Estrellas
negras
Ryszard Kapuściński
Traducción de Agata Orzeszek
Anagrama
Barcelona, 2016
222 páginas
Con
ellos, con los reporteros que tomaron el relevo de los exploradores, se acabó
el tiempo de aquella maravillosa incertidumbre. Ahora ningún héroe paseará solo
con su gloria, esperando a que Homero le invente. Y ningún asesino correrá
libre con su culpa. El amor y el odio ya no son meteoritos de éter, sino los
actos concretos que un espía con carnet de prensa registra para nosotros. Pero
entre esos espías habitan demasiados inquisidores que, a la postre, son la
misma cadena de proteínas que cualquiera de nosotros, o de los héroes o de los
asesinos. Al tiempo que depositamos nuestra confianza en ellos, pues no nos ha
sido posible obtener un testimonio de primera mano, tendremos que levantar una
mampara de desconfianza hasta que demuestren ser fiables. Nadie como Ryszard
Kapuściński (Pinsk, 1932
– Varsovia, 2007) ha demostrado tanto que podría ser nuestros ojos, nuestros
oídos y hasta nuestra alma en los lugares que pertenecen a la cata baja de la
Tierra. Si obras como Ébano eran una
conclusión, la conclusión de una vida, obras como este Estrellas negras que ahora recupera Anagrama, son la prueba de que nadie nace sabiendo. Son la
palpitación del aprendizaje. Y África tiene muchas cosas que enseñarnos.
Dividido en dos bloques, el testimonio en directo
sobre Nkrumah, líder de la
liberación en Ghana, y el reflexivo
acerca de las consecuencias del liderazgo de Lumumba, cabeza visible de la reivindicación del Congo como país libre, Estrellas negras
vuelve a ser una magnífica lectura, con la indispensable condición, confesada,
de los límites a los que llega Ryszard Kapuściński. En la primera mitad, Kapuściński
describe el calor y la condición del calor sobre la vida en el trópico. Vigila
a la gente que se reúne en los hoteles, tipos exiliados de cualquier otro lugar,
que rozan lo grotesco; y se entretiene en lo verdaderamente grotesco que es el
modo de vida del colono, que habita dentro de una burbuja de riqueza y de
infamia. Pero su deseo es salir de allí para asistir a un mitin en el que se
transforma en un observador social, casi un etnógrafo al relatar las reacciones
del auditorio. O elabora un retrato de Nkrumah, bien documentado, en el que nos
cuenta cómo se construyó a sí mismo guiado por el oxímoron de una lícita
ambición. Pero en Ghana no hay nada, ningún bien que explotar, de ahí que no
topara con tantas trabas a la hora de conseguir la independencia. Dando una de
cal y otra de arena, entrevista al ministro de educación, se cuestiona la
fidelidad hiperbólica de los militares y se extiende sobre las fórmulas vehementes
de la oposición.
Tras relatar el cruce de la frontera, una
travesía peligrosa, como si siempre fueran países aparte, en guerra, Kapuściński
llega al Congo. Lo primero que hace es recordarnos el atroz genocidio que tuvo
allí lugar siendo colonia belga, bajo mandato del rey Leopoldo, lo cual
condiciona la relación con el hombre blanco: da con hombre acomplejados, o que
está a la defensiva, o con falsarios que imitan la peor parte del antiguo
colono. Pero al contrario que en Ghana, aquí los sucesos ya tuvieron lugar. Kapuściński
respira la revolución y la pólvora que quedan en el aire, pero su trabajo de
campo sucede en los bares, bebiendo cerveza, conociendo así las impresiones de
la gente. Son ellos quienes le transmiten el carisma de Lumumba, a quien echan
de menos. Al tiempo que describe ese país con una extensión inmensa, la mayor
parte de ella de selva húmeda, con una densidad de cinco habitantes por
kilómetro cuadrado, a la que los herederos de Lumunba se empeñan en unificar,
poniendo en marcha un parlamento, algo que se asemeje a la democracia.
Kapuściński nunca miente. Nunca engaña. Ni
siquiera cuando comenzaba su carrera y su trabajo estaba en función de la
potencia de sus crónicas. Kapuściński no da garantías de veracidad a un rumor,
por muy verídico que parezca, hasta que no le queda más remedio. Tampoco
generaliza, y sabe con idéntica convicción que solo hay un mundo y que hay un
mundo dentro de cada una de las personas.
Fuente: La línea del horizonte
No hay comentarios:
Publicar un comentario