Impresiones de Irlanda
G.K. Chesterton
Traducción de Antonio Rivero Taravillo
Renacimiento
Sevilla, 2017
197 páginas
El mundo moderno se estancó en el último año de la Primera Guerra Mundial, al menos en lo que respecta a Irlanda. Como si se hubiera congelado, leemos estas impresiones de Chesterton sobre el país, porque la convicción y el estilo con que escribe no puede resultar más convincente. De hecho, pensar que estamos leyendo no sobre otro país, sino sobre otra época, es un esfuerzo al que ayuda únicamente las referencias al Sinn Fein, por aquel entonces un movimiento político que expresaba el parecer de la mayoría social. Que este estuviera relacionado, a su vez, con el catolicismo, es algo que Chesterton no menciona, lo cual en un católico que vive entre protestantes es de agradecer. Aunque sí que enuncia, sin odio, que Inglaterra es una suerte de escollo entre Irlanda y Europa, unidas precisamente por la religión mayoritaria. Siempre didáctico, siempre con ese sentido del humor en el que no le importaría ser ridículo para demostrar que tiene razón, pero no llega a tanto, refleja el estado de un país en tiempo de huelgas, en tiempo de cambio. Irlanda ha sido y es, todavía entonces, un país campesino, y por tanto con una mentalidad y una idiosincrasia que los ingleses son incapaces de comprender. A cambio, presionan para que el país se industrialice, se concentre en grandes ciudades.
Uno de los resultados de las diferencias es la postura frente a la gran guerra. Irlanda ya se ha retirado, harta de ver morir a sus hijos, a los insobornables campesinos, en tanto que Inglaterra es una de las naciones que lidera la contienda contra Alemania. Los aliados no deben cesar en su lucha, tienen toda la razón del mundo para combatir, sí. Lo que sucede es que mientras que en Irlanda el individuo es todavía persona, la casa es hogar, el territorio en el que vive está bajo una pequeña soberanía, la organización es doméstica y se conserva la intimidad, Inglaterra se ha transformado en un país de mercaderes y a estos se les puede coaccionar, se erigen en el centro del universo, se autohipnotizan para reafirmarse en sus convicciones de nación, de polis y la gente ha perdido un poco el rostro a favor de la multitud. “Lo que en Inglaterra es una paradoja, en Irlanda es un lugar común”.
Estas impresiones, intuiciones que precisan de ejemplos para sostenerse y que Chesterton encuentra en comparaciones de lo más sorprendentes, tienen la intención de mostrar a los ingleses cómo es su país vecino, por qué la rebelión, por qué no pueden formar parte de un mismo estado. El cambio de la palabra verde por la palabra verdura es el cimiento de la economía irlandesa. Ahí está el campesinado, con virtudes más propias de familias que se quieren que de Beatus Ille. De hecho, ese es el pilar de la educación que reciben los irlandeses, con lo cual la tradición pasa de generación en generación y, con espíritu crítico, de rebelión en rebelión contra los padres. Todos hemos renegado en alguna ocasión de ellos.
“Si un hombre es interesante por ser un McCarthy, es interesante porque es un hombre o, lo que es lo mismo, es interesante tanto si se trata de un duque como de un basurero. Pero, si es interesante por ser lord FitzArthur y vivir en la mansión Fitz Arthur, entonces es interesante simplemente por haber podido comprar la mansión y el título”. El primer caso es el de Irlanda, el segundo el de Inglaterra. No es necesario comentar cuál atraerá más a un narrador nato como Chesterton, que denuncia sin ira el anglocentrismo. Cree que es un error pensar que la vida campesina es un error, pensar que la gente debe unirse por ideas políticas antes que por familias, coaccionar de forma que lo único que Inglaterra estaba consiguiendo, con esa actitud, era aumentar su leyenda negra. Nada genera tantos rebeldes como la represión de los inocentes.
La herencia de esta postura fue llevando a mantener el error, hasta que se olvidó su origen, anterior a los tiempos de Chesterton, y que hasta hace unas décadas pervivió en Irlanda del Norte, donde la sociedad fue dividiéndose más con la excusa de la religión. Aunque detrás estaba el debate sobre la socialización. Chesterton participa de él, defendiendo la intimidad de las cosas y previniendo contra la burocratización. Una idea entonces conservadora. Hoy nada hay más progresista que sostener, contra la colonización de las mentes, que cada una de tus pequeñas posesiones, desde el juguete de la infancia a las flores del jardín, tienen nombre propio. Nada más necesario que volver a la intimidad de las cosas y las relaciones. No necesariamente al bien privado frente a la socialización, pero sí al valor de nombrar las posesiones y, sobre todo, conocer a la gente por su nombre.
Fuente: Culturamas
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