El centinela de piedra
Álvaro Osés Arbizu
Premio Desnivel 2003 de Literatura de Montaña,
Viajes y Aventura
Ediciones Desnivel
Madrid 2003
180 páginas.
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Inspirada, por lo general, en motivos
autobiográficos, la literatura de montaña ha sido lugar idóneo para tratar
temas universales, uno de los últimos refugios de la épica, de lo elegíaco, del
aire libre –adjetivo que sólo cobra sentido como oposición al aire cautivo de
las ciudades-, del culto a la fidelidad como la mayor virtud del hombre, de los
relatos de supervivencia, de la declaración máxima del viaje como hazaña y, en
definitiva, de la única aventura capaz de conciliar acción y contemplación.
Existe la necesidad de reivindicar no ya la literatura de montaña, sino la
literatura en la que se regrese a la condición del ser o no ser, en la que se
exprese que conocer los límites de lo humano significa conocer lo humano.
Acostumbrados a las biografías de los grandes alpinistas o a los relatos
periodísticos, poca ha sido la difusión de las novelas y narraciones de ficción
que toman a las montañas por escenario y protagonista. En este sentido cabe
elogiar esta iniciativa de la editorial Desnivel, sin olvidar que al lector le
importa, por encima de que coyunturalmente se trate de libros de montaña, que
los libros sean buena literatura. Sería importante que los personajes
estuvieran tratados con cariño, como sucede en esta novela; también cabe exigir
que exista un tema del que hablar, como pueden ser las distintas actitudes y
motivaciones por las que el hombre se acerca o convive con la naturaleza, desde
la más lírica y romántica al espíritu deportivo, como es el caso de El centinela de piedra; y, por último,
no estaría de más que las descripciones funcionaran remitiéndonos a motivos
morales con contundencia, creando imágenes en el cerebro del lector que le
empujen a no mostrarse indiferente ante lo que sucede, faceta en la que el
pundonor de Osés Arbizu se muestra impotente para deslumbrarnos. Tal vez se
deba al hecho de que nos encontramos frente a un montañero que escribe, y no
ante un escritor puro, por lo que el texto adolece de cierta pobreza de léxico,
de un exceso de frases hechas que le dan a la historia el aire de estar escrita
de compromiso. Cierta falta de pericia o de oficio en la redacción enturbia una
obra cuyo esbozo apuntaba a mejores soluciones, gracias a la convivencia de
mundos tan dispares como un proceso de enamoramiento –descrito en las cartas
que se alternan con el texto- con la leyenda de El Futre, una especie de Antiyeti
que pasea por las laderas del Aconcagua, y al rigor con que se nos va
documentando, a los no iniciados, en el mundo de la montaña a través de
historias secundarias de rescates y muertes. En un mundo en el que escasean las
oportunidades de respirar un poco de oxígeno puro, se agradecen estas
iniciativas, a pesar de que estamos ante una novela que funciona a medio gas.
Fuente: Lateral
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