En el silencio
Wade
Davis
Traducción
de Núria Molines Galarza
Pre-textos
Valencia,
2017
1143
páginas
“Habían
visto tanta muerte que la vida importaba menos que los momentos en los que uno
estaba vivo”. La frase, lamentamos descubrirla, pertenece al epílogo. La frase,
el sentido de la frase, es lo que atraviesa todo el libro, en canal, para
explicar por qué una biografía de Mallory, o de los años en que Mallory
acometía intentos para hacer cumbre en el Everest en la década de los veinte.
De hecho, no se menciona al mítico montañero hasta más allá de la página
doscientos, porque previamente Wade Davis (West Vancouver, 1953) reseña la
biografía de Gran Bretaña a lo largo de la Primera Guerra Mundial. Es
fundamental conocer de dónde viene Mallory y de dónde vienen los compañeros que
afrontan el Himalaya junto a Mallory: siempre británicos, en expediciones vastísimas,
con docenas y docenas de yaks, siempre sin prisa, siempre sin perder de vista
que la conquista del tercer polo está por encima de los fracasos en las
relaciones personales. A Gran Bretaña se le habían escapado los polos norte y
sur, al igual que había dejado un reguero de cadáveres por pésimas decisiones
en diversas batallas. El país, y con él todos y cada uno de sus habitantes, se
ven atrapados entre la redención imperial y la impotencia nacional. De hecho,
las expediciones parten de Darjeeling (la India), cuando los movimientos de
independencia ya habían fraguado tanto en el subcontinente, que se sabía
imposible que permaneciera unido a la corona de la reina.
Ahora
lo podemos leer como un rasgo de falta de sensatez, pero aquellos hombres se
habían alistado bajo el empuje romántico de ideas como la tierra que pisaban
sobre la que crecía la hierba de la libertad, sobre la respiración del páramo o
la campiña, de modo que, para solventar la tensión, sabían que debían someterse
al padecimiento y al sacrificio. Una vez terminada la labor de los cirujanos,
en la que no se detiene con remilgos Davis, se impone el deseo de huir y las
montañas son el paisaje simbólico de la redención espiritual. De esta manera, a
lo largo de casi un tercio de este minucioso y muy elaborado libro, que se lee
con una facilidad que nos hace dejar de temer las más de mil páginas, sabemos
que era inevitable que los exploradores fueran militares. A mayores, casi todos
habían recibido una educación en colegios como Eaton, donde la literatura
comparada es una de las asignaturas estrellas. Por lo que el trabajo oceánico
de Davis leyendo misivas, cartas y diarios, se resuelve con agrado. Y eso es
algo que le llega al lector.
Acaba
la Primera Guerra Mundial y lo que viene después no es la paz. Por un lado,
Davis describe las características de la colonización de la India y el problema
de cartografiar el Himalaya, un reto científico que se va resolviendo con
geógrafos que viajan disfrazados, de los que Francis Younghusband fue el
pionero. También sería fundamental su apoyo a las expediciones de Mallory,
desde la Royal Geographical Society (RGS). A la par, Davis especula con la
cantidad de estupidez o de valor que ponen en la balanza los alpinistas, sobre
qué parte es capricho y cuál es lógica a la hora de ponerse en peligro. Las
relaciones con China, Rusia y el Tíbet, casi imposibles, los alpinistas
solitarios que anteceden a Mallory, la decisión de la RGS, comandada por algún
iluminado y siempre asumiendo riesgos, todo lo va definiendo Davis con
paciencia pero, eso sí, se las arregla para que no sobre una sola frase. Porque
es fundamental transmitir la idea de que se debe convencer, también al lector,
y cómo se debe gestionar la convicción. Una vez puesta en marcha la inevitable
idea de hacer cumbre en el Everest, las avanzadillas exploratorias se
encontrarán con un choque cultural que no podrá resolverse a lo largo de los
años en que Gran Bretaña dedica recursos científicos para conocer y ganarse el
Himalaya. La espiritualidad de los lamas, por ejemplo, azota a los principios
higiénicos de los británicos. En alguno de los episodios más entretenidos, se
comenta la falta de higiene de una gente que se pasa el día rezando, pero solo
se ha bañado dos veces en su vida.
Y
por fin está Mallory. Existe una leyenda, pero esa parte la deja Davis para el
epílogo. Mallory se nos presenta como un niño valiente, aficionado a los
clásicos en la adolescencia, en la que mantiene experiencias homosexuales, al
que le horroriza la guerra, pero siente una irrefrenable pasión por los Alpes.
De hecho, todo el mundo coincide en calificarlo como el mejor escalador en
hielo del país. Y por tanto ninguna expedición al Everest puede prescindir de
él. Más aún cuando en la primera ya demuestra su capacidad de adaptación a alturas
superiores a seis mil metros. En cada expedición, Davis se toma su tiempo para
reflejar el carácter de los miembros que la componen. Eso sí, jamás con
expresiones directas, siempre permitiendo que el lector lo deduzca de alguna
anécdota o una confrontación. El libro está compuesto por infinidad de
detalles, pero la sensación de unidad es inequívoca: cualquiera que sea el peso
de lo que está sucediendo, siempre sabemos que tratamos con personajes para
quienes la guerra cambió el concepto de muerte. Y así, poco a poco, van
inventándose cómo deben ser las expediciones al Himalaya. En una época en que
la ropa para expediciones polares estaba bien adaptada, los británicos
comenzaron a subir a grandes alturas como si estuvieran en las laderas de
valles alpinos. Surgen debates sobre el material y, por encima de todos, sobre
el uso de oxígeno embotellado. Se desgastan en la época de monzones, subestiman
las dificultades y van aprendiendo a base de ensayo error. La convivencia es
durísima, tanto como la forja de unos hombres cuya bildugsroman fue una guerra demasiado cruenta.
Y
así hasta que en la última expedición, la de 1924, se configura un equipo que
funciona como una máquina de alpinismo bien engrasada. La personalidad de
Mallory y el fragor de un Irvine a quien es imposible no cogerle cariño, harán
el resto. ¿El resultado? En el silencio
es una obra maestra. Davis maneja la documentación, que le ha costado diez años
reunir, con un esfuerzo inhumano, hasta presentarnos un texto que se podría
leer de un tirón. Respeta el mito de Mallory, pero explica el contexto, todo lo
que no sea alpinismo, que construye a las personas. Porque todos somos nosotros
y nuestra periferia, este documento es tan épico en lo que narra como en su
escritura. Una obra maestra.
Fuente: La línea del horizonte
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