Entre los creyentes
V. S. Naipaul
Traducción de Flora Casas
Debate
Barcelona, 2010
508 páginas
Recuperado
tras más de veinte años de olvido (Entre
los creyentes fue publicado por primera vez en España en 1984 por la
editorial Quarto), este texto construido a partir de un viaje de seis meses
efectuado en 1980, reuniría lo mejor y lo peor de V. S. Naipaul de no ser por
que tuvo su continuidad, quince años más tarde, en otro viaje y otro libro, Al límite de la fe, que no haría sino profundizar
en la herida que el escritor creyó estar abriendo, una herida que se grabó,
sobre todo, en su propia mente, en una estructura y un sistema de pensamiento
empachado de sus propios prejuicios, de su propia fe, de la convicción de que
su opinión es sinónimo de la verdad. Y es que, emocionado, agitado y preocupado
por el triunfo de la revolución islámica en Irán, capitaneada por el imán
Jomeini en 1979, Naipaul decide visitar cuatro países en los que la religión y
cultura islámica parece estar imponiéndose sobre los mitos, la memoria, las
leyes y los hábitos autóctonos -Irán, Pakistán, Malasia e Indonesia-, con
intenciones de demostrar la profundidad de la neurosis islámica pero
retratando, como cualquier lector podrá comprobar, su propia neurosis, su
malestar, su odio, su arrogancia y sus miedos más pueriles. Afirmaciones como
la de que la visión ahistórica de los fundamentalistas no ofrece nada, sino que
empuja a una fe implacable y ofrece un desierto político, o la respuesta que da
a un malayo que reniega de la cultura americana tras visitar Estados Unidos,
sugiriéndole que visitó el país con una idea fija, lo cual le empujó a perderse
algunas cosas, incluso la confesión de realizar alguna entrevista en la
habitación de su hotel de lujo, en la cama y con el pijama puesto, bien podrían
retornar a su empacho como un bumerang del razonamiento. Qué lejos se encuentra
este viajero del espíritu libre y abierto de un Kapuściński, siempre dispuesto
a aprender, alguien que no posee la rigidez integrista de Naipaul, que profesa
una religión llamada Occidente con idéntico fanatismo al apego al Islam de las
personas que entrevista a lo largo de estas páginas.
Ignorando el
pasado de los países por los que viaja, apenas deteniéndose unos párrafos para
mencionar la cicatriz colonial de Malasia o elogiar al régimen militar de
Indonesia, ignorando los efectos del mercado global sobre la sensibilidad
social y política de un pueblo, buscando solamente aquellos registros que
impliquen verificar un veredicto redactado antes de partir (“El Islam
santificaba la ira, la ira por la fe, la ira política… Y en aquel viaje yo
había conocido a más de una persona sensible dispuesta a aceptar grandes
convulsiones”, redacta en el último capítulo), convencido de que su intuición
es sabiduría, Naipaul apenas ofrece en su registro literario el beneplácito de
haber disfrutado de traductores y guías que eran buenas personas, con una
mirada condescendiente, como la de Don Quijote hacia Sancho Panza, y al igual
que este, convencido de estar luchando contra gigantes, unos monstruos que él
se ha ido inventando o que alguien ha inventado para él; el resto de la gente
es mero mobiliario narrativo. En este sentido, este libro contiene un mensaje
peligroso, gasolina que arrojar a una hoguera sobre la que convendría verter
agua, como quiso hacer Edward Said. Cabe preguntarse cuál es el ánimo de un
viajero que describe un Pakistán cutre y atrasado, un Irán sangriento y
confuso, una Malasia enferma de abusos y cólera, una Indonesia transformada en
un jardín del que se está apoderando la hiedra venenosa. Uno no deja de
cuestionarse, más aún comprobando el talento de este hombre para la escritura,
a qué se debe su escasa sensibilidad, su elaborado narcisismo, la parcialidad
de su erudición; uno no deja de sospechar que esa postura colonial, en la que
considera que el mal es intrínseco a los islamistas, con tanta presencia de
adjetivos que remarcan lo sórdido, lo mezquino y lo ridículo, en realidad está
fermentada sobre un lecho de cobardía. Tanto odio solo puede ser su propia hiel
acumulándose en la mirada.
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