La
mujer que conducía dormida
Guy
Lieschziner
Traducción
de Marc Figueras
Shackleton
Books
Barcelona,
2024
344
páginas
La
vida vuelve a empezar cada día, cuando nos despertamos para incorporarnos a lo que
llamamos realidad. ¿Por qué no consideramos reales los sueños? Las sensaciones son
igual de intensas que durante la vigilia y, casi seguro, las fantasías soñadas
se construyen sobre el mismo humus que los razonamientos. Pero no son los
sueños lo que conjure el neurólogo Guy Lieschziner, sino el hecho de soñar, de
arrojarse al sueño, con todas las trampas que eso puede suponer. Hemos utilizado
la palabra trampas un tanto a la ligera, pues los trastornos del sueño que él
va estudiando, que le surgen en consulta, son, en muchos casos, algo más grave,
más incómodo, más problemático, más invivible, que una trampa, que es algo
utilizado en la caza, una estrategia de la que nos podemos librar. La mujer que
conducía desnuda, o la que padecía una extraña forma de epilepsia, o el hombre
que buscaba relaciones sexuales sin despertarse, o los que no controlan su
cuerpo, no están condenados a una trampa, sino a una enfermedad. Y para salir
de ahí hace falta mucha ayuda.
El
libro que nos habla de estos casos es, digámoslo sin miramientos, brillante. No
es exactamente un libro de crónicas con los casos, ni un tratado neurológico,
pero sí es un libro que funciona como un delicioso entretenimiento, como una
enciclopedia divulgativa y, lo que es más interesante, como un acicate a
nuestra curiosidad. La comparación con Oliver Sacks es inevitable, y los
editores no dudan en colocarla como estímulo para invitar a la lectura. Pero
las diferencias con el autor de El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero son notables; aunque comulga con la idea de que el cerebro es todo
un misterio en el que apenas hemos comenzado a arañar la superficie, el interés
por una ciencia en desarrollo, con todas las connotaciones médicas que ello
implica, está aquí más presente, o al menos presente de una manera más explícita.
Lieschziner nos ayuda a entender el funcionamiento bioquímico y orgánico
mientras nos expone los casos que ha estado tratando. Comparados con muchos de
los que fue encontrando Oliver Sacks en su vida profesional, no son tan extraordinarios,
sino que parecen referirse más a lo que podríamos encontrarnos; de esta manera,
este libro podría ser menos llamativo que los de Sacks, pero, sin duda, nos
afectará más, porque se refiere más a nosotros. Será raro que el lector no
reconozca algún patrón posible en lo que va contando, algo que puede estar cerca
de él, o incluso bajo la propia piel.
Estamos
frente a una obra divulgativa que acierta en la medida en que nos ayuda a comprender,
y a intentar seguir comprendiendo, pues no hay capítulos cerrados en estos
misterios. Lieschziner nos habla con tono cordial y no cesa de conquistarnos en
cada párrafo. Ojalá lleguen pronto más lecturas con este espíritu.
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