La
casa de verano
Masashi
Matsuie
Traducción
de Lourdes Porta
Libros
del Asteroide
Barcelona,
2025
380
páginas
Una
de las características de la arquitectura como forma de arte, es que diseña
lugares donde alojarse. Tal vez la mejor aspiración de un arquitecto sea la de
transformar ese alojarse por un sincero y emotivo quedarse a vivir.
Este es un punto en común que la arquitectura tiene, sorprendentemente, con la
narrativa: a muchos nos hubiera gustado quedarnos a vivir dentro de alguna de
las mejores películas que hemos visto, dentro de algunos de los mejores cómics
que hemos leído o dentro de algunas de las novelas buenas en las que hemos
estado durante unas pocas horas. Y cuando hablamos de novelas buenas,
utilizamos el adjetivo en el mismo sentido en que lo haríamos para referirnos a
personas buenas. Este espíritu es el que recorre la novela de Masashi Matsuie
(Tokio, 1958), una obra en la que no parece ir sucediendo gran cosa, en la que
la trama es muy leve, en la que la intensidad no es para nada eléctrica. Pero a
cambio nos ofrece una serie de lecciones, distribuidas por sus distintos
niveles de lectura, que merece la pena seguir.
La
historia la cuenta un arquitecto recién licenciado, ubicándonos así en una
etapa de aprendizaje vital para todos nosotros: es hora de salir al mundo y
enfrentarse a los miedos, es hora de hacerse mayor. El narrador posee una
sensibilidad que se expresa de forma discreta, tan discreta como es la
personalidad del arquitecto dueño del estudio, lo cual no deja de ser la
expresión de un deseo, hablándonos de cómo saber estar en el mundo sin tener
que recurrir al mindfulness. Hay que saber percibir antes de ponerse a crear,
ni siquiera a crear opiniones. El grupo que conforma el estudio se retira en
verano a una casa donde, en este caso, comienzan a llevar a cabo un proyecto
para un concurso. Esto nos lleva a mostrarnos por un lado la convivencia entre
ellos, en la que puede haber diferencias, pero no roces. Y por otro la importancia
que tiene este proyecto, que no por casualidad será el diseño de una
biblioteca. Es posible que en algún momento pasemos a considerar que la novela
se detiene, porque nos detenemos en instantes de la convivencia en que no
parece avanzar la acción, pero será la serenidad lo que se imponga, y
mostrarnos que se puede ser sereno mientras se exponen pareceres y se llega a
acuerdos sigue siendo una muestra de bondad. A lo que cabe añadir que esa misma
serenidad es la que desean transmitir todos ellos, con sus diferentes recursos,
durante la elaboración del proyecto, porque una biblioteca debe mantener esa
cualidad por encima de las demás.
Por
otra parte, está la sensibilidad que da el entorno que dan los detalles: desde
los cerezos hasta las puntas de los lápices. El arquitecto, una figura que nos
intriga sin molestarnos, sigue los dictados de quienes quisieron tomar a la
naturaleza por maestro, como Frank Lloyd Wright. «Aquí arriba no hay dolor»,
sostuvo John Muir desde lo alto de la montaña. Como si el dolor lo hubiéramos ideado
y construido nosotros, y nuestros protagonistas estuvieran convencidos de que,
de igual modo, podemos idear y construir sus antídotos.
La
casa de verano no es una obra idónea para lectores de
thrillers, aunque debería serlo, pues de su lectura uno sale bien parado,
convencido de que ser una buena persona es todavía posible.