El rumor de la frontera
Alfonso
Armada
Península
Barcelona,
2016
310
páginas
“La
frontera es barbecho para forajidos y aventureros, contrabandistas y patriotas,
gente de gatillo fácil y buenos samaritanos”. Así empieza la crónica dedicada a
Tombstone, que no es precisamente ningún homenaje a la leyenda de la ciudad del
oeste. Ni tampoco una definición completa de la frontera, como se expresa en
algunas otras de las crónicas del libro. En este caso, eso sí, se trata de una
frontera cuyas peculiaridad permite amplísimos caracteres literarios, y no
digamos reales. Cormac MacCarthy es el referente favorito de los primeros. Los
personajes que le salen al paso el de los segundos. Personajes que son el
centro de una fuerza centrífuga sobre la que gira cada crónica. El conocimiento
de cada situación ha podido ser muy profundo, incluso de días. La emergencia o
el proyecto literario de resumirlo a un número limitado de caracteres, hace que
Alfonso Armada saque lo mejor de sus recursos estilísticos para transmitirnos a
qué sabe, a qué huele y de qué color es el crepúsculo de una frontera.
Porque
la frontera que él atraviesa una y otra vez en un viaje de este a oeste entre
Estados Unidos y México es una frontera cuya impresión da, a medida que leemos
las páginas, que siempre fue crepuscular. No solo marca territorios, existen
fronteras temporales. Y dado que el tiempo es la materia más inexacta del
universo, la frontera no es una línea, es de la amplitud que tiene ese terreno
marrón que es el desierto. Un desierto es la nada. Y la nada es, por su parte,
la materia ideal para retrasar o detener lo que sea: la suerte que uno intenta
construirse en la vida, la sabiduría de la generosidad, el alquitrán y las
concertinas, la maldad y el tibio imperio de lo humano. Una frontera suele ser
una línea de doble vertiente: por un lado separa, por otro invita a
traspasarla. En este caso, esa frontera invita a traspasarla con frecuencia
para sobrevivir.
La
frontera real entre Estados Unidos y México es la que separa a los minutemen, esos iluminados que piensan
que ser patriota es pegar un tiro en la nuca a un muerto de hambre que ha
sufrido todas las desdichas desde Honduras hasta Río Grande, de los hijos de
las mujeres explotadas en maquiladoras, esas que por un salario de hambre cosen
las botas que calzan los minutemen
compradas a precio de saldo en un Wall-Mart. Al final, parece que algo les une:
ni en las maquiladoras ni en los Wall-Mart existe ningún derecho para el
trabajador, ni siquiera el de pedir por favor un segundo de descanso cuando
tienen fiebre. Pero esa frontera es, además, la frontera por excelencia. Cuando
nombramos la palabra frontera, la primera que se nos viene a la mente es esta,
aunque Alfonso Armada encuentra un refugio romántico en la memoria de la
infancia y dicta que él piensa en la frontera entre España y Portugal, que es
una frontera femenina, como una madre. De ese tipo de sugerencias están
cargados estos textos intensísimos, de esas imágenes y metáforas que hicieron
de Alfonso Armada uno de los mejores escritores de nuestro país, y cuyas
crónicas echamos tanto de menos.
En
su literatura siempre estaba presente la frontera: en Sarajevo, en África. La
frontera entre serbios y bosnios; la frontera entre hutus y tutsis. Y también
está presente, aunque sabiamente de forma explícita, el enemigo. Pues en las
fronteras se corre el riesgo de topar con el enemigo. En algún momento de una
de estas piezas, Armada está próximo a confesarlo. Se trataría de la relación
oligarca Norte/Sur. Pero él no pretende construir ningún ensayo, ni siquiera
apuntar a una hipótesis. Armada escoge su centro de interés –una persona, un
enclave, un suceso- y con la intensidad centrífuga, girando alrededor de ese
centro de interés, nos mantiene en tensión, sin acudir jamás a lo carroñero, para
que no se le escape esa ráfaga que ha vislumbrado y que define, a través de
unas crónicas maravillosas, la maldición de la frontera.
Fuente: Culturamas
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