India
Chantal
Maillard
Pre-textos
Valencia,
2014
836
páginas
Es
posible que la diferencia que existe entre el turista y el viajero se asemeje
mucho a la que distingue a la verdad científica de la verdad poética. El
turista describe el mundo, que es el mismo oficio que ejerce la ciencia,
confundiendo descripción con explicación. El viajero, por su parte, se pierde,
se ve abocado a una desorientación imprescindible, “pues la propia pérdida es
finalmente lo que nos salva de la solidez de nuestro personaje”. Y tal vez sea
esa pérdida de solidez lo que distinga a la verdad poética. “¿Cuánto de lo que
hacemos lo hacemos por hacerlo y cuánto para contarlo?... ¿Cuánto de auténtico
viaje hay en nuestra vida y cuánto de turismo?”
Esta
es la primera contribución de Chantal
Maillard (Bruselas, 1951) a ese debate eterno en el que tratamos de definir
la frontera entre el turista y el viajero. Todos pretendemos ser viajeros
porque, a la postre, somos conscientes de que esta versión de intrusismo que es
acudir a un lugar remoto para contemplar lo desconocido, supone, en mayor o
menor intensidad, ejecutar el afán del turismo. A lo mejor la respuesta
definitiva pasa por sacralizar menos el espíritu viajero. Y por reflejarnos en
el espejo del aprendizaje, ese que evita que vayamos de los mismo a lo mismo,
como indica la propia Maillard. Para lo cual crea el concepto de “desnacer”. Y así, desnaciendo, se atreve a enfrentarse a unos lugares y unas culturas a las que el
occidental acudió buscando la paz interior.
Esa
forma de mirar con todo el cuerpo a la vez, esa impresión que tiene mucho que
ver con la poesía, es la que la lleva a pertenecer a la India y a amar ese otro
concepto del mundo. Lejos del genio arrogante de V.S. Naipaul, de la pasión histórica de Patrick French, Maillard demuestra cuál es la condición poética en
cualquiera de las cuatro versiones de escritura que aquí aparecen: el diario,
el verso, el ensayo y la reseña. Y en todas ellas debate sobre la condición
neocolonial, sobre el orientalismo, del que reniega sin dolor, sin acritud.
“El
caleidoscópico pensamiento de India no es la única asignatura pendiente de la
cultura occidental. También lo es la humildad. A todos nos convendría volver
los ojos hacia las fórmulas religiosas que enseñan a mirar hacia lo que
realmente importa: nuestra común desnudez, nuestra indefensión antes las
inclemencias de un mundo que parece no haber sido nunca el nuestro”.
El
libro comienza con un diario en el que
prima la divagación, la poesía como estrategia para acercarse a la sabiduría,
que siempre será un término sin definición convincente: “Ser y conocer
simultáneamente sólo es posible en el vacío porque en el vacío no hay nadie”. Y
así se centra en su movimiento interior, que fluye al ritmo de los lugares que
visita: a su paso por Benarés se
vuelve apresurado y críptico, lleno de dudas; en Bangalore permite que se imponga cierto laconismo; y resulta más
mimado cuando lo que le sucede, sucede en Jaisalmer.
Pero siempre defiende los principios básicos que han compartido el saber
oriental y hombres como Montaigne:
“No hay ira en aquel que nada tiene que defender. Nada tiene que defender el
que nada posee, ni a sí mismo. Poseerse a sí mismo es poseer un hueco
insaciable”.
El
mismo tipo de sabiduría que se encuentra en la poesía de las siguientes
páginas. Dotada de un oído prodigioso, Maillard no cesa de crear imágenes en la que se combinan lo tangible y lo intangible, el
cuerpo lírico y la naturaleza. Con una fluidez que da envidia, versa
emociones que se encuentran en la ruta de la tradición India, pero también en
los pasos de amor del Cantar de los Cantares:
“Para
ser tú la más extraña y larga noche
te
bastaría ser un barco
de
nieve y naufragar en mí”.
En
cuanto entra en el territorio del ensayo, comienza la indagación directa sobre la gramática de la experiencia estética. Y
para ello completa unos capítulos híbridos, en los que la mística debate con la
filosofía. La dialéctica se establece entre los filósofos de tradición oriental
y la sabiduría popular y poligenésica de la India. Se habla del mundo como
representación, pero también de la representación como un sentimiento. Se parte
de la necesidad del conocimiento de uno mismo para emprender el viaje de
aprender, porque una vez que consigues entender con todo el cuerpo, amas. Trae
al frente el concepto de ecosofía,
igualándolo al proyecto de creencias en Gaia,
dentro de una mirada que atiende a las cosmovisiones.
Por
último, las reseñas, publicadas en medios de comunicación nacionales, consiguen
el fin que persigue cualquier crítico literario: que el lector acuda a las
fuentes originales para leer los textos. De su lectura uno puede deducir el
proyecto ético que a Maillard se le ha impuesto en la vida: la búsqueda de la serenidad. Y para
ello valora el aprendizaje como lo esencial. Pero aprender no es acumular, sino
ir soltando lastre: “Pocas doctrinas han sido tan maleables en sus formas como
la budista. Se lo podía permitir, dada la simplicidad de su mensaje, algo que
tan sólo pertenece a las grandes ideas, aquellas que no sólo sostienen una
visión del mundo sino que la dejan abierta, también, a su transformación”.
India es,
en definitiva, un libro muy hermoso.
Fuente: La línea del horizonte
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