jueves, 4 de enero de 2018

EN EL CORAZÓN DEL PAÍS

En el corazón del corazón del país

William H. Gass

Traducción de Rebeca García Nieto
La Navaja Suiza
Madrid, 2017
275 páginas

Uno mira al corazón de lo que se supone representa los mejores tópicos del universo, y se encuentra con un lugar donde no desearía vivir. Ni él, ni nadie en su sano juicio. Las miserias más fáciles de conocer, son las de los lugares donde vivimos. A eso se le conocer, por norma general, como la suerte de tener raíces. Cuando tener raíces tiene tanto de beneficio como de maldición. De hecho, el único beneficio que tiene es el de presumir de pertenecer al lugar más hermoso o más libre o más lo que sea del mundo. Y ya sabemos que detrás de la presunción se esconde un miedo o un complejo, si es que son cosas diferentes. Si uno se aleja del lugar, por voluntad propia, y luego trata de describirlo, pensará que su pueblo es el mundo. Nada describe mejor en qué consiste la condición humana que el resumen de la vida en una aldea, como Comala, o un condado, como Yoktapanawpha. De ninguno de los dos lugares puede uno escapar, porque los ejidos son algo así como un infinito campo desolado que no puede atravesarse. Lo demás es yermo y vacío. Solo encuentra vida, y miserias, y por tanto sentido, en su territorio. En ese aspecto, el proyecto literario de William H. Gass (Fargo, Dakota del Norte, 1924), desarrollado poco a poco a lo largo de décadas, al que más se asemeja es al de Edgar Lee Masters. Un Sur de Estados Unidos semivacío, en el que habitan gente que tiene, tal vez, las características de los Snopes, la familia que popularizó Faulkner en su obra.
A diferencia de Faulkner, que sabía que personaje era cobarde y cuál era un loco o un alcohólico, y que en ocasiones no daba margen para otra cualidad en ninguna de sus creaciones, Gass comienza por intentar descubrir si uno a uno son tímidos o son desagradables. No levantar el sombrero cuando un macho se cruza con una dama, puede tener diferentes significados. En una década, Gass evoluciona desde saber lo que quiere expresar, a expresarse para intentar encontrar sentido. Desde la frase corta de un narrador semianalfabeto, al texto breve, la estampa que podría ser poética con otros criterios diferentes a los que nuestros prejuicios tienen acerca de la poesía. El libro se abre con una novela breve, donde el invierno demuestra que vivir duele. Escrita desde los ojos y la voz de un crío, que apenas sabe nada, es un relato sobre la costumbre animal de seguir respirando para justificar que uno ponga su vida por encima de la de los demás. El segundo relato, a caballo entre la novela breve y el cuento largo, lo monta un voyeur que vigila lo que sucede en la acera de enfrente. Su intención: demostrar que lo más feo es lo vulgar. En el tercer relato, cambia el estilo y las frases son más largas, subordinadas que empujan hacia la siguiente subordinada. Claro que también cambia el ambiente, de la miseria rural a la clase media de un vendedor inmobiliario muy incompetente. Antes de los magníficos cuadros que forman En el corazón del corazón del país, se nos presenta un relato en el que el asco a las cucarachas de un granjero provoca un efecto rebote, pues le lleva a enfermar de soledad y de fobias.
Y luego viene esa obra maestra que, por definirlo de una forma breve, es lo contrario al libro del desasosiego: una serie de cuadros de una exposición en la que se reflejan las memorias de ese corazón del país, produciendo, al revés que el libro de Pessoa, desasosiego. “Obedece la ley, apenas habla, tan solo hace carambolas tranquilamente y vive en paz”. En paz o en un mundo gris en el que todo se enuncias desde el egocentrismo, como va desglosando párrafo a párrafo. ¿Se puede exigir más resignación? Cada semana asistimos al descubrimiento en medios del gran autor americano olvidado. Y cada semana nos llevamos un batacazo. Por suerte, la gente de La Navaja Suiza ha conseguido que, esta vez sí, encontremos lo que tanto estábamos esperando.

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