Mi vida en la carretera
Gloria
Steinem
Traducción
de Regina López Muñoz
Alpha
Decay
Barcelona,
2016
348
páginas
“En
realidad, no sabemos qué decisiones del presente condicionarán el futuro. Pero
tenemos que actuar como si todo lo que hacemos importara”. Y, sin embargo, el
gran valor de este libro no está en la influencia que hayan podido tener las
decisiones que Gloria Steinem (Ohio, 1934) ha tomado a lo largo de su vida, en
cómo trasformó el ideal de aquel jovencito o de las trabajadoras de la limpieza
de no sé cuál estado. En realidad, el gran valor de este libro es el gran valor
de la carretera como metáfora: la ruta en la que uno se topa con los grandes
aprendizajes, con los lugares donde se sucede eso que compone la educación
sentimental, la buena educación sentimental. Muy lejos de la soberbia, Mi vida en la carretera es una suerte de
feedback con toda la gente que ha
participado en la vida de Steinem, incluyendo aquellas personas que no conoció
en forma y figura. Porque no todo se puede aprender por experiencia directa,
para conocer lo que llamamos vida, que son los acontecimientos sobre este
peñasco azul en los que hacen su teatro alegórico los seres vivos, conviene
tener los oídos abiertos a los relatos de la gente. Los taxistas, las
auxiliares de vuelo, los periodistas en campaña electoral, o quienes sobrevivan
con cualquier otra profesión que sucede en la carretera, en el movimiento,
serán maestros. Eso sí, si uno no está dispuesto a colaborar con ellos
manteniéndose a la escucha, jamás se tropezará con las sorpresas que derriban
los prejuicios, no escuchará la música del azar, que es la que enseña.
En
este examen de su biografía, Steinem muestra una inusual habilidad para vivir.
El centro de esta habilidad es el amor a la incertidumbre. De todas las
metáforas de la vida -la lucha, el río, el valle de lágrimas, etc.- Steinem
elige el viaje porque ahí es donde se encuentran los descubrimientos. Y ella
los adopta como quien adoptara nuevos glóbulos rojos. El elogio que hace de la
risa en algunos momentos, unido a esa proyección hacia el futuro que es la
revisión del pasado, hace de este libro una celebración del optimismo. Será ese
optimismo el hilo que engarza esta conciencia de haber sido en el mundo un ser
digno de amar y ser amado. De hecho, el libro comienza saldando cuentas con su
padre, que falleció siendo ella joven. Si seguimos el dictado de Freud, Steinem
mata al padre, pues quiso contradecirle. Pero finalmente se da cuenta de que de
él es de quien hereda la carretera. Luego vendrá el gran aprendizaje que supone
dos años de vida en la India, cuando la India todavía era una utopía
orientalista. Darse cuenta de que la marginación de castas y de la mujer existe
en distintos grados también en su país, harán de Steinem el personaje que ya
conocemos: la gran activista que defendió los derechos de la mujer. Pero
siempre permeable, y hasta poniendo por delante con frecuencia, a cualquier
forma que tome la desigualdad: los minusválidos, la segregación racial, las
fobias generacionales, la libertad de expresión, la violencia doméstica, los
fracasos del sistema escolar, la pena de muerte. El organismo de Steinem no deja
de producir la hormona que no consiente la injusticia.
El
relato que uno espera es el de la mujer que organiza convenciones, que
interviene en los campus universitarios, que publica artículos polémicos, que
se planta frente a los juzgados exigiendo la libertad reproductiva o que
fabrica parte de la campaña electoral de alguna senadora sin fondos. Y es
cierto que todo eso está contenido en el libro. También la crítica a cierto
tipo de periodismo, la denuncia política de altísimo voltaje con manipulaciones
del voto de por medio, hasta el punto de tener la impresión de que una de cada
tres personas con derecho al voto no ha podido ejercerlo o la han obligado a
equivocarse. El caso flagrante de la primera victoria de George W. Bush es para
arrancarse los pelos de la cabeza según ella lo describe. Pero aun siendo ya
una mujer madura, sigue confiándose a la carretera como vía para modificar la
sociopolítica del país. Caben dos opciones, parece decir el optimismo de este
libro: o salirle al paso a la vida y nunca dejar de aprender para conocer dónde
debemos sumar algo positivo, o darse al alcohol. El último capítulo de este
libro, que será uno de los mejores que se publiquen este año, habla sobre lo
bueno que todavía queda del buen salvaje. El tópico del indio gorrón y borracho
de las reservas, viviendo a costa de las ayudas estatales, cae por los suelos.
Y Steinem lo hace con maestría y, como en las demás ocasiones, con una buena
compañera. Steinem encuentra el equilibrio que necesitamos en ese último gesto
activista. Y sin rendirse al desaliento pues ya, a una edad avanzada, sabe que
el equilibrio está a mitad de camino entre estar compensado y estar
descompensado. “Incluso en los acantilados más distantes aparecen grutas de
rescate”, señala al principio del volumen, antes de recordarnos que la
carretera, el viaje verdadero, nos saca de nuestras mentes y nos arroja a
nuestros corazones.
Fuente: Culturamas
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