miércoles, 26 de abril de 2023

LOS INTRUSOS

 

Los intrusos

Carlos Manuel Álvarez

Anagrama

Barcelona, 2023

267 páginas

 



Galardonada con el Premio Anagrama / UANL de Crónica Sergio González Rodríguez, esta obra nos traslada a uno de los momentos más críticos de Cuba, en lo que se refiere al ambiente político y social, de los últimos años. El 11 de julio de 2021 miles de manifestantes se lanzan a la calle para reclamar derechos, y protagonizan episodios nunca vistos hasta la fecha en la isla, como volcar coches de policía o saquear las tiendas en dólares. En el año 2018 comenzó a rodar el Movimiento San Isidro, en el que un grupo de intelectuales y artistas disidentes se rebela contra los dictados del gobierno cubano regulando sus actividades, realizando numerosas actividades públicas en protesta. Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989) recorre el tiempo y el espacio que media entre ambos momentos a través de varios perfiles y de su experiencia personal, por otra parte reflexiva, dando a estos años el peso de una revolución que funciona más como una carcoma dulce que como una revuelta armada.

El libro alterna una serie de perfiles con la relación de la visita del autor a la isla, una visita a partir de la cual va recogiendo sus propias impresiones acerca de lo que ha supuesto el régimen, de los motivos por los que ha podido mantenerse, de su imbricación en la vida del pueblo y cómo ha afectado al malestar en el que vive. El trazado de los perfiles no puede ser más profesional, más correcto; es fruto de una decantación del conocimiento, de los datos y los encuentros, y al autor no le faltan recursos expresivos para ayudar a que nos atrape la redacción, sin que en ningún momento abuse de ellos. En lo que se refiere a sus impresiones, tanto las reales, las que sufre en la piel y la carne como a las que atañen a lo intelectual y emocional, el interés nace del modo en que podrá transmitir algo que llamaremos miedo político: Carlos Manuel Álvarez lo siente y lo ve, sufre acoso y expresa que su acoso no es único, que está extendido entre todos los habitantes de Cuba. Se podría criticar, contradecir al autor replicándole la presencia de cierto descontento o agravio, pero por más que uno busque, no aparece ningún énfasis que nos haga sentir que es reo de resquemor, no hay apuntes de rabia, el tono es medido pero la intención es patente: este régimen totalitario ha demolido la ilusión de casi todos.

Si los perfiles de los protagonistas del movimiento de rebelión artístico son las ramas del árbol, los pareceres personales y la experiencia propia serán el tronco. En realidad, donde más convence, donde mejores momentos alcanza, es en los momentos en los que se refiere a su paso por un país que vuelve a visitar con el alma en vilo. A lector le queda la impresión de que todavía debe hacerse un buen balance, que alguien debería terminar de explicarle los papeles de todos y cada uno de los habitantes de la isla, que no sabe en qué grado un individuo es víctima ni en qué medida los intermediarios con los que trata son victimarios. Será en esa balanza, en la que en un fiel está el mártir y en el otro el verdugo, con todos sus movimientos hacia uno y otro lado, donde se obtendrá el mejor sustrato para las crónicas que van hablándonos de Cuba, como en La isla oculta, Cuba en la encrucijada o el anterior libro de Carlos Manuel Álvarez: La tribu, retratos de Cuba.

martes, 25 de abril de 2023

LA TRIBU DE LOS ÁRBOLES

 

La tribu de los árboles

Stefano Mancuso

Traducción de David Paradela López

Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2023

195 páginas

 



En lugar de un Estado, los árboles crean bosques. La mayor diferencia entre un bosque y un Estado está en una de esas ideas que constituyen la esencia del anarquismo: uno no cree en gobiernos o administraciones, uno no tiene fe en la polis ni siquiera en las ciudades-estado griegas ni en las grandes organizaciones colectivas, sean religiosas o ideológicas, porque uno sólo cree en la felicidad. Si existe una forma de organizarse natural, si existiera porque los árboles cobraran movilidad y habla, sería, más bien, la propia de la tribu: una complicidad colectiva en la que el individuo no pierde su identidad mientras forma parte de una identidad de grupo. Con cierta cortesía y ambigüedad, podríamos hablar de que la tribu es una forma de amar.

El profesor y neurobiólogo Stefano Mancuso (Catanzaro, 1965) nos ha venido recordando que la vida vegetal la trama sobre la que generamos todo lo demás, que la Tierra debería ser considerada el mundo de las plantas, que su existencia puede leerse como una aventura, que la fitosociología es algo más que una ciencia en la que colgar su tiempo algunas personas a las que les gusta el aire libre, que los árboles se comunican y cooperan. Las plantas viajan, memorizan y resuelven problemas cotidianos, nos muestran otro modelo de organización social, sin pirámides. Hasta aquí, podríamos hablar de un Mancuso sabio y muy efectivo en su relato, porque un ensayo, que es el género que en el que se ha venido expresando, también es un relato: parte de su éxito consiste en que nos creamos lo que dice. Pero en La tribu de los árboles intenta generar una novela, pura ficción, a partir de sus pasiones y conclusiones. La reivindicación sigue siendo mucho más que digna, sin embargo, la impresión es que la obra no termina de cuajar dentro del género al que se entrega.

Entramos a través de un mapa de una tierra ficticia, conocemos a unos protagonistas, que son árboles, divididos en clanes, nos movemos en un territorio que se podría parecer a nuestro planeta, aunque si se tratara de él nos ubicaría en una época fuera del tiempo conocido. Y desde el inicio uno identifica los principios ecológicos que rigen las intenciones del autor. A lo largo de la lectura, podemos pensar en ciertas obras de Ursula K. Leguin, y hasta en la película La princesa Mononoke, por ejemplo, para aclarar cuál es el ambiente en el que se mueven nuestros árboles, los aventureros que necesitan encontrar algo de sabiduría para reiniciar una convivencia que combata el cambio climático. A través de la memoria del protagonista, lo cual nos lleva de nuevo a la añoranza, asistimos a un movimiento algo lento, como el de los Ents que ideó Tolkien, de gente que intenta reestablecer el equilibrio. El narrador nos habla de sus años de juventud, cuando a uno no le queda más remedio que crecer, y mientras se va haciendo mayor cuestionarse quién es. El eje, eso sí, será el universo: somos parte del cosmos, somos parte del flujo de la naturaleza.

El pero que le podemos poner a tantas buenas intenciones, a tantos buenos mimbres, es que la inocencia que transmite la obra resulta un tanto infantil. La inocencia puede ser un valor literario, de hecho, tal vez sea el valor literario más grande y menos valorado, pero la narración se queda en un apunte, en una sencilla fábula. Nos falta un poco de potencia para que funcione del todo la ingenuidad, en el sentido más etimológico del término: en latín ingenuus quería decir nacido libre. Con todo, sólo cabe leer con respeto esta novela, que imita a las leyendas antiguas para reclamar la prioridad más moderna, que es la necesidad de cambiar tantos y tantos paradigmas.


Fuente: Zenda

jueves, 20 de abril de 2023

ELIZABETH FINCH

 

Elizabeth Finch

Julian Barnes

Traducción de Inga Pellisa

Anagrama

Barcelona, 2023

201 páginas

 

 


En la antigua Grecia existían dos estrategias de formación: a los hombres libres se les educaba en el ágora y a los esclavos en una escuela de instrucción. Hemos heredado el segundo sistema, el que crea súbditos y no personas con la capacidad para desarrollar pensamientos propios. Nuestros sistemas educativos están anclados en las necesidades de la Revolución Industrial. Hace tiempo que olvidaron el diálogo socrático y el aire libre. De ahí que llame tanto la atención la idea de una maestra, alguien que educa a adultos, capaz de retomar, contra cualquier iniciativa pedagógica oficial y cualquier corriente administrativa, la iniciativa de los antiguos griegos: hay que enseñar a pensar, los conceptos vendrán por sí solos. Julian Barnes (Leicester, 1946) crea a este personaje o, para ser más exactos, crea a este personaje a través de la mirada de uno de sus alumnos, que será el narrador de esta novela. No sólo es socrática, o así la entiende quien la admira, sino que además es seductora, flemática, anticonvencional, fumadora y muestra una nobleza moral a prueba de bombas: «Una mezcla de franqueza absoluta y secretismo repentino. Y también empatía absoluta y distanciamiento ocasional», dirá de ella uno de nuestros personajes.

Tras asistir a sus cursos, el narrador, un tipo que confiesa tambalearse entre creer que tiene el control y comprender que todo está perdido, mantiene una relación de veinte años que no interrumpe el platonismo, limitándose a verla una vez a la semana para comer en un restaurante italiano. Durante la primera parte de la novela asistimos a esa admiración que poco a poco se nos antoja hiperbólica, y por tanto nos hará ponernos en guardia, no sea que vaya a querer significar lo contrario de lo que nos sugiere. Pero el relato se interrumpe bruscamente, con el fallecimiento de ella, antes de que nuestra duda se coagule, y entraremos en una segunda parte que parece confirmar ese asombro a través de una investigación. El narrador se consagrará a un proyecto de investigación sobre la figura clave en el pensamiento y sentimiento— de su amiga y profesora: Juliano el Apóstata. Lee, con mucha reverencia, los cuadernos que ella le ha legado, llenos de aforismos y referencias al pensamiento del emperador romano. Al mismo tiempo, investiga acerca de él, un estudio que está lleno de diálogos con los libros y entre los textos. Juliano da pie al debate y esta segunda parte de la novela nos revela que es posible hablar con la literatura.

Barnes, a través de su narrador, escribe un perfil de Juliano, mostrando su poder, su influencia y las consecuencias de lo que él construyó o se construyó sobre él. La religión, por supuesto, pasa constantemente a primer término, pero la idea es que incluso ahí donde la historia ha querido hacerle polémico, fue reflexivo. En realidad, el narrador va descubriendo por qué le llamaba tanto la atención a su maestra: el contenido de su vida invita a la creación constante de paradojas, pero, al contrario de a lo que suelen invitar, están muy alejadas de cualquier tentación de cinismo.

En la tercera parte de la novela, planificada como una sinfonía, se retoma la acción presente para ir cerrando capítulos con las personas que intervinieron en la vida del narrador en los mismos momentos en que apareció ella, Elizabeth Finch. A los que se añade el hermano de la maestra, alguien bastante pragmático que comparte con su hermana la apariencia de serenidad. Pero todo sin perder de vista la idea de que para ella la historia es «activa, efervescente, volcánica a veces». La novela obedece a un homenaje, nos aseguran. Es, por tanto, una de esas obras que se le imponen a un autor. Y que a un autor del talento de Julian Barnes se le imponga una obra supone que el resultado sólo puede ser magnífico, posiblemente una obra maestra.


Fuente: Zenda

viernes, 14 de abril de 2023

MI JARDÍN Y OTRAS HISTORIAS NATURALES

 

Mi jardín y otras historias naturales

August Strindberg

Traducción de Natalia Zarco

Elba

Barcelona, 2023

110 páginas

 



Todas las cosas que existen podrán formar parte del viento o del amor por la literatura. Todo puede ir a componer ese mapa de los sentimientos que tanto confort genera. No somos capaces de todo, pero sí de todo lo importante, como es elegir el bien cuando constantemente se nos ofrece la posibilidad del mal. Si perdemos una pierna podemos elegir vivir sobre la que nos falta o vivir sobre la que tenemos. Nos construimos a pesar de lo que digan los agoreros, los cretinos, los esquizofrénicos. Siempre podemos elegir ser buena gente. El primer consejo es observar sin prisa nuestro entorno, a ser posible nuestro entorno natural, y si no está a nuestra disposición con facilidad, salir a buscarlo. Y entregarse al cariño, qué otra cosa puede provocar, que sentimos frente a los animales, las plantas, los paisajes y las puestas de sol.

Ese es el espíritu que llena estos textos de August Strindberg (Estocolmo, 1849 – 1912) en los que cesa su ímpetu intelectual para confesar que él también sabe dónde encontrar descanso. Si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero, reza el final de un proverbio chino. Strindberg se entrega a este fin para acabar con el pesimismo contemporáneo, ese que desde que él lo describe hasta nuestros días ha ido perdiendo su matiz inocente. El ruiseñor, la pesca, la caza, las flores, la inteligencia animal y, por supuesto, su propio jardín, son los centros de interés alrededor de los cuales irá tejiendo unos textos que contiene dosis científicas, apuntes en ocasiones superados, pero que nos resultan muy gratos de conocer, pues nos descubren que la ciencia, entonces, tenía su fundamento en la observación. Para llegar a conclusiones se disponía de los sentidos humanos, no había resonancias ni vivisecciones, ni siquiera había nacido la etología. Además, uno no podía entender el comportamiento animal separado de las plantas.

Es cierto que se podría cuestionar el amor por cierto tipo de caza que expresa Strindberg, pues un amante de la naturaleza no debería ser tan poco consciente de la vida del animal; es cierto que le falta un poco de compasión. Pero también lo es que nos encontramos en otra época, en un momento y un lugar en que liquidar a un ciervo no suponía una catástrofe ecológica y hasta el cazador se integraba en el bosque. Eso nos lleva a una lectura en términos de melancolía, de lamentar los tiempos pasados, aquellos en que un tipo hacía una o dos cosas al día y se daba por satisfecho: un paseo, una conversación, una recolecta de frutos. A ese lamento contribuye el estilo sereno, pulcro, casi se atrevería uno a decir que sabio, con que se expresa nuestro autor.

Es probable que dentro de la obra de Strindberg se considere a estas piezas unos textos menores. Pero todavía no ha existido la corriente literaria que valore, por encima de todo, la inocencia. Y ya va siendo hora de ponerla en marcha.

ANTRACITA

 

Antracita

Valerio Evangelisti

Traducción de Francisco Álvarez

Hoja de lata

Gijón, 2023

410 páginas

 

 


El mito es Jesse James o Pat Garret, pero también es el aburrimiento. En cierta medida, hemos reunido ambos tipos de mito en un solo cuenco al que podríamos colgar el apelativo de burgués: leemos o vemos y escuchamos las narraciones sobre Jesse James, o Pat Garret, para matar eso que conocemos como aburrimiento, que es un pequeño lujo al alcance de quien tiene la vida resuelta. Y lo que creamos son una suerte de lugares comunes que nos reconfortan al reencontrarlos y damos por bien amortizado el tiempo que pasamos junto a ellos. Habría que liquidar un poco esos dos mitos y pensar que el entretenimiento está al alcance de todos, incluso de aquellos que prefieren encontrarse con tipos que son la cara oculta de Jesse James y de Pat Garret. Valerio Evangelisti (Bolonia, 1952 – 2022) crea a su personaje, Pantera, un pistolero mexicano en un Estados Unidos irreconocible, para mostrarnos que esa ambición es posible, y que es posible esa empresa con éxito.

Para ello nos lleva a un país en el que los inmigrantes parecen ser los únicos pobladores. Sabemos que se trata de una época en la que el territorio estaba construyendo su identidad, pero ese es otro mito, porque la realidad es preguntarse a lomos de quién se construye ese contenido abstracto, del que disponen a su antojo los manipuladores, que se conoce como identidad nacional. Aquí todo el mundo parece estar en batalla contra todo el mundo, aquí no hay nada que no sea lucha y supervivencia, desde el estrato más bajo de la humanidad posible, teniendo en cuenta que la humanidad está condenada a organizarse en sociedad. Estos pobladores de Estados Unidos serían incapaces de caer en males como la depresión, porque esa enfermedad es también demasiado burguesa. Sobre esa comunidad humana Pantera debe realizar un cometido, pues no deja de ser un pistolero a sueldo, y en la confusión va conociendo los puntos de vista de cada una de las facciones, desde las de los más desfavorecidos hasta las de quienes sólo entienden de estadísticas. En realidad, una de las claves que nos mantiene atados a la lectura es que el encadenamiento de sucesos, constante, y a veces agotador, supone enfrentar a Pantera al destino, y comprobamos cómo se maneja en el filo del tipo duro, que es dueño absoluto de lo que está sucediendo y sus consecuencias, o cree serlo, y de quien aprende que los giros de los planetas humanos están lejísimos de poderse controlar. Nada es domeñable, pero no podemos dejar que el viento sea el dueño de nuestros actos.

A lo largo de la novela serán docenas los personajes que salgan y entren, pero Pantera permanece y se mueve, y nos va cartografiando un país embarrado. Vemos cómo viven los humillados mientras él consigue salir de los apuros gracias a un ingenio que es fruto de la atención. Y a la fe en esa alma que lleva por fuera, en el fetiche que le acompaña y que le vigila, o está convencido de que le vigila y apoya. La sugestión es buena parte de la materia de la que se compone nuestra autoestima.

Evangelisti no sólo compone una novela contra el aburrimiento, sea o no mítico, sino que además nos expone que sigue siendo posible combinar trama y conflicto. Pantera deberá ir descubriendo los vínculos que se han establecido entre los personajes, cada uno de ellos atado a sus principios de clase o tribu, que son muy complejos, mientras asistimos a una serie de miserias sociales que no sabemos bien si se están combatiendo, controlando o, sencillamente, maldiciendo. Y en esas miserias sobreviven como pueden personas que ni siquiera pueden permitir caer en una ligera depresión.


Fuente: Zenda

martes, 11 de abril de 2023

EL AÑO DEL DESIERTO

 

El año del desierto

Pedro Mairal

Libros del Asteroide

Barcelona, 2023

365 páginas

 



Hay quien camina pegado a la tierra por el ombligo. Es una metáfora, pero no una expresión cualquiera: por el ombligo estuvimos unidos a nuestra madre dentro de su vientre, y perder ese lazo nos ha dejado desamparados en este valle de lágrimas. Si uno conservara siempre un vínculo umbilical con una madre que te protege, se sentiría seguro hasta la euforia y jamás sentiría la tentación de volverse loco. Asomarse al abismo de la locura es una constante cuando andamos tan desamparados, y la fascinación que produce se asemeja bastante al vértigo que se siente al mirar a un precipicio que va a dar a la más hermosa de las selvas. Puede suceder que tu entorno no te regale ese punto de belleza que sobrevive allí, al fondo, y entonces quedarás sujeto a los ataques de ansiedad constantes, como los que vive la protagonista de esta novela.

Hay una parte reconocible en ese entorno que no permite descanso, una semejanza brutal con un país atrapado en una dictadura genocida, sólo que, a diferencia de lo que sabemos de la historia, aquí no se nos regala ni el nombre ni el rostro del villano. Desconocemos quién es el poderoso que lleva al país a la ruina y a la crueldad, hasta el punto de que sentimos que la maldad es fruto de una inercia, que no existe un motor principal, sólo gestiones aisladas. Aunque todas ellas dedicadas a oprimir. En realidad, Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) construye una distopía que nos incomoda, porque no se trata de una proyección de futuro, sino de una expresión de pasado. Esto no está sucediendo, esto ha sucedido, se nos indica, y somos la fruta que cayó de aquel árbol. Leemos los sucesos consecutivos de esta narración sintiendo que la pesadilla está tejida con demasiada realidad. A la que Mairal añade una redacción al galope, con frases cortas que mantienen la actividad constante, pues en cada una de ellas está sucediendo algo y no conviene perderse ninguno de los efectos, dado que perderíamos pie y nos quedaríamos colgando del relato, sujetos sólo por el ambiente tóxico.

 

No se puede leer en la fila, señorita.

¿Por qué? le pregunté, y un tipo que estaba más atrás, con la aprobación de todos, dijo:

No se puede leer, querida, si estás esperando estás esperando.

  

En la retaguardia de la lectura, para asumir que debe existir algún atisbo de esperanza o alegría aguardando a nuestra protagonista, echada al abismo de la calle y sujeta a los vaivenes de la selva oprimida, está la asociación de la estructura de la novela, que nos remite a Tom Jones o a Moll Flanders. Gente echada a andar y que es capaz de sobrevivirse a sí misma, de superarse a pesar de la falta de afectos y contra la ansiedad de grupo. Falta, eso sí, alguno de los toques de humor que abundan en Tom Jones y apenas asoman en Moll Flanders. Pero es un estupendo tributo a estas obras, una actualización imprescindible, porque el mundo en el que vive o ha vivido, o ha vivido de prestado Pedro Mairal, también necesita crear sus leyendas.

viernes, 7 de abril de 2023

ENTREMUROS

 

Entremuros.

Sergio Missana.

Ediciones Lastarria & De Mora.

Valladolid, 2023.

295 páginas

 



Las distopías funcionan de manera contraria al mecanismo que rige la memoria: allí, en nuestra cabeza, desechamos los malos recuerdos, por la sencilla razón de que necesitamos sobrevivir, y fijamos en las evocaciones los buenos momentos, los instantes de placer y felicidad que hemos vivido. Las distopías son ilusiones creadas por agoreros que aseguran que lo más importante no fueron las películas de Charlot, sino la Gran Depresión. En los tiempos felices jugaban algunos personajes con ser dueños de su destino, y es a ellos a quienes prestamos atención y no a los predicadores de la oscuridad que anunciaban tragedias. Pero a la hora de la verdad, a cualquiera que se le pregunte te dirá que vivimos tiempos sombríos y se avecina una tormenta. Parecemos condenados a vivir entre los recuerdos salvíficos y las predicciones agoreras. Tal vez a eso se reduzca nuestro alimento básico. Sergio Missana (Santiago de Chile, 1966) se suma a los apóstoles de lo sombrío en esta novela, Entremuros, en la que también se manejan los principios básicos de las novelas policiacas.

Escrita a varias voces, nos sitúa en una ciudad en ruinas donde todo el mundo parece estar en guerra contra todo el mundo. No hay espacio para respirar aire puro, no hay espacio para la libertad. A no ser que uno consiga huir hacia un territorio prometido, que resultará ser poco más o menos tan consistente como un campamento de refugiados. El mundo que crea Missana es un lugar donde no parecen existir leyes explícitas, un lugar donde se supone que hay una administración, tal vez hasta un gobierno, pero su debilidad alcanza tal grado que se diría que se ha diluido. Si no existe un referente oficial, las leyes serán implícitas. Y las leyes implícitas las dicta, ya lo sabemos, el más fuerte. Se suele conocer a este fenómeno como ley de la selva, y aquí la selva son los escombros. Ni siquiera tenemos el descanso de la naturaleza al fondo.

Se nos entrega una obra que maneja todos los lugares comunes de este tipo de novelas, sitios que parecemos más estar revisitando que conociendo por primera vez. Ahí está la cárcel claustrofóbica, por ejemplo, o el secuestro de las mujeres; y también tendremos al coyote que ayuda a emigrar, como los que atraviesan Centroamérica y México en canal; se nos hablará de desaparecidos sin rastro posible de seguir, y de prófugos de la justicia, cuando la justicia es algo demasiado débil; acompañaremos a personajes en fuga, por tierras inhóspitas, como es inhóspito el desierto; asistiremos al asalto a una comisaría defendida por dos policías, por parte de unas bandas armadas que pretenden liberar a su jefe; los últimos poderosos se refugiarán en torres como quien se libra así del acoso del mundo zombi y la única salvación posible estará en un lugar legendario, en el que no hay más idilio que mantenerse al margen de la violencia. Este país, este planeta, está más bien regido por organizaciones clandestinas en las que uno no puede sino estar en guardia, pues la traición es la norma. En realidad, cabe preguntarse por qué son secretas, dado que no existe nada contra lo que ser secreto: no hay Estado, no hay dirección central, no hay un sistema de justicia implantado por ninguna administración.

La salida que se ofrece a los personajes, el escape a este mundo tóxico, es el mito, la fantasía. En algún lugar se podría ser feliz. En algún lugar uno puede vivir lejos de seres que emergen de las sombras, llenos de tatuajes, con los dientes de una calavera dibujados en los labios y círculos vacíos en torno a los ojos, portando machetes y un collar de dientes humanos. No sólo los lugares son territorios que revisitamos, también los personajes son gente a la que nos parece haber conocido en otros relatos, algunos cinematográficos, donde este tipo de narración funciona como un tiro.

 

lunes, 3 de abril de 2023

LAS SEPULTURERAS

 

Las sepultureras

Taina Tervonen

Traducción de Iballa López Hernández

Errata Naturae

Madrid, 2023

234 páginas

 



¿Qué levanta nuestra civilización en el aire? Básicamente, lamentos. Eso es lo que uno piensa cuando viaja a un país en el que encontrar una fosa común, donde yacen víctimas de una guerra, es una buena noticia. De eso trata este libro, Las sepultureras, que Taina Tervonen (Espoo, 1973) construye mientras elabora un documental sobre el trabajo de Senem y Darija, una antropóloga forense y una investigadora que intentan identificar quién vivió sobre los huesos humanos que aparecen en las fosas comunes. Estamos en Bosnia-Herzegovina. Las posibilidades de desfallecer en brazos de la pornografía emocional son muchas, porque las guerras de los Balcanes nos afectaron demasiado de cerca. Pero Tervonen se refugia en el lenguaje que registra, en la sobriedad, eludiendo cualquier tentación al lirismo o, para decirlo con más propiedad, a la farsa de lirismo. Su proximidad será a estas dos trabajadoras, no a la muerte, a las que irá visitando a lo largo de varios años.

«He pasado tanto tiempo en esta región que el silencio ha acabado afectándome también a mí. Me ando con cuidado con las palabras que empleo, con los temas que abordo. Alguna vez he llegado a reemplazar el término «limpieza étnica» por «los acontecimientos», preocupada por que no quisieran seguir hablando conmigo y a la vez avergonzada de contribuir a la negación de la historia».

No podemos estar más incómodos en esta situación en la que uno debe esforzarse por vivir contra el silencio. Tervonen va conociendo a estas dos mujeres, y a las consecuencias de los acontecimientos, o de la limpieza étnica, a través de su mirada. Pero ellas no hacen un trabajo de campo para desvelar los sucesos, ellas se limitan a ejercer una tarea que consideran de justicia. Porque la ética de estas dos mujeres, incansables, será el telescopio y el microscopio a través del cual veremos la realidad que se está viviendo. Y esta realidad es de duelo, de duelos incompletos, de dudas, de ese tipo de malestar que a la gente le siega la yerba bajo los pies. A la hora de la verdad, cualquier resolución ha quedado estancada y corre severo riesgo de caer en olvido.

Se busca una complicidad narrativa con las familias, pero a la mayoría de las personas les pesa demasiado el silencio que «transforma el dolor de los recuerdos en pesadillas, en migrañas, en arrebatos de violencia». «A veces el silencio es el precio que hay que pagar para sobrevivir», comenta, convencida de que el tiempo de la palabra todavía no ha llegado. Lo que sí llega es la humanidad como flujo moral, que es lo que va llenando los espacios entre quienes habitan sobre la superficie y aquellos a los que se quiso enviar al olvido.

Tras recorrer esa distancia, comprobamos que la buena gente ha aprendido a vivir sin rencor, que quien sufrió pérdida no odia, y no podemos sino cuestionarnos por qué. Si hay una emoción que se impone a lo largo de este libro, esa es el respeto. Y también nos preguntaremos si el respeto es una emoción. Sabemos, y así nos lo recuerda algún entrevistado en algún momento, que el miedo no es una emoción muy constructiva. Y en el ambiente en que se mueve nuestra autora el miedo sería la ruta normal. Así pues, cabe concluir que debe existir una emoción que uno construye para librarse de ese miedo, que esa emoción surge por voluntad propia y por sensatez, por las ganas de vivir que uno extiende a su alrededor, y esa emoción tiene que ver con los demás tanto como con uno mismo. De eso trata este libro impactante, del respeto, que será esa emoción que nos ayude a neutralizar el miedo y a su hijo el odio.


Fuente: Zenda