El club de los mentirosos
Mary
Karr
Traducción
de Regina López Muñoz
Periférica
y Errata Naturae
2017
517
páginas
Los
adjetivos, aunque sean ciertos, no hacen justicia a lo más sagrado que contiene
el libro: hilarante, cautivador, mordaz, divertido, placentero… No, porque este
no es un libro que se limite a ser una voz. Este es un libro sobre el derecho a
la absolución. Y ese es, tal vez, el asunto que dejaremos sin resolver durante
muchas más generaciones. No conceder a los demás ese derecho, no concedérselo a
uno mismo, es de tal gravedad que no se arregla en millones de sesiones de
diván vienés. Lo que consigue Mary Karr (Texas, 1955) es una hazaña literaria y
humana. Es depuración psicológica y bienestar. Se vale, es cierto, de un
lenguaje en el que predominan los verbos, la acción, y una mirada sobre su
pasado en la que el manierismo se aplica bordeando la caricatura. De no
tratarse de un libro de memorias, sincero, uno pensaría en la invención de la
picaresca como modelo literario. Pero tampoco llega a eso. Porque la voz nos
induce a la sonrisa, no a la carcajada. Mary Karr es consciente de que una de
las cosas más tristes por las que puede atravesar una persona es un taller de
risoterapia. Así pues, se toma con humor dos años de vida de su pasado, cuando
tenía siete y ocho, en los que el divorcio de sus padres ejerce de bisagra. Y
con él, el cambio de escenario y personajes.
Pero
tanto Texas como Colorado son dos lugares en los que uno se va a encontrar con
lo peor del ser humano, incluyendo el propio lado oscuro. La reconciliación es
necesaria y para llegar a ella Karr ha debido de pasar por mucho más que la
escritura de estas memorias. Su familia se compone de dos padres que se llevan
a matar, no descubriremos las razones hasta el final, ella y su hermana. Su
hermana es su ángel guardián y su némesis, su compañera y la única persona que
no pretende ser excéntrica. Porque esa impresión dan los personajes, que
pretendan ser tan diferentes, tan sorprendentes, como para que se les considere
dignos de una novela. Así es como los trata Karr, que será una niña rebelde, o
que se ve a sí misma como rebelde, lo cual es tanto como decir que si un miedo
le inunda, al margen de los encontronazos con su abuela y alguna otra persona,
es el de haber sido convencional.
No
será el punto de vista, la deliciosa manera de narrar lo que la salve en ese
sentido. Antes o después, el lector se dará cuenta de que esta es una obra en
la que se trata a la vida muy en serio:
“Los mejores están sin
convicción, y los peores
“Llenos de apasionada
intensidad
Los
versos son de Keats y en buena medida representa la intención del libro,
excepto sus cien últimas páginas. Partiendo de una suerte de folie a deux de los padres, las hermanas
aprenden cuáles son las causas nobles y justas. Para ello, Karr debe pasar por
purgatorios terribles, sobre los que trata de una manera cautivadora, porque
así, descubriremos, es como conserva la integridad. De hecho, al final de las
vidas de sus padres le servirá para afrontar lo peor de todo con un lirismo
triste, gracias a que ha sabido inventarse la dignidad tras una vida
desastrosa, incluso terrible y violenta, muy violenta. La gente que la rodea
puede ser cruel, malvada y estar como una regadera perjudicando seriamente a
los demás. Al margen de aprender a tomárselo con vitalidad, Karr sabe que para
volverse adulta ha de ser capaz de sentir un pasado que cualquier otro
enterraría.
“(He llegado a creer que el
silencio puede engrandecer a una persona. Y el dolor también. La emanación de
un silencio pesado y triste puede investir a alguien de una dignidad absoluta)”
Ese
detalle de sabiduría viene entre comillas. Porque Karr pretende escribir para
todos y nadie soportaría unas memorias demoledoras, como lo que refleja en la
cita, pero sí las que se afrontan con una franqueza que no elude la sonrisa,
excepto cuando describe el agotamiento final de sus padres. Karr prefiere
acercarse a la caricatura, al teatro, a la representación de la realidad antes
que a la realidad. Porque nos creemos que lo que nos sostiene es la realidad,
cuando no se trata de nada más que un andamio para evitar que el edificio de lo
que somos se venga abajo. Karr ha conseguido sustituir ese andamio por “su” realidad. Algo que en literatura
solo logran aquellos frente a los que nos rendimos y llamamos maestros.
Fuente: Culturamas
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