El signo de los
tiempos
Oda Sakunosuke
Traducción de Yoko
Ogihara y Fernando Cortés
Satori
Gijón, 2023
251 páginas
En buena medida, la
literatura se sustenta más sobre lo probable que sobre lo posible. Es casi posible
que nadie haya vivido una vida así, pero es probable que exista quien la padezca.
La mayor diferencia entre un concepto y otro está en su modificación en cuanto
se le añade el prefijo in: imposible frente a improbable. Lo que nos relata la
ficción puede ser imposible, pero no se permite el luje de ser improbable. Ni
siquiera en los relatos góticos o de ciencia ficción.
Las biografías que Oda Sakunosuke
(Osaka, 1913 - Tokyo, 1949) idea son
existencias posibles, sin duda, y más en los tiempos que marca para que sucedan
en los años cuarenta. Pero lo más doloroso, lo que más atañe al lector a la
hora de ver sus emociones reflejadas en ellas, es que se trata de biografías
probables. No parece que exista ninguna diferencia entre lo que nos relata y lo
que debió conocer, aunque sea a través de los ojos, las voces y las
experiencias de los otros. Algunos de los relatos recopilados son de una
extensión suficiente como para considerarse novelas cortas, y en todos ellos está
presente un costumbrismo que se refleja con serenidad, sin rencor, leyendo la
calle y lo que acontece en la calle con fluidez y sin ánimo de encontrar odio.
Aunque los hechos sean duros, los desencuentros y las relaciones ásperas y sin buena
perspectiva, los personajes no hagan sino encontrar trabas para crecer y el
amor parezca una utopía, pero que existe con la fuerza con que existen los
deseos. Todos los seres que retratará poseerán un interés lo suficientemente
denso como para prestarles atención: jugadores, escritores, geishas, soldados,
etc.
Hablamos de gente que de
vez en cuando parece ausentarse de sus propios días, y cuando quiere darse
cuenta, comprueba que la vida ha sucedido, que la vida no aguarda como esperamos
nosotros a que pase el próximo tren. A pesar de ello, no cesarán de preguntarse
si allí donde están, en ese espacio y ese momento, ese sigue siendo su lugar.
Las decisiones fluyen entre lo que creemos que somos y lo que la gente espera
de nosotros, lo cual nos puede convertir en integrados o rebeldes. Sea cual sea
el resultado, los destinos de los personajes no afectarán en nada al palpitar
del mundo. Supervivientes y en buena medida vagabundos (algunos con más énfasis
que otros, pero todos saltando por los días y las noches), expuestos a la
muerte, incluso a la agonía, relacionándose con celos y ternura, adictos a lo
que sea con tal de que ese placer se muestra como un escape, piezas que se
mueven en un itinerario que no terminan de elegir, forman parte de un lumpen
posbélico, es decir, de la tristeza. De sus encuentros, de los encuentros del
lector con ellos, uno debería deducir en qué consiste la esencia de la vida.
Pero parece que es imposible e improbable deducir nada.
El libro está planificado
en orden cronológico, con lo que podemos atisbar el proceso de maduración
creativa de Sakunosuke, que va incrementando sus recursos —de estructura, de formulación, de composición—, sin abandonar jamás la frescura de la juventud. Su estilo
es natural y es humilde. Así es como mejor nos dará a conocer a estos seres que
se mueven entre la nostalgia por la vida y el desapego por la vida. Hay algo
grato, en esta tristeza, en esta pobreza que va relatando, y es el darse cuenta
de que nuestro autor es capaz de ser realista sin atender a la emoción que
movería el mundo de no existir el miedo, que es la ambición. Aunque sólo sea
por eso, merece, y mucho, la pena leer este volumen.
Fuente: Zenda
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