El hombre que susurraba a los
elefantes
Lawrence
Anthony y Graham Spence
Traducción
de Magdalena Palmer
Capitán
Swing
Madrid,
2017
360
páginas
África
es un continente que no se acaba nunca. La sensación de estar todavía
fraguándose, ese lugar donde nació el hombre, es inevitable en cualquier
testimonio. Europa nunca ha podido ser mejor que en el pensamiento de los
clásicos griegos y en los panteones de Miguel Ángel. América del norte tomó el
mando hace tiempo y ahora dicta las modas, que cambian cada vez a mayor
velocidad. América latina no deja de ser una extensión de países europeos y su
vecino del norte. En cuanto a Asia, apenas queda nada allí por colonizar, por
descubrir, por amar. Y Oceanía sigue siendo la imagen ideal del paraíso. Pero
África es la obra de un alfarero que todavía no se ha puesto a trabajar en
darle forma. La representación básica que tenemos del continente, se reduce a
la fauna y a la caridad. A África uno va a ver leones o como cooperante. Y, sin
embargo, es un lugar donde se sigue sucediendo a la par los distintos valores
morales. En este caso, el conservacionismo es el eje, pero no faltan los
ayudantes que garantizan el bien a pesar del hambre, los pícaros, los ladrones
cuya necesidad todos podemos entender, o los asesinos a sueldo.
Lawrence
Anthony (Sudáfrica, 1950-2012) nos narra en este libro la parte biográfica que
le corresponde a la transformación de África. Anthony no es un biólogo ni un
ecologista combativo. Es un conservacionista y su apuesta es por defender un
trozo de Sudáfrica a modo de reserva natural. La finca posee dos mil hectáreas
y allí tiene cabida toda la población animal propia de la zona. Y también un grupo
de gente que trabaja con él, más que para él, esforzándose por tratar a lo
libre y salvaje como se merece. Pero en su proyecto falta uno de los dos
animales más emblemáticos de la fauna de África. El primero es el león, el
segundo el elefante. Así que acoge a una manada de elefantes que no han
conocido nada parecido a la civilización, descabezados de sus líderes por
cazadores furtivos. Lo furtivo también tendrá su protagonismo en este libro, no
solo por la defensa de los animales contra los rifles, también por negocios tan
sucios como la venta de crías de elefante a zoológicos chinos, donde vivirían
maltratados.
El
proyecto se antoja demasiado grande para Anthony y los suyos. Ni siquiera
disponen de plazo para construir la cerca. Eso para empezar. Porque si África
se distingue de los demás continentes por algo, es por lo impredecible. Se
trata de otra de las características de un territorio en formación. Ganar a lo
impredecible es poder lo imposible. Y de eso es de lo que trata, en realidad,
este libro. Uno tendería a creer que el proyecto se irá haciendo paso a paso.
Sin embargo, el objetivo de Anthony queda reflejado desde el principio: es eso
que conocemos como empatía. Conseguir no domesticarlos, pero sí llegar a tener
una relación cordial, hasta el punto de llegar al gesto humano de la caricia,
es un acicate. Las ganas de vivir que transmite el libro, la biografía, son
inmensas. Anthony y su mujer, sobre todo su mujer, de origen francés, que
siempre ofrece el contrapunto de las posibilidades de adaptación del hombre,
sueñan. Viven en un territorio en el que lo único permitido es la
supervivencia. Pero elegir esa África incómoda, llena de termitas y mosquitos,
para consagrarse al conservacionismo, sigue siendo romántico. Aunque controlar
los vínculos con los animales sea lo menos problemático. Su actuación no deja
de afectar a la gente, y es ahí, en los encuentros con los nativos, donde él es
extranjero, donde las leyes que debe respetar apenas conoce, donde Anthony
demuestra más dotes de Tarzán.
Puede
que la impresión que tengamos de África sea la de un continente todavía sin
fraguar. Pero lo único que salvará la vida en el territorio donde uno debe
adaptarse a cada paso, será el respeto. Anthony sabe que la sabiduría es un
limbo. Por eso pisa tierra e intenta elegir el respeto en cada uno de sus
gestos.
Fuente: Culturamas
No hay comentarios:
Publicar un comentario