miércoles, 26 de noviembre de 2025

INÚTIL ÉMULO

 

Inútil émulo

José de María Romero Barea

Alfar

Sevilla, 2025

142 páginas

 



La literatura es como el mar, que tiene memoria y dentro caben todas las almas. Por encima de ellas, las olas son las personas divinas sobre las que navegamos o naufragamos tratando de pescar algo bueno entre la memoria de los que allí aguardan, tranquilos en sus cementerios marinos. Si esa tranquilidad también está en la superficie, podremos ver horizontes lejanos, pero en caso de tormenta nos agarraremos a cualquier asa mientras tratamos de recoger las redes de pesca. Si uno escribe en calma, de ese mar saldrán las obras de Stevenson, pero cuando uno agita voluntariamente esos encuentros con las palabras y las ideas, podremos toparnos con Larva, de Julián Ríos, o algunas de las obras más complejas de Juan Goytisolo. Sin alcanzar una temperatura tan críptica, Inútil émulo responde a esta forma de sentir la literatura, que en ocasiones se nos presenta como una fiebre. José María de Romero Barea (Córdoba, 1972) entiende que en el mar literario uno puede pescar con total libertad, y así es como aquí ejerce esta tarea, en un libro que se anuncia de relatos, pero difícilmente podremos identificar como tal: que nadie espere un cuento redondo, con su final sorprendente. De lo que se trata es de recuperar el espíritu de compromiso con la literatura, con las palabras.

Uno se siente tentado a utilizar la palabra posmoderno a la hora de referirse a esta obra. Parece imponerse el relativismo, cuestionarse la objetividad y, sobre todo, un aparente caos sin esperanza, así nos lo indican. Pero estamos frente a un homenaje a la literatura por encima de todas las cosas. A partir de la forma, que sí responde a los principios posmodernos antes enunciados, de lo que se trata es de transmitir un desasosiego de aspecto gratuito, pero con el que nos iremos familiarizando hasta poder disfrutar de él, de las asociaciones libérrimas y la metaliteratura. Romero Barea parece enfrascado en demostrar que se puede narrar algo tan complejo de narrar como son los fundamentos literarios. Hay, pues, una tentación de literatura narcisista, esa que se mira a sí misma obviando el exterior, pero lo que sucede es que sigue estando permitido que cada uno elabore su propio mundo interior, que no hay reglas para ese crecimiento, y al darse cuenta de que el que lee no es únicamente lector, se preguntará hasta dónde podemos encontrar en las palabras, en ese mar literario, consuelo. En realidad, esta obra es un reclamo, una llamada de atención que nos indica dónde mirar cuando uno se cansa de mirar la realidad. Ese es el plan previo. Luego viene el desarrollo, en el que no existen los absolutos, en el que se nos indica que todo es interpretable.

El valor de esta estrategia es darnos cuenta de todo lo que nos podemos permitir. Y, además, concluir que podemos sentir amor por las artes, como el autor lo siente por la literatura, y que ese amor nos rescata de morir ahogados. Poco a poco, Romero Barea va extendiendo una cartografía muy personal en la que se imponen las situaciones, no las acciones. No hay actuación de ninguna clase, hay palabras que van formando un retrato de intenciones holísticas: es posible que seamos mucho más que la suma de todas las partes, pero, para empezar, debemos dar buena cuenta de las partes que nos conforman. El riesgo que corre el autor es el de provocar lo que teme, que es encontrarse con algo demasiado pretencioso, tanto que puede llegar a ser aburrido. Romero Barea sortea este peligro con un trasfondo de denuncia, pues poco a poco va apuntando a vicios, también vicios literarios, que empañan demasiado nuestros días. Si la literatura es un baúl lleno de palabras, bienvenida sea esta confesión de amor por ella.


Fuente: Zenda

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