Engaño
Yuri
Felsen
Traducción
de María García Barris
Gatopardo
Barcelona,
2024
216
páginas
No
se sabe si uno vive con pasión, que es la mejor forma de mejorar la vida, o la
intensidad de lo que siente se debe a algún malestar, como es la manía de sentir
lástima por uno mismo. Con frecuencia confundimos la sensibilidad con lo que
afecta a nuestro narcisismo, ese factor que debemos construir bien armado, en
su justa dosis, para crear una autoestima en condiciones. Si uno no lo consigue
y se encierra en el cuarto oscuro de su cerebro, confundiendo ideas con
sentimientos, no hará nada más que darle vueltas a asuntos que solo le conciernen
a él, convencido de estar llegando a verdades universales. Para conocerse mejor
a uno mismo, que es la apuesta que nos ayuda a asentar la calma y la confianza,
lo ideal es preocuparse por los demás. La apuesta del lamento es un fallo a la
hora de relacionarse, aunque puede dar lugar a obras fantásticas, como este Engaño,
en el que un enamoramiento no hace sino provocar desdicha dentro de la piel de
nuestro narrador, que así la va reflejando en un diario.
Casi
todo lo que sucede, sucede dentro de su cabeza, generando ideas sobre sí mismo,
unas ideas que brotan, como no puede ser de otra manera, de las dudas. Este
narrador, de aspecto hipersensible, se maneja con un lenguaje propio de algo
que podría llamarse, a pesar del riesgo de oxímoron, como impresionismo psicológico.
Enamorarse es una dicha para él, pero también una desgracia; es la expresión
máxima de la condición humana, pero es a la vez sublime y pacata. Eso sí, al
saberse especial, al sentir algo tan estupendo, se irá cuestionando las
costumbres en las que sobrenada, y se rebelará, aunque solo sea interiormente,
contra ellas, por considerarlas triviales. En ese sentido, el París de hace un
siglo se transforma en el lugar adecuado para desaprobar la farsa social.
Nuestro narrador quiere ser puramente romántico, pero su romanticismo es de
suspiros: «aunque no tengo mejor manera de hacerme insensible al paso del
tiempo que con una ebriedad rápida y aturdidora»; «tras años de soledad he
amasado una buena reserva de silenciosa ternura, todavía por gastar, que a menudo
está destinada a personas similares a mí, solo que más indefensas»; «me delito
en mi ensimismamiento: porque hablo de mí, de cómo me gustaría ser, de cómo me
transformo imperceptiblemente».
Toda
su melancolía idealizada no sirve como terapia, se limita a dejarle en una sensación
de espera constante. «Mi embriaguez es más bien narcisista», reconoce. Pero ese
narcisismo, esa embriaguez, se caracteriza por la obsesión por conocer la
condición humana, el yo y el ella, el amor y las reacciones al amor, pues se
considera un hombre que ama con inseguridad. Es alguien que tiene a la vida
como una transición estropeada, pero creyendo que esa situación no se
prolongará siempre. Su lucha es por estar emocionalmente bien preparado para
cuando llegue eso que él cree que será la vida. Mientras tanto, su consuelo es
el deseo, la ilusión de ella. Con apenas actuación, Yuri Felsen (San Petersburgo,
1894 – Auschwitz, 1943) construye una obra sobre lo que imaginamos ser, que
hará las delicias de quienes amaron a autores como Proust: «imagino el amor
como el desarrollo de una ambición terca, básica y necesariamente conmovedora,
que constituye la esencia, el sentido absoluto, la “idea” de una determinada
relación amorosa, que se destruye cuando esa misma ambición desaparece: la
ambición, la “idea”, el sentido de mi primer amor por Liolia era la firme
convicción en su apoyo benévolo, en nuestro refuerzo mutuo, natural en las
personas que han sufrido mucho y por ello se comprenden».
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