El africano de Groenlandia
Tété-Michel
Kpomassie
Traducción
de Manuel Arranz
Turner
Madrid,
2016
324
páginas
En
los años sesenta, mientras el mundo político se preocupaba por la crisis de los
misiles y los jóvenes colgaban margaritas de los cañones de los fusiles de la
policía antidisturbios, un tipo de Togo, un adolescente, enamorado de una
fotografía de un esquimal, decide que quiere vivir así, como los que habitan en
los casquetes polares, llevando la existencia al extremo. Su aldea es poco más
que una carretera de laterita y unas casas de adobe, grupos de niños descalzos
y una educación que para ser efectiva debes practicarla por su cuenta. Pues
Tété-Michel Kpomassie (Togo, 1941) es un escritor autodidacta. Las divinidades
y las maldiciones de los espíritus de su tierra, las boas y el pensamiento
animista de una África todavía pura, pero colonial, no le resultaban
satisfactorias. Por lo que emprende un viaje hasta Groenlandia en el que
invierte seis años. El continente pasa por momentos geopolíticos convulsos, lo
cual no le impide avanzar, eso sí, muy despacio y sin dinero. El hecho de que
hablara y escribiera en varios idiomas le permitió ir consiguiendo puestos de
trabajo durante el camino, ahorrar un poco y lanzarse unos kilómetros más allá,
hasta la siguiente frontera. Luego debe solventar la civilización, Europa,
donde encuentra varios benefactores que le ayudan, hasta que se embarca en
Dinamarca en dirección a Groenlandia.
Sus
aventuras hasta el momento han sido un testimonio que por sí solo merece un
libro de viajes tan lleno de vida como este. Pero es entonces cuando se da de
bruces con lo que considera hostil: la tormenta en el Ártico. Pero será la
ilusión de su proyecto lo que de aquí en adelante le mantenga firme, le haga
sentirse como un observador que participa intensamente de la vida. Y lo que le
ayude a mantener la cabeza en su sitio contra la noche ártica y toda la
neurosis que habita en las aldeas que conocerá en Groenlandia. Se hospedará
siempre con familias que comparten con él su miseria y su café y su alcohol.
Este es, en buena medida, el protagonista secundario que le hará cambiar de
idea tras año y medio viajando hacia el norte de Groenlandia: desde su llegada
se da cuenta la forma tan insana en que el acoholismo se ha instalado entre la
buena gente, algo que comparte mientras considere que lo que está haciendo es
emborracharse, pero de lo que renegará cuando crea que se puede apoderar de su
espíritu o, como dirían los habitantes de Groenlandia, de sus almas, pues
consideran que el alma es plural.
Y
mientras tanto vamos leyendo un delicioso libro de viajes, un sorprendente
catálogo etnológico, no menos objetivo que el elaborado por cualquier erudito
de Londres, en el que la vida social sin interrupción es el personaje principal
de la obra. Asistimos a través de sus ojos a la dificultad de envejecer, a las
relaciones de pareja compartidas, a jornadas vacías en la ciudad y de
supervivencia a medida que se adentra en los hielos del norte y la gran noche.
A cada parada, la pobreza de la gente es mayor, pero su ánimo sigue siendo el
mismo que el del día que se puso en marcha en Togo. Porque si en algo destaca
Tété-Michel Kpomassie es en la osadía. El lector se irá preguntando, página a
página, qué es aquello que Tété-Michel Kpomassie no tenía y que busca en
Groenlandia para integrarlo en su alma. De hecho, la hipótesis de un anciano de
que él fue esquimal en una vida anterior, termina por resultar la única
coherente. Porque a medida que viaja, los perros son más salvajes, nada del
romanticismo de un Jack London, y la gente en ocasiones se contamina de esa
ansia. Las escenas a las que asiste, en los hogares, en los centros sociales,
en la caza, superan cualquier atrevimiento que nosotros hubiéramos podido
imaginar.
Hasta
que un día se da cuenta de que ya ha comprendido la dialéctica de aquella
gente, cimentada en la supervivencia. Tal vez el episodio en que sobrevive a
una ventisca en un agujero en la nieve, colocando a los perros sobre él para
protegerse, marque el punto de inflexión y de retorno. Ya siente su mitología
como propia, una mitología triste, de supervivencia extrema. Esa mitología que
le permite escribir este libro con un tono en el que no existen las obsesiones,
ni la arrogancia, ni el exceso verbal, ni nada por el estilo. Solo el cariño
por haber tenido la dicha de haber vivido.
Fuente: Culturamas
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