El tesoro de Herr Isakowitz
Danny
Wattin
Traducción
de René Vázquez Díaz
Lumen
Barcelona,
2016
250
páginas
La
demostración más empírica de que existe una realidad es que cada uno de
nuestros actos tiene unas consecuencias. Por lo demás, la realidad puede
ponerse en cuestión de mil maneras, desde la caverna de Platón hasta el
realismo mágico de Juan Rulfo. Si es que Comala es una creación que pueda
integrarse en el realismo mágico. Pero esto es lo que atañe a cada individuo y
su entorno inmediato. Porque nadie puede negar los hechos más atroces de la
historia, como las extinciones de etnias en América durante los siglos de
colonización, la masacre del Congo Belga o los pogromos. Y de los pogromos y
sus consecuencias trata esta novela que aporta sus dudas de que exista una
realidad absoluta a base de mantener activo el sentido del humor.
El tesoro de Herr Isakowitz se
mueve en dos planos paralelos. Por una parte, esa resistencia numantina frente
al horror que es la sonrisa, y por otra la historia del pueblo judío en el
siglo XX, marcada, a sangre y fuego, por la Segunda Guerra Mundial y los
intentos de naturalizar Israel como nación o, para ser más exactos, como
estado. La primera de las líneas del tiempo nos conduce por una novela
itinerante en la que Danny Wattin (1973) se tranquiliza para manejar a tres
personajes que reflejan tres generaciones de judíos suecos de origen polaco. El
más anciano es un superviviente de la guerra obsesionado por el antisemitismo
de los polacos, pues hacia Polonia se dirigen para encontrar el supuesto tesoro
de un antepasado, una herencia que debería sacarles de los apuros. El más joven
es un niño que apenas asiste a los diálogos absurdos entre el padre y el abuelo
mientras mastica chicle. Wattin, que da la impresión por momentos de resistirse
a crear una novela humorística, tiene siempre presente el reflejo de los
diferentes miedos de cada generación y de cada edad. Esta novela no solo
itinera en el espacio, también en el proceso de maduración y envejecimiento.
Cada edad tiene sus propios cadáveres enterrados en el jardín.
Sin
embargo los tres protagonistas se reconocen como seguidores de una religión a
la que respetan con bastante laxitud en sus hábitos. Para ellos los rituales
religiosos son automatismos, por lo que prefieren inventar los propios. Así
pues, cuando asistimos a la segunda línea narrativa, la que nos relata la
historia del pueblo judío en el siglo XX, Wattin plantea cuáles son los
principios que nos dan identidad, cuál es el peso de las raíces y qué éxodo
pesa más en la balanza personal: si el de pertenecer a un pueblo que los ha
sufrido, o ese individual que retrata el principal tema de esta novela, que es
la dificultad de hacerse entender y por tanto de encontrar nuestro sitio.
Fuente: Culturamas
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