viernes, 25 de abril de 2025

LA CASA DE VERANO

 

La casa de verano

Masashi Matsuie

Traducción de Lourdes Porta

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

380 páginas



 

Una de las características de la arquitectura como forma de arte, es que diseña lugares donde alojarse. Tal vez la mejor aspiración de un arquitecto sea la de transformar ese alojarse por un sincero y emotivo quedarse a vivir. Este es un punto en común que la arquitectura tiene, sorprendentemente, con la narrativa: a muchos nos hubiera gustado quedarnos a vivir dentro de alguna de las mejores películas que hemos visto, dentro de algunos de los mejores cómics que hemos leído o dentro de algunas de las novelas buenas en las que hemos estado durante unas pocas horas. Y cuando hablamos de novelas buenas, utilizamos el adjetivo en el mismo sentido en que lo haríamos para referirnos a personas buenas. Este espíritu es el que recorre la novela de Masashi Matsuie (Tokio, 1958), una obra en la que no parece ir sucediendo gran cosa, en la que la trama es muy leve, en la que la intensidad no es para nada eléctrica. Pero a cambio nos ofrece una serie de lecciones, distribuidas por sus distintos niveles de lectura, que merece la pena seguir.

La historia la cuenta un arquitecto recién licenciado, ubicándonos así en una etapa de aprendizaje vital para todos nosotros: es hora de salir al mundo y enfrentarse a los miedos, es hora de hacerse mayor. El narrador posee una sensibilidad que se expresa de forma discreta, tan discreta como es la personalidad del arquitecto dueño del estudio, lo cual no deja de ser la expresión de un deseo, hablándonos de cómo saber estar en el mundo sin tener que recurrir al mindfulness. Hay que saber percibir antes de ponerse a crear, ni siquiera a crear opiniones. El grupo que conforma el estudio se retira en verano a una casa donde, en este caso, comienzan a llevar a cabo un proyecto para un concurso. Esto nos lleva a mostrarnos por un lado la convivencia entre ellos, en la que puede haber diferencias, pero no roces. Y por otro la importancia que tiene este proyecto, que no por casualidad será el diseño de una biblioteca. Es posible que en algún momento pasemos a considerar que la novela se detiene, porque nos detenemos en instantes de la convivencia en que no parece avanzar la acción, pero será la serenidad lo que se imponga, y mostrarnos que se puede ser sereno mientras se exponen pareceres y se llega a acuerdos sigue siendo una muestra de bondad. A lo que cabe añadir que esa misma serenidad es la que desean transmitir todos ellos, con sus diferentes recursos, durante la elaboración del proyecto, porque una biblioteca debe mantener esa cualidad por encima de las demás.

Por otra parte, está la sensibilidad que da el entorno que dan los detalles: desde los cerezos hasta las puntas de los lápices. El arquitecto, una figura que nos intriga sin molestarnos, sigue los dictados de quienes quisieron tomar a la naturaleza por maestro, como Frank Lloyd Wright. «Aquí arriba no hay dolor», sostuvo John Muir desde lo alto de la montaña. Como si el dolor lo hubiéramos ideado y construido nosotros, y nuestros protagonistas estuvieran convencidos de que, de igual modo, podemos idear y construir sus antídotos.

La casa de verano no es una obra idónea para lectores de thrillers, aunque debería serlo, pues de su lectura uno sale bien parado, convencido de que ser una buena persona es todavía posible.

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jueves, 24 de abril de 2025

EN BUSCA DE NUNCAJAMÁS

 

En busca de Nuncajamás

Josep M. Colomer

Anagrama

Barcelona, 2025

383 páginas

 



Este pesimismo programado que nos inunda parece haber sido diseñado con las mismas fibras con que se diseñó esa tortura en la que se desnuda al reo, que terminará por declarar cualquier cosa a cambio de unos calzoncillos. Hay que bajarles las defensas a la gente para que cante lo que alguien con más poder que uno desea escuchar. Lo que vendrá a continuación solo puede ser una condena, que uno dará por buena con tal de salir de la tortura, es decir, del pesimismo. Traducido a un lenguaje de la calle, uno se puede dar por contento si en el trabajo no le echan a la calle. El asunto es como se ha ido cocinando todo esto, cuál es la especialidad gastronómica que se ha impuesto para llegar hasta aquí.

Cuando llegan estas crónicas de Josep M. Colomer uno las lee confiando en encontrar algún tipo de respuesta, al menos una parte de los ingredientes y, dado que se le podría calificar como un testigo político de excepción, parte de la receta. En busca de Nuncajamás es un resumen vital, porque la vida de Colomer ha estado enfocada en la política que mira hacia esa vertiente más institucional. Ahí están sus publicaciones sobre el sentido de la democracia, la transición o el significado del voto, entre otros asuntos que tienen que ver con la ciencia política. Comenzará, como se corresponde a cualquier libro de memorias, con la infancia y los años de formación, siempre teniendo en cuenta la época vivida en la que no se esconden los años de plomo, e irá recorriendo tanto su trayectoria profesional, intelectual, como medio planeta, por el que Colomer ha llevado su trabajo: Europa en los años del cambio tras la caída del muro de Berlín, Estados Unidos y su contexto, los países con regímenes autárquicos, algunos lugares que se merecen una mejor inversión en desarrollo.

Sus diagnósticos quedarán bastante explicados a través de su mirada, la propia de un profesor que habla a los adultos. En realidad, esas mismas épocas y esos mismos lugares merecen ser considerados también desde otros puntos de vista, de los que se suelen encargar cronistas centrados en otros estratos sociales o incluso los novelistas. Pero no es la intención de Colomer hablar tanto de la gente y del dolor o el bienestar de la gente, como de los impulsos de gestión y gobierno, que han sido siempre su especialidad. No se centra tanto en las consecuencias como en los movimientos y pulsiones políticos que parece, con frecuencia, no estar pensados para pisar la calle. En ese sentido, el libro resulta muy revelador y nos satisface al permitirnos enterarnos sobre otros mecanismos, en los que nosotros podremos ser dientes de una rueda dentada, o reos de un pesimismo que él nos ayuda a combatir, al desvelarnos los fundamentos de los juegos de tronos.

miércoles, 23 de abril de 2025

VE Y DILO EN LA MONTAÑA

 

Ve y dilo en la montaña

James Baldwin

Traducción de Ismael Attrache

Sexto Piso

Madrid, 2025

254 páginas


 


A principios de la década de los cincuenta, un muchacho de menos de treinta años se cuestionaba todo lo que había vivido y, lo que es más significativo, era capaz de llevarlo por escrito a un editor para que lo hiciera público. Esto no tendría nada de valiente de no ser porque lo que había vivido era, daba por supuesto la sociedad, los beneficios de la vida condicionada por la religión. Pero esa religión que atravesó la infancia y adolescencia de James Baldwin (Nueva York, 1924 – Saint-Paul-de-Vence, 1987) estaba hecha de la misma materia que el miedo. Lo que sucede es que el reino que promulga la religión puede no ser de este mundo, pero la religión sí lo es, y el miedo se ha ido convirtiendo en la emoción que lo mueve. Las glorias de la eternidad, nos dirá en algún momento el narrador, son inimaginables, pero la ciudad es real.

La novela que tenemos entre manos, Ve y dilo en la montaña, se sustenta sobre la voz de un narrador que nos habla de lo que rodea a la adolescencia del protagonista asfixiando. Nuestro adolescente es un mar de dudas que habita en unas calles marginales de Harlem, en una Nueva York racista. Se supone que el ambiente religioso podría servirle de sostén, podría poner suelo bajo los pies, pero forma parte del fracaso de la atmósfera, en la que se reproducen, de manera congestiva, una y otra vez las ideas de perdón, pecado, justicia de Dios y expiación más propias de una creencia castrante que de una religión que fomente el amor. Y quienes habitan en ese ambiente se comportan más como forofos de esa religión, de un Dios incontestable, que como devotos que al mismo tiempo atienden a lo que se supone que nos da la vida: bañarse en el mar, acariciar al perro, comer uvas o pasear de la mano de la persona amada. La única salvación posible vendrá a través del acto más inequívocamente religioso que existe, que es rezar. «Creían que el látigo los salvaría», escribe Baldwin en algún momento. De este modo, con lo que se enfrentan es con la locura, con la paranoia, con la densidad de la opresión.

La novela es una denuncia, en la que está muy presente la institución que tan unida ha ido, a lo largo de la historia, con las religiones que acotan, que es la familia. En un barrio habitado por perdedores, por humillados y ofendidos, el padre está convencido de que la única forma de sacar adelante una familia religiosa es convirtiéndose en un energúmeno. Así, todo lo que vendrá tendrá que ser interpretado bajo premisas estrictas, consignas, y se van estableciendo unas relaciones familiares en las que el caos que provoca el miedo se impone, en las que el peso del matrimonio se condensa. De ahí que Baldwin elija que buena parte de la novela deba suceder dentro de la cabeza de sus personajes. Conviene atender a las evoluciones de sus pensamientos, a las intensidades de sus emociones. Los acontecimientos que relata no son tantos, pero sí merece la pena detenerse en los retratos de los interiores de los protagonistas. Es fácil sospechar que Baldwin se plantea esta obra con intención de saldar deudas. Pero la literatura no es tan cauterizante como damos por supuesto. Baldwin comienza aquí su obra, que no cesará de tener la intención de colocar todo en su sitio a partir de las denuncias, siempre consciente de que los humillados y ofendidos son las personas por las que merece la pena apostar, son quienes merecen vivir una vida diferente a la que él retrata, en la que está tan presente la represión como el deseo.


Fuente: Zenda

lunes, 21 de abril de 2025

LARVAS

 

Larvas

Tamara Silva Bernaschina

Páginas de espuma

Madrid, 2025

101 páginas



 

Siempre habrá tiempo para entonar el canto melancólico: «Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa». Mientras tanto, no nos queda más remedio que seguir naciendo. En ello estamos. Cuando uno ya está plenamente de cuerpo presente en este mundo y vuelve a nacer, es porque ha pasado por el proceso de la crisálida. Antes de ser crisálida, somos larvas, seres con potencial, con autonomía, pero todavía sin formar. Es posible que ahí esté la pequeña sabiduría de Tamara Silva Bernaschina (Minas-Uruguay, 2000) en la escritura de este libro de relatos: darse cuenta de que nadie acaba de estar formado, completo, de que hay que renacer y que renacer es algo que supone mucho esfuerzo. De hecho, no lo consigue casi nadie.

El motivo por el que no terminamos de fraguar ese acto tan necesario es el mismo por el que se mueve casi todo en este planeta humano: el miedo. Silva Bernaschina lo sabe, y nos va dejando en el paladar, a medida que leemos, la sensación de que ese es el sustrato de la obra. Hay un miedo esencial, un miedo vital. Porque el miedo no es nada concreto, pero sí se relaciona con algunas otras emociones primarias, que no tienen porque ser agradables, claro está: «Porque las cicatrices dan asco. Y el asco es algo que se aprende temprano». De hecho, se aprende demasiado pronto, tanto como para que dé miedo traer a nuevas criaturas al mundo.

«—¿Y las yeguas son las que huelen?

»—La muerta, sí.»

Estamos frente a un libro de relatos escritos visceralmente, que pretende transmitir más sensaciones que impresionar por otros recursos. El planteamiento puede resultar sencillo, pero lograrlo no lo es tanto. Se recurre a la frase corta, a la que ya reconocemos como propia de la descripción de seres feos, de deformaciones y de condenas. Las relaciones entre personajes son de carácter inmediato y su vida se reduce a un solipsismo emocional. Uno se va preguntando si quienes habitan en el mundo que nos muestra la autora podrán algún día formarse, salir de su condición de larvas. Porque, en realidad, nosotros no querríamos vivir en ese mundo, y no sabemos bien si los seres que Silva Bernaschina crea se avienen a él porque no les queda más remedio o si ni siquiera se dan cuenta de que no les queda más remedio que vivir en él.

EGOCENTRISMOS

 

Egocentrismos

José María Conget

Renacimiento

Sevilla, 2025

170 páginas



 

Uno no deja de crear y elaborar sus propias leyendas a medida que va creciendo. De hecho, dichas leyendas, tan personales, tan queridas, no hacen sino incrementar su presencia en la memoria, es decir, devenir más y más grandes a medida que envejecemos. No podemos dejar de querer aquello que forma parte de lo mejor de lo que hemos sido, de lo mejor de lo que hemos vivido. Estamos trenzados a base de las figuras que pusieron imágenes a nuestra educación sentimental, que es lo que más importa y que es tan aéreo que resulta imposible relatarla. Por eso tenemos que contar, cuando hablamos de nuestro pasado, todo lo que seguimos queriendo a John Wayne, por ejemplo.

Así, con estos mimbres, siendo bien consciente de ellos, José María Conget (Zaragoza, 1948) ha ido escribiendo los artículos que componen este Egocentrismos. Ser egocéntrico supone considerarse a uno mismo el ombligo del mundo, pero Conget transforma ese asunto en algo que compartir: no le queda más remedio que ser el protagonista de su propia vida y lo que nos está diciendo es que este mismo repaso, tan personal, lo podríamos hacer cada uno de nosotros. En realidad, lo que importa es la satisfacción. Lo que importa es el tono, darse cuenta de que no somos tragedia ni hemos formado parte de ningún drama. Muy al contrario: la reconciliación con lo que nos ha ido configurando supone afrontar los recuerdos con el humor propio de una sonrisa, no con el de la carcajada. Conget nos explica que uno debe ser fiel a sí mismo y a lo que ha conquistado su humor a lo largo de los años. No duda en usar el oxímoron ‘place culpable’ para aclarar que aquello que nos da tanta satisfacción, de lo que sentíamos cierta vergüenza, tanta como para que nos costara confesarlo, es lo que tenemos que seguir queriendo. Fuera máscaras: somos lo que somos.

Egocentrismos es una prospección sincera y emotiva, en la que nos cuenta que la felicidad es algo sencillo. Hay algo de elegíaco, sí, como en todo lo que nos habla de un pasado que jamás regresa. Pero lo que importa, lo que valora, es la amistad, aunque para ello tenga que humanizar todo lo que ha pasado por su vida. Y la amistad, debemos recordar, es la única forma de amor para la que no hemos construido ninguna institución. De ahí que sea tan importante en nuestra educación sentimental.

martes, 15 de abril de 2025

CON EL AGUA AL CUELLO

 

Con el agua al cuello

Hibai Arbide Aza

Capitán Swing

Madrid, 2025

318 páginas


 


Lo que aturde es el sadismo. Hibai Arbide Aza (Leioa, 1979) escribe este libro, Con el agua al cuello, para denunciar la violencia, pero lo que nos va dejando sin aliento es que solo cabe atribuir al sadismo que exista en tal grado. Arbide Aza nos traslada al mar que queda entre Turquía y Grecia, y sobre todo a la isla de Lesbos, y al fenómeno migratorio que ha tenido lugar allí durante la última década. Miles de personas se han embarcado en condiciones miserables buscando una vida que si no puede ser digna, al menos que sea decente. La experiencia que supone leer esta obra, digámoslo antes que nada, es durísima. En buena medida, uno se va dando cuenta de lo violento que puede resultar denunciar la violencia. A no ser que uno se permita llorar y luego muestre respeto, mucho respeto, por quienes se lo merecen. Porque el sadismo con que ciertas personas tratan a los humillados, a los desfavorecidos, no se merece ningún respeto. Tal vez sí diplomacia, pero no respeto.

Leer Con el agua al cuello nos devuelve la pregunta acerca de qué sería de nosotros sin estos reporteros que se atreven a llegar a los lugares donde nuestro miedo no nos permite acudir. Arbide Aza ha acudido con frecuencia a la llamada de los desfavorecidos en esas aguas, a los campos de refugiados instalados en las islas, al encuentro con activistas y voluntarios, a recoger testimonios, todo un trabajo de años que aquí va unificando sin dejar de atender a algunos de los motivos por los que a estas personas, que padecen el resultado de la guerra, se ven maltratados. Hemos utilizado la palabra guerra y no de forma gratuita: lo que nos va exponiendo no cabe dentro del concepto crisis, ni siquiera el de opresión, solo cabe calificarlo como guerra: impulsos que brotan de dentro de hombres y que arrojan en masa a otras personas a sufrimientos inimaginables. Esta situación, cuyo detonante sitúa en el año 2015, no ha cesado de ir a peor. La legislación europea, las iniciativas de las administraciones, el juego sucio que vuelve a catalogarse como fascista, la criminalización social (que llega a extenderse a los voluntarios), son todas formas de maltrato, por utilizar un eufemismo. La impresión que va dando es que a medida que pasa el tiempo, solo resisten los enemigos. ¿Pero son enemigos de quién? Porque el libro nos habla de todo lo contrario a los privilegiados. ¿Cuál es el antónimo de privilegiado? ¿Desafortunados? Demasiado suave.

La pregunta que va generándose en el ánimo del lector es qué ven los criminales cuando miran a las personas que llegan en embarcaciones al borde de la muerte. Para poder ejercer esa violencia, que siguiendo al autor de nuevo calificaremos de fascista, uno debe comenzar por ignorar muy profundamente que se trata de seres humanos. A lo mejor la respuesta vuelve a estar en las leyendas clásicas: si no son elfos, son orcos. Algo que a su vez convierte en orco a quien se orienta por este principio y decide tomar la justicia por su mano. A medida que avanzamos en la lectura del libro, la violencia se vuelve más intensa y más complicada de explicar. Uno no llega a comprender cómo es posible que esto esté sucediendo aquí, en la frontera de Europa. Aunque el propio autor nos va aclarando que frontera implica violencia y que violencia implica militarización, e incluso paramilitarización. Lo que pretende y consigue Arbide Aza es completar la información que con frecuencia nos llega a través de agencias, en titulares y atendiendo a términos más propios de la política institucional. Porque nos lleva a lo humano, nos coloca junto a las personas, nos induce a la empatía, e incluso a la compasión. Es la carga de humanidad con la que se elabora esta crónica lo que la convierte en un libro necesario.


Fuente: Zenda

domingo, 13 de abril de 2025

SOY SENSIBLE

 

Soy sensible

Anna Romeu

Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera

Alba

Barcelona, 2025

177 páginas

 



Que la felicidad sea un concepto muy difícil de explicar, pero una sensación muy clara, lo demuestra el recuerdo que tenemos de aquel paseo que nos dimos de niños, en pleno verano y en bicicleta, junto al grupo de amigos con el que nos bañábamos en las pozas que formaba el río. Atrás quedaba la autoridad implacable de los padres, encerrada en casa, y la del colegio, apagada tras finalizar el mes de junio. Aunque si uno se pone hoy a razonar, se plantea si esa misma felicidad era la que sentían los demás niños, que hoy son probos funcionarios o regentan una tienda de moda. Cuando hablas con ellos, no parece que les brille el mismo destello de vino blanco en los ojos que a ti te aparece a la hora de recordar el sol batiendo contra el agua de la poza, en la que nadaban los zapateros. Todos somos sensibles, como lo demuestra que todos seamos capaces de echar de menos, pero no todos lo somos de idéntica manera. Pertenecer al grupo de la gente con alta sensibilidad, a ese veinte por ciento de la población, te permite emitir más luz, pero también sentir que la nostalgia llega a acribillar. Aprender a vivir con esa cualidad no es sencillo y no estaría de más que nos propusiéramos divulgar cómo conseguirlo.

Hasta la fecha en España no se había publicado mucho sobre el tema, y obras como Vivir con alta sensibilidad, de Antje Sabine Naegeli, era una voz en el desierto. Hoy la psicóloga Anna Romeu (Villafranca de Penedés, 1972) une sus esfuerzos a esta buena causa, y nos entrega este volumen, sensato, divulgativo, en el que se resume el mundo de las personas con alta sensibilidad. La propia autora se encuentra entre las personas con alta sensibilidad, y ella misma ha tenido que aprender a conocerse, y conocerse a uno mismo supone mejorar las posibilidades de convivencia. La obra comienza definiendo qué es sensibilidad y abriendo una puerta a este territorio, sin considerar, en ningún momento, que se trate de nada semejante a una patología. Aunque lo más importante vendrá a continuación, cuando irá dando pautas sobre estrategias para afrontar el día a día si eres una persona con alta sensibilidad, porque ahí fuera llueven ladrillos de canto y vuelan los cuchillos. En ese sentido, Soy sensible ejerce como manual, aunque propone, eso sí, mantener una postura terapéutica a lo largo de toda una vida, dado que la hipersensibilidad no es algo que pueda quedar atrás. Finalmente, terminará hablando sobre la educación de los niños con alta sensibilidad, de la que uno concluye que debería educarse a todos como si fueran altamente sensibles, y sobre la adaptación al entorno laboral de estas personas.

El autoconocimiento, la gestión emocional, los patrones sociales, las estrategias de compensación, fomentar la autoestima y otras cuantas facetas, que ella ha ido aprendiendo y poniendo en práctica en su labor como psicóloga, se ponen sobre la mesa para mostrar que una vida digna es posible, aunque sufras más que los demás cuando toque sufrir, y disfrutes más que los otros cuando es el tiempo de la gloria. Romeu acude constantemente a ejemplos de casos que ha tenido en su trabajo, y que han superado los inconvenientes que brotan de vivir en un mundo no pensado para seres sensibles, animando así a las personas con alta sensibilidad, pero también dictando a los demás una advertencia seria: que todos debemos ser siempre delicados y respetuosos. No es la fragilidad lo que caracteriza a las personas altamente sensibles, porque esto puede ser un valor de otros rasgos, ni las considera especiales en grado sumo: Romeu sencillamente llama la atención sobre ese grupo de personas y esa cualidad a la que no hemos estado suficientemente atentos. Y esa, repetimos, es una buena causa.

sábado, 12 de abril de 2025

PROSCRITO Y SALVAJE

 

Proscrito y salvaje

Doug Peacock

Traducción de Elena Pérez San Miguel

Errata Naturae

Madrid, 2025

350 páginas

 



El único acto que define la valentí,a fuera de los tiempos de guerra, es aquel en el que uno intenta rescatar su dignidad disolviendo su vida entre pequeñas cosas verdaderas: la fruta del tiempo, el aire puro de la montaña, la puesta de sol, la noche acribillada de estrellas o ese silencio que permite escuchar ladrar a los perros al otro lado del valle. En este mundo civilizado, uno siente constantemente el arrebato de largarse allí donde pueda encontrar esas pequeñas cosas. Para ello no es preciso sufrir trastorno de estrés postraumático, como padecen los veteranos de la guerra de Vietnam en los relatos que nos llegan de Estados Unidos. Doug Peacock (Michigan, 1942) es uno de ellos, pero sus confesiones no parecen indicar que padezca esa tara psicológica, sino, más bien al contrario, que esa parte de su aprendizaje sentimental contribuyó en buena medida a decidirse a llevar una vida sensata: al aire libre y con frecuencia pegada a los osos.

Hemos utilizado la expresión aire libre, que cobra un sentido muy especial si sustituimos el adjetivo por alguno de sus antónimos: aire esclavo, aire cautivo. Dan ganas de huir a la naturaleza cuando uno se plantea la suerte de aire que respira. Huir no es el verbo adecuado, al menos en el caso de Peacock, que va a la llamada de la naturaleza porque es lo que responde a sus inquietudes, a su mapa genético, a todo aquello con lo que nació. Se nos muestra como un Outsider que necesita constantemente renovarse, descubrir, encontrar lo nuevo: «Todo estaba en transición: los insectos y las plantas, así como el río siempre en movimiento, cambiante. Pensé en mi propio apetito de metamorfosis, en la idea de morir un poco, mudar la vieja piel y dejarlo todo atrás. Remar, como caminar, es una forma de meditación. Desarrollas un trabajo práctico, prestas atención a los detalles y -en el mejor de los casos- sales de ti mismo para volver a mirar hacia dentro».

Nuestro caminante va dando fe, a lo largo de varios episodios, de lo que más mereció la pena en su existencia, o al menos de cara a transmitir las ganas de vivir a los que le lean. Viaja a diversos lugares del planeta y el centro de interés de cada viaje suele ser una especie animal, especialmente algún oso, aunque también entran en juego otras leyendas, como los tigres o los habitantes de las islas Galápagos. A lo largo de los textos se sale muy poco del relato propio de la aventura: no es digresivo ni diletante, es directo, nos comunica como si quisiera que estuviéramos acompañándole. Y es que lo que nos ofrece es justo lo contrario del mundo de las pantallas y las redes sociales, es un planeta que todavía existe y del que solo disfruta quien se atreve a vivir. «Queda mucha tarea por delante: hazla con decencia», nos sugiere, antes de recordar la célebre frase de Walt Whitman: «Resiste mucho, obedece poco».

Peacock representa una forma de ecologismo que ya no es frecuente, pero sigue siendo un modelo. Nosotros le admiramos tanto a él como él admira a las aves y a los grandes mamíferos. En buena medida es un modelo, un guía. Y en esta ruta en la que andamos tan desamparados, no nos vienen nada mal estas voces que nos ayudan a orientarnos en la niebla.

jueves, 10 de abril de 2025

EL DIABLO

 

El diablo

Marina Tsvietáieva

Traducción de Selma Ancira

Acantilado

Barcelona, 2025

68 páginas

 



Hay escritores que han hecho de su obra, y de su vida, un vivir a la contra. La verdad es que este mundo de leguleyos y sacamuelas que se prodigan en tertulias, de farsa social y burocracia hasta en los menús del desayuno, da motivos para protestar. Lo que importa es hacerlo conservando la compostura, con estilo, de manera que la respuesta tenga un magnetismo al que se puede contestar racionalmente, pero no deja de haber creado su atracción. Este es el caso de Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Yelábuga, Tartaristán, 1941), de quien se recupera esta obra breve, El diablo, en la que habitar contra los lugares comunes viene representado por la atracción hacia la figura clásica del mal.

La historia nos presenta una familia bien acomodada, en la que toma la voz una de las hijas, que está rodeada mayormente por otras mujeres. Desde niña, la narradora confiesa su fascinación por el diablo y contra el dios que le han vendido, es decir, contra el hábito de la fe que ha pretendido imponerla. «Dios era para mí – el miedo», nos confía en algún momento. Y es que las religiones cristianas se han pretendido imponer, con demasiada frecuencia, anunciando lluvias de fuego sobre Sodoma y Gomorra. Pero nuestra niña, nuestra joven, ha elaborado, contra esa fórmula castrante, una idea propia del supuesto enemigo, el diablo. La palabra fundamental, aquí, es la de idea. Si el diablo es una idea, entonces será posible idealizar, reelaborarla, hasta transformarla en un ideal. Para ello hasta debe darse cuenta de que el arrepentimiento es una estupidez, un baremo impuesto para conducirnos por un camino. Porque las únicas tinieblas que realmente nos rodean, las que nos condicionan, son las que ella llama mis tinieblas congénitas.

Como cabe imaginar, para darle forma a esta postura, el relato se desenvuelve en lo que podríamos calificar como la ironía que combate los tópicos. La narradora, y seguramente Tsvietáieva a través de ella, expresa que las instituciones tradicionales y la enseñanza tradicional deben ser cuestionadas, y para ello sirve acercarse sin prejuicios a otras figuras, a ser posible las que están en el otro lado de la balanza. En realidad, la narradora está construyendo una religión propia. El problema es que los mimbres que se le han facilitado para poder hacerlo son heredados. Así pues, sólo cabe seguir cuestionándose la propia educación sentimental con estilo, con respeto, y a contracorriente. Esta es una pequeña muestra más de cómo cabe afrontar esta tarea con sensibilidad e inteligencia.

martes, 8 de abril de 2025

TARA TARI

 

Tara Tari

Capucine Trochet

Traducción de Cristopher Morales Bonilla

Almayer

Barcelona, 2025

266 páginas


 


Lectora de Jules Verne, de Henry David Thoreau, de Théodore Monod, del poeta belga Maurice Carême, del astrofísico Hubert Reeves y admiradora de Epicuro y Buda, entre otras muchas personas, Capucine Trochet (Tours, 1981) escribe con afán de revivir un viaje por mar que significa consagrarse a la libertad. Tara Tari es el nombre de un barco velero muy pequeño, construido básicamente con yute, lo cual hace que lo más característico de él sea la fragilidad. Lo difícil, pero meritorio, es conseguir que la fragilidad sea lo que nos conceda sentirnos seguros, porque sabemos que la emoción que más nos importa, que es la libertad, es frágil, pero garantiza la seguridad de la autoestima bien asentada. Trochet padece una de esas enormes condiciones que obligan a la gente a permanecer en su casa, muchas veces lamiéndose las heridas: una enfermedad grave que tiene que ver con el colágeno la incapacita, por temporadas incluso la condena a la paraplejia, y la empuja a convivir con el dolor. En estos casos lo más frecuente sería vivir por inercia, asumir que no te tocaron buenas cartas en el reparto y, si sabes llevar los asuntos vitales con buen ánimo, aceptar la suerte. Pero Trochet puede estar hecha de fibras tan frágiles como el yute, pero pertenece a la estirpe de las personas que saben que vivir por inercia no es vivir. Y agarra al toro por los cuernos.

Cuando Trochet enuncia lo que importa habla de «la fuerza disruptiva que puede tener cualquier tormento, y la dinámica reconstructiva de tener un plan. La ansiedad es un veneno, incluso para las personas más optimistas; a menudo, el remedio reside en nuestra fragilidad». A partir de ahí comienza la redacción de este libro de viajes, apuntando, a lo largo de muchas páginas, cómo prender el fuego de la voluntad para mantener luego viva la llama. Nos va dictando patologías mientras nos va convenciendo de que son obstáculos de dimensiones humanas, y por tanto salvables. Alguien hablará de resiliencia, cuando a lo que asistimos es a la superación, a las ganas de sentirse libre. Ese anhelo es el que lleva a Trochet a establecer una relación con su barco bastante simbiótica: ambos estamos hechos un asquito, por lo que cuidar al barco supone cuidarse a uno mismo. Se repararán juntos y juntos irán recibiendo actos y pruebas de solidaridad, que ella vive como actos y pruebas de amistad.

No hay aventura si no hay renacimiento. Y uno renace dispuesto a descubrir. Para descubrir es imprescindible la convivencia. De ahí que el viaje de Trochet sea una sucesión de anécdotas, la mayor parte de ellas relacionadas con la gente que le sale al camino. Buena parte del libro sucede en tierra, en la costa, donde está la gente que convive con el mar. Trochet también se relaciona con el mar así, conviviendo con su gente. Aunque no se olvida de llevarnos de vez en cuando de navegación, desde la costa mediterránea francesa hasta la isla de Martinica, en un viaje largo, de más de un año de duración. Buena parte de la travesía no la hará sola y nos transmitirá el deseo y el beneficio de la compañía. Trochet se muestra como una persona austera y la austeridad es ruta directa hacia la armonía. Su aventura sucede con escasa tecnología y serán escasos los tecnicismos que utilice, porque lo más importante es registrar la compañía de las ballenas, los tiburones o los delfines. Estamos ante otra sucesora del niño que gritó que el emperador está desnudo, alguien que nos recuerda que lo fundamental para vivir sintiéndose seguro no es seguir la corriente, sino seguir los impulsos. No existen muchas otras fórmulas para añadir libertad a nuestros días y nuestras noches.


Fuente: Zenda

lunes, 7 de abril de 2025

EL PESO

 

El peso

Jesús Martínez

Comba

Barcelona, 2025

322 páginas

 



El asunto es saber conservar un mínimo de autoestima dentro de las marejadas a que está sometido el rebaño humano. Aunque a veces son los miembros del propio rebaño los que azotan estas marejadas, provocando tormentas. Conservar la autoestima contra viento y marea, frente a los demás, y conseguir así un mínimo de respeto, es el gran tema de vivir y posiblemente el gran tema de la literatura. Por lo general, a este asunto se le conoce como dignidad. Puede ser un sustantivo sin sinónimos, pero sus opuestos son múltiples: deshonor, humillación, desvergüenza, vileza, maldad, ruindad, ignominia y, claro está, indignidad. Indigno es aquel que arranca la vida a otro ser humano. Puede que esté trastornado y ese trastorno justifique la furia lo bastante como para que nos resulte comprensible el arrebato que le llevó al crimen, pero si a un compañero le quitamos la vida, le quitamos también el tema central de vivir que es, repetimos, la dignidad.

Esto le sucede a quien ocupa el centro de interés de esta crónica, El peso, que es una de las mejores que hemos leído en los últimos tiempos. Un inmigrante rumano, un sintecho, es asesinado por otro que carga con el diagnóstico de esquizofrenia. El crimen es brutal, un gesto de violencia salvaje. Y así el autor, Jesús Martínez (Barcelona, 1975) se pone a investigar y se encuentra con todos los que formaban la periferia vital del asesinado, a quien llama el enano Florín. El uso de la palabra enano queda aclarado en los subtítulos del libro: Historia de un poema. De enanos contra gigantes. El autor del poema, por su parte, será otro enano, otro sintecho, a quien llama Marcos, de quien sí iremos conociendo buena parte de su biografía, algo que no puede reproducir del fallecido, pero nos podría orientar acerca de la suerte de quien terminó su vida trágicamente en las calles de Barcelona. Marcos, por su parte, es un tipo activo y sensible, autor de unas poesías que se nos van entregando junto al texto, poemas de realismo social duro y desnudo, en los que la letra k se significa dándonos a entender la esclerosis que supone la vida en la calle.

Jesús Martínez elige una estrategia que nos predispone a pensar que nos encontramos frente a una anticrónica: capítulos muy breves en los que el autor-recopilador desaparece, renunciando a dar forma de narración convencional al relato, renunciando a un texto redondo. La mayor parte de la obra está compuesta por reproducciones muy literales de las voces de los coprotagonistas, especialmente del enano Marcos, dando al texto una velocidad singular, pero atractiva, siendo un tipo de atracción que pertenece al polo negativo de los sucesos. El espíritu que transmite es fundamentalmente inquieto, y en buena medida bueno, dado que las personas con las que se encuentra reconocen, a su vez, la bondad en el enano Florín. Lo cierto es que si uno tiene noticia de lo que sucedió, siendo consciente de la suerte de vida que llevan estas personas, no puede por menos que sentir removerse dentro la incapacidad de consentir la injusticia y esa rebelión, como no puede ser de otra manera, es una expresión de la dignidad. Estamos frente a un libro digno, frente a un tratado sobre la dignidad innata a lo que queda dentro de la piel, sin necesidad de colgarla sobre lo que nos rodea. Y decir de una obra que es digna, a estas alturas, la define como algo más vivo que decir que una obra es buena. Por favor, no dejen de leer El peso.

jueves, 3 de abril de 2025

LA CRISIS DE LOS POLINIZADORES

 

La crisis de los polinizadores

Anna Traveset

Libros de la Catarata

Madrid, 2025

127 páginas

 



En alguna región de China, se contratan trabajadores para polinizar terrenos agrícolas. Recorren las plantas con pinceles en la mano, sustituyendo así a los polinizadores naturales, que ya no sobrevuelan esa región. Hablamos de un país en el que existen hectáreas de suelo laterítico por culpa de la sobreexplotación agrícola, suelos muertos, sin nutrientes. Hablamos de un país que compra territorio en África para garantizar la producción de alimentos. Hablamos de una deriva que no es ajena a la evolución del resto de territorios del planeta, que parece ir encaminado hacia ese mismo desastre. Uno tiene la sensación de que los insectos, y la mayor parte de los polinizadores pertenecen a este reino, siempre fueron algo molesto que zumbaba a nuestro alrededor, pero se va dando cuenta de que los echa de menos cuando ya no están tan presentes.

Este libro de Anna Traveset resume de forma muy académica el tema que no nos queda más remedio que afrontar, pues buena parte de nuestro bienestar depende de la polinización a través de animales. No nos referimos únicamente a las almendras, los melocotones o las mandarinas, que es donde se centra buena parte del estudio de Traveset, sino también a poder disfrutar de la belleza natural. La fragilidad del mundo de los polinizadores, demostrada por la deriva hacia la desaparición, nos habla de la dependencia de una manera contundente, que no deberíamos ignorar.

El libro comienza con una reseña, desde un punto de vista entomológico, acerca del proceso de la polinización, valorando así la importancia global de los polinizadores. A continuación, se resumen las causas de su declive, desde las más evidentes y conocidas, incluida el cambio climático, a las afecciones consecuentes de la luz artificial, pasando por los pesticidas. Se lamenta un poco la escasez de estudios completos que se refieran a este problema, tanto análisis locales como a conclusiones de carácter universal, pues de ellos se podrían extraer distintos enfoques para promover estrategias de conservación, o de recuperación en caso de que sean precisas. Finalmente, entramos en el análisis político en dos sentidos: cómo se percibe desde los sectores sociales este problema y cómo se plantea desde los sectores institucionales. La autora, profesora de investigación de CSIC, reclama una mayor profundización para tomar más conciencia y actuar consecuentemente. El desafío es global. Pero soluciones como las que se están promoviendo en China, o en Estados Unidos donde existen empresas que transportan colmenas de abejas melíferas de región a región, coincidiendo con las temporadas de polinización de los almendros, no son las mejores soluciones. Este libro, didáctico y académico, es muy oportuno, y uno solo puede rezar para que no llegue demasiado tarde una advertencia tan necesaria.

miércoles, 2 de abril de 2025

TAL VEZ VIAJAR en ZENDA

 

Viajar es una brutalidad

Viajar es una brutalidad

Tiene este nuevo libro de Martínez Llorca una capacidad, más que suficiente, para arropar a quien viaja y ha hecho del viaje un modo de vida recurrente. El título del libro, Tal vez viajar (La Huerta Grande, 2025) tiene escondido, entre su enunciado, un subtítulo sugerente: Una agenda de jardines, oasis y horizontes. Con esta perspectiva, y con este bosque recién dibujado, se nos arrebata cualquier pretexto para morir, como nos recuerda Robert Louis Stevenson en una de las citas de apertura. Y con este resultado, no hay más sendero que leer, vivir y viajar.

Martínez Llorca estructura su reflexión en torno al movimiento en veinticuatro capítulos. Los dos primeros se constituyen en una afirmación y un prólogo. Capítulos desiguales en extensión y en interés. Así, por ejemplo, el primero destapa una crítica velada al torrente turístico que originan las turbamultas de ciudadanos que deambulan por el mundo “buscando lo pintoresco” atraídos y cegados por lo típico y lo extravagante de los lugares y sitios que visitan, habitan y, permítanme la bajada de registro, defecan. Esta persecución les impide deambular sin rumbo fijo, como hacían los verdaderos musungus o vagabundos que iban por el mundo como si estuviesen perdidos; concepto este del musungu, por otra parte, desarrollado muy bien en el prólogo.

"Solo hay que viajar para conseguir vislumbrar lo que somos. Porque si algo te enseña viajar es que lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos"

Tal vez viajar es un ensayo que se justifica por lo lírico de su tono y por la reflexión que sobre el viaje y su sentido, que sobre el viaje y los sentidos realiza la memoria del autor. Gracias a esta, Martínez Llorca ha podido transcribir, en forma de capítulos breves, las emociones y reflexiones producidas durante los viajes realizados a lo largo de su vida. Ahora nos invita a recorrer esos paisajes inscritos en el palacio de su memoria. Y lo hace entremezclándolos con una fina y sabia cultura literaria que no olvida el texto que le sirvió de referencia y cabeza tractora para decidirse a escribir este ensayo: el Libro del desasosiego, de Pessoa, un verdadero y largo viaje inmóvil.

Las páginas de Tal vez viajar nos advierten de los peligros de mitificar los viajes, e incluso nos revela datos sorprendentes, como aquel que reza que un alto porcentaje de los rescates que se realizan en alta montaña son para salvar a gente que fue allí con la intención de suicidarse en soledad. Solo hay que viajar para conseguir vislumbrar lo que somos. Porque si algo te enseña viajar es que lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos. Esa atracción por pasarlo mal, la decisión de que tu maleta será tu casa termina fundiendo al becerro de oro de la idolatría por el viaje. A través de las páginas del ensayo de Martínez Llorca, se nos obliga a buscar dentro de nosotros lo que otros ya han sido en aquellas remotas montañas, o en aquellos rincones solitarios. Será la única forma de encontrar la conexión con la naturaleza y cuestionar los parámetros de consumismo que hoy mueven la aventura de viajar por el mundo.

"Martínez Llorca recuerda que el estilo literario más profundo es el silencio, y lo hace para revelar la soledad enferma en la que el fenómeno de las redes sociales nos sumerge cuando viajamos"

Me gustaría resaltar que hay una combinación mágica de este ensayo con las experiencias literarias del autor. Y de tal forma las imbrica, con tan natural armonía las cose con el hilo conductor de su razón reflexiva, el viaje, que en ocasiones parece que estás leyendo un sugerente diario de lectura nutrido con sus viajes. Así, son notables las referencias a Rilke y el ya citado Pessoa, a Thoreau y a Conrad, a Bowles y a Zweig y Stevenson; ¡hasta el Shylock! de El mercader de Venecia de Shakespeare aparece. Una maravilla el símil realizado. Aunque de entre todas, hay una referencia que sin duda ha retumbado. Es la que nos recuerda Cesare Pavese cuando afirmaba que viajar era una brutalidad.

Pavese me obliga a subrayar uno de los mejores capítulos que tiene el libro: “Las redes, maldita sea”. En realidad es una denuncia al pensamiento jíbaro al que nos han acostumbrado las redes sociales. Y no solo el pensamiento se ve sometido, sino la actitud demostrada por el viajero y el turista del selfi. Martínez Llorca recuerda que el estilo literario más profundo es el silencio, y lo hace para revelar la soledad enferma en la que el fenómeno de las redes sociales nos sumerge cuando viajamos. El autor menciona a Olivia Laing, autora de La ciudad solitaria, para glosar que quienes deseen de verdad purificar los porqués y las razones de sus viajes tienen que sopesar que el viaje debería ser una forma de rebeldía, pero en las redes sociales pasa a ser un instrumento de rentabilidad, una rentabilidad que tiene que ver con la vanagloria. Viajar se convierte, entonces, en una brutalidad. El narcisismo asociado a esta actitud, como nos refiere, no cesa de generar problemas por exceso y por defecto: pudre.

He de concluir esta reseña sobre Tal vez viajar, y quiero hacerlo volviendo al pensamiento que Martínez Llorca relaciona con su manera de viajar: “El estilo literario más profundo es el silencio”. Una cita que daría para otro ensayo. Y un enunciado que podría ser el mejor motivo para quien decide viajar trascendiendo lo físico con el fin de abandonarse en lo que de emoción verdadera y filosofía tiene sobrevivir en la naturaleza de los lugares sin que estos sangren. Así que, valga el oxímoron, nos advierte el autor, viajar es alcanzar una gloria anónima.

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Autor: Ricardo Martínez Llorca. Título: Tal vez viajarEditorial: La Huerta Grande. Venta: Todos tus libros.