viernes, 16 de mayo de 2025

QUE ALGUIEN LOS MATE

 

Que alguien los mate

Patricia Evangelista

Traducción de Antonio Lozano y Francesc Pedrosa

Reservoir Books

Barcelona, 2025

411 páginas

 



«Este es un libro sobre los muertos y la gente que queda atrás. También es una historia personal, escrita con mi voz como ciudadana de un país que no puedo reconocer como propio. Los miles que murieron fueron asesinados con el permiso de mi gente. Escribo este libro porque me niego a dar el mío».

«Nací el año en que la democracia regresó a Filipinas. Estoy aquí para levantar acta de su defunción».

Estas citas, extraídas de las primeras páginas del libro, nos dan muestra de la intención de la autora: alzar un libro potente donde la denuncia sea el centro de interés, pero que el lector tome como algo personal, algo que le afecta. Y Patricia Evangelista (Manila, 1985) lo consigue con mucha solvencia. De hecho, estamos ante una de las mejores crónicas que se han escrito en mucho tiempo. Evangelista nos traslada a Filipinas y en una primera parte da cuenta de la historia reciente del país, mientras menciona un poco su biografía y, en consecuencia, los avatares de superar allí los días y las noches. Con un estilo directo, sin concesiones, sin adornos, a base de frases cortas que van funcionando como eslabones de una cadena, nos atrapa sin ambages. Vamos superando el texto como si estuviéramos recorriendo junto a ella el camino, y ante su relato sólo pudiéramos permanecer mudos.

La lección de periodismo, que lleva una muy alta tensión, crece cuando en lugar de su memoria y los registros históricos y periodísticos, las fuentes son directas y atañen a vidas humanas. Rodrigo Duterte alcanza la presidencia del país y comienza entonces un periodo sangriento. Miles de personas son asesinadas por escuadrones de la muerte, a los que parecen no ser ajenos la policía del país. Y Evangelista va entrevistándose con las familias, los abogados y los propios policías, para reconstruir los hechos en varios casos, en los que no hay indicios de culpabilidad. La intención del presidente Duterte es eliminar a todo aquel que tenga algún contacto con las drogas, sea traficante o consumidor. Muchos jóvenes caerán en unas redadas sin sentido. El tema es ya demoledor de por sí, pero además, Evangelista confiere a la redacción de sus textos un tono del que no podemos escapar. De hecho, la frase que acompaña a la promoción del libro, pronunciada por David Remnick, no es ninguna exageración: Una obra maestra del periodismo.

En una época en la que estamos comprobando hasta donde puede llegar la maldad de los déspotas que alcanzan el poder a través de las urnas, esta obra es un aviso. Lo cual da más valor a Evangelista, una periodista especializada en hablar sobre la muerte tras las catástrofes. Hace poco leíamos la portentosa Narcotopía, de Patrick Winn (Amok ediciones), que junto a esta obra forma un díptico de viajes que nos transporta a lugares donde no nos atreveríamos a ir. Y es que sin reporteros como Patricia Evangelista o Ptrick Winn, ¿a qué nos veríamos reducidos? Vivir es una aventura porque está permitido despegar sin levantar los pies del suelo. Que alguien los mate es una lectura que te obliga a despegar, incluso levantando los pies del suelo, sin tener que alejarte del sofá. Una de las grandes recomendaciones para este año.

sábado, 10 de mayo de 2025

EL COMANDANTE YANQUI

 

El comandante yanqui

David Grann

Traducción de Sandra Caula

Big Sur

Barcelona, 2025

117 páginas

 



Atrás quedaron los sueños de revolución, que ahora leemos como trazas de la historia cuando hablamos de Espartaco o la toma del Palacio de Invierno. Ahora lo más rebelde que a la mayoría de la gente se le ocurre hacer es retrasar la hora de acostarse para ver un capítulo más de alguna serie de moda. Llevar la contraria se reduce a ir a trabajar con sueño. Aunque también están los escaparates de las tiendas, donde de vez en cuando encontramos alguna ropa que nos recuerda a los movimientos antisistema de los años sesenta, setenta y ochenta, desde los hippies hasta el punk. Es posible que el último gran sueño frustrado de muchas generaciones fuera el que se fraguó en la sierra de Cuba, y que todavía, hoy en día, resulta controvertido, polémico, triste. Nadie ha sabido dar respuesta a cómo ha de venir la verdadera revolución. Pero en esos años, la euforia era una marejada que hacía latir fuerte los corazones de los insurgentes, convencidos de estar montando un mundo mejor. Entre ellos se encontraba William Alexander Morgan, un estadounidense con una increíble personalidad: mitómano, primario, inconsciente, tal vez algo loco, o al menos eso es lo que nos intenta hacer llegar David Grann (Nueva York, 1967) en esta deliciosa crónica en la que se resume la corta vida del revolucionario.

Morgan compartió campamentos y balas con los hermanos Castro y el Ché Guevara. Quiso ser leyenda y a juzgar por lo que nos comenta Grann, todavía estamos a tiempo de construir una leyenda sobre sus cenizas. Fue dirigente dentro del esquema militar, se casó con una mujer de allí y terminó sus días acusado de traición a la patria, en un final que se nos relata de manera concisa, lo cual le hace más aterrador. En realidad, estamos frente a un texto que nos habla de un tipo que supera lo humano, alguien que forma parte de un mito, pero que acabará padeciendo los miedos de lo que es demasiado humano, de la peor parte de lo que somos.

Grann nos va introduciendo, a través de Morgan y los personajes que le orbitan, en una parte esencial de la historia contemporánea, sin referirse a tal con ningún concepto geopolítico. Lo que él pretende, y consigue, es construir una crónica sobre cómo se crea y destruye una leyenda. Y esta crónica funciona a toda velocidad, sin permitirse ningún tipo de derivación que desvíe la atención sobre el personaje central, al que no perdemos la pista en ningún momento. Es como si consiguiera escribir una biografía siguiendo todos los atajos, algo propio de los libros de aventuras. Estamos frente a un libro estupendo sobre alguno de los asuntos que todavía tenemos que meditar: qué fue, qué pudo haber sido y quiénes son estos tipos, locos o líderes, que protagonizaron grandes amores y grandes naufragios.

 

miércoles, 7 de mayo de 2025

CARA DE FOTO

 

Cara de foto

Marina Saura

De Conatus

Madrid, 2025

175 páginas

 

 


Haber vivido una vida que merece la pena no significa que uno haya estado siempre llevando la contraria: en tiempo de abundancia, las únicas historias que merecen la pena ser contadas no son las de los anacoretas que se retiran al desierto para alimentarse de saltamontes y bayas de yerba. Lo que le hace especial a uno, a la hora de revisitar su pasado, es ese espíritu de ir encontrando los momentos en los que el sol salía más dulce, y si considera que hay que hablar de ello es porque piensa que algún día ese mismo sol volverá a lucir, pero no solo para el relator, porque ese sol hay que compartirlo. Es inevitable, a la hora de plantearse estos relatos, pensar en obras como Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta, que tal vez sea la experiencia de autoficción más encantadora que se haya escrito en nuestra lengua. Pero el término sigue llevando a debate cada vez que leemos un texto considerado autoficticio, como este Cara de foto, que ha elaborado Marina Saura (Madrid, 1957) intentado caminar por su pasado y por las palabras con sumo cuidado.

La creación literaria siempre bebe de lo vivido. La poesía es un buen ejemplo de ello. Pero el asunto es que cuando uno se imbrica en la narración, se puede entremezclar lo autobiográfico. Para que la autoficción funcione, las dosis combinadas de lo vivido y lo autobiográfico deben estar bien compensadas. En buena medida, debe respirar algo poético, siempre y cuando consideremos que la memoria es poesía. Marina Saura se vale de viejas fotografías para poner en marcha los resortes de la memoria, con lo que este libro se centra en diversos momentos no hilados, salvo por la voz que nos habla. En realidad, nos va dictando lo que se le pasa por la cabeza en un ejercicio de memoria voluntaria. El afán no es únicamente el de recuperar ese tiempo que por momentos creímos perdido, sino también el de reconciliarse con él. «Y ahí sigo, aprendiendo a respirar de forma invisible», llegará a confesar. Tal vez sea esta invisibilidad la que ha presidido buena parte de su educación sentimental, en la que la familia, a juzgar por los retazos que se nos ofrecen, forma la esencia más potente. ¿Ha desaparecido la familia, aquella en la que habitó durante la infancia y juventud? No es posible que desaparezca, y no lo hará mientras ella pueda revivir los momentos que otros darían por desaparecidos. De hecho, en algún momento de la lectura al lector se le aparece la idea de que este tipo de libros es un diálogo entre dos momentos: el que aparece representado en la fotografía y aquel desde el que el narrador nos habla. Lo que resulta ensordecedor es el silencio que caracteriza todo el tiempo que media entre uno y otro, ese que lleva a pensar qué hemos cultivado de aquello que sembramos en los primeros años de vida.

Así pues, la vida se asemeja demasiado a una elipsis. Y eso puede dar vértigo o contribuir a trastornos de ansiedad. A no ser que encontremos en la memoria un fundamento por el que merezca la pena seguir respirando: ese que nos llena de optimismo, de una dosis suficiente de alegría, al considerar que no se trata solo de recobrar el tiempo, sino de hablar sobre la posibilidad de que esos momentos de luz vuelvan a producirse para uno y, además, se estén reproduciendo constantemente, ahora mismo, en las vidas de los demás. Ese anhelo, esa intención, es lo que impulsa a este libro para que pasemos a considerar que merece la pena su lectura.


Fuente: Zenda

martes, 6 de mayo de 2025

ROMPECABEZAS

 

Rompecabezas

Borja Goyenechea

Personaje Secundario

Lima, 2025

134 páginas



 

Escribir es un acto solitario, lo cual no deja de ser una rara elección, porque acostumbramos a considerar a la soledad como un destino maldito. Pero lo cierto es que los impulsos que llevan a escribir no podrían resolverse con ningún otro acto, con una reacción común, con algo más compartido. Puede que estemos intentando poner las ideas en orden, al igual que en el diálogo socrático, o puede que estemos tratando de cerrar heridas, como en el psicoanálisis, pero si en ambos casos precisamos de un interlocutor, que es un espejo, en el proceso de escritura no: ahí lo más conveniente es la soledad. Lo que sí supone compartir es el hecho de publicar. Pero escribir, lo que supone escribir, es un acto solitario que responde y trata de resolver algo de lo que hemos vivido. O tal vez todo lo que hemos vivido.

Ahora bien, ¿cómo selecciona uno lo que ha vivido, lo más significativo de lo que ha vivido, para transformarlo en algo así como memoria pública? Borja Goyenechea (Lima, 1999) es un joven talento de quien ya pudimos leer algún libro anterior —El francés y otros relatos, editorial Kalathos— que ahora afronta el reto de explicar, a través de varias narraciones, que vivir supone ir superando escollos, ir retirando barreras, ir barriendo cenizas. Vivir es un rompecabezas. De ahí que esta sucesión de narraciones, que tienen la forma de un conjunto de relatos, sea, en realidad, una novela. La misma voz nos va a contar varios episodios, de salto en salto, de la vida de un niño que se transforma en adolescente, desde su punto de vista. Cada episodio podría corresponderse a una etapa en el arte de madurar, porque de lo que nos habla es de la importancia de saber entender que lo que nos suceda no tiene otro fin que el de ir dando forma a lo que somos.

A lo que puede ayudarnos un texto como el de Goyenechea es a recuperar la certeza de que la vida es conflicto, es ambigüedad e incertidumbre. Debemos abandonar la enloquecedora idea de que todo tiene solución, cuando lo que nos parte el alma no tiene ninguna. En realidad, todos esos episodios tan complicados que nos va tocando vivir sirven para afilar el sentido de la justicia o las armas del arte. A ese fin parece estar consagrando nuestro autor su literatura.

MARIMONDA

 

Marimonda

Mario Escobar Velásquez

Muñeca infinita

Madrid, 2025

155 páginas

 



Penetrar en la selva supone brincar sin saber lo que uno va a encontrarse cuando regrese al suelo. Allí hay de todo, hay depredadores y depredados, y un suelo que no es el más firme que podemos encontrarnos. La mejor forma que podemos sugerir para recorrer la selva, al menos para recorrerla con afán de describirla, es el paseo del mono, por las ramas, huyendo y encontrándose constantemente con sus congéneres, con sus depredadores y con su sustento. Podría ser un juego, sí, pero también puede que se trate de supervivencia. Esa es la estrategia que elige Mario Escobar Velásquez (Támesis, 1928 – Medellín, 2007) en este Marimonda, cuyo título ya nos da indicios acerca del tono que va a tener la obra. Estamos hablando de marimondas, de monos araña, esos con brazos infinitos, esos con gestos que no dejan de remitirnos a los de los humanos.

Estamos en territorio hostil, ese en el que los humanos no pueden habitar en las condiciones en que se desarrolla la civilización. Tal vez cabrían pequeños grupos étnicos, pero civilizar es implantar un tipo de colonización que nada tiene que ver con la convivencia con la naturaleza. Y así sucederá que de todos los encuentros que sufrirá nuestro marimonda, el definitivo será con la condición humana. De hecho, la novela trazará un salto que nos remite a las teorías de la evolución, cambiando poco a poco el punto de vista, del marimonda al humano, en el tercio final de la obra. Se refleja, claramente, la reivindicación de la naturaleza y el deseo de otra manera de entenderla, que sea más antropomórfica, para que seamos, a nuestra vez, capaces de mayor respeto. Pero todo esto está reflejado en una escritura meditada, tanto como para dar la sensación, por momentos, de ser automática: como si el autor no supiera qué va a deparar la frase siguiente, como si las asociaciones volaran con libertad. Esa es la sensación que Escobar Velásquez pretende transmitir. Y es que en la selva no hay nada programado. Lo comenta Juan Cárdenas en el epílogo: «Escobar piensa narrando y, gracias a una técnica que combina el estilo libre indirecto con los saltos de perspectivas, consigue crear un relato magistralmente tensado». Esa tensión se basa en la creación intuitiva de paradojas, como la del divertimento que convive con la supervivencia, antes mencionada. Es un planteamiento atractivo, que en este mundo de discursos maniqueos recibimos como el aire que entra por una ventana recién abierta en un edificio que lleva años cerrado.

miércoles, 30 de abril de 2025

ILUMINADA

 

Iluminada

Lidia Yuknavitch

Traducción de Sarai Herrera y Sergio Chesán

Horror Vacui

Madrid, 2025

300 páginas

 

 


En los castillos y palacios antiguos solía haber un pasadizo secreto por el que el rey o el conde escapaban a caballo, hacia el espacio abierto, en caso de crisis. Ese pasadizo puede se puede hacer universal y servir a casi todas las causas, si en lugar de estar excavado, bajo suelo, se halla entre las moléculas del agua. Allí es donde lo encuentra Laisvé, la niña protagonista de Iluminada, la última obra de Lidia Yuknavitch (1963) en llegar a nuestras librerías. Estamos, de nuevo, frente a una novela de impacto, en la que el lector encontrará una experiencia casi opuesta a la lectura fácil de los éxitos comerciales. De hecho, Yuknavitch parece empeñada en demostrarnos que uno de los mejores valores literarios que se pueden explotar es la incomodidad. Y debemos aclarar que nuestra pretensión es que este sea un comentario elogioso.

De entrada, se nos muestra un plante distópico en el que una estatua arquitectónica, que se asemeja a la Estatua de la Libertad, se halla bajo las aguas. La construcción de la misma, con obreros llenos de sudor y desdichas, y el sentido alegórico de su final bajo las aguas, por culpa de la subida de los océanos, nos presentan las principales intenciones de la autora: hablar de los perdedores y del sufrimiento, de la tiranía de las pirámides sociales, de la lucha, preciosa e imprescindible, y posiblemente inane, por algo que, a falta de un término menos ambiguo y manipulado, llamaremos libertad. Laisvé viajará desde el futuro distópico hasta varios momentos del pasado para visitar a distintas personas —un escultor, una mujer del mundo de los perdedores, un asesino, unos obreros, la hija de un dictador—, cuyas conexiones no son evidentes, aunque uno va sospechando que algo debe estar modificando el futuro, el presente de Laisvé, estos desplazamientos. Y es que Laisvé tiene, como los personajes que va conociendo, un pasado que debería explicar quién es o quién va a ser: su madre falleció ahogada, en el océano, durante el viaje de inmigración de la familia a bordo de un barco. La misma agua con que nos bautizamos será el agua que servirá de sepulcro, el agua que da y quita vida, los dos extremos del viaje.

Al mismo tiempo, los detalles de fantasía propios de literatura juvenil, y Laisvé tiene alrededor de los doce años, están presentes a través de los animales que hablan, como la sabia tortuga, una leyenda, y de animales que sirven de contraste con los humanos, pues ellos al carecer de civilización carecen, también, de destrucción: «Es más fácil pensar en sí misma como una niña de alguna fábula oceánica que vivir presa del miedo infinito que su padre había creado para ella». Miedo, amor: los límites del gótico. Que en el caso de Yuknavitch se combina con unas formas que rozan el expresionismo: «Necesitamos una nueva historia de la libertad que comience con el cuerpo de una mujer sin hijos ni el deseo cíclope del pene masculino entrando o saliendo de su agujero. Necesitamos una regeneración a escala colosal. Un hombre-mujer».

En realidad, lo que explica a través de estos relatos en los que solo se nos muestran algunas de las caras del poliedro, son las consecuencias de las carencias afectivas, por qué somos seres incompletos, qué es lo que destruye cuerpos y almas, eso que se encuentra en la infancia: «En una ciudad próspera, los niños son objetivos perfectos. Tanto para los capitalistas como para los secuestradores, esclavistas y sociópatas», o «Cuando un chaval así comienza a ver que el futuro no tiene nada que ofrecerle, se llena de ira, de cualquier cosa que le haga sentir que existe». Y, sin duda, el odio nos hace ser conscientes de que estamos vivos, mientras actúa de ansiolítico. Claro que al odio muchas veces le acompañan esas bajas pasiones que con frecuencia se vinculan al sexo o a la sangre. Pero no es la mejor idea esconder nada de esto. De ahí que estas, sobre las que hemos ido hablando, sean las caras del poliedro que Yuknavitch elige mostrar, a veces dando voz a los propios protagonistas. A lo que no debemos temer nosotros es a afrontar esta lectura.


Fuente: Zenda

viernes, 25 de abril de 2025

LA CASA DE VERANO

 

La casa de verano

Masashi Matsuie

Traducción de Lourdes Porta

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

380 páginas



 

Una de las características de la arquitectura como forma de arte, es que diseña lugares donde alojarse. Tal vez la mejor aspiración de un arquitecto sea la de transformar ese alojarse por un sincero y emotivo quedarse a vivir. Este es un punto en común que la arquitectura tiene, sorprendentemente, con la narrativa: a muchos nos hubiera gustado quedarnos a vivir dentro de alguna de las mejores películas que hemos visto, dentro de algunos de los mejores cómics que hemos leído o dentro de algunas de las novelas buenas en las que hemos estado durante unas pocas horas. Y cuando hablamos de novelas buenas, utilizamos el adjetivo en el mismo sentido en que lo haríamos para referirnos a personas buenas. Este espíritu es el que recorre la novela de Masashi Matsuie (Tokio, 1958), una obra en la que no parece ir sucediendo gran cosa, en la que la trama es muy leve, en la que la intensidad no es para nada eléctrica. Pero a cambio nos ofrece una serie de lecciones, distribuidas por sus distintos niveles de lectura, que merece la pena seguir.

La historia la cuenta un arquitecto recién licenciado, ubicándonos así en una etapa de aprendizaje vital para todos nosotros: es hora de salir al mundo y enfrentarse a los miedos, es hora de hacerse mayor. El narrador posee una sensibilidad que se expresa de forma discreta, tan discreta como es la personalidad del arquitecto dueño del estudio, lo cual no deja de ser la expresión de un deseo, hablándonos de cómo saber estar en el mundo sin tener que recurrir al mindfulness. Hay que saber percibir antes de ponerse a crear, ni siquiera a crear opiniones. El grupo que conforma el estudio se retira en verano a una casa donde, en este caso, comienzan a llevar a cabo un proyecto para un concurso. Esto nos lleva a mostrarnos por un lado la convivencia entre ellos, en la que puede haber diferencias, pero no roces. Y por otro la importancia que tiene este proyecto, que no por casualidad será el diseño de una biblioteca. Es posible que en algún momento pasemos a considerar que la novela se detiene, porque nos detenemos en instantes de la convivencia en que no parece avanzar la acción, pero será la serenidad lo que se imponga, y mostrarnos que se puede ser sereno mientras se exponen pareceres y se llega a acuerdos sigue siendo una muestra de bondad. A lo que cabe añadir que esa misma serenidad es la que desean transmitir todos ellos, con sus diferentes recursos, durante la elaboración del proyecto, porque una biblioteca debe mantener esa cualidad por encima de las demás.

Por otra parte, está la sensibilidad que da el entorno que dan los detalles: desde los cerezos hasta las puntas de los lápices. El arquitecto, una figura que nos intriga sin molestarnos, sigue los dictados de quienes quisieron tomar a la naturaleza por maestro, como Frank Lloyd Wright. «Aquí arriba no hay dolor», sostuvo John Muir desde lo alto de la montaña. Como si el dolor lo hubiéramos ideado y construido nosotros, y nuestros protagonistas estuvieran convencidos de que, de igual modo, podemos idear y construir sus antídotos.

La casa de verano no es una obra idónea para lectores de thrillers, aunque debería serlo, pues de su lectura uno sale bien parado, convencido de que ser una buena persona es todavía posible.

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jueves, 24 de abril de 2025

EN BUSCA DE NUNCAJAMÁS

 

En busca de Nuncajamás

Josep M. Colomer

Anagrama

Barcelona, 2025

383 páginas

 



Este pesimismo programado que nos inunda parece haber sido diseñado con las mismas fibras con que se diseñó esa tortura en la que se desnuda al reo, que terminará por declarar cualquier cosa a cambio de unos calzoncillos. Hay que bajarles las defensas a la gente para que cante lo que alguien con más poder que uno desea escuchar. Lo que vendrá a continuación solo puede ser una condena, que uno dará por buena con tal de salir de la tortura, es decir, del pesimismo. Traducido a un lenguaje de la calle, uno se puede dar por contento si en el trabajo no le echan a la calle. El asunto es como se ha ido cocinando todo esto, cuál es la especialidad gastronómica que se ha impuesto para llegar hasta aquí.

Cuando llegan estas crónicas de Josep M. Colomer uno las lee confiando en encontrar algún tipo de respuesta, al menos una parte de los ingredientes y, dado que se le podría calificar como un testigo político de excepción, parte de la receta. En busca de Nuncajamás es un resumen vital, porque la vida de Colomer ha estado enfocada en la política que mira hacia esa vertiente más institucional. Ahí están sus publicaciones sobre el sentido de la democracia, la transición o el significado del voto, entre otros asuntos que tienen que ver con la ciencia política. Comenzará, como se corresponde a cualquier libro de memorias, con la infancia y los años de formación, siempre teniendo en cuenta la época vivida en la que no se esconden los años de plomo, e irá recorriendo tanto su trayectoria profesional, intelectual, como medio planeta, por el que Colomer ha llevado su trabajo: Europa en los años del cambio tras la caída del muro de Berlín, Estados Unidos y su contexto, los países con regímenes autárquicos, algunos lugares que se merecen una mejor inversión en desarrollo.

Sus diagnósticos quedarán bastante explicados a través de su mirada, la propia de un profesor que habla a los adultos. En realidad, esas mismas épocas y esos mismos lugares merecen ser considerados también desde otros puntos de vista, de los que se suelen encargar cronistas centrados en otros estratos sociales o incluso los novelistas. Pero no es la intención de Colomer hablar tanto de la gente y del dolor o el bienestar de la gente, como de los impulsos de gestión y gobierno, que han sido siempre su especialidad. No se centra tanto en las consecuencias como en los movimientos y pulsiones políticos que parece, con frecuencia, no estar pensados para pisar la calle. En ese sentido, el libro resulta muy revelador y nos satisface al permitirnos enterarnos sobre otros mecanismos, en los que nosotros podremos ser dientes de una rueda dentada, o reos de un pesimismo que él nos ayuda a combatir, al desvelarnos los fundamentos de los juegos de tronos.

miércoles, 23 de abril de 2025

VE Y DILO EN LA MONTAÑA

 

Ve y dilo en la montaña

James Baldwin

Traducción de Ismael Attrache

Sexto Piso

Madrid, 2025

254 páginas


 


A principios de la década de los cincuenta, un muchacho de menos de treinta años se cuestionaba todo lo que había vivido y, lo que es más significativo, era capaz de llevarlo por escrito a un editor para que lo hiciera público. Esto no tendría nada de valiente de no ser porque lo que había vivido era, daba por supuesto la sociedad, los beneficios de la vida condicionada por la religión. Pero esa religión que atravesó la infancia y adolescencia de James Baldwin (Nueva York, 1924 – Saint-Paul-de-Vence, 1987) estaba hecha de la misma materia que el miedo. Lo que sucede es que el reino que promulga la religión puede no ser de este mundo, pero la religión sí lo es, y el miedo se ha ido convirtiendo en la emoción que lo mueve. Las glorias de la eternidad, nos dirá en algún momento el narrador, son inimaginables, pero la ciudad es real.

La novela que tenemos entre manos, Ve y dilo en la montaña, se sustenta sobre la voz de un narrador que nos habla de lo que rodea a la adolescencia del protagonista asfixiando. Nuestro adolescente es un mar de dudas que habita en unas calles marginales de Harlem, en una Nueva York racista. Se supone que el ambiente religioso podría servirle de sostén, podría poner suelo bajo los pies, pero forma parte del fracaso de la atmósfera, en la que se reproducen, de manera congestiva, una y otra vez las ideas de perdón, pecado, justicia de Dios y expiación más propias de una creencia castrante que de una religión que fomente el amor. Y quienes habitan en ese ambiente se comportan más como forofos de esa religión, de un Dios incontestable, que como devotos que al mismo tiempo atienden a lo que se supone que nos da la vida: bañarse en el mar, acariciar al perro, comer uvas o pasear de la mano de la persona amada. La única salvación posible vendrá a través del acto más inequívocamente religioso que existe, que es rezar. «Creían que el látigo los salvaría», escribe Baldwin en algún momento. De este modo, con lo que se enfrentan es con la locura, con la paranoia, con la densidad de la opresión.

La novela es una denuncia, en la que está muy presente la institución que tan unida ha ido, a lo largo de la historia, con las religiones que acotan, que es la familia. En un barrio habitado por perdedores, por humillados y ofendidos, el padre está convencido de que la única forma de sacar adelante una familia religiosa es convirtiéndose en un energúmeno. Así, todo lo que vendrá tendrá que ser interpretado bajo premisas estrictas, consignas, y se van estableciendo unas relaciones familiares en las que el caos que provoca el miedo se impone, en las que el peso del matrimonio se condensa. De ahí que Baldwin elija que buena parte de la novela deba suceder dentro de la cabeza de sus personajes. Conviene atender a las evoluciones de sus pensamientos, a las intensidades de sus emociones. Los acontecimientos que relata no son tantos, pero sí merece la pena detenerse en los retratos de los interiores de los protagonistas. Es fácil sospechar que Baldwin se plantea esta obra con intención de saldar deudas. Pero la literatura no es tan cauterizante como damos por supuesto. Baldwin comienza aquí su obra, que no cesará de tener la intención de colocar todo en su sitio a partir de las denuncias, siempre consciente de que los humillados y ofendidos son las personas por las que merece la pena apostar, son quienes merecen vivir una vida diferente a la que él retrata, en la que está tan presente la represión como el deseo.


Fuente: Zenda

lunes, 21 de abril de 2025

LARVAS

 

Larvas

Tamara Silva Bernaschina

Páginas de espuma

Madrid, 2025

101 páginas



 

Siempre habrá tiempo para entonar el canto melancólico: «Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa». Mientras tanto, no nos queda más remedio que seguir naciendo. En ello estamos. Cuando uno ya está plenamente de cuerpo presente en este mundo y vuelve a nacer, es porque ha pasado por el proceso de la crisálida. Antes de ser crisálida, somos larvas, seres con potencial, con autonomía, pero todavía sin formar. Es posible que ahí esté la pequeña sabiduría de Tamara Silva Bernaschina (Minas-Uruguay, 2000) en la escritura de este libro de relatos: darse cuenta de que nadie acaba de estar formado, completo, de que hay que renacer y que renacer es algo que supone mucho esfuerzo. De hecho, no lo consigue casi nadie.

El motivo por el que no terminamos de fraguar ese acto tan necesario es el mismo por el que se mueve casi todo en este planeta humano: el miedo. Silva Bernaschina lo sabe, y nos va dejando en el paladar, a medida que leemos, la sensación de que ese es el sustrato de la obra. Hay un miedo esencial, un miedo vital. Porque el miedo no es nada concreto, pero sí se relaciona con algunas otras emociones primarias, que no tienen porque ser agradables, claro está: «Porque las cicatrices dan asco. Y el asco es algo que se aprende temprano». De hecho, se aprende demasiado pronto, tanto como para que dé miedo traer a nuevas criaturas al mundo.

«—¿Y las yeguas son las que huelen?

»—La muerta, sí.»

Estamos frente a un libro de relatos escritos visceralmente, que pretende transmitir más sensaciones que impresionar por otros recursos. El planteamiento puede resultar sencillo, pero lograrlo no lo es tanto. Se recurre a la frase corta, a la que ya reconocemos como propia de la descripción de seres feos, de deformaciones y de condenas. Las relaciones entre personajes son de carácter inmediato y su vida se reduce a un solipsismo emocional. Uno se va preguntando si quienes habitan en el mundo que nos muestra la autora podrán algún día formarse, salir de su condición de larvas. Porque, en realidad, nosotros no querríamos vivir en ese mundo, y no sabemos bien si los seres que Silva Bernaschina crea se avienen a él porque no les queda más remedio o si ni siquiera se dan cuenta de que no les queda más remedio que vivir en él.

EGOCENTRISMOS

 

Egocentrismos

José María Conget

Renacimiento

Sevilla, 2025

170 páginas



 

Uno no deja de crear y elaborar sus propias leyendas a medida que va creciendo. De hecho, dichas leyendas, tan personales, tan queridas, no hacen sino incrementar su presencia en la memoria, es decir, devenir más y más grandes a medida que envejecemos. No podemos dejar de querer aquello que forma parte de lo mejor de lo que hemos sido, de lo mejor de lo que hemos vivido. Estamos trenzados a base de las figuras que pusieron imágenes a nuestra educación sentimental, que es lo que más importa y que es tan aéreo que resulta imposible relatarla. Por eso tenemos que contar, cuando hablamos de nuestro pasado, todo lo que seguimos queriendo a John Wayne, por ejemplo.

Así, con estos mimbres, siendo bien consciente de ellos, José María Conget (Zaragoza, 1948) ha ido escribiendo los artículos que componen este Egocentrismos. Ser egocéntrico supone considerarse a uno mismo el ombligo del mundo, pero Conget transforma ese asunto en algo que compartir: no le queda más remedio que ser el protagonista de su propia vida y lo que nos está diciendo es que este mismo repaso, tan personal, lo podríamos hacer cada uno de nosotros. En realidad, lo que importa es la satisfacción. Lo que importa es el tono, darse cuenta de que no somos tragedia ni hemos formado parte de ningún drama. Muy al contrario: la reconciliación con lo que nos ha ido configurando supone afrontar los recuerdos con el humor propio de una sonrisa, no con el de la carcajada. Conget nos explica que uno debe ser fiel a sí mismo y a lo que ha conquistado su humor a lo largo de los años. No duda en usar el oxímoron ‘place culpable’ para aclarar que aquello que nos da tanta satisfacción, de lo que sentíamos cierta vergüenza, tanta como para que nos costara confesarlo, es lo que tenemos que seguir queriendo. Fuera máscaras: somos lo que somos.

Egocentrismos es una prospección sincera y emotiva, en la que nos cuenta que la felicidad es algo sencillo. Hay algo de elegíaco, sí, como en todo lo que nos habla de un pasado que jamás regresa. Pero lo que importa, lo que valora, es la amistad, aunque para ello tenga que humanizar todo lo que ha pasado por su vida. Y la amistad, debemos recordar, es la única forma de amor para la que no hemos construido ninguna institución. De ahí que sea tan importante en nuestra educación sentimental.

martes, 15 de abril de 2025

CON EL AGUA AL CUELLO

 

Con el agua al cuello

Hibai Arbide Aza

Capitán Swing

Madrid, 2025

318 páginas


 


Lo que aturde es el sadismo. Hibai Arbide Aza (Leioa, 1979) escribe este libro, Con el agua al cuello, para denunciar la violencia, pero lo que nos va dejando sin aliento es que solo cabe atribuir al sadismo que exista en tal grado. Arbide Aza nos traslada al mar que queda entre Turquía y Grecia, y sobre todo a la isla de Lesbos, y al fenómeno migratorio que ha tenido lugar allí durante la última década. Miles de personas se han embarcado en condiciones miserables buscando una vida que si no puede ser digna, al menos que sea decente. La experiencia que supone leer esta obra, digámoslo antes que nada, es durísima. En buena medida, uno se va dando cuenta de lo violento que puede resultar denunciar la violencia. A no ser que uno se permita llorar y luego muestre respeto, mucho respeto, por quienes se lo merecen. Porque el sadismo con que ciertas personas tratan a los humillados, a los desfavorecidos, no se merece ningún respeto. Tal vez sí diplomacia, pero no respeto.

Leer Con el agua al cuello nos devuelve la pregunta acerca de qué sería de nosotros sin estos reporteros que se atreven a llegar a los lugares donde nuestro miedo no nos permite acudir. Arbide Aza ha acudido con frecuencia a la llamada de los desfavorecidos en esas aguas, a los campos de refugiados instalados en las islas, al encuentro con activistas y voluntarios, a recoger testimonios, todo un trabajo de años que aquí va unificando sin dejar de atender a algunos de los motivos por los que a estas personas, que padecen el resultado de la guerra, se ven maltratados. Hemos utilizado la palabra guerra y no de forma gratuita: lo que nos va exponiendo no cabe dentro del concepto crisis, ni siquiera el de opresión, solo cabe calificarlo como guerra: impulsos que brotan de dentro de hombres y que arrojan en masa a otras personas a sufrimientos inimaginables. Esta situación, cuyo detonante sitúa en el año 2015, no ha cesado de ir a peor. La legislación europea, las iniciativas de las administraciones, el juego sucio que vuelve a catalogarse como fascista, la criminalización social (que llega a extenderse a los voluntarios), son todas formas de maltrato, por utilizar un eufemismo. La impresión que va dando es que a medida que pasa el tiempo, solo resisten los enemigos. ¿Pero son enemigos de quién? Porque el libro nos habla de todo lo contrario a los privilegiados. ¿Cuál es el antónimo de privilegiado? ¿Desafortunados? Demasiado suave.

La pregunta que va generándose en el ánimo del lector es qué ven los criminales cuando miran a las personas que llegan en embarcaciones al borde de la muerte. Para poder ejercer esa violencia, que siguiendo al autor de nuevo calificaremos de fascista, uno debe comenzar por ignorar muy profundamente que se trata de seres humanos. A lo mejor la respuesta vuelve a estar en las leyendas clásicas: si no son elfos, son orcos. Algo que a su vez convierte en orco a quien se orienta por este principio y decide tomar la justicia por su mano. A medida que avanzamos en la lectura del libro, la violencia se vuelve más intensa y más complicada de explicar. Uno no llega a comprender cómo es posible que esto esté sucediendo aquí, en la frontera de Europa. Aunque el propio autor nos va aclarando que frontera implica violencia y que violencia implica militarización, e incluso paramilitarización. Lo que pretende y consigue Arbide Aza es completar la información que con frecuencia nos llega a través de agencias, en titulares y atendiendo a términos más propios de la política institucional. Porque nos lleva a lo humano, nos coloca junto a las personas, nos induce a la empatía, e incluso a la compasión. Es la carga de humanidad con la que se elabora esta crónica lo que la convierte en un libro necesario.


Fuente: Zenda

domingo, 13 de abril de 2025

SOY SENSIBLE

 

Soy sensible

Anna Romeu

Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera

Alba

Barcelona, 2025

177 páginas

 



Que la felicidad sea un concepto muy difícil de explicar, pero una sensación muy clara, lo demuestra el recuerdo que tenemos de aquel paseo que nos dimos de niños, en pleno verano y en bicicleta, junto al grupo de amigos con el que nos bañábamos en las pozas que formaba el río. Atrás quedaba la autoridad implacable de los padres, encerrada en casa, y la del colegio, apagada tras finalizar el mes de junio. Aunque si uno se pone hoy a razonar, se plantea si esa misma felicidad era la que sentían los demás niños, que hoy son probos funcionarios o regentan una tienda de moda. Cuando hablas con ellos, no parece que les brille el mismo destello de vino blanco en los ojos que a ti te aparece a la hora de recordar el sol batiendo contra el agua de la poza, en la que nadaban los zapateros. Todos somos sensibles, como lo demuestra que todos seamos capaces de echar de menos, pero no todos lo somos de idéntica manera. Pertenecer al grupo de la gente con alta sensibilidad, a ese veinte por ciento de la población, te permite emitir más luz, pero también sentir que la nostalgia llega a acribillar. Aprender a vivir con esa cualidad no es sencillo y no estaría de más que nos propusiéramos divulgar cómo conseguirlo.

Hasta la fecha en España no se había publicado mucho sobre el tema, y obras como Vivir con alta sensibilidad, de Antje Sabine Naegeli, era una voz en el desierto. Hoy la psicóloga Anna Romeu (Villafranca de Penedés, 1972) une sus esfuerzos a esta buena causa, y nos entrega este volumen, sensato, divulgativo, en el que se resume el mundo de las personas con alta sensibilidad. La propia autora se encuentra entre las personas con alta sensibilidad, y ella misma ha tenido que aprender a conocerse, y conocerse a uno mismo supone mejorar las posibilidades de convivencia. La obra comienza definiendo qué es sensibilidad y abriendo una puerta a este territorio, sin considerar, en ningún momento, que se trate de nada semejante a una patología. Aunque lo más importante vendrá a continuación, cuando irá dando pautas sobre estrategias para afrontar el día a día si eres una persona con alta sensibilidad, porque ahí fuera llueven ladrillos de canto y vuelan los cuchillos. En ese sentido, Soy sensible ejerce como manual, aunque propone, eso sí, mantener una postura terapéutica a lo largo de toda una vida, dado que la hipersensibilidad no es algo que pueda quedar atrás. Finalmente, terminará hablando sobre la educación de los niños con alta sensibilidad, de la que uno concluye que debería educarse a todos como si fueran altamente sensibles, y sobre la adaptación al entorno laboral de estas personas.

El autoconocimiento, la gestión emocional, los patrones sociales, las estrategias de compensación, fomentar la autoestima y otras cuantas facetas, que ella ha ido aprendiendo y poniendo en práctica en su labor como psicóloga, se ponen sobre la mesa para mostrar que una vida digna es posible, aunque sufras más que los demás cuando toque sufrir, y disfrutes más que los otros cuando es el tiempo de la gloria. Romeu acude constantemente a ejemplos de casos que ha tenido en su trabajo, y que han superado los inconvenientes que brotan de vivir en un mundo no pensado para seres sensibles, animando así a las personas con alta sensibilidad, pero también dictando a los demás una advertencia seria: que todos debemos ser siempre delicados y respetuosos. No es la fragilidad lo que caracteriza a las personas altamente sensibles, porque esto puede ser un valor de otros rasgos, ni las considera especiales en grado sumo: Romeu sencillamente llama la atención sobre ese grupo de personas y esa cualidad a la que no hemos estado suficientemente atentos. Y esa, repetimos, es una buena causa.

sábado, 12 de abril de 2025

PROSCRITO Y SALVAJE

 

Proscrito y salvaje

Doug Peacock

Traducción de Elena Pérez San Miguel

Errata Naturae

Madrid, 2025

350 páginas

 



El único acto que define la valentí,a fuera de los tiempos de guerra, es aquel en el que uno intenta rescatar su dignidad disolviendo su vida entre pequeñas cosas verdaderas: la fruta del tiempo, el aire puro de la montaña, la puesta de sol, la noche acribillada de estrellas o ese silencio que permite escuchar ladrar a los perros al otro lado del valle. En este mundo civilizado, uno siente constantemente el arrebato de largarse allí donde pueda encontrar esas pequeñas cosas. Para ello no es preciso sufrir trastorno de estrés postraumático, como padecen los veteranos de la guerra de Vietnam en los relatos que nos llegan de Estados Unidos. Doug Peacock (Michigan, 1942) es uno de ellos, pero sus confesiones no parecen indicar que padezca esa tara psicológica, sino, más bien al contrario, que esa parte de su aprendizaje sentimental contribuyó en buena medida a decidirse a llevar una vida sensata: al aire libre y con frecuencia pegada a los osos.

Hemos utilizado la expresión aire libre, que cobra un sentido muy especial si sustituimos el adjetivo por alguno de sus antónimos: aire esclavo, aire cautivo. Dan ganas de huir a la naturaleza cuando uno se plantea la suerte de aire que respira. Huir no es el verbo adecuado, al menos en el caso de Peacock, que va a la llamada de la naturaleza porque es lo que responde a sus inquietudes, a su mapa genético, a todo aquello con lo que nació. Se nos muestra como un Outsider que necesita constantemente renovarse, descubrir, encontrar lo nuevo: «Todo estaba en transición: los insectos y las plantas, así como el río siempre en movimiento, cambiante. Pensé en mi propio apetito de metamorfosis, en la idea de morir un poco, mudar la vieja piel y dejarlo todo atrás. Remar, como caminar, es una forma de meditación. Desarrollas un trabajo práctico, prestas atención a los detalles y -en el mejor de los casos- sales de ti mismo para volver a mirar hacia dentro».

Nuestro caminante va dando fe, a lo largo de varios episodios, de lo que más mereció la pena en su existencia, o al menos de cara a transmitir las ganas de vivir a los que le lean. Viaja a diversos lugares del planeta y el centro de interés de cada viaje suele ser una especie animal, especialmente algún oso, aunque también entran en juego otras leyendas, como los tigres o los habitantes de las islas Galápagos. A lo largo de los textos se sale muy poco del relato propio de la aventura: no es digresivo ni diletante, es directo, nos comunica como si quisiera que estuviéramos acompañándole. Y es que lo que nos ofrece es justo lo contrario del mundo de las pantallas y las redes sociales, es un planeta que todavía existe y del que solo disfruta quien se atreve a vivir. «Queda mucha tarea por delante: hazla con decencia», nos sugiere, antes de recordar la célebre frase de Walt Whitman: «Resiste mucho, obedece poco».

Peacock representa una forma de ecologismo que ya no es frecuente, pero sigue siendo un modelo. Nosotros le admiramos tanto a él como él admira a las aves y a los grandes mamíferos. En buena medida es un modelo, un guía. Y en esta ruta en la que andamos tan desamparados, no nos vienen nada mal estas voces que nos ayudan a orientarnos en la niebla.

jueves, 10 de abril de 2025

EL DIABLO

 

El diablo

Marina Tsvietáieva

Traducción de Selma Ancira

Acantilado

Barcelona, 2025

68 páginas

 



Hay escritores que han hecho de su obra, y de su vida, un vivir a la contra. La verdad es que este mundo de leguleyos y sacamuelas que se prodigan en tertulias, de farsa social y burocracia hasta en los menús del desayuno, da motivos para protestar. Lo que importa es hacerlo conservando la compostura, con estilo, de manera que la respuesta tenga un magnetismo al que se puede contestar racionalmente, pero no deja de haber creado su atracción. Este es el caso de Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Yelábuga, Tartaristán, 1941), de quien se recupera esta obra breve, El diablo, en la que habitar contra los lugares comunes viene representado por la atracción hacia la figura clásica del mal.

La historia nos presenta una familia bien acomodada, en la que toma la voz una de las hijas, que está rodeada mayormente por otras mujeres. Desde niña, la narradora confiesa su fascinación por el diablo y contra el dios que le han vendido, es decir, contra el hábito de la fe que ha pretendido imponerla. «Dios era para mí – el miedo», nos confía en algún momento. Y es que las religiones cristianas se han pretendido imponer, con demasiada frecuencia, anunciando lluvias de fuego sobre Sodoma y Gomorra. Pero nuestra niña, nuestra joven, ha elaborado, contra esa fórmula castrante, una idea propia del supuesto enemigo, el diablo. La palabra fundamental, aquí, es la de idea. Si el diablo es una idea, entonces será posible idealizar, reelaborarla, hasta transformarla en un ideal. Para ello hasta debe darse cuenta de que el arrepentimiento es una estupidez, un baremo impuesto para conducirnos por un camino. Porque las únicas tinieblas que realmente nos rodean, las que nos condicionan, son las que ella llama mis tinieblas congénitas.

Como cabe imaginar, para darle forma a esta postura, el relato se desenvuelve en lo que podríamos calificar como la ironía que combate los tópicos. La narradora, y seguramente Tsvietáieva a través de ella, expresa que las instituciones tradicionales y la enseñanza tradicional deben ser cuestionadas, y para ello sirve acercarse sin prejuicios a otras figuras, a ser posible las que están en el otro lado de la balanza. En realidad, la narradora está construyendo una religión propia. El problema es que los mimbres que se le han facilitado para poder hacerlo son heredados. Así pues, sólo cabe seguir cuestionándose la propia educación sentimental con estilo, con respeto, y a contracorriente. Esta es una pequeña muestra más de cómo cabe afrontar esta tarea con sensibilidad e inteligencia.