derechos humanos que una dictadura que sí sea capaz de hacerlo”.
Para sostener estos principios, Kaplan practica, ocupando la mayor parte de la
extensión del libro, la filología de la
historia, en unos relatos que parecen crónicas periodísticas agilísimas.
Mientras tanto, va practicando una suerte de autopsia sobre quienes crearon o
destruyeron países, y también sobre episodios más o menos sangrientos que nos
expone sus personales filias y fobias. Como son las referidas a las dos
potencias incipientes en la región: China y la India. Y junto a la India
adhiere las opciones de futuro de Indonesia. Es en las conclusiones que va
desgranando sobre esta bipartición de la mitad del planeta donde Kaplan
demuestra su bagaje, sus prejuicios que pecan un tanto de maniqueísmo. Mientas
que pasó con astucia y cierta imparcialidad sobre los territorios islámicos,
tal vez arrepentido por los resultados de la política bélica de su país sobre
estas regiones, encuentra una nueva
fuente para la guerra fría en la demonización de China. Da la impresión de
que tanto él como Occidente necesitan del miedo a otro imperio para sostener su
afán por poseer la verdadera justicia, y el imperativo de la inversión militar.
Kaplan tiene muy claro qué adjetivos debe añadir a los términos políticos.
De ahí
que en los mejores párrafos del libro, aquellos en los que refleja sus viajes,
flote la idea de que a él no es tan fácil moverle de su predisposición. Aun
así, son los instantes más brillantes del libro. Con sus descripciones, desmitifica el romanticismo presente en la
pobreza, valora al ser humano como hombre de la calle y no como animal
político, y provoca una sincera envidia en el lector. Y la envidia por estar
allí es uno de los mejores síntomas de éxito que puede tener un libro vinculado
al viaje. Eso y trasladar, como hace Kaplan, el foco del universo a otro lugar
del planeta, y hacernos creer que deberíamos estar ya haciendo la maleta para
comprobar sobre el camino si es cierto esto que nos está narrando.
Fuente: La línea del horizonte
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