martes, 23 de enero de 2018

ESCALADORES DE LA LIBERTAD

Escaladores de la libertad
Bernadette McDonald
Traducción de Pedro Chapa
Desnivel
Madrid, 2014
288 páginas



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Estos son los hermanos de los tigres. Los tigres salen a cazar, en tanto que estos hombres empuñan los piolets detrás de unos ojos humanos cargados de locura. Según dicta Virgilio en la Eneida, la locura sirve a las armas. Por esa razón, porque van armados y porque salen decididos a devorar, estos hombres son los hermanos de los tigres. Y tal vez también son los hermanos de la locura. Pero estos soldados ya no tienen odio. No hay batalla. No hay enemigo. Aun así, saben que allí a donde van “todo se conjura para llevar la muerte a los hombres”. El verso también es de Virgilio. El poeta romano cantaba a los rostros, porque los rostros eran el reflejo de todo lo que había de humano en los hombres que construían su poesía, y era en los rostros donde los héroes, los locos y los dioses se llenaban emociones celestiales o satánicas. Virgilio cantaba a los actos de heroísmo.
Y, como Virgilio, Bernadette McDonald canta a la sangre concreta de cada uno. Y a los actos de heroísmo, porque la frontera entre el heroísmo y la locura no solo es difusa. Lo más probable es que ni siquiera exista. Vivir es difícil. Vivir es heroico. Y hay quien decide no enterrarse en vida porque, eso sí, vivir sin sentir la montaña rusa de las sensaciones no es vida. A ellos les dedicaba Virgilio su poesía. Pero el poeta romano contaba con una ventaja: él acudía o se escudaba en las Musas. ¿Qué es lo que ha sustituido a las Musas en las narraciones que dedicamos a nuestros hombres apasionados? Ante preguntas así, es mejor guardar silencio. Ya no hay musas. Ahora hay humanidad.
De ahí, tal vez, que lo más sensato sea limitarse al relato. Como hace McDonald en este libro que, para qué vamos a tardar más en decirlo, es una maldita joya de la literatura de aventuras. McDonald, acostumbrada al mundo del periodismo y de la literatura de montaña, se da cuenta de que algo especial debería haberse fraguado en los años setenta y ochenta en Polonia. Algo que bien pudiera ser locura, pasión o Musas. Porque durante esa época un numeroso grupo de alpinistas de ese país protagonizó la mayoría de las hazañas que tuvieron lugar en las terribles y piadosas cumbres del Himalaya. Los nombres permanecen en la memoria: Jerzy Kukuczka, Voytek Kurtyka, Wanda Rutkiewicz, Kristof Wielicki, Andrew Zawada, Artur Halzer. Han pasado muchos años y las fotografías han virado a sepia o a unos colores difuminados, como si se los hubiera comido el sol. O al menos eso es lo que ha sucedido con las fotografías que uno guarda en las retinas. Pero no con las que McDonald consigue hacernos llegar a través de la lectura, de un texto que se uno no puede soltar de las manos hasta llegar a la bibliografía.
Escaladores de la libertad es un libro apasionante. McDonald se pregunta cómo, en un país donde se luchaba por sobrevivir sacando carbón y ganándose enfermedades pulmonares que rebajaban la expectativa de vida a niveles de hambre, se conjuró este grupo invencible. Nos relata la historia del país, las condiciones de los alpinistas, sus recursos piratas para conseguir dinero. Y luego nos transporta con ellos a la batalla. Consigue que muramos de frío y agotamiento, que lloremos las pérdidas, que nos sobrepongamos al sufrimiento físico y a la tensión emocional. Que batamos récords que sólo sirven para satisfacernos no por arrogancia, sino porque significan más y más vida, amontonada sobre más y más vida. Y siempre caracterizando a cada uno de los alpinistas con apenas tres rasgos, como hace cualquier buen narrador: la fortaleza de Kukuzca, el segundo hombre en batir los catorce ocho miles, extraída de su poderío físico y su fe en Dios; la confianza de Wanda, un arroyo de la naturaleza en plena primavera que no dejaba de manar fogosidad; la serenidad de Voytek, que nacía de su reconocimiento como mortal y de su deseo de construir un viaje a lo alto de la montaña en el que primara lo hermoso de la ruta sobre la fotografía desde la cima.
En literatura es siempre el lector el que termina de escribir la obra. En este caso, cada lector, al interpretar los valores, que son locura de tigre y heroísmo vital, podrá añadir sus propios desvelos, sus cóleras, sus envidias, sus frustraciones. Pero también eso que se conoce, aunque tengamos que recurrir al lugar común, como amor a las montañas y a los compañeros de cuerda.

Fuente: La línea del horizonte



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