Geografías íntimas
Ana
María Briongos
Laertes
Barcelona,
2015
164
páginas
Tras
su estancia en Afganistán, a quien debe gran parte de su educación sentimental,
Ana María Briongos (Barcelona,
1946), escribió uno de esos libros notables, Un invierno en Kandahar (Laertes). En él se relata una experiencia
de aprendizaje en un país completamente desconocido para nosotros, pues el
relato se ubica en los años sesenta y setenta. Tras una incursión hippie por
Asia, la autora nos habla del territorio que escogió, de sus paisajes, de su
gente, de sus leyendas; del amor y el odio en territorios extremos, de la
amistad y de la melancolía.
Décadas
después, Ana María Briongos se detiene a observar el pasado con algo que uno
llamaría ternura, de no ser porque esta palabra resulta demasiado cursi para lo
que Briongos consigue: sensaciones, pasiones, reflexiones, un cuaderno de
apuntes con leves huellas de memoria, para hacer las paces con el mundo. En
ocasiones comienza la estampa con el caos, para apurar hasta sacar entre él un
detalle de belleza. O se atreve a ser únicamente lírica o nos desafía con el
hecho de que viajar es como el lenguaje hablado o la sonrisa, algo únicamente
humano.
Estas
son algunas de las cosas que la autora recuerda para huir del presente: todo lo
que represente levedad por efímero o porque no está anclado al suelo; volverse
agua y mojar las manos en los ríos; las buganvillas en flor, la tertulia
rodeando las llamas o a la sombra de una gran acacia; la infancia con su sabor
a flan; la naturaleza alejada de la contaminación aunque sea por milímetros; un
tono de bohemia que comulga con lo pastoril; los pequeños sabores y todo lo que
se aprende por el olfato; las diversas representaciones del misticismo que ha
dado cualquier cultura; la paz, los campesinos y los artesanos; Rabindranath
Tagore; los valles; lo que tiene que ver con la botánica pero no con la
ciencia; Asia y la India, el país simbólico de los contrastes y las diferencias;
contemplar cordilleras y las múltiples formas de la sana locura; la medicina
natural; tomar conciencia de que la mirada es el alma; los secretos que guardan
los demás y toman posesión de sus gestos; la lluvia y la sequía y el diluvio;
los espejismos como trasunto de la imaginación; el Mediterráneo; los cantos de
los almuédanos; la bruma que escampa y la bendición de vivir; el tiempo que
transforma las imágenes y, por supuesto, la inocencia de los niños.
Fuente: Culturamas
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