miércoles, 19 de noviembre de 2025

AMO A RUSIA

 

Amo a Rusia

Elena Kostyuchenko

Traducción de Mildred Nicoltera

Capitán Swing

Madrid, 2025

397 páginas

 



A la hora de la verdad, una crónica no es una revolución. La palabra es imprescindible, pero no detiene guerras, no salva a un país, como confiesa al final de este libro Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, Rusia, 1987). Pero querer cambiar la realidad es síntoma de cordura, algo que este libro destila, y en grandes cantidades, tantas como para impactar. Estamos frente a una de las obras que más van a aturdir este año, una demostración magistral de periodismo, en la que las palabras se relacionan con la resistencia mostrándonos un camino de salida: hay injusticia, a raudales, pero también deseo de cambio. Y será ese deseo, esa contribución al cambio que surge de la palabra, de la expresión, de la divulgación, lo que nos salve, lo que salve al individuo. Sin gente como Kostyuchenko, ¿a qué nos veríamos reducidos los demás? Robot es una palabra checa que significa esclavo o servidumbre, y que creó Karel Čapek para una obra de teatro que se estrenó en 1920. Tal vez no seríamos mucho más que eso, un robot, si no viniera alguien a removernos por dentro.

Amo a Rusia es un compendio de crónicas sobre un país que parece ser una distopía a la vez que una ucronía, en el sentido de que el pasado del país no ha terminado de ser, no ha terminado de construirse. El mosaico no puede ser más demoledor, y Kostyuchenko consigue que funcione de una manera que el lector no puede si no agradecer: la tensión literaria es de tal calado que nos empuja a estar con ella, a vivir con ella aquello de lo que es testigo. El libro desborda más intensidad que muchos documentales que se apoyan, además, en la imagen y el sonido. No hay un solo instante de descanso, un solo párrafo barato. Estamos frente a una autora que no despliega recursos, que no adjetiva, pero no es necesario: el registro directo es un estilo literario y ella lo sabe y lo domina. Lo que necesita para llevar a cabo su cometido es valor. Y lo tiene. Como tiene una energía que es la que nos ayuda a mantenernos concentrados en la lectura: esa energía significa ganas de vivir, de no ser un mero zombi poseído por la voluntad de otro y, al fin y al cabo, ese es nuestro mayor deseo en esta vida, sabernos autónomos, sabernos personas.

La empatía debe funcionar para identificarnos con los perdedores, con quienes no tienen destino porque se les acabó el futuro, pero también alguien se encargó de liquidarles el pasado. Gente que habita entre las ruinas, pobladores de centros de internamiento psiquiátrico, los habitantes de territorios en los que suceden las guerras, derrotados, vencidos, aquellos a los que uno debe saber interrogar con la mirada para encontrar que no todas las células se han rendido y todavía les asoma la dignidad en la respiración. A este mundo hemos venido a ser inconformistas, nos grita Kostyuchenko en cada línea, porque el mundo puede ser mejor. Y la demostración de ello es toda la humanidad que es capaz de rescatar de cada episodio, de cada ilustración del naufragio. Hay violencia, pero hay sentimientos, en este retrato de un país que es, a la vez, el retrato de su autora, de una persona que ha vivido para afuera, para los demás. La guerra atraviesa su biografía como atraviesa la del país, Rusia, al que no puede dejar de amar. Porque está saturada de seres que se merecen esa mano que rescata al que se está ahogando. Y este libro es una demostración, tan feroz como precisa, tan bien hilada como emocionante, de que alguien tiene que utilizar la palabra para que comencemos con esa salvación. Una obra maestra.


Fuente: Zenda

martes, 18 de noviembre de 2025

LA VIDA DE ELLAS

 

La vida de ellas

Tamura Toshiko

Traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe Mateos

Satori

Gijón, 2025

285 páginas

 



En ciertas temporadas, parece que lo que busca el lector es relatos de jóvenes a los que el demonio haya reventado por dentro. Reventar no es lo peor que puede hacerle a uno el demonio. Hay otras formas de consumirse. Si vivir consisten en huir detrás de un sueño, lo peor es darse cuenta de que a uno le quitan el suelo bajo los pies, y en ocasiones caer sin remedio, porque no te diste cuenta de quién era el que te condenaba, merced a que esgrimía una sonrisa. La cortesía es uno de los mejores inventos, excepto cuando la manejan los clientes del mal. Algo de eso se trasluce en estos relatos costumbristas, naturalistas, vivenciales, de Tamura Toshiko (Tokio, 1884 – 1945), en los que a las protagonistas no les resulta fácil vivir, porque en la vida intervienen los demás. Y esos demás incluyen a los que crearon las tradiciones en el pasado, y la tradición, maldita sea, es dogma. Las tragedias pueden ser domésticas.

Toshiko sabe que lo que importa a la hora de crear es ser sensible. La sensibilidad, por su parte, la llevará inevitablemente a una suerte de rebeldía: no cabe aceptar con resignación lo que nos muerde los tobillos. Y en el Japón de principios del siglo XX a las mujeres les mordían demasiado los tobillos las tradiciones familiares, los roles atribuidos. De ahí estos personajes que buscan la libertad en la creación, en el arte, en la literatura, algo que no debería ser dañino para nadie. Pero este conflicto nos llevará a conocer los miedos de estas mujeres, que tiene relación con los vínculos sociales y familiares, con lo institucional y lo más próximo a la piel. Somos seres alienados y la huida a través de la imaginación se nos hace necesaria. Toshiko escribe con delicadeza, sin rencor, sobre asuntos que bien podrían tratarse con recursos de realismo descarnado. Y eso se agradece. No nos expone cómo se revientan las protagonistas bajo el imperio del diablo, sino como se emocionan y luchan, a continuación, contra las termitas que pueden devorarnos.

A juicio de los antiguos griegos, uno de los grandes males que padecemos es la resignación. Esa palabra es la que da título a la narración más extensa de esta recopilación, y no es casualidad. En ese Japón que se nos describe, había pocas promesas para salirse del destino con el que uno parecía haber nacido. Nuestras protagonistas miran hacia esas promesas como el caminante nocturno mira hacia las estrellas. Pero la vida les exige abnegación en su tránsito por este valle de lágrimas. La belleza la ha encontrado la autora, y parece querer compartirla con estas mujeres, que ella crea, que se debaten entre los deberes familiares, la educación tradicional y una nueva vida que saben que debería ser posible forjarse. La palabra clave tal vez sea posible. Algo puede ser improbable, pero no tiene por qué ser imposible si uno sabe que cada uno de sus sueños le pertenece. La resignación nos indica que debemos quedarnos con los sueños como tales. De ser así, seguiríamos en las cavernas. Sacar a la luz y reclamar que tenemos derecho a perseguir los sueños nos ayuda a bregar en un mundo en el que el diablo se presenta como termitas en nuestros huesos. Por eso ha sido tan necesaria la contribución, por pequeña que fuera, de autores como Tamura Toshiko.

 

miércoles, 12 de noviembre de 2025

MI REFUGIO Y MI TORMENTA

 

Mi refugio y mi tormenta

Arundhati Roy

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Alfagura

Barcelona, 2025

424 páginas


 


El título original de este libro, tan valiente como hermoso y duro, es un fragmento de Let it Be, la canción de los Beatles: Mother Mary Comes to Me. El verso es un rezo, pero Arundhati Roy (Shillong, 1959) lo elige para remitirnos, directamente, al impulso que da pie a la obra, que no es otro que la muerte de su madre, de nombre Mary, y la reconciliación con la memoria. Las primeras páginas nos hablarán bien a las claras sobre la necesidad de saldar deudas, de retratar a una madre a la que cabe comprender, porque fue víctima, pero también reprochar, porque fue victimario. Cualquiera que se haya aproximado a un autor que busca cauterizar a través de la literatura, sabrá que ese empeño está condenado al fracaso como estrategia sanadora, pero puede dar pie a algunas de las obras más impactantes que hemos leído. Roy es consciente de ello, pero no se detiene ante la emoción, que es siempre inmediata, ni ante los riesgos de navegar por la memoria, que siempre atañe al pasado, a los miedos y a las alegrías. «Salvar el abismo que separa el legado de amor (…) y las espinas que clavó en mí, como pequeños flotadores en mi torrente sanguíneo», confiesa.

Tras el retrato en que se combinan las espinas, los abismos y lo que nos rescata del hundimiento, Roy se enfrenta a su autobiografía, en la que la lucha y la resiliencia cobran un protagonismo que nos lleva a pensar que nos hallamos frente a alguien que sí, que esta vez sí tiene algo que contar. Parte de unos hechos que nos golpean con tanta dureza que a veces nos pueden llevar incluso a pensar en Mohamed Chukri. Los conflictos no son únicamente sentimentales, como sucede al confrontar sus recuerdos con los sentimientos contradictorios que le provoca hablar de su madre. Ahora los conflictos nos remiten a la supervivencia, una navegación que ella parece haber afrontado con un espíritu en el que el anhelo de libertad, de sinceridad, parece estar destilado en la misma fábrica que la canción de los Beatles. Roy nos recuerda, una y otra vez, que el aprendizaje está vinculado al dolor, pero que no huir del dolor supone que alcanzaremos momentos mágicos, de esos que nos recuerdan que vivir es algo que merece, y mucho, la pena.

A lo largo de la narración, que nos entrega en capítulos breves, de lectura tan sencilla como atractiva, surca siempre el tema de la familia: el padre ausente que termina apareciendo, el hermano querido, la madre que ha impuesto su ley sin dejar de poner en marcha un proyecto social y educativo en Kerala. La madre será, de forma casi inevitable, el registro por el que tome la medida a casi cualquier cosa. Incluido el éxito que termina por llegar con la publicación de El Dios de las pequeñas cosas, una obra que nos vemos casi obligados a revisar tras esta lectura, porque seguro que hallamos claves nuevas, claves que, en este caso, nos remiten a términos de humanidad. En esa humanidad atenderemos a los desengaños, los ideales y a la factura que pasa el no tener más remedio que hacerse a uno mismo. Algo que no se detiene ni siquiera cuando se transforma en una activista, en defensora de los más débiles, de causas que sabemos perdidas. El ideario político y social será el combustible que siga poniendo en marcha su motor, hasta que regresa a la madre, en un final que intenta ser testimonial, pero mantiene su pulso con las emociones: «Estoy tomando un medicamento para la tristeza», dice su madre cuando le recetan un antidepresivo. La idealización, la ingenuidad libre que da el no guardar rencor, unido al buen pulso narrativo, hacen de Mi refugio y mi tristeza una obra maestra del género testimonial: «Hoy, sin embargo, doy gracias por ese regalo de oscuridad. He aprendido a tenerla cerca, a cartografiarla, a tamizar sus sombras, a contemplarla hasta que se me han revelado sus secretos. Y también a resultado ser un camino hacia la libertad».


Fuente: Zenda

viernes, 7 de noviembre de 2025

MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES

 

Más allá de los límites

Kilian Jornet

Now Books

Barcelona, 2025

216 páginas

 



Mientras la mayoría nos preocupamos por los problemas de aparcamiento, o por la posible multa que nos caerá si nos excedemos en los minutos en que hemos aparcado el coche subido a la acera, hay quien se dedica a enviarnos mensajes que contienen la carga de que es posible vivir. Estamos embarcados en una espuma de los días en que aguardamos a que deje de suceder lo que está sucediendo y venga, por fin, la vida. La vida es eso que sucede mientras uno espera a que llegue la vida. A no ser que se apodere de ti la alegría de vivir, que es algo que sucede bailando, pero sólo durante un corto espacio de tiempo, o en la naturaleza, donde el tiempo deja de existir, porque lo que se impone es el momento. Lo que nos lleva enseñando Kilian Jornet debería colgar, en buena medida, el aviso de que no debemos intentarlo en casa, porque los actos son una barbaridad, un portento físico, pero su espíritu debería llegarnos como llamada de atención: todavía es posible hacerse uno dueño de lo que está por venir.

No podemos elegir muchas cosas, demasiadas, que nos van a condicionar, pero tenemos arcilla suficiente entre las manos como para construir lo que sea que nos ayude a ser dueños de nuestros días y nuestras noches. En esta ocasión, Jornet nos lleva a los Alpes, donde realiza uno de esos proyectos que son exclusivos de alguien con sus capacidades físicas y su iniciativa: ascender las 82 cumbres de más de cuatro mil metros en el menor tiempo posible. Lo consigue en 19 días. Una barbaridad. Para ello se vale de su talento y de un material estupendo, pero también de una planificación apropiada, aunque planificar el clima de los Alpes más allá de unas horas es casi imposible. Pero Jornet, y su equipo, sabrán adaptarse. En su relato, comprobaremos los detalles de lo que va haciendo, la descripción de la ruta y la toma de decisiones, pero llama también la atención las apariciones constantes de viejos amigos con los que se reencuentra y emprende parte del proyecto. Como siempre, a pesar de los detalles técnicos y de precisiones físicas, a pesar del desarrollo cartográfico, lo que se impone es la alegría de vivir. Esa es la enseñanza que transmite, con garantías, Jornet, una vez más. En ese sentido es ejemplo, porque uno va leyendo la hazaña y no puede dejar de preguntarse si este muchacho no se lesiona nunca.

Aunque lo que a Jornet termina por preocuparle es el deterioro de la montaña. Él ha vivido en los Alpes, y en su regreso constata lo que está suponiendo para la naturaleza el cambio climático y los destrozos ambientales. En apenas veinte años, se ha perdido gran parte de la riqueza natural. De ahí que este libro también tenga la intención de ser una llamada de atención, un empuje a la acción por una causa que a todos nos afecta: no podremos luchar por la alegría de vivir si no tenemos un mundo sobre el que luchar. Y para ello nos ofrece un libro hermosísimamente editado, en el que la belleza de las imágenes puede sobrecoger por momentos, pero siempre resultará de un magnetismo que nos empujar a querer estar ahí, aunque sea viajando más despacio de lo que lo hace Jornet, pero con la misma satisfacción.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

LA VIDA INTERRUMPIDA

 

La vida interrumpida

Pedro Plaza Salvati

Libros de la Catarata

Madrid, 2025

189 páginas


 


Se conoce como síndrome de Ulises al que padece el inmigrante, con su cuadro de estrés debido al duelo que provocan los kilómetros que le separan de sus raíces y su gente. Los síntomas de este síndrome —anhedonia, ansiedad, irritación— dificultan las opciones de construir una nueva vida, una vida que merezca la pena. En cuanto al síndrome de Estocolmo, todo el mundo sabe en qué consiste, ese que lleva al rehén a identificarse con el captor. Será la extraña ambivalencia que surge de una pequeña combinación de estos dos síndromes la que otorgue especial relevancia a este libro, a la experiencia que Pedro Plaza Salvati en un retorno a su Caracas natal que se prolongará por causas excepcionales.

Nos hallamos en el año 2020, cuando el mundo puso cerrojazo a casi todos los movimientos por culpa de un virus. Plaza Salvati, afincado en Barcelona desde hace año, español por adopción, marcha a Caracas en uno de sus viajes habituales. Su intención es la de apagar la melancolía que poco a poco va cargando en su interior según pasan los días, recorriendo lugares de la infancia, reencontrándose con lo que le fue propio entonces, amortiguando el síndrome de Ulises. Pero las semanas de estancia se verán prorrogadas, a la fuerza, transformándose en un periodo superior al año. Si la ciudad se convierte entonces en una cárcel, y esa cárcel es un lugar del que guarda buenos recuerdos, recorrerla supondrá lidiar un poco con el síndrome de Estocolmo. Pero será, precisamente, esos recorridos los que le anclarán a la realidad, y será la realidad lo que le libre del desconsuelo, de la locura.

Plaza Salvati rompe suelas por todos los caminos de Caracas y nos va presentando lo que ve como si lo registrara de inmediato para el lector. Al mismo tiempo que nos ofrece los cuadros, va exponiendo las reflexiones que le acompañan. El efecto podría ser bastante desolador, por tratarse de una ciudad desnutrida, especialmente desnutrida en una época en la que, en ocasiones, salir a la calle suponía toparse con la distopía, con el mundo yermo. Pero Plaza Salvati escribe y piensa con respeto. En realidad, lo que apodera de él es la extrañeza: «Siento que soy un personaje secundario en una película del futuro». Un personaje no es lo mismo que una persona, una película no es lo mismo que la realidad, y el futuro puede no tener nada que ver con el presente. Desde el inicio, sabemos que estamos frente a un texto personal, y ese efecto se va incrementando a medida que avanzamos en la lectura, porque acompañamos al autor en sus paseos, pero también en su soledad. Al fin y al cabo, en los momentos de crisis estamos solos.

Uno termina por preguntarse si lo que ha leído es una confesión y, por tanto, un autorretrato. Estamos frente a un libro diletante escrito por alguien que, de haberse dado otras circunstancias, podríamos calificar como un flâneur. Al mismo tiempo que le hemos ido conociendo, hemos ido trazando la cartografía del lugar, dibujando un atlas que en lugar de extenderse en el espacio, lo hace en el tiempo. Este atlas se ha ido enriqueciendo, sin querer, a cuenta del Covid: al no poder estar dentro de los recintos, la gente estará en la calle, enriqueciendo los registros del autor, lo que pasará a ser su memoria. Y en esa memoria, la experiencia queda como una gran paradoja, porque nos ha expuesto que se puede estar encerrado en el presente y moviéndose, mientras va reconstruyendo el reflejo de sus raíces dentro de la cabeza y en las emociones. La vida interrumpida puede tratarse de una experiencia muy personal, pero la pregunta que nos haremos, cuestionarnos hacia dónde va todo esto y cómo nos afecta la deriva, es muy universal.


Fuente: Zenda

lunes, 3 de noviembre de 2025

TORMENTA DE POLVO FINO

 

Tormenta de polvo fino

Carlos Fortea

Nota al margen

Madrid, 2025

210 páginas

 



En ocasiones, la historia se convierte en una máquina de picar carne. Para ello no es necesario participar de una gran matanza, estar en el centro de una guerra o un genocidio. La carne que se pica puede ser la propia, pero sin necesidad de perder ningún miembro por el camino. Basta con que la situación por la que uno atraviesa, condicionada por la situación por la que atraviesa el entorno, te destroce por dentro. Vivir no es fácil, pero en ocasiones es una faena terrible, algo casi imposible, nadar en el barro con la nariz apenas asomando lo suficiente como para inhalar el aire con el que sobrevivir. Una de las pocas formas que existen de hacer un aquelarre propio para conjurar a los fantasmas, y comenzar a sospechar que algo hay que rescatar de esos trances, es convertir en narración los sucesos. Lo supieron bien los cineastas del neorrealismo, que nos mostraron que de lo que se trata es de poner sobre la mesa la humanidad de los protagonistas. De eso se trata, de dar sentido a tanta humanidad, de recordar que esos para los que la vida fue tan difícil no podían dejar de intentar vivir.

Cuando el narrador está un poco alejado, pero quiere implicarse con una intensidad casi física, crea una obra bajo la premisa de la pregunta ¿qué es lo que nos construye? Eso sucede en esta Tormenta de polvo fino, de Carlos Fortea (Madrid, 1963), en la que se nos traslada a varios momentos de la historia, en una estructura de acciones paralelas, en los que vivir fue más que difícil: fue un trance crítico. A través de los personajes aprendemos sobre la memoria social y cultural de un país, pero también sobre la humanidad de ellos, sobre su memoria, su educación sentimental, sus deseos, sus flaquezas y sus valores. Porque uno de los grandes méritos de esta novela es la de hacernos partícipes de aquella parte de lo aprendido que es común, pero también irnos indicando que existe lo propio, aquellas cosas que uno va aprendiendo y que son únicas para cada uno de nosotros, para cada uno de los personajes. La intención de todo esto no es tanto la de instruirnos acerca de lo que fue, como la de llamar la atención del lector para indicarnos de dónde venimos. Tenemos derecho a quejarnos cuando alguien nos pisa, pero ha habido etapas muy feas, muy oscuras, por las que navegaron amores y penas. Puede que la historia sea pesada, pesadísima, pero los dramas siempre son del tamaño de los hombres.

Lo que cabe agradecer a Fortea es que a la hora de explicarnos todo esto, es decir, a la hora de traducirlo a palabras, muestre una serenidad que se nos antoja consuelo. Hay que poner voz a quienes obligaron a mantenerse callados, pero no conviene hacerlo con tono de odio, con malestar. Lo que de verdad agradecemos es que alguien se preocupe por indicarnos que, a pesar de todo, podemos estar descansados, que la rebelión no es lo mismo que la ira. Cuando uno anda trabajando entre viejos libros, abriendo viejas páginas, lo que se levanta entre los dedos es una pequeña tormenta de polvo fino. Mientras tanto, ahí, afuera, hay que mantenerse crítico con lo que hacen con el poder quienes lo ostentan. El equilibrio es una tarea complicada de la que Carlos Fortea sale con un saber hacer magistral.

jueves, 30 de octubre de 2025

MUJERES EN GUERRA

 

Mujeres en guerra

Javier Sánchez Zapatero y Sara Velázquez-García (eds.)

Comares

Granada, 2025

187 páginas

 



El deseo de cambiar el mundo, de protagonizar una revolución que mejor el decurso de la humanidad, no ha cesado de ser el impulso para poner en marcha algunas de las grandes conquistas, pero también la intención de mejorar la vida propia y la del entorno más inmediato. No hace falta ser Alejandro Magno, ni Atila, ni uno de los chavales que asaltaron la Bastilla o el Palacio de Invierno, para cambiar un pedazo de mundo y soñar con que ese aleteo de mariposa provocará una tormenta revolucionaria, tal vez a miles de kilómetros pero con efecto boomerang. Los mejores tiempos tienen que estar al llegar y a nosotros se nos exige que no nos quedemos parados aguardando ese momento. Nada va a mejorar en este planeta si vivimos por inercia. Esto parecen haberlo sabido mejor los protagonistas del pasado que la gente de nuestros días, encantada de enchufarse a cualquier serie de cualquier plataforma. Reencontrarnos con ese espíritu de lucha y decencia es parte de la intención de este libro, Mujeres en guerra, subtitulado como Visiones de la contienda española desde el extranjero.

La otra intención es la de recordarnos que durante una guerra no solo existían los que disparaban y, sobre todo, los que ordenaban los disparos. Esta recopilación de artículos conforma un mosaico en el que se presta atención a mujeres extranjeras que han sentido la guerra que tuvo lugar en nuestro país entre 1936 y 1939. La mayoría de ellas vinieron aquí, siguiendo un sentido de la justicia al que nunca es suficiente el volumen que se le concede. A través de la crónica, y en ocasiones de la ficción, expresaron la trascendencia mundial que estaba implicada en la contienda: lo que estaba en juego no era una victoria de poder, sino de modelos de sociedad, en las que ellas veían la opresión y la tiranía frente a una organización que elaborara desde abajo algo que facilitara la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.

Vinieron desde América Latina y desde diversas regiones de Europa, y han sido grandes desconocidas que ahora, por fin, tienen un espacio desde el que podemos saber de ellas. Debemos aclara que los textos tienen una intención académica, algo que no enturbia su atractivo, dado que basta la mera enunciación para que nos sintamos afectados al irlas conociendo. Se llamaban Carmen Lyra, Luisa González, Emilia Prieto, María Luisa Carnelli, Carlota O’Neill, Smone Weil, Ruth Rewald, Percy Phelps, Nan Green, Josephine Herbst, Anita Brenner, Victoria Hislop. Y a partir de estos escritos, que nos dan un sustrato idóneo, uno no puede dejar de sentir la tentación de conocer algo más sobre ellas. Sabemos que son valientes, sabemos que son inquietas, sabemos que no consienten la injusticia, y hasta vamos a aprender algo sobre sus biografías, pero la información que obtenemos nos deja con la sensación de que nos gustaría saber algo más sobre ellas. Aunque solo sea por eso, el trabajo de estos profesores ha merecido la pena.

Lo que más sorprende del volumen es toparnos con un efecto muy emotivo en un trabajo muy académico. Y es que de eso se trata, de ir ampliando el mundo, de dar a conocer lo que ni siquiera habíamos intuido que existiera. Esa es otra forma de revolución, una demostración de que podemos afectar a lo que sucede, aunque sea con movimientos de ala de mariposa, y que esa afectación también supone cambios, mejoras. Bienvenidos sean trabajos como éste.

miércoles, 29 de octubre de 2025

EL GRAN TERREMOTO

 

El gran terremoto

Kathryn Schulz

Traducción de Teresa Bailach Arrate

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

78 páginas

 



La propia Kathryn Schulz (Ohio, 1974) confiesa que su reportaje indujo mucho terror entre los lectores, cuando se publicó en el año 2015 en la revista The New Yorker, un miedo del que dieron buena cuenta quienes lo reseñaron. No es para menos. El gran terremoto habla sobre algo que no ha sucedido, pero que amenaza con que pueda suceder: un movimiento sísmico en el noroeste de Estados Unidos cuyas consecuencias se asemejarían a las del que tuvo lugar en Japón, en el año 2011, conocido por cómo afectó a la central atómica de Fukushima. Este terremoto se ubicaría al norte de la famosa falla de San Andrés, en la zona de subducción de Cascadia, y según las previsiones de la propia Schulz causaría miles de muertos y unos daños materiales inmensos, de los que la región tardaría mucho tiempo en recuperarse. De hecho, buena parte del reportaje se dedica a las consecuencias de la destrucción: cuántas escuelas están en territorio peligroso y cuánto duraría su reconstrucción; cuánta gente se vería afectada por la desaparición de centros médicos que no comenzarían a funcionar hasta años más tarde; los problemas por la destrucción de conductos de agua potable y alcantarillado, puentes, carreteras; qué ocurriría en las casas que surten su energía gracias a las calderas de gas, y así en unos enunciados que podrían extenderse más.

Antes de llegar hasta allí, Schulz pone en marcha el espíritu didáctico que todo buen reportaje debe tener. Nos resume en qué consiste la escala de Richter y la relación entre la potencia de un terremoto y su duración, a partir de ciertos ejemplos, o las diferencias entre una gran ola y la devastadora masa de agua que es un tsunami. Y hasta se vale de un sencillo ejercicio que todos podemos hacer con las manos para explicar cómo funcionan las placas tectónicas y en qué circunstancias de esos movimientos se producen los terremotos. A continuación, nos expone cuáles son las regiones de riesgo y cómo están pobladas, urbanizadas, colonizadas, de una manera en la que no se ha tenido en cuenta el riesgo que supone la zona de subducción de Cascadia. Finalmente, y tras exponer las consecuencias, nos advierte de que lo mejor, en cuanto uno comienza a sentir los efectos de un terremoto, es ponerse a salvo, sin mirar atrás.

No es extraño que este reportaje causara pánico entre los lectores. De hecho, Schulz se vio obligada, un tiempo más tarde, a añadir un segundo artículo, que se incluye en esta edición, en el que refleja los mejores consejos para ponerse a salvo en el caso de que llegara el cataclismo: a quién afectaría el terremoto y el tsunami, cómo protegerse, cómo salir de ahí, o cómo informarse. El conjunto es un libro pequeño, pero de gran potencial, que coloca a Schulz en la categoría de los grandes cronistas de investigación, de gente como Sebastian Junger, por ejemplo, de quien hace poco esta misma editorial recuperó La tormenta perfecta.

Lo que experimenta el lector es miedo, pero se trata del tipo de miedo que, a no ser que habites en la región amenazada, resulta magnético. Schulz no intenta que nos vengamos abajo, que nuestras convicciones o la fe en la humanidad se desvanezca, ni siquiera que comencemos a desconfiar hasta el punto de echar el cerrojo en cuanto entramos en casa. Lo que hace es descubrirnos que el mundo geográfico es mucho más amplio de lo que conocemos, que estamos todavía en periodos de descubrimiento y que en su país pueden volver a producirse desastres como el del monte Santa Helena, que tuvo lugar en 1980. Ser la primera economía mundial no te garantiza estar seguro. La advertencia que debemos hacer al lector es que el miedo que sentimos es algo que, en realidad, ponemos nosotros. Esperamos que no sea impedimento para emprender la lectura de este pequeño gran libro.


Fuente: Zenda

martes, 28 de octubre de 2025

SOÑÁBAMOS UNA ISLA

 

Soñábamos una isla

Roc Casagran

Traducción de Amàlia Medina

Navona

Barcelona, 2025

247 páginas

 



El vacío ha llegado a convertirse en la suprema aspiración de serenidad y belleza. Dentro del vacío no hay nada. Lo imaginamos lleno de aire, como se llena de aire los pulmones, pero lo que nos dictan es que no debería haber ni eso. Nada. Es decir, lo mismo que recordamos que había antes de que naciéramos. Y lo que sucede es que vivir es, por encima de todas las cosas, muy incómodo. Estamos en guerra contra el planeta y el terror se apodera de nosotros cuando vemos una multitud. No hemos dejado de llevarnos todo por delante, desde el día que nos bajamos del árbol y agarramos una rama para atizar a otro mono en el cogote. Pero no solo existen estos grandes desastres, en los que nos sabemos protagonistas y podemos incluso llegar a presumir de ellos. Están, también, esas pequeñas tragedias con las que vamos llenando nuestros días, esas que no suceden mucho más allá de nuestra piel y que la afectan, lo cual no deja de tener su importancia, dado que la piel es el más grande de nuestros órganos. Como aquí no cabe acudir al vacío, lo que hacemos es intentar la reconciliación. Somos memoria, y es ahí donde debe suceder esa reconciliación, que nos dará un poco de serenidad y belleza.

Ese es el fundamento de la voz que nos habla en esta novela, Soñábamos una isla, la de una mujer consciente de estar escribiendo y que ese esfuerzo tenga un fundamento: al otro lado está la persona con la que ha venido compartiendo los días y las noches, a la que pretende hacer llegar el mensaje. La narradora va revisando su vida y va revisando su relación, mientras no deja de preguntarse, sin que la pregunta se forje de forma explícita, si todo esto ha merecido la pena. Pero antes de emprender esa tarea, debe reconciliarse con su madre, pues junto a ese adulto no tuvo una infancia fácil. Para eso se ayuda de islas, lugares alejados, extravagantes, aterradores a la vez que atractivos, que parecen sacados de los libros de Alastair Bonnett. Las islas son utopía y también crónica del desastre. Las islas sirven para expresar el deseo de aventuras, de conocer lo lejano, que es único, porque lo que sucede en esa isla no puede estar sucediendo en ningún otro lugar. Y esos deseos son necesarios, porque nuestras posibles pasiones se nutren de deseos.

La novela, como se puede ir deduciendo, contiene un poco de existencialismo, en una dosis que no aturde y que puede pasar desapercibida. Se trata de esa cuestión, sobre si la vida merece la pena, pero expresara como lo haríamos cualquiera mientras paseamos por la Gran Vía. ¿Cuál es el sentido de la vida? Nos preguntaríamos. Y nos olvidaríamos, como se olvidan los personajes de la obra, de que hay que enamorarse de la vida, y no de su sentido. Eso nos lleva a vernos reflejados en cualquier otra persona, a ver reflejada nuestra relación en cualquier otra relación, y nuestra familia en cualquier otra familia. Mientras tanto, los días no dejan de ir cayendo, de ir sumándose, o restándose, y a lo largo del tiempo nuestra vida no deja de ser como un autobús urbano, al que no dejan de subir personas, de variado pelaje, y de bajarse la gente a la que echaremos de menos. Así va trazándose el itinerario de la mujer que nos habla, que se expresa con cierto costumbrismo para facilitar que cualquiera de nosotros nos sintamos identificados con ella. La cercanía será el principal valor de esta novela.

miércoles, 22 de octubre de 2025

LA PREGUNTA 7

 

La pregunta 7

Richard Flanagan

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

290 páginas



 

Hay más moléculas en una gota de agua que estrellas en el universo. Al menos eso es lo que sostiene la actual ciencia. Dado que estamos hechos en una cantidad significativa de agua, dentro de nosotros guardamos más secretos de los que atribuimos al firmamento. Las constelaciones son formaciones hermosas, sobre todo cuando las contemplamos en una noche de verano acompañados por nuestros mejores amigos, mientras esperamos el paso de un comenta. Pero las moléculas presentan tantos o más misterios, aunque no siempre serán igual de hermosos. Las moléculas están compuestas por átomos y estos pueden ser manipulados, para dar origen a una explosión capaz de acabar con docenas de miles de vidas de un plumazo. Las bombas atómicas, junto con la desigualdad que vigila que haya siempre pobres muriéndose de hambre, son lo peor que el hombre ha creado. Richard Flanagan (Tasmania, 1961) lo sabe, y además ha encontrado un hilo entre su biografía y la biografía de la bomba atómica. Tirará del hilo y desenredará la madeja, que en esta obra, La pregunta 7, maneja con la maestría que ya conocíamos en quien es uno de los mejores novelistas vivos.

La alternancia entre los puntos que hablan de lo más significativo que guarda Flanagan en la memoria y la historia de la bomba atómica, da lugar a un relato muy enérgico, dividido en tramos breves, que se lee con dinamismo y facilidad, pero no deja, en ningún momento, de impresionarnos. Flanagan se remonta a la idea de H.G. Wells en una de sus novelas, que inspiró en un científico la posibilidad de dividir el átomo, y nos habla del genio inglés y su ímpetu vital, en un tipo de vida que nos es difícil reconocernos: se aleja de los lugares comunes entre los que estamos acostumbrados a movernos. Ese origen del engendro se alterna con la biografía de su padre, prisionero en un campo japonés en la época en que caería la bomba de Hiroshima. Entre los avatares de amantes de Wells y Rebecca West y la educación que recibe de un padre sereno, comenzamos a avanzar y nos vamos enamorando de las virtudes del relato, que sólo tienen que ver con la tensión de la escritura. Flanagan pone sobre el tapete lo que supone vivir en lucha y valora, por encima de todo, el respeto. Estamos frente a una lección ética, como se expresa de vez en cuando: «porque, hasta el final de todas las cosas, el sufrimiento de los muertos ilumina a los vivos».

Las confesiones de una educación sentimental han dado lugar a libros geniales, a los que ahora viene a unirse este: «Que la experiencia de estar al lado de un pino huon de trece mil años de edad en el monte Read trasformaba toda la literatura europea en un simple postureo de adolescentes gamberros: simples obras de juventud». De lo que ase trata es de salir a vivir, con acción o contemplación, y esto de la escritura es algo que debe suceder cuando el momento lo imponga: «Escribo este libro que ahora está usted leyendo únicamente como una nota de amor a mis padres y a la isla que es mi hogar, a un mundo que se ha desvanecido». «La experiencia dura solo un momento. Dar sentido a ese momento requiere toda una vida», nos dice. Y nosotros sólo podemos agradecer que nos haya entregado esta obra tan genial, en la que terminamos por reconocer a alguien al que podríamos llamar, sin que esto sea una exageración, maestro.

LOS ALADOS

 

Los alados

Elisabet Riera

Siruela

Madrid, 2025

222 páginas


 


En este ensayo, precioso hasta generar mucha ilusión en el lector, Elisabet Riera (Barcelona, 1973) se plantea girar alrededor de los nexos que unen a la espiritualidad con la poesía. Por momentos, podemos llegar a pensar que se trata esencialmente de lo mismo. Pero para decantar esta idea, se atravesarán bosques que beben de los diccionarios de símbolos, de las mitologías que cobraron vida en casi todos los lugares del planeta, de las religiones y de la ciencia. Se trata de enfrentarse a las verdades, porque existen apellidos diversos para la palabra verdad y esto es lo que nos enriquece: que la verdad no es lo mismo que la certeza, que pueden convivir la verdad poética con la verdad científica, que la diversidad mantiene abierto el diálogo y el aprendizaje. Y de esta esencia, que no cesa de saltar por el libro en cada párrafo, nos habla Riera con mucho cuidado, con mucha delicadeza. De hecho, uno no puede sino terminar por preguntarse cómo puede ser malo un mundo en el que se ha creado todo a lo que aquí se canta: el arte, la lírica y la épica, la narración y, por encima de todo, ese concepto abstracto que tan ligado tenemos a ese elemento concreto que son las alas y que conocemos como libertad.

Hay una figura mitológica a la que recurre Riera con frecuencia, la del adivino ciego Tiresias, que ayuda a la autora a elaborar la confección de este texto, por el que sobrevuela, también, la libertad. Da la sensación de que el plan previo es el de ir arrojando piedras al estanque para comprobar cómo las ondas que produce la última afectan a las que ya navegan por la superficie del agua. Es decir, Riera escribe con mucha libertad, la que le permite ir asociando ideas. Pero para tener en la caja de la memoria todas estas ideas uno debe haber estudiado mucho, haberse preocupado mucho y haber destilado mucho todo aquello por lo que se ha preocupado. Y luego intentar poner en orden un trabajo en el que para hablar de lo humano se recurre a lo divino: «De todo lo que pertenece al cuerpo, son las alas lo que más participa de la divinidad». El ave Fénix, Cupido, los ángeles, las ocas sagradas, los habitantes de los bestiarios, todo lo que afecta a la realidad y a la imaginación, toda creación y todo análisis afectarán a las posibles idas y vueltas que enriquecen este texto. Dentro del texto, efectivamente, no se renunciará a la presencia de las alas que no son físicas, porque Riera sabe que eso que se conoce como alma también necesita alas, necesita libertad: Hacer alma, decía Jung, es la única forma de salvarnos. Y este ensayo nos muestra cómo nutrirnos para ir haciendo alma. De hecho, mostrarnos lo que hemos creado, sin que deteriore nuestro medio ambiente, es una invitación a seguir creando, con respeto, para ir haciendo alma.

Una de las cualidades propias del ser humano, la que tal vez sustituya a las alas de las aves, es la imaginación. Para que esta practique aquello que le es propio, el vuelo, conviene haber llenado de combustible del conocimiento los depósitos. Lo que une a la imaginación y al conocimiento somos nosotros, esa parte artística, o poética o, por qué no, espiritual que nos es propia. Podríamos hablar de un sexto sentido, el que posee Tiresias, que nos demuestra que podemos viajar más allá de los cinco que conocemos. Pero no se trata solo de Tiresias, sino también del creador de Tiresias, que fue un ser humano, alguien con una capacidad sin limites para echar a volar la imaginación y narrar. Hoy Elisabet Riera nos recuerda la importancia de esa estirpe de creadores, y nos lo recuerda de la forma en que mejor cala nada en nuestro imaginario: con la alegría de la belleza.


Fuente: Zenda

sábado, 18 de octubre de 2025

RAÍCES

 

Raíces

Kathleen Dean Moore

Traducción de Elisa Lobato Revilla

Barlin Libros

Valencia, 2025

186 páginas



 

Si uno no puede mejorar el silencio, lo mejor es callarse. ¿Cuál es el mejor silencio dentro del que uno puede convivir? Lo más probable, si se estudian todos los silencios que uno ha conocido, es que concluya que ninguno superará jamás al de la naturaleza, y a ser posible al que se impone durante la aurora en pleno bosque, pleno desierto o pleno océano. Aprender a respetar ese silencio supone darse cuenta de que el mundo es un lugar asombroso al que debemos amar. De esa fuente bebieron autoras que llevan unos años implantados en lo mejor de nuestra emoción, como Annie Dillard, Mary Oliver o Rachel Carson. Estas personas, que a su vez conocieron a autores clásicos como Thoreau o Emerson, llegaron a la conclusión de que la única forma de expresarse sin romper ese silencio será con una escritura poética. En ocasiones fue combativa, como supuso la aparición de Primavera silenciosa, pero ese combate tenía la finalidad de luchar a favor de lo justo, de los seres que no tienen voz. En cualquier caso, nuestros autores sabían que existe un vínculo directo entre el silencio de la naturaleza y la poesía.

Ahora Barlin Libros nos acerca a la obra de Kathleen Dean Moore (Berea, Ohio, 1947) que se une a ellas de un modo que reivindica la naturaleza, pero también al ser humano en contacto con ella, en convivencia con ella. Es importante cuidar de lo que más nos satisface, lo que nos ofrece el mejor de los silencios, pero también tener en cuenta que para aprender a quererlo lo que hay que hacer es vivir allí y prestar atención a lo que se está viviendo. «Quiero que se asomen (mis hijos) a un mundo racional donde el orden les proporcione placer y consuelo, pero también a un mundo improbable, de sonidos prodigiosos y colores extraordinarios, donde siempre exista la posibilidad de encontrar algo raro y muy hermoso, algo que no se halle en los libros». De esta manera relaciona querer y respetar nuestra autora.

El libro se articula a partir de centros de interés, y cada uno de ellos tiene que ver con una experiencia en la naturaleza: un animal, un fenómeno atmosférico, un paraje. Dean Moore no esconde lo que nos puede dar miedo o lo que nos puede resultar difícil, y además aporta el conocimiento de la condición humana a cada reflexión, a cada exposición. El libro está escrito hace más de veinticinco años, en una época sin teléfonos que interrumpieran nuestra concentración y con las redes sociales en uso incipiente. Entonces la atención era algo casi innato, algo que no habíamos matado. Pero eso no invalida el espíritu de este libro. Más bien al contrario: su lectura es un estímulo para apagar pantallas y salir a vivir ahí afuera, para aprender lo que ella va reivindicando: «Nos damos cuenta demasiado tarde de que nunca enseñamos a nuestros alumnos aquello que los patos saben sin saberlo: que “debemos amar la vida antes que el sentido de la vida”». Filósofa y naturalista, Dean Moore va reivindicando el conocimiento a través de la experiencia y lo holístico: «Quienes damos clase en la universidad deberíamos estudiar las conexiones, pero en vez de eso estudiamos las diferencias». Raíces es un tratado sobre la belleza como compendio de ética y estética. Una obra que debería llegar a muchos lectores.

domingo, 12 de octubre de 2025

LA PUERTA DE LA FELICIDAD

 

La puerta de la felicidad

Luis Noriega

Comba

Barcelona, 2025

199 páginas



 

Lo más importante, lo más difícil, en el cuento, es conseguir mantener el interés que este suscita en la primera línea. Eso quiere decir que el autor debe, en primer lugar, escribir una primera frase enérgica, pero que no aturda. Si aturde, nos veremos obligados a exigir un poco de relajación posterior. Y la relajación no es propia del cuento, dado que en este género se impone la concisión. No es un género tan fácil, por mucho que la extensión, más breve que en la novela, así lo haga suponer. Lo sabía Borges, cuyo insólito interior se adaptaba a este tipo de brevedad que impone que el autor tiene que ceñirse al asunto, evitar digresiones innecesarias. Y lo sabe Luis Noriega (Cali, Colombia, 1972) que en esta entrega, La puerta de la felicidad, demuestra que el cuento también es lo suyo.

En el mundo interior que aquí saca a la luz Noriega, se apunta a la fantasía dentro de la realidad, a posibles alteridades del mundo, de modo que nos hará cuestionar nuestras certezas. No importa si reinterpreta la leyenda del sacrificio de Isaac, haciéndonos ver que bien pudo tratarse de un caso de esquizofrenia paranoide, o nos acerca a algo mucho más próximo y más cotidiano, como puede tratarse de una situación absurda que tiene lugar dentro de una pareja tras heredar el número de teléfono de un restaurante. A lo largo de los relatos, Noriega va demostrando que posee un número suficiente de recursos para conseguir intensidad y concentración narrativa. A veces se aproxima al terror, siempre tirando de una imaginación que no deja de sorprender, y en otras ocasiones el terror es una deducción propia del lector, como en la intranquilidad que genera no saber qué sucede entres los nativos de la tierra que todavía no ha sucumbido a una colonización bélica.

Dado que el cuento se caracteriza por el espacio corto, no quedará más remedio que sugerir. Ese es un recurso que bien llevado provocará un magnetismo que hará irresistible la lectura de los textos. Noriega lo sabe cuando apunta a resultados inauditos en un juego que lleva a dos amigos a crear una máquina de cambios de identidad o cuando uno gesta un conflicto, que no tenía por qué existir, con un maestro. La inquietud puede incrementarse cuando glosa la vida virtual, que va cobrando, peligrosamente, demasiados visos de realidad, pues sustituye a la propia realidad al alterar con idéntica intensidad que ésta las emociones, o al referirse, en el cuento que da título al libro, a cómo podemos utilizar el fetichismo para colgar, fuera de nosotros, algo que es lo más normal: que la vida es búsqueda. Estamos frente a un cuentista que tiene bien asumidos los parámetros del género y que, además, tiene algo tan importante como es un mundo interior en el que navegan temas que nos afectan muy de cerca. La puerta de la felicidad es uno de los mejores libros de cuentos de este año.

PASAJE AL NORTE

 

Pasaje al norte

Anuk Arudpragasam

Traducción de Celia Montolio

Nota al margen

Madrid, 2025

277 páginas


 


No es difícil rastrear alguna influencia europea en esta novela que con tanto cuidado ha escrito Anuk Arudpragasam (Colombo, Sri Lanka, 1988): «cuando comprende que en realidad nunca se puede tocar el horizonte porque la vida siempre continúa, porque cada momento se diluye en el siguiente y aquello que se pensaba que era el horizonte de la propia vida, fuera lo que fuera, al final resulta ser siempre otro trozo más de tierra». La cita no es la frase completa, sino el último trozo de una que arranca bastante más arriba. Encontrar un libro escrito con frases largas, que buscan la emoción, el retrato interior que es, a la vez, el reflejo de la realidad, es muy de agradecer, pues el mundo literario está lleno de gente escribiendo la misma frase corta que intenta únicamente la potencia. Para un lector europeo, la remisión a Proust es clara. El libro está escrito desde un narrador omnisciente, que acompaña al protagonista en lo que hace, en lo que piensa y, sobre todo, en lo que siente. Está dentro de él, como lo están los narradores de Virginia Woolf.

La novela contiene un proyecto estético, pues el autor trata de acomodar esta forma de narrar a un país, Sri Lanka, que acaba de superar una guerra. Así pues, la pregunta que permanece a lo largo de la obra es de qué se puede llenar una vida cuando lo que uno pisa es el paisaje después de la batalla. Para ello Arudpragasam construye un relato dividido en tres partes, como una sinfonía: la primera dedicada a hablar de las raíces del protagonista; la segunda versará sobre el descubrimiento en un viaje que le llevará a Delhi, donde encontrará el amor; la tercera es un regreso al lugar de origen, y la narración tendrá lugar debido al empuje de la muerte y la situación de duelo. «Se la había imaginado impresionada al enterarse de todo lo que había visto y hecho, al comprobar cuánto había mejorado su comprensión de sí mismo y del mundo»: esa lección, que en un momento expone de forma explícita, es la esencia sobre la que se mueve la ética de esta novela. No deberíamos dejar de caminar y caminar supone aprender. Y para ello no hace falta una vida épica, pues basta lo cotidiano, detenernos en la rutina y observar lo que contiene y lo que sobresale de ella. Lo familiar es tan reseñable como lo heroico. De hecho, apenas cabría lugar a la búsqueda de la belleza, que es a lo que nos lleva el autor, de no ser porque en la vida diaria no cesan de brotar resistencias, dificultades.

Es fácil deducir que nos encontramos ante una novela en la que hay más descripción que acción. No se trata tanto de que acompañemos los pasos del joven protagonista como de que le acompañemos en sus sentimientos, que al traducirse a palabras cobran forma de pensamientos. Pero para poder sentir, para poder pensar, es imprescindible que la realidad sea imprecisa, llena de incertidumbre. Las dudas, las preguntas, serán lo que nos empuje a la necesidad de aprender. Seguramente no llegaremos a ninguna conclusión, poque lo que cuenta es el camino, lo que de verdad importa, como dijo el poeta Kavafis, es que Ítaca es el camino. Ese camino también es interior, como demostraron Proust y Woolf, a quienes Arudpragasam parece haber leído a conciencia antes de escribir esta novela, que es un oasis de ética y belleza dentro del panorama literario actual, en el que a los autores les preocupa tanto asombrar con fuegos artificiales.


Fuente: Zenda

martes, 7 de octubre de 2025

LOS NUEVOS

 

Los nuevos

Pedro Mairal

Destino

Barcelona, 2025

435 páginas

 



Nadie dijo que vivir fuera a ser un oficio sencillo. Uno va creciendo y va encontrándose con diferentes problemas a lo largo de su vida, que suelen crecer de volumen a medida que nos hacemos mayores. El problema es, precisamente, esa última etapa de la frase anterior: hacerse mayor. No es extraño que abunde el síndrome de Peter Pan, porque si uno afronta todos los dilemas y todas las contrariedades que le salen al paso con eso que llamamos espíritu adulto, lo normal es que termine por romperse. Y romperse quiere decir emprender la senda de la locura. Aceptar hacerse mayor, y madurar como se supone que debemos madurar, es un grave momento de crisis, que todos nos hemos planteado cuando hay que enfrentarse a lo que viene después de la adolescencia. Nos preguntaremos qué ha sido de nuestros sueños de juventud y de qué sirvieron las estupideces que tanto significaron, esas que si uno sabe crecer conservará con cariño, porque ser estúpido sin hacer daño es algo bastante conveniente. No se puede ser sublime sin interrupción y conviene dejarse llevar por esas interrupciones.

Sobre esta etapa escribe Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) su última obra, una novela en la que conoceremos a un grupo de muchachos en ese complicado trance que es hacerse mayor. Mairal cambia las voces en función de quién sea la persona a la que seguimos. A un par de ellos los conoceremos desde dentro, y a otro siguiéndole como sigue la cámara al protagonista en un plano secuencia. Todo apunta a un cierto nihilismo, porque la vida no parece tener mucho propósito. Los problemas de autoimagen persiguen a los muchachos, que en algunos casos están sumergidos en complejos duelos, de los que tratan de salir con algún tipo de terapia. En sus movimientos, dirigidos a encontrar algo de sentido, aunque no formulen esta pregunta en su cabeza, lo que está siempre presente es dudar, cuestionarse lo que van descubriendo: el sexo, el amor, la amistad… todas las cosas inevitables, con las que nos podemos identificar, y que no tienen por qué ser negativas ni siquiera en los desengaños.

Lo que nos va a acompañar durante toda la lectura es la confluencia de las ganas de vivir que se encuentran con los traumas. Puestos ambos en un balancín, las tentaciones afectivas caen en uno y otro lado.

Mairal maneja el lenguaje, que tan bien conoce, cambiando de registros en función del narrador. Llega, incluso, a cambiar el registro de uno de los personajes, al primero que conocemos, que comprobaremos cómo ha conseguido un poco de serenidad cuando nos vuelva a hablar en un capítulo posterior. Hay otra etapa que está presente en la novela, aunque ocupe menos páginas, que es la vejez, o la proximidad de la muerte. De hecho, la elipsis que plantea Mairal, que no habla de la infancia ni de la época que llamamos adulta, es bastante concluyente. Parece una llamada de atención, como si nos estuviera señalando qué es lo que de verdad importa —el amor, la amistad—, algo de lo que apenas tenemos tiempo de disfrutar, de darnos cuenta, antes de enterarnos que ya no tenemos energía para nuevos encuentros. Mairal ha escrito otra de esas novelas que nos recuerdan el abismo, pero también los pasos necesarios para no caer en él.