viernes, 2 de febrero de 2018

LA MALDICIÓN DE LONO

La maldición de Lono
Hunter S. Thompson
Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez
Sexto Piso
Madrid, 2016
204 páginas

He aquí la referencias que justifican toda una vida: el boxeo y la sangre en la nariz, las peleas de gallos y los espolones de las apuestas; el alcohol, preferentemente el whisky, combinado con cualquier cosa que uno pueda meterse por la nariz hasta tener el tabique de platino; las enfermedades raras y la visión de las enfermedades raras, es decir, las que están a flor de piel, incluidas las venéreas, y también las que afectan al estómago y provocan vómitos en los baños del hotel; las cucarachas que se esconden cuando uno enciende la luz de los baños del hotel, los revólveres, los travestis, las luces de neón. Y un largo etcétera que compone o contamina, según la mirada con que uno lo interprete, los escritos de Hunter S. Thompson (Kentucky, 1937 – Colorado, 2005). Se trata, en definitiva, de prestar atención a cualquier cosa que se esté degradando. Lo que no está en pleno proceso de fermentación, no merece figurar en sus párrafos. Esa es la elección de Thompson y a ese reportero, bañado en realismo sucio, es a lo que nos enfrentamos. Pero uno debe ser consciente de que el mundo no se acaba en los límites de las páginas mientras lo lee. Thompson lo sabe, sabe que el lector conoce muchas otras cosas, de ahí que sean válidas sus licencias, sus referentes, la selección de sus recuerdos.
Más moderado que en otras ocasiones, Thompson se embarca en un viaje para cubrir la maratón de Honolulú, y aprovecha para tomarse unas buenas vacaciones con todos los gastos pagados. La invitación incluye plaza para otra persona, el dibujante Ralph Steadman, que acudirá acompañado de su familia. A Steadman no le quedará más remedio que adoptar la postura del compañero gruñón, pues el viaje toma cada vez tintes más excéntricos y poco aptos para una sensibilidad no habituada a los chistes de la barra de bar de una penitenciaría. Si es que en las prisiones existen bares. Lo que sucede es grotesco, al filo de lo real, con un desfile de personajes con aspecto de encontrarse fuera de lugar, aunque también lo estarían en cualquier otro lugar del planeta. Que Thompson preste atención a este género de personas, se traduce en algo que podríamos llamar halitosis literaria. Pero Thompson puede ser desagradable, aunque, insistimos, en este libro mucho menos que en otros, pero nunca deja de ser sincero. Como siempre, su obra va construyendo un manual acerca de cómo sobrevivir entre gente que se cree vividores porque hablan con palabras gruesas y se enchufan mescalina o drogas de diseño, pues de ninguna otra manera sienten emociones. Y o uno se emociona, o está muerto. Estos rendidos deudores de un actualizado dios Dionisio tienen su moral, sí, una moral de marihuana en la que se puede presumir de que sobra la sabiduría.

Pero mientras tanto, contra viento y marea, en el sentido más literal del término, Thompson se empeña en prolongar su estancia en las islas con la única intención de poder salir a navegar. Aguanta tifones y tarados que sienten que eructar les produce sensación de libertad, hasta el punto de que en alguna ocasión intentan hacer una parrillada en medio de una tormenta en el mar. Empeñado en ese fenómeno de la pesca de grandes peces, como el pez espada, una actividad a medio camino entre el deporte y lo comercial, pasa semanas y semanas de pereza que le sirven para escribir este libro. Al mismo tiempo, lee e incrusta, a modo de espejo, escritos sobre la llegada del capitán Cook a las islas. Y, recordemos, los nativos creyeron ver en el capitán Cook a la reencarnación de Lono, su antiguo gran rey. Leyendo a Thompson uno no puede evitar preguntarse si le interesa la vida de los imbéciles. Una cuestión que el propio Thompson también se pregunta: ¿por qué a la gente le interesa la vida de un idiota? Thompson lo solventó todo quitándose la vida. Pero nos dejó unas cuantas páginas de periodismo gonzo que no son un mal recurso para hacer tabla rasa con la estupidez y entender que vivir es necesario, pero mejor de otra manera.

Fuente: Culturamas

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