jueves, 20 de abril de 2023

ELIZABETH FINCH

 

Elizabeth Finch

Julian Barnes

Traducción de Inga Pellisa

Anagrama

Barcelona, 2023

201 páginas

 

 


En la antigua Grecia existían dos estrategias de formación: a los hombres libres se les educaba en el ágora y a los esclavos en una escuela de instrucción. Hemos heredado el segundo sistema, el que crea súbditos y no personas con la capacidad para desarrollar pensamientos propios. Nuestros sistemas educativos están anclados en las necesidades de la Revolución Industrial. Hace tiempo que olvidaron el diálogo socrático y el aire libre. De ahí que llame tanto la atención la idea de una maestra, alguien que educa a adultos, capaz de retomar, contra cualquier iniciativa pedagógica oficial y cualquier corriente administrativa, la iniciativa de los antiguos griegos: hay que enseñar a pensar, los conceptos vendrán por sí solos. Julian Barnes (Leicester, 1946) crea a este personaje o, para ser más exactos, crea a este personaje a través de la mirada de uno de sus alumnos, que será el narrador de esta novela. No sólo es socrática, o así la entiende quien la admira, sino que además es seductora, flemática, anticonvencional, fumadora y muestra una nobleza moral a prueba de bombas: «Una mezcla de franqueza absoluta y secretismo repentino. Y también empatía absoluta y distanciamiento ocasional», dirá de ella uno de nuestros personajes.

Tras asistir a sus cursos, el narrador, un tipo que confiesa tambalearse entre creer que tiene el control y comprender que todo está perdido, mantiene una relación de veinte años que no interrumpe el platonismo, limitándose a verla una vez a la semana para comer en un restaurante italiano. Durante la primera parte de la novela asistimos a esa admiración que poco a poco se nos antoja hiperbólica, y por tanto nos hará ponernos en guardia, no sea que vaya a querer significar lo contrario de lo que nos sugiere. Pero el relato se interrumpe bruscamente, con el fallecimiento de ella, antes de que nuestra duda se coagule, y entraremos en una segunda parte que parece confirmar ese asombro a través de una investigación. El narrador se consagrará a un proyecto de investigación sobre la figura clave en el pensamiento y sentimiento— de su amiga y profesora: Juliano el Apóstata. Lee, con mucha reverencia, los cuadernos que ella le ha legado, llenos de aforismos y referencias al pensamiento del emperador romano. Al mismo tiempo, investiga acerca de él, un estudio que está lleno de diálogos con los libros y entre los textos. Juliano da pie al debate y esta segunda parte de la novela nos revela que es posible hablar con la literatura.

Barnes, a través de su narrador, escribe un perfil de Juliano, mostrando su poder, su influencia y las consecuencias de lo que él construyó o se construyó sobre él. La religión, por supuesto, pasa constantemente a primer término, pero la idea es que incluso ahí donde la historia ha querido hacerle polémico, fue reflexivo. En realidad, el narrador va descubriendo por qué le llamaba tanto la atención a su maestra: el contenido de su vida invita a la creación constante de paradojas, pero, al contrario de a lo que suelen invitar, están muy alejadas de cualquier tentación de cinismo.

En la tercera parte de la novela, planificada como una sinfonía, se retoma la acción presente para ir cerrando capítulos con las personas que intervinieron en la vida del narrador en los mismos momentos en que apareció ella, Elizabeth Finch. A los que se añade el hermano de la maestra, alguien bastante pragmático que comparte con su hermana la apariencia de serenidad. Pero todo sin perder de vista la idea de que para ella la historia es «activa, efervescente, volcánica a veces». La novela obedece a un homenaje, nos aseguran. Es, por tanto, una de esas obras que se le imponen a un autor. Y que a un autor del talento de Julian Barnes se le imponga una obra supone que el resultado sólo puede ser magnífico, posiblemente una obra maestra.


Fuente: Zenda

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