La aventura
AA.VV.
La
línea del horizonte
Madrid,
2016
287
páginas
Estas
son algunas de las palabras que nos remiten a ideas difíciles de definir, pero
sentimientos claros: justicia, libertad, igualdad, felicidad, amor y los
contrarios: injusticia, cautividad, desigualdad, infelicidad y odio o
indiferencia, según la corriente del pensamiento al uso. La ventaja de un
diálogo o una divagación, o una sencilla glosa o interpretación a modo de
relato de cualquiera de estas ideas, es que partimos de todo el universo a la
vez. No sé a quién se le ocurrió que el universo tuviera la forma que tiene,
caprichosa, al azar, pero sí que ese caos permite más creatividad que el orden.
Creatividad también es una criatura sin definición clara, pero un sentimiento
sin confusiones. La creatividad y el caos se caracterizan por ser
impredecibles. Y la otra palabra que sugiere, pero no imita, que uno sabe
cuándo está inmerso en ella, pero no siente necesidad de describir, es la
aventura. Al igual que la creatividad, comparte la incertidumbre del futuro.
Nadie sabe cómo terminará una aventura, al igual que nadie sabe qué se le
impondrá a un artista, escritor o director de cine durante la creación.
La línea del horizonte, una
editorial empeñada en sorprendernos, vuelve a la carga con este volumen en el
que se recopilan textos de diferente procedencia sobre la aventura. Tal vez el
más notable sea el de Georg Simmel (Berlín, 1858 – Estrasburgo, 1918), Para una psicología de la aventura, por
el hecho de ser una referencia. Alguno de los autores lo menciona en más de una
ocasión. Simmel compone un intuitivo ensayo sobre la trascendencia y el hambre
del alma humana. Su único punto de anclaje, es que la incertidumbre es la sola
certeza que tenemos. Tanto él como los demás autores, componen un mosaico del
imaginario y los anhelos que suponen la aventura, vivida o leída. Pues la
contemplación no es menos intensa que la acción. Por descontado, se celebra el
sueño y se enuncia, de diversos modos, cómo la aventura nos ayuda a multiplicar
nuestra existencia, alcanzar algo nuevo. Algo que también deseamos para los
seres queridos.
Carlos
Muñoz Gutiérrez, que da entrada al libro, nos recuerda lo complicado que es
expresar, pensar, que equivale a resistir, sin lo cual no existe la aventura.
El texto de Joseph Conrad, La geografía y
algunos exploradores, vuelve a ser una ceremonia literaria, una celebración
sobre la épica y los descubrimientos, sobre África y la navegación. Isabel
Soler se engancha al academicismo, su especialidad, de los siglos del barroco,
cuando la navegación era la metáfora de los peligros de la naturaleza desatada.
Vladimir Jankélévitch distingue al aventurero lúdico del profesional, por el
grado de riesgo de su proyecto de vida; para él, aventurado es un estilo de
vida donde uno siempre es un principiante, y el aventurero alguien que sabe
comenzar, pero no detener, las fuerzas ajenas de los acontecimientos. Javier
Cacho resume la aventura polar, con su estilo siempre agradablemente
divulgativo. Para Rafael Argullol lo que existe es la nostalgia de la aventura,
antes de dar paso al otro gran texto de este libro, Para una antropología de la aventura, de David Le Breton. El ensayo
es el más largo del volumen. Se trata la historia del viaje, la época en la que
no existía cartografía ni documentos, siguiendo grandes ejemplos de grandes
aventuras. Reconoce que parte del eurocentrismo, como la ciencia antropológica,
e identifica la sed de aventuras con la sed de poder. Lo cual nos remite a la
colonización. Pero el sentido de la aventura evoluciona hasta el lucimiento
personal, pasando por la búsqueda de lo salvaje de aquellos que se mostraron
insatisfechos. Y la insatisfacción es un concepto también occidental, que
también se ha exportado a otras regiones del mundo. En lo que se refiere al
estado moderno, lamenta la envidia que quienes participan de él, la envidia del
núcleo del estado por la fantasía del aventurero y su psicología optimista.
Aunque ahora lo que se impone es el imitador del aventurero, pues ha muerto ya
lo salvaje y lo sagrado de lo salvaje. La aventura ya es un mito, una mirada
que se aparta de la rutina. A pesar de quienes se empeñan en identificarla con
la búsqueda del riesgo. Patricia Almárcegui nos recordará que ha sido una idea
eminentemente masculina, y lo que supone ser mujer y viajar sola. Juan Pimentel
se arrima, nuevamente, a la ilustración, y a Javier Reverte le queremos mucho.
Sylvain Venayre identifica la aventura con la transición y nos reconforta
recordándonos que tal vez no podamos pasar a la historia como aventureros, pero
sí somos héroes de nuestra vida.
En
definitiva, La aventura es un libro
que podría, y debería, seguir creciendo. Una obra abierta al caos creativo. Una
reivindicación, también, de una literatura de la que estamos muy necesitados.
Basta de eso que llaman novelas urbanas, que no son más que agrupaciones de
gente en un escenario en el que, por lo general, los reúne un cadáver. Lo que
queremos es más incertidumbre, más épica, más sentirnos dueños de nuestros días
y nuestras noches. El regalo de la aventura.
Fuente: Culturamas
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