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viernes, 18 de enero de 2019

HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO en EL BOOMERAN(G)

'Hasta la frontera de mi sueño'
Ricardo Martínez Llorca

    portada de 'Hasta la frontera de mi sueño'
  • Ficha técnica

    Título: Hasta la frontera de mi sueño | Autor: Ricardo Martínez Llorca | Editorial: El desvelo | Páginas: 176 |Fecha: sept 2018 | I.S.B.N.: 978-84-948707-4-3 | Precio: 18 euros
  • Foto de Ricardo Martínez Llorca
  • Biografía

Así como el sur es la tierra del sol y las alegrías de la luz del sol, el norte es el territorio del bosque y la montaña. Y es ese norte, el de los veranos con el bienestar de la clorofila del valle, lo que provocará la melancolía del narrador y el telón de fondo ante el que se desenvuelve la trama de Hasta la frontera de mi sueño, última novela de Ricardo Martínez Llorca. El protagonista de esta novela de tránsito a la madurez, recuerda el vErano crucial que pasó en compañía del mayor de sus primos, Adán, un guía de montaña, y de Bravo, el mejor amigo de Adán. Mientras su padre se empeña en construir un estanque para criar truchas, o carpas, que será el inicio de un negocio de piscifactorías lo bastante boyante como para sacarle de su mediocre existencia como tapicero. Si la empatía es la capacidad de ponerse en el lugar de otro para comprenderlo, la compasión es la de sufrir cuando el otro sufre y reír con las alegrías del otro. Y Adán es compasión a todo volumen. Con todo el cariño que puede sentir por un crío indefenso, le regala un verano en la montaña y de paso cambia su visión del mundo. La novela se sostiene sobre la arrolladora y lírica personalidad de un narrador que impone una ley que empuja al lector dentro del texto: es imposible que quien lea el primer párrafo de la obra no le importe la suerte del protagonista. Porque el tema de fondo es el tema único de la dignidad, cómo construimos la dignidad.  
Artículo completo AQUÍ

jueves, 8 de noviembre de 2018

HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO DE RICARDO MARTINEZ LLORCA


martes, 6 de noviembre de 2018

Sobre HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO y MI DEUDA CON EL PARAÍSO

RICARDO MARTÍNEZ LLORCA: MANUALES DE LITERATURA PARA CRECER

escrito por Suso A. 24 septiembre, 2018, Oculta Lit
Ricardo Martínez Llorca: Manuales de literatura para crecer

Lo dicta en los títulos de los dos libros que se publican, como hermanos siameses, de Ricardo Martínez Llorca(Salamanca, 1966): el posesivo mi delata cuánto quiere reflejar lo que lleva dentro, y no solo en un aspecto literario. La formación de Martínez Llorca, como ha demostrado en sus libros anteriores, viene determinada por el amor al aire libre, expresado con frecuencia en la montaña, y en una lectura propia de un hombre que huye del existencialismo: en los libros, todo cobra sentido. Sobre todo, en los libros épicos. Disfruta de la literatura de aventuras, aunque las forma de expresarse de sus narradores posee un extraño lirismo, elegíaco, a veces, testimonial en otras ocasiones. En ese sentido, su última obra, Luz en las grietas, era magistral, la obra más valiente, y mejor escrita, a la hora de poner el corazón al desnudo de la literatura española contemporánea. Solo una editorial como Desnivel se atrevió a apostar por ella. La misma editorial que publica ahora Mi deuda con el paraíso, que se anuncia como próxima a la literatura histórica. En tanto que Hasta la frontera de mi sueño aparece en El Desvelo, una editorial a la que cada día se respeta más, y con razón. Ambas expresan los deseos y los sueños del autor. Porque, dejando aparte cualquier análisis de género, dejando a un lado la diferencia de voces, de unas descripciones impactantes en el primero, de una limpieza destilada en el segundo, las dos obras tienen un factor común: son, también, novelas de iniciación.
Puede sorprender a quien lea ambas, cosa que recomendamos. Pero después de un tiempo, cuando la lectura ha reposado, uno se da cuenta de que las dos voces reflejan un momento de inflexión en la vida del narrador. En ese momento, el narrador decide que aunque solo sea por haber vivido una expedición o un verano en Pirineos, siendo adolescente, siendo púber, la vida ha merecido la pena. Hasta ahora se había cotejado la literatura de Martínez Llorca con el mismísimo Conrad, sustituyendo el mar por la tierra, dada la capacidad de describir, de enumerar, de adjetivar, de crear metáforas o comparaciones sorprendentes. Hasta la frontera de mi sueño nos obliga a releer toda su narrativa, pero especialmente Mi deuda con el paraíso. Los chicos que crecen junto a un gigante, un gran personaje literario, son algo propio de Stevenson. A la hora de la verdad, es muy posible que éste sea el manantial literario con el que sueña Martínez Llorca. Digamos que en ambas, el narrador admira a dos personas. En el primer caso se trata de alguien real, alguien que existió, el Duque de los Abruzos, un explorador de la época de Nansen, T.E. Lawrence, Richard Burton y un largo etcétera. Gente a la que admiramos, gente que rellenaba los mapas sufriendo enfermedades y alejándose de su hogar durante años. En el segundo caso es Adán, el primo del narrador que, para incidir en la sensación de buen sueño, tiene por apellido Llorca; Adán, por otro lado, es el nombre del primer protagonista del Génesis, el que puso nombre a los animales y a las plantas, a los valles y a las cimas.
Para sugerirlo de otra manera, el Duque de los Abruzos y Adán vienen a ser algo así como Long John Silver en La isla del tesoro. Aunque en estos casos no se muestran como el famoso pirata, con un conflicto entre la empatía y la codicia. En el caso de Mi deuda con el paraíso, el Duque conserva enigma. En la otra obra, Hasta la frontera de mi sueño, Adán es pura bondad, entrega, generosidad. Ambos reflejan lo mejor del ser humano. El Duque de los Abruzos, tal y como se expresa al principio de la novela, quiso dedicar sus últimos años a un proyecto solidario en la actual Etiopía: allí construyó aldeas, canales de agua limpia; plantó arroz y legumbre y, tal vez, tulipanes; vivió para los humildes, para los olvidados, una entrega que no quiso vocear, pues él también aparece como un personaje humilde. Adán es puro amor por su primo pequeño, el narrador de Hasta la frontera de mi sueño; es un guía de montaña que está ayudando a su mejor amigo, Bravo (un apellido escogido no sin intención, pues ser valiente es para Martínez Llorca la gran virtud a la que tiene acceso el ser humano) a preparar el examen para ser, a su vez, guía de montaña. Y ambos narradores están en ciernes, presentan sus discapacidades. El primo de Adán padece un asma severo, condición que da más valor a cualquiera de sus actos, a un paseo por los bosques, a superar un desnivel de trescientos metros en la montaña. En el caso del ayuda de cámara del Duque, es la pura ignorancia; arrancado de un barrio donde no había nada, se prepara para afrontar una expedición en una enigmática búsqueda de las fuentes de un gran río, y desconoce si está preparado para el reto: se ve a sí mismo demasiado verde para saltar de la vida en la aldea al gran viaje. Será el Duque quien, más con silencios que con palabras, le anime en la ruta.
Todo este espíritu subyace en común entre ambas obras, éste y el de la memoria. En un caso, el narrador recuerda la expedición africana contando casi cien años, viviendo en una habitación de una pensión de Madrid, cuando el mundo se ha transfigurado y ya no lo reconoce. En el otro, el narrador tiene dieciocho años y está a punto de examinarse de la PAU, la prueba de acceso a la universidad; en lugar de estudiar, como si quisiera liberarse de la presión, recuerda ese verano mágico, a partir del cual la vida cambia de sentido. ¿Qué sucede alrededor de estas dos novelas de crecimiento? Mi deuda con el paraíso tiene una muy documentada labor de investigación histórica y geográfica, cameos de otros exploradores, crónicas de viajes al Polo Norte, al K2, a Alaska, intriga, narra un amor imposible y nos da a conocer a los grandes amigos sin los que no hubiera podido llevar a cabo sus aventuras, es decir, a la amistad; el final, por otra parte, es sorprendente pero, si lo pensamos, dado lo que oculta la expedición, no podía ser otro. En tanto que Hasta la frontera de mi sueño nos habla de la farsa que es la familia, pues la familia debería ser algo que vamos construyendo a lo largo del tiempo, a medida que aprendemos a querer y descubrimos que somos dignos de ser queridos. Allí está el padre empeñado en construir con sus manos un embalse para pescar carpas, un guiño a Carpas para la Werhmacht, ese delicioso libro de Ota Pavel; y una madre autocompasiva que se borra del ejercicio de la maternidad, y un hermano mayor que quiere ser un intelectual, como lo es Lawrence Durrell en Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell; y está, por fin, un trozo de familia que es esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito, que rezó Pedro Salinas, y que es el vínculo entre el narrador y su hermana pequeña, pues es él quien realmente la cuida, a pesar de sus enfermedades.
Conrad, Stevenson, Durrell, Salinas, Pavel… si indagamos, muchos más, muchas más lecturas. Pero no debemos equivocarnos. En una época en la que las novelas se construyen a partir de lo leído, en la que surgen tantos autores que intentan hacer con la novela lo que Borges hizo con el cuento, literatura sustituyendo a la literatura (ahí está el sobrevalorado Bolaño como mejor ejemplo), que alguien haya sabido leer toda la vida que contienen las lecturas, y que la comparta junto a lo que está aprendiendo, porque la literatura es móvil, es un soplo de aire libre. Martínez Llorca es un escritor que no se atiene a corrientes, que no cree en los géneros, que va por libre, como iba por libre Henri Rousseau en pintura, al margen de las corrientes impresionistas, expresionistas o fauvistas. Es un escritor que convoca todo lo que es en cada frase y nos regala obras de peso, capaz de llevarnos casi hasta las lágrimas, como en Luz en las grietas o en Tan alto el silencio, y de engañarnos con una imaginación de una madurez sólida y versátil en Hijos de Caín o Después de la nieve. Es, posiblemente, uno de los cuatro o cinco mejores escritores de su generación. Y aquí vuelve a demostrarlo.

jueves, 25 de octubre de 2018

Presentación HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO


Presentación ‘Hasta la frontera de mi sueño’


“El autodidacta es un tipo que, tras mucho estudio y mucho esfuerzo, descubre que al este de Valencia hay un mar que se llama Mediterráneo”. (Gándara)



Añado yo, de mi cosecha, que ese autodidacta podrá, más adelante, en la hora del crepúsculo, certificar que poco importa cómo se llame el mar, mientras sea mar.

Pertenezco a un grupo social, dentro de una generación, en la que el martillo era un instrumento didáctico.
Junto a tantos otros, nos tocó vivir una época en la que el supuesto aprendizaje en centros religiosos, nos enseñaban que lo divino muestra tres caras: Dios Padre, Dios Hijo y un cuerpo astral que se representa con la figura de una paloma.
Una abstracción es casi tanto como decir algo que no existe o, al menos en mi caso, puedo traducir como algo que apenas me importa que exista, pues no voy a empeñar mi materia gris en entender algo incomprensible.
Yo a mi materia gris la quiero mucho.

Esta pleitesía religiosa, esta tradición, estas raíces de índole más o menos cultural, dictan que el amor entre padres e hijos no está sometido a condiciones.
La leyenda de Abraham habla por sí sola. El padre le ordena al hijo matar, a su vez, a su propio hijo. Y el amor al padre debe ser el mayor de todos, pues Abraham accede en el mayor acto de cobardía de la historia de la literatura. El padre absoluto, eso sí, terminará por “regalar” a su hijo el perdón. Un regalo que es un acto de soberbia.
El amor hacia el hijo, como se da por supuesto que lo sienten todos los padres, incluido el divino, no es necesario someterlo a prueba alguna.
Pero la leyenda de Abraham me ha llevado a preguntarme, varias veces, hasta qué punto no se ejecuta a diario ese ritual del padre exigiendo la paga de amor al hijo.
Y el niño, entonces, puede padecer lo que señala Sebastian Junger en Tribu:

“Si tú has sufrido la muerte de un ser querido, o si no se te abrazó lo suficiente cuando eras niño, tienes hasta siete veces más posibilidades de desarrollar los tipos de trastornos de ansiedad que contribuyen al trastorno de estrés postraumático”.

No sé hasta qué punto esa falta de abrazos es una forma de violencia.

Pero yo no he venido aquí a hablar sobre una novela que trate de lo divino, del Dios Padre y del Dios Hijo. El Nuevo Testamento, empeñado en corregir a la voz coral del Antiguo, injerta en el vocabulario la palabra “prójimo”, que se explica en la Parábola del Buen Samaritano. Sin embargo, se trata de un sonido que no es muy querido por aquellos a los que nos obligaron a permanecer en centros religiosos, al menos si hablamos de hace ya varias décadas. Existe un sinónimo: hermano. Aunque lo que llamamos sinónimos no son, en realidad, palabras equivalentes.
El amor entre hermanos quedaría, pues, fuera del ámbito de lo divino. Es un amor más horizontal, es un amor humano. No es una abstracción. El amor es una abstracción, pero no lo es querer y ser querido.
Y eso, al contrario que con El Espíritu Santo, garantizo que eso sí existe.
Así pues, hasta los Nuevos Evangelios, un libro religioso cuyo tema es la paradoja que supone afirmar que lo más sagrado es ser persona, nos enseñan que el amor entre hermanos es mucho más sagrado que el de padres a hijos. Aquí nadie habla de condiciones ni de regalos de soberbia. Aquí hablamos de nuestros mejores amigos.
Lo humano, a mí no me cabe duda, es mucho más sagrado que lo divino.

La familia es una farsa.
La frase tampoco es mía. Ni de Gándara ni de Cicerón. La frase me la soltó una amiga hablando por teléfono.
Propongo ponerse a uno mismo como ejemplo. La distancia entre lo que uno es y lo que cree que es, puede suponer un centímetro o cien kilómetros.
Supongamos, pues, que ese personaje plural que es una familia se somete a un psicoanálisis. Las relaciones sinápticas entre personalidades son mucho más entreveradas, y se multiplican.
Si la distancia entre lo que uno es y lo que cree que es se encuentra en la primera mitad, entre el centímetro y los cincuenta kilómetros, en el caso de la familia se hallará en la segunda parte del recorrido.
Pero la gente es muy feliz en el teatro. Y me alegro de ello. Si te ha tocado un buen papel, por utilizar un anglicismo: juégalo.
Aunque en buena medida, no deja de ser producir lo que en psicología se llama “un hecho alternativo”: Producir un hecho alternativo quiere decir que frente a un hecho incuestionable, se convierte un enunciado paralelo en un hecho más verdadero.
Pondré un ejemplo:
Cuenta Stendhal en Sobre el amor la anécdota de un marido que sorprendió a su mujer desnuda y debajo de otro hombre y que, apenas comenzó a protestar, se vio descabalgado de su cólera por la más absurda e inesperada de las respuestas: “no es lo que parece”. Primero tímida y a la defensiva, cada vez más atrevida ante el estupor del marido, la mujer fue volteando la situación, contrariada al principio, luego digna, por fin enrabietada, hasta que, víctima despechada, salió de la habitación furiosamente ofendida: “crees más en lo que ves que en lo que yo te digo. No te lo perdonaré jamás”.

De niño yo encontré hogar en sitios donde podíamos correr riesgos.
La pregunta, de la que trata la novela, es qué riesgos queremos correr.
Yo no quiero que los niños corran riesgos en los hospitales ni en las calles. Pero quiero que corran el riesgo de hacer o mirar una fotografía, de pintar y contemplar un cuadro, de componer o escuchar una canción. Que corran el riesgo de decir lo que no se debe decir, de mirar lo que no se debe mirar.
Quiero que corran el riesgo de exponerse, y el más grato de todos, el de sentir el aire libre en compañía de sus hermanos.
Quiero la seguridad para los niños por la misma razón por la que quiero la inseguridad, y a quienes por cariño generan esa inseguridad.
Este derecho debería estar garantizado -por la ley o por la Biblia-. Porque ese derecho va adherido a su hermano gemelo, que es el derecho a la felicidad.

Creo que en algún lugar existirá un libro de citas que contenga las últimas frases de personas célebres. Yo apenas recuerdo un par de ellas. Una es la de Buster Keaton, quien yacía en la cama, rodeado de amigos que ya le creían muerto. Para cerciorarse, uno de ellos sugirió a otro tocarle los pies a Buster Keaton, pues se supone que es lo primero que se enfría en un cadáver. Al oír tal comentario, Buster Keaton abrió los ojos por última vez y dijo: “Excepto a Juana de Arco”.
La otra es de Henry Morton Stanley, el periodista al que el New York Herald encomendó la búsqueda del Doctor Livingston. Este energúmeno, de quien recomiendo no leer ni una sola línea, pasó los últimos años de su vida solo y encerrado en un apartamento de Manhattan. Su último rezo, se comenta, fue algo así como “quiero ver los bosques, quiero ser libre”.

Este es el espíritu de ‘Hasta la frontera de mi sueño’.

En el colegio religioso me enseñaron muchas cosas inútiles, pero sin ser ni siquiera ateo, ni saber si lo aprendí gracias a ellos o por propia iniciativa, yo sé rezar. Esta novela es una plegaria.
Cada noche, confieso, antes de apagar la luz, recuerdo a mis amigos, a mis hermanos, y trato de calmarme para dormir mientras pienso en ellos.
Y mientras llega el sueño, repito, rezo las frases de Stanley: Quiero ver los bosques, quiero ser libre.

viernes, 12 de octubre de 2018

HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO en NONSTOP

Una novela con estilo literario y temática montañera aunque hay mucho más que una historia de montañeros dónde en casi sus 200 páginas no se cuenta una historia real de un alpinista que consigue un reto o vive una tragedia sino que se basa en un personaje que descubre la montaña pero también sentimientos profundos o valores a veces olvidados en la actual sociedad.


Cómo apasionada a la montaña me siento identificada con el delirio transitorio que nos produce estar en medio de la naturalezao montaña practicando algunos de nuestras actividades outdoor preferidas pero también siento y comparto aquellos valores que me gusta encontrarcomo la amistad, la fidelidad, el pacto, el deseo por conseguir un reto, compartir momentos con las personas que quieres en el mejor escenario. Hay que pararse a mirar en nuestro interior y sacar lo mejor que tenemos dentro para poder ser más felices en la montaña, con la lectura de Hasta la frontera de mi sueño permite esa pausa necesaria en el camino para tomar consciencia de lo que nos rodea.

Reseña completa AQUÍ

viernes, 28 de septiembre de 2018

MANUALES DE LITERATURA PARA CRECER

Fuente: Oculta Lit



Lo dicta en los títulos de los dos libros que se publican, como hermanos siameses, de Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966): el posesivo mi delata cuánto quiere reflejar lo que lleva dentro, y no solo en un aspecto literario. La formación de Martínez Llorca, como ha demostrado en sus libros anteriores, viene determinada por el amor al aire libre, expresado con frecuencia en la montaña, y en una lectura propia de un hombre que huye del existencialismo: en los libros, todo cobra sentido. Sobre todo, en los libros épicos.

(...)

Los chicos que crecen junto a un gigante, un gran personaje literario, son algo propio de Stevenson. A la hora de la verdad, es muy posible que éste sea el manantial literario con el que sueña Martínez Llorca.

(...)

Conrad, Stevenson, Durrell, Salinas, Pavel… si indagamos, muchos más, muchas más lecturas. Pero no debemos equivocarnos. En una época en la que las novelas se construyen a partir de lo leído, en la que surgen tantos autores que intentan hacer con la novela lo que Borges hizo con el cuento, literatura sustituyendo a la literatura (ahí está el sobrevalorado Bolaño como mejor ejemplo), que alguien haya sabido leer toda la vida que contienen las lecturas, y que la comparta junto a lo que está aprendiendo, porque la literatura es móvil, es un soplo de aire libre. 

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