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sábado, 1 de diciembre de 2018

MI DEUDA CON EL PARAÍSO, reseña en QUIMERA


Mi deuda con el paraíso
Ricardo Martínez Llorca
Desnivel
Madrid, 2018
235 páginas

La gran aventura

Acomodados en lo que creemos que es una zona de confort (un sofá, un buen primer plato, un paseo vespertino, un fin de semana con diez horas de sueño) nos hemos olvidado de que para vivir hay que atreverse a hacerlo. Solo existe una forma en la que el confort actual nos esté regalando ese atrevimiento: el cine. En el cine se sigue imponiendo las grandes aventuras, sea en forma de superhéroes o de thriller. Los detectives o Batman son el único reflejo de aventura que sentimos, que nos permitimos, mediante una transferencia de dos horas, eso sí, desde el sofá o desde la butaca. El resto, la realidad del alpinismo y de los demás deportes al aire libre, las experiencias bravas en el mar, en los rincones recónditos del planeta, lejos de nuestra zona de confort, se limita a ser una respuesta tópica a la noticia: están locos. Porque únicamente es noticia cuando alguno de ellos fallece. A la hora de la verdad, las estadísticas demuestran que es más peligroso ponerse los pantalones que la escalada.
Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) nos recuerda, a través de su nueva obra, que antes de que existiera el cine la gente vivía la aventura a través del relato oral. Mi deuda con el paraíso no es una novela histórica, no es una novela de montaña o exploración, no es una novela romántica ni geográfica. Es una extraordinaria mezcla de todo eso, es una novela de aventuras, como lo son las de Stevenson, el autor al que rastreamos a través del relato. Se trata de una narración casi oral, pues quien nos dicta la aventura de un personaje real, histórico, valiente, El Duque de los Abruzos, lo hace para obligar a la memoria a recordar sus mejores tiempos: una temporada de juventud en África, como ayuda de cámara del Duque. La novela transcurre en África, en la actual Etiopía, en un recorrido geográfico bien documentado. Se trata de la época de las grandes exploraciones, cuando, como Burton y Speke en su expedición a las fuentes del Nilo, se movía gran cantidad de hombres y material. Eran años en los que el tiempo no se medía, en los que la aventura llegaba hasta el final, sin mirar el calendario.
Martínez Llorca trata a sus personajes con el cariño con que los trataba, por ejemplo, Alejandro Dumas, el padre. Pero no es ni Stevenson ni Dumas. Es una voz que se asemeja más a la de su admirado Conrad. De alguna manera, Martínez Llorca está construyendo un proyecto literario semejante al de su maestro, sustituyendo el mar por la montaña o, para ser exactos, por el aire libre. El viaje es su factor común. En este caso, se intercalan crónicas que se leen como los mejores reportajes periodísticos, crónicas sobre expediciones reales a Alaska o al K2. Una vida de aventuras que el Duque quiso terminar entre la sinceridad del planeta África. Y al tiempo que se narra la expedición, que contiene valor e intriga, tanto por el destino como por alguna extraña circunstancia, el narrador memorioso nos cuenta los secretos que debió confesarle el Duque: su amor privado y la maldad de una familia que le impide casarse con ella; su último amor con una princesa etíope; sus encuentros con otros genios de la exploración, que se retratan con apenas dos pinceladas. Por entre las páginas habitan, pues la novela está llena de vida, Nansen, T.E. Lawrence, Robert Scott, Peary, etc. Y también está la amistad, que queda reflejada en la frase que pronuncia el mejor amigo del Duque en la peor situación. Siendo cadetes de la marina, apenas adolescentes, se han embarcado en un viaje alrededor del mundo. A la hora de atravesar el Cabo de Hornos se desata una tormenta. Umberto Cagni, el leal y poderoso compañero del Duque, le pide en ese momento terrible salir a cubierta, porque, asegura, una vez que presencie la hermosura que hay en la naturaleza, incluso en su forma más terrible, estará en deuda con el paraíso.

Carlos Marín

lunes, 12 de noviembre de 2018

MI DEUDA CON EL PARAÍSO en La línea del horizonte

Luis Amadeo de Saboya, Duque de los Abruzos, es uno de los grandes exploradores que ampliaron el espectro de la belleza del mundo, junto con personajes como Nansen, T. E. Lawrence o Mummery. Uno solo de sus días bastaría para avergonzar a quienes emplean la palabra aventura con ligereza.

Era el 18 de marzo de 1933. En Somalia. Ese día, el Duque vio el mundo por ultima vez. Puede que en aquel momento, entre las nubes balsámicas de la morfina, todavía aparecieran las siluetas afiladas del Karakórum y los Alpes, el blanco cegador del Polo Norte o las Montañas de la Luna. Unos días que, ahora, a Luis de Saboya –hundidos entre los recuerdos– le parecen imposibles… Sueños con tacto de terciopelo.


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miércoles, 7 de noviembre de 2018

MI DEUDA CON EL PARAÍSO (Culturamas)

Mi deuda con el paraíso

Ricardo Martínez Llorca

Desnivel
Madrid, 2018
240 páginas

Por Teresa Rivas
Muchos pensamos, entre otros quien firma este artículo, que Luz en las grietas era el adiós a la literatura de Ricardo Martínez Llorca. Nada más lejos. Acabamos de leer Mi deuda con el paraíso y ya se anuncia la aparición de otra novela. Si Luz en las grietas era un desgarrador texto de despedida, una obra testimonial, tal vez la única española que podría jugar en una liga internacional junto a El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, Esta salvaje oscuridad, de Harold Brodkey, y algunas páginas de Niveles de vida, de Julian Barnes, la vida ha permitido a Martínez Llorca terminar uno de esos proyectos para los que se requiere mucha paciencia y mucho sacrificio. Mucha ilusión, aprendizaje y un alarde imaginativo sorprendente. Un escritor de oficio, un novelista puro. Si bien, al igual que en su libro anterior, el hecho de que aparezca en una editorial de género le perjudicará. Ojalá una de las grandes editoriales recupere algún día estos textos para que figuren en un estante diferente en las bibliotecas. Mi deuda con el paraíso cobra el aspecto de novela histórica. Y en ciertos puntos lo es, pero el conjunto es una novela de ambientación histórica. Se debería tratar de una obra sobre uno de los grandes exploradores, el que ideó la ruta de ascenso al K2, por ejemplo, pero no es literatura de montaña. Mi deuda con el paraíso es una rara avis en el panorama literario. Es una novela de aventuras al estilo más clásico.
Dos son las fuentes de las que bebe, como espíritu literario, esta obra: en primer lugar, Robert Louis Stevenson; el narrador es un hombre centenario cuyo cuerpo agoniza, pero su memoria se conserva intacta. Durante su estancia en una pensión de Madrid, recuerda su única aventura, la exploración en busca de las fuentes del Uebi-Schebeli, en la actual Etiopía, como ayuda de cámara del Duque de los Abruzos. En esta ocasión, el Duque, pues con este nombre es con el que se le denominará, ejercerá de protagonista, sí, pero también de la figura paterna que ayuda al narrador a descubrir el mundo. Detrás de esa voz se esconde una novela de iniciación. Pero la textura no es la del depuradísimo estilo de Stevenson; Martínez Llorca no renuncia a uno de sus puntos fuertes: la descripción. En nuestra lengua pocos son capaces de construir las frases que él utiliza para describir un paisaje a vista de pájaro o el brote repentino de un sentimiento. Nada se le escapa al ojo de la memoria de nuestro narrador.
Y mientras tanto, ¿qué es lo que sucede? Sucede que esa es una expedición en la que el Duque no cuenta con sus amigos de toda la vida, su Hércules particular, Umberto Cagni, o su fotógrafo leal, su confidente, Vittorio Sella. Aunque sí aparecen a lo largo del texto. La edición, por otro lado hermosa, aunque cabe reprochar el abuso de caracteres por página que dificulta un poco la legibilidad, ha dispuesto una serie de flash-backs dentro del gran recuerdo. Cuando la ocasión salta, el narrador cuenta lo que ha conocido a través del Duque o de sus amigos: sus exploraciones polares, por el Himalaya, por el Ruwenzzori, en Alaska. Y también se ciñe a unos guiños a otros exploradores contemporáneos del Duque, cameos que en algunos casos fueron reales, como los encuentros con Nansen o con Peary, aunque desconocemos si se produjeron en tales términos, o más fantásticos, como la aparición de T. E. Lawrence en un episodio delirante. Con el mismo peso, está la historia de un amor imposibilitado por un primo enano, rey de Italia, un dato real, pues fue él quien no suscribió el matrimonio entre el Duque y una heredera de fortuna americana. Y están las figuras africanas, siempre dignas, a las que se trata con un respeto reverencial, igualado al que se contempla hacia los amigos de aventuras.
Entre ellos, entre los miembros de la expedición, se esconde un secreto. A la hora de la verdad se esconde un doble secreto: el verdadero objetivo de la expedición, que no es geográfico, y unas acciones que parecen indicar sabotaje, pero que se sortean con facilidad. Como si el saboteador fuera un principiante. A pesar de la extensión del texto, que otro editor habría optado por fabricar un volumen de quinientas páginas, a los lectores de la literatura de piscina sentimos lastimarles: no hay una palabra barata. La novela se lee con tensión, pero a la par con facilidad. De hecho, es uno de esos libros en los que nada sobra, en los que uno piensa, cada vez que pasa una página, que ojalá se prolongara más. De haber caído el proyecto en las manos de otro escritor, así habría sido. Un profesional de la novela histórica al uso se habría extendido gratuitamente. Un escritor que se vende al peso, habría descrito hasta el más mínimo detalle las otras expediciones, que aquí se nos presentan, en contraste con la novela, como crónicas extensas. En definitiva, este podría ser uno de los mejores libros del año. Rogamos que nadie se acerque a él con prejuicios. Es pura novela, literatura científica y poética.

martes, 6 de noviembre de 2018

PARA HUIR

Para huir

Hoy hablaremos un poco sobre Mi deuda con el paraíso.
Ricardo Martínez Llorca vuelve a la carga con su capacidad de descripción,
esta vez valiéndose de los recuerdos del ayuda de cámara del
Duque de los Abruzos,
un joven que le atendió durante su última aventura en África.

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Mi deuda con el paraíso
Ricardo Martínez Llorca
Desnivel
Madrid, 2018
240 páginas



Hace poco más de veinte años Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) apareció en el panorama literario con una novela Tan alto el silencio (Debate) que hoy es casi imposible de encontrar. Se trata, muy probablemente, del más deslumbrante debut literario de la década de los noventa, junto a gente como Antonio Orejudo. Era una obra de un lirismo desconcertante, épica en su fundamento, pero sobre todo una elegía brutal, pura poesía, que venía avalada por Constantino Bértolo, uno de los lectores más exigentes de este país. Bértolo supo ver que no se trataba de una novela de género montaña, aunque la montaña, como en casi toda la obra de Martínez Llorca, tiene su recorrido a lo largo de las páginas. Son muchos los lectores que aman la montaña que no han tenido ocasión de leerla y desde aquí reclamamos, ya, que alguna editorial la recupere.
El recorrido posterior de Martínez Llorca pasa por un libro híbrido, entre el viaje y la novela, Cinturón de cobre, de una belleza inusual, un retrato perfecto de un país fragmentado como es Zambia y una forma de jugar con la literatura en forma de falso diario. Otra obra que debería recuperarse. Como El paisaje vacío, escrito bajo la influencia de Paul Bowles, y sin duda con un extrañamiento impactante que le valió el prestigioso premio Jaén de novela. A esta le sigue un libro de perfiles, El precio de ser pájaro (Desnivel), sobre la gente del mundo del alpinismo a los que echamos de menos y, sobre todo, sobre quiénes son los que tanto les echan de menos; es un libro valiente. Durante los años posteriores, su carrera estuvo un tanto diluida: alguna pequeña novela en editoriales pequeñas y sus colaboraciones como crítico literario, que le han llevado a ser considerado una voz de peso en el panorama de la literatura de viajes. Así hasta que reaparece con dos títulos de pequeño formato, pero grandes propuestas, como son Hijos de Caín (Xplora) y Después de la nieve (Desnivel). En realidad, se trata de un díptico en el que retorna a la aventura, a la epopeya, a la épica, y lo hace con una propuesta muy original. El planteamiento es el mismo que sería si los personajes existieran y un periodista hubiera ido a entrevistarles o se hubiera cruzado por su camino. El resultado es de una madurez creativa que da la razón a Alejandro Gándara, otro lector implacable, cuando dice que la capacidad de descripción de Martínez Llorca hace de él el Joseph Conrad español.
¿Qué más puede aportar a la literatura nuestro autor? Queda el territorio testimonial. Luz en las grietas, con la que extrañamente gana el premio Desnivel, es una confesión de una altura literaria que iguala a las obras de Joan Didion y su El año del pensamiento mágico, o Anatole Broyard con Ebrio de enfermedad. En cierta manera, tal vez el hecho de estar publicado por una editorial de género, ha afectado a esta obra a la hora de su divulgación popular y su repercusión entre la crítica literaria, aunque los amantes de Desnivel han salido ganando y algunos lectores han descubierto la línea narrativa de la editorial. Se nos ocurre compararla con la celebradísima Ordesa, de Manuel Vilas, otro libro sobre la resiliencia, sobre la dureza de vivir, sobre la proximidad de la muerte impactando en cada latido. Pero Ordesa, con el debido respeto, es una bonita carta juvenil comparado con Luz en las grietas, una lectura de la que todavía estamos recuperándonos y que, supusimos, sería el adiós de Martínez Llorca a la literatura y, tal y como él lo ha expresado, puede que a la vida. Sus enfermedades le han llevado al límite y así es como recuerda su infancia y adolescencia.
Por fortuna, nuestro autor se ha recuperado. Se anuncian dos libros que salen a la luz casi a la par. Hoy hablaremos un poco sobre Mi deuda con el paraíso, un sorprendente giro en la carrera de Martínez Llorca. Vuelve a la carga con su capacidad de descripción, esta vez valiéndose de los recuerdos del ayuda de cámara del Duque de los Abruzos, un joven que le atendió durante su última aventura en África. El narrador tiene ahora cien años y se sirve de toda su cultura para hablarnos de aquella expedición, sin olvidar la biografía completa del Duque ni sus otras expediciones. De hecho, la estrategia de referirse a ellas utilizando la cursiva, nos permite, si lo deseamos, leer la novela sobre la expedición de una sentada, y las crónicas reales de otra. Aunque estas se insertan en los momentos en que es necesario ir explicando, poco a poco, quién es el personaje protagonista de la novela. El título lo pone en boca de Umberto Cagni, quien fue el mejor amigo del Duque, durante el paso en barco del estrecho de Magallanes, cuando eran adolescentes, una travesía en plena tormenta. Ese será el paraíso del Duque: la parte de la naturaleza que a algunos puede resultarles aterradora y a otros un imán. Se trata de una novela que será catalogada como histórica, y es cierto que la labor de investigación histórica, y la geográfica, ha debido suponer un gran trabajo. Pero lo que nosotros leemos es de nuevo la necesidad de la épica para huir de la vida cotidiana que nos ata. De ahí que el anciano narrador quiera que su último sueño sea rememorar la aventura, el amor por la aventura, lo desconocido, el enigma, un mundo todavía limpio, sin plásticos y con desiertos de tinta en la cartografía. Podríamos extendernos sobre la obra, pero dejemos que sea el lector quien la descubra. Si le pusiéramos el termómetro de la literatura histórica y de aventuras, el mercurio explotaría antes de terminar el primer párrafo. No sabemos si es una obra maestra. Pero nos gustaría pensar que sí, al menos nos gustaría pensarlo durante y después de la lectura. Veremos que dicta la historia.
Texto: Carlos Rivas (profesor para poder dedicarse a leer y a viajar)

Sobre HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO y MI DEUDA CON EL PARAÍSO

RICARDO MARTÍNEZ LLORCA: MANUALES DE LITERATURA PARA CRECER

escrito por Suso A. 24 septiembre, 2018, Oculta Lit
Ricardo Martínez Llorca: Manuales de literatura para crecer

Lo dicta en los títulos de los dos libros que se publican, como hermanos siameses, de Ricardo Martínez Llorca(Salamanca, 1966): el posesivo mi delata cuánto quiere reflejar lo que lleva dentro, y no solo en un aspecto literario. La formación de Martínez Llorca, como ha demostrado en sus libros anteriores, viene determinada por el amor al aire libre, expresado con frecuencia en la montaña, y en una lectura propia de un hombre que huye del existencialismo: en los libros, todo cobra sentido. Sobre todo, en los libros épicos. Disfruta de la literatura de aventuras, aunque las forma de expresarse de sus narradores posee un extraño lirismo, elegíaco, a veces, testimonial en otras ocasiones. En ese sentido, su última obra, Luz en las grietas, era magistral, la obra más valiente, y mejor escrita, a la hora de poner el corazón al desnudo de la literatura española contemporánea. Solo una editorial como Desnivel se atrevió a apostar por ella. La misma editorial que publica ahora Mi deuda con el paraíso, que se anuncia como próxima a la literatura histórica. En tanto que Hasta la frontera de mi sueño aparece en El Desvelo, una editorial a la que cada día se respeta más, y con razón. Ambas expresan los deseos y los sueños del autor. Porque, dejando aparte cualquier análisis de género, dejando a un lado la diferencia de voces, de unas descripciones impactantes en el primero, de una limpieza destilada en el segundo, las dos obras tienen un factor común: son, también, novelas de iniciación.
Puede sorprender a quien lea ambas, cosa que recomendamos. Pero después de un tiempo, cuando la lectura ha reposado, uno se da cuenta de que las dos voces reflejan un momento de inflexión en la vida del narrador. En ese momento, el narrador decide que aunque solo sea por haber vivido una expedición o un verano en Pirineos, siendo adolescente, siendo púber, la vida ha merecido la pena. Hasta ahora se había cotejado la literatura de Martínez Llorca con el mismísimo Conrad, sustituyendo el mar por la tierra, dada la capacidad de describir, de enumerar, de adjetivar, de crear metáforas o comparaciones sorprendentes. Hasta la frontera de mi sueño nos obliga a releer toda su narrativa, pero especialmente Mi deuda con el paraíso. Los chicos que crecen junto a un gigante, un gran personaje literario, son algo propio de Stevenson. A la hora de la verdad, es muy posible que éste sea el manantial literario con el que sueña Martínez Llorca. Digamos que en ambas, el narrador admira a dos personas. En el primer caso se trata de alguien real, alguien que existió, el Duque de los Abruzos, un explorador de la época de Nansen, T.E. Lawrence, Richard Burton y un largo etcétera. Gente a la que admiramos, gente que rellenaba los mapas sufriendo enfermedades y alejándose de su hogar durante años. En el segundo caso es Adán, el primo del narrador que, para incidir en la sensación de buen sueño, tiene por apellido Llorca; Adán, por otro lado, es el nombre del primer protagonista del Génesis, el que puso nombre a los animales y a las plantas, a los valles y a las cimas.
Para sugerirlo de otra manera, el Duque de los Abruzos y Adán vienen a ser algo así como Long John Silver en La isla del tesoro. Aunque en estos casos no se muestran como el famoso pirata, con un conflicto entre la empatía y la codicia. En el caso de Mi deuda con el paraíso, el Duque conserva enigma. En la otra obra, Hasta la frontera de mi sueño, Adán es pura bondad, entrega, generosidad. Ambos reflejan lo mejor del ser humano. El Duque de los Abruzos, tal y como se expresa al principio de la novela, quiso dedicar sus últimos años a un proyecto solidario en la actual Etiopía: allí construyó aldeas, canales de agua limpia; plantó arroz y legumbre y, tal vez, tulipanes; vivió para los humildes, para los olvidados, una entrega que no quiso vocear, pues él también aparece como un personaje humilde. Adán es puro amor por su primo pequeño, el narrador de Hasta la frontera de mi sueño; es un guía de montaña que está ayudando a su mejor amigo, Bravo (un apellido escogido no sin intención, pues ser valiente es para Martínez Llorca la gran virtud a la que tiene acceso el ser humano) a preparar el examen para ser, a su vez, guía de montaña. Y ambos narradores están en ciernes, presentan sus discapacidades. El primo de Adán padece un asma severo, condición que da más valor a cualquiera de sus actos, a un paseo por los bosques, a superar un desnivel de trescientos metros en la montaña. En el caso del ayuda de cámara del Duque, es la pura ignorancia; arrancado de un barrio donde no había nada, se prepara para afrontar una expedición en una enigmática búsqueda de las fuentes de un gran río, y desconoce si está preparado para el reto: se ve a sí mismo demasiado verde para saltar de la vida en la aldea al gran viaje. Será el Duque quien, más con silencios que con palabras, le anime en la ruta.
Todo este espíritu subyace en común entre ambas obras, éste y el de la memoria. En un caso, el narrador recuerda la expedición africana contando casi cien años, viviendo en una habitación de una pensión de Madrid, cuando el mundo se ha transfigurado y ya no lo reconoce. En el otro, el narrador tiene dieciocho años y está a punto de examinarse de la PAU, la prueba de acceso a la universidad; en lugar de estudiar, como si quisiera liberarse de la presión, recuerda ese verano mágico, a partir del cual la vida cambia de sentido. ¿Qué sucede alrededor de estas dos novelas de crecimiento? Mi deuda con el paraíso tiene una muy documentada labor de investigación histórica y geográfica, cameos de otros exploradores, crónicas de viajes al Polo Norte, al K2, a Alaska, intriga, narra un amor imposible y nos da a conocer a los grandes amigos sin los que no hubiera podido llevar a cabo sus aventuras, es decir, a la amistad; el final, por otra parte, es sorprendente pero, si lo pensamos, dado lo que oculta la expedición, no podía ser otro. En tanto que Hasta la frontera de mi sueño nos habla de la farsa que es la familia, pues la familia debería ser algo que vamos construyendo a lo largo del tiempo, a medida que aprendemos a querer y descubrimos que somos dignos de ser queridos. Allí está el padre empeñado en construir con sus manos un embalse para pescar carpas, un guiño a Carpas para la Werhmacht, ese delicioso libro de Ota Pavel; y una madre autocompasiva que se borra del ejercicio de la maternidad, y un hermano mayor que quiere ser un intelectual, como lo es Lawrence Durrell en Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell; y está, por fin, un trozo de familia que es esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito, que rezó Pedro Salinas, y que es el vínculo entre el narrador y su hermana pequeña, pues es él quien realmente la cuida, a pesar de sus enfermedades.
Conrad, Stevenson, Durrell, Salinas, Pavel… si indagamos, muchos más, muchas más lecturas. Pero no debemos equivocarnos. En una época en la que las novelas se construyen a partir de lo leído, en la que surgen tantos autores que intentan hacer con la novela lo que Borges hizo con el cuento, literatura sustituyendo a la literatura (ahí está el sobrevalorado Bolaño como mejor ejemplo), que alguien haya sabido leer toda la vida que contienen las lecturas, y que la comparta junto a lo que está aprendiendo, porque la literatura es móvil, es un soplo de aire libre. Martínez Llorca es un escritor que no se atiene a corrientes, que no cree en los géneros, que va por libre, como iba por libre Henri Rousseau en pintura, al margen de las corrientes impresionistas, expresionistas o fauvistas. Es un escritor que convoca todo lo que es en cada frase y nos regala obras de peso, capaz de llevarnos casi hasta las lágrimas, como en Luz en las grietas o en Tan alto el silencio, y de engañarnos con una imaginación de una madurez sólida y versátil en Hijos de Caín o Después de la nieve. Es, posiblemente, uno de los cuatro o cinco mejores escritores de su generación. Y aquí vuelve a demostrarlo.

martes, 30 de octubre de 2018

MI DEUDA CON EL PARAÍSO en QUIMERA

Extracto de la reseña de MI DEUDA CON EL PARAÍSO que publica QUIMERA en el número de noviembre:



... la realidad del alpinismo y de los demás deportes al aire libre, las experiencias bravas en el mar, en los rincones recónditos del planeta, lejos de nuestra zona de confort, se limita a ser una respuesta tópica a la noticia: están locos. Porque únicamente es noticia cuando alguno de ellos fallece. A la hora de la verdad, las estadísticas demuestran que es más peligroso ponerse los pantalones que la escalada.


Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) nos recuerda, a través de su nueva obra, que antes de que existiera el cine la gente vivía la aventura a través del relato oral. Mi deuda con el paraíso no es una novela histórica, no es una novela de montaña o exploración, no es una novela romántica ni geográfica. Es una extraordinaria mezcla de todo eso, es una novela de aventuras, como lo son las de Stevenson...

Martínez Llorca trata a sus personajes con el cariño con que los trataba, por ejemplo, Alejandro Dumas, el padre. Pero no es ni Stevenson ni Dumas. Es una voz que se asemeja más a la de su admirado Conrad. De alguna manera, Martínez Llorca está construyendo un proyecto literario semejante al de su maestro, sustituyendo el mar por la montaña o, para ser exactos, por el aire libre.

Por entre las páginas habitan, pues la novela está llena de vida, Nansen, T.E. Lawrence, Robert Scott, Peary, etc. Y también está la amistad...




viernes, 28 de septiembre de 2018

MANUALES DE LITERATURA PARA CRECER

Fuente: Oculta Lit



Lo dicta en los títulos de los dos libros que se publican, como hermanos siameses, de Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966): el posesivo mi delata cuánto quiere reflejar lo que lleva dentro, y no solo en un aspecto literario. La formación de Martínez Llorca, como ha demostrado en sus libros anteriores, viene determinada por el amor al aire libre, expresado con frecuencia en la montaña, y en una lectura propia de un hombre que huye del existencialismo: en los libros, todo cobra sentido. Sobre todo, en los libros épicos.

(...)

Los chicos que crecen junto a un gigante, un gran personaje literario, son algo propio de Stevenson. A la hora de la verdad, es muy posible que éste sea el manantial literario con el que sueña Martínez Llorca.

(...)

Conrad, Stevenson, Durrell, Salinas, Pavel… si indagamos, muchos más, muchas más lecturas. Pero no debemos equivocarnos. En una época en la que las novelas se construyen a partir de lo leído, en la que surgen tantos autores que intentan hacer con la novela lo que Borges hizo con el cuento, literatura sustituyendo a la literatura (ahí está el sobrevalorado Bolaño como mejor ejemplo), que alguien haya sabido leer toda la vida que contienen las lecturas, y que la comparta junto a lo que está aprendiendo, porque la literatura es móvil, es un soplo de aire libre. 

Artículo completo AQUÍ

miércoles, 26 de septiembre de 2018

MI DEUDA CON EL PARAÍSO en Sal&Roca

Mi deuda con el paraíso
Ricardo Martínez Llorca
Desnivel
Madrid, 2018
240 páginas


Hoy hablaremos un poco sobre Mi deuda con el paraíso, un sorprendente giro en la carrera de Martínez Llorca. Vuelve a la carga con su capacidad de descripción, esta vez valiéndose de los recuerdos del ayuda de cámara del Duque de los Abruzos, un joven que le atendió durante su última aventura en África. 
El narrador tiene ahora cien años y se sirve de toda su cultura para hablarnos de aquella expedición, sin olvidar la biografía completa del Duque ni sus otras expediciones. De hecho, la estrategia de referirse a ellas utilizando la cursiva, nos permite, si lo deseamos, leer la novela sobre la expedición de una sentada, y las crónicas reales de otra. Aunque estas se insertan en los momentos en que es necesario ir explicando, poco a poco, quién es el personaje protagonista de la novela. El título lo pone en boca de Umberto Cagni, quien fue el mejor amigo del Duque, durante el paso en barco del estrecho de Magallanes, cuando eran adolescentes, una travesía en plena tormenta. Ese será el paraíso del Duque: la parte de la naturaleza que a algunos puede resultarles aterradora y a otros un imán. Se trata de una novela que será catalogada como histórica, y es cierto que la labor de investigación histórica, y la geográfica, ha debido suponer un gran trabajo. Pero lo que nosotros leemos es de nuevo la necesidad de la épica para huir de la vida cotidiana que nos ata. De ahí que el anciano narrador quiera que su último sueño sea rememorar la aventura, el amor por la aventura, lo desconocido, el enigma, un mundo todavía limpio, sin plásticos y con desiertos de tinta en la cartografía. Podríamos extendernos sobre la obra, pero dejemos que sea el lector quien la descubra. Si le pusiéramos el termómetro de la literatura histórica y de aventuras, el mercurio explotaría antes de terminar el primer párrafo. No sabemos si es una obra maestra. Pero nos gustaría pensar que sí, al menos nos gustaría pensarlo durante y después de la lectura. Veremos que dicta la historia.

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lunes, 10 de septiembre de 2018

LA SUSTANCIA DE LA QUE ESTÁN HECHOS LOS GRANDES SOÑADORES

Mi deuda con el paraíso. Vida e ilusión del Duque de los Abruzos

Luis Amadeo de Saboya, Duque de los Abruzos, es uno de los grandes representantes de la generación de exploradores que ampliaron el espectro de la belleza del mundo. Ricardo Martínez Llorca ha escrito "Mi deuda con el paraíso. Vida e ilusión del Duque de los Abruzzos", una novela que repasa, con un toque de ficción, su intensa vida, donde la aventura y los ideales siempre estuvieron presentes.
Pati Blasco/DESNIVEL
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Luis Amadeo de Saboya, Duque de los Abruzos, es uno de los grandes representantes de la generación de exploradores que ampliaron el espectro de la belleza del mundo. En esta novela se repasa, con un toque de ficción, su intensa vida donde la aventura y los ideales siempre estuvieron presentes. En 1909 intentó el K2. No consiguieron llegar a la cima, pero aquella aventura fue el trabajo de exploración más importante llevado a cabo hasta entonces en el Karakorum, batiendo un récord de altitud que se mantuvo hasta las expediciones de Mallory al Everest en los años veinte.
Quiso morir en su amada Somalia, rodeado del canto de las mujeres y de la vida auténtica que se genera en los lugares donde la existencia tiene el valor necesario, independiente de los adornos que la decoran. No es casualidad que se alejara en su final del mundanal ruido, ya que los últimos años de su vida los pasó en las aldeas somalíes inmerso en un proyecto altruista en el que consiguió dotar de fertilidad un paisaje de pastores nómadas y convertirlo en poblados donde la guerra cesó y miles de persones trabajaban y vivían en paz. Se cuenta que convivía con una princesa somalí con la que le gustaba sentarse a mirar las estrellas.  

Como cuenta Sebastián Álvaro en el interesante texto que acompaña a esta novela estos personajes excepcionales van a coincidir con un cambio político muy importante: «con el nacimiento de nuevas naciones y el surgimiento de las ideologías que convulsionarán el mundo a principios del siglo XX. Sobre este agitado y cambiante mundo, que algunos aventureros vivirán en su propia carne de forma traumática, hombres como Scott, Shackleton, Hedin, Tichy, Mallory, Nansen, Amundsen, Shipton y tantos otros se lanzaron a los lugares más hostiles de la Tierra. Fue tal la cantidad de aventuras que llevaron a cabo y la calidad de aquellos exploradores que pasaron por méritos indiscutibles a la Historia de la Aventura, que se hace muy difícil ejemplificar todas ellas en un aventurero. Pero, sin duda, uno de los más notables, que mejor representa la excepcionalidad de este tiempo, es Luis Amadeo de Saboya, el Duque de los Abruzos».¿Sabía aquella mujer que contemplaba el firmamento junto a un gran explorador, marino, y alpinista? ¿sabía aquella princesa que su compañero nació en 1873 en el Palacio Real de Madrid y que era hijo de Amadeo I de Saboya, en aquel momento rey de España
 aunque abdicó pocas semanas después de su nacimiento, y la familia regresó a Italia? ¿sabía que en su juventud tuvo relación con una joven rica norteamericana, un amor correspondido pero que no pudieron formalizar… aunque el corazón del Duque siempre amó intensamente a aquella mujer rebelde y dotada de una energía parecida a la suya: la que puede imaginar mundos diferentes? ¿Conocería que la ruta normal de la segunda montaña más alta del mundo llevaba su nombre? Sin duda sabía que era un hombre capaz de contemplar las estrellas muy lejos de su casa.  

El Duque de los Abruzos es un aventurero de sangre azul, que quizá para escapar en cierto modo de su condición privilegiada se embarca en exploraciones y aventuras que le conectan con su interior, sus capacidades, la naturaleza y sobre todo con las personas que lo acompañan, algo en lo que Amadeo siempre puso mucha atención. Y es que Mi deuda con el paraíso es una gran historia de aventura, de exploración, de amor, pero también es una profunda historia de amistad, de lo heroico que es mantenerse cerca de las personas en momentos de dificultad, de la grandeza de aceptar a cada cual tal como es, de lo agradecido que puede ser nutrirse de las bellezas que todos poseen.


En ocasiones la línea que separa la realidad de la ficción está solo dibujada por supuestos, prejuicios o vacíos… uno de los valores de esta novela, que Ricardo Martínez Llorca enlaza con maestría, es que la puedes leer como tal, y disfrutar de cada pasaje como si te contaran las andanzas imaginadas de cualquier héroe novelesco, o leerla poniendo la mirada en el personaje real que hay detrás de ese héroe. Y cuando el héroe y el personaje se dan la mano y caminan juntos casi todos los trechos, te das cuenta de que el Duque de los Abruzos está hecho de una “pasta” especial, aquella de la que seguramente se componen todos los seres inspiradores.

Hubo un tiempo en que los mapas estaban en blanco, y las cumbres sin pisar y había un millón de aventuras increíbles por vivir. En ese tiempo, la mayoría de las personas que se lanzaban a la aventura eran gentes cultivadas, con grandes ideales, gentes preocupadas por su tiempo, recojo la reflexión de Sebastián Álvaro «Luis de Saboya era una persona meticulosa y observadora capaz de analizar y estudiar la geografía con un rigor excepcional para planificar y acometer grandes empresas, tanto en el mar, en los polos o en las grandes montañas. Como otras veces y en otras épocas, antes de convertirse en uno de los grandes exploradores de su tiempo fue un estudioso, un hombre imaginativo pero reservado, un hombre solitario que sueña antes de llevar a cabo sus proyectos».

Dotado de gran energía e imaginación,
 a los 24 años lidera la expedición (1897)que realizará la primera ascensión del Monte San Elías (5.484 m), Alaska. Dos años después organiza una expedición al Polo Norte que alcanza un nuevo récord de latitud (86°34’ N). En 1906 explora el Ruwenzori (5.125 m) y escala la mayor parte de sus cimas. En la misma expedición de 1909 donde intentaron el K2 prueban otro objetivo totalmente adelantado para la época: el Chogolisa(7.668 m), donde alcanzaría los 7.500 metros (aprox.). El mal tiempo les impidió llegar a la cima, pero establecieron el récord mundial de altura.Luis Amadeo de Saboya, Duque de los Abruzos, es uno de los grandes representantes de la generación de exploradores que ampliaron el espectro de la belleza del mundo, junto con hombres como Nansen, T. E. Lawrence o Mummery. Tuvo una vida intensa donde la aventura y los ideales siempre estuvieron presentes. En 1909 intentó la segunda montaña más alta del mundo, el K2. No consiguieron llegar a la cima, pero aquella aventura fue el trabajo de exploración más importante llevado a cabo hasta entonces en el Karakorum, batiendo un récord de altitud que se mantuvo hasta las expediciones de Mallory al Everest en los años veinte.
Mi deuda con el paraíso es una novela que reproduce su última expedición africana buscando las fuentes del río Uebi-Scebeli, en África. El Duque es consciente de que sus días se acaban, y con la esperanza de recuperar el tiempo perdido encabeza una aventura por la piel del continente africano, en la que tendrá que superar tanto las condiciones naturales de la geografía como los intentos de sabotaje cuya autoría debería investigar. Al tiempo que la acción avanza, hacia un destino que se revelará como una fuente de locura, se desarrollan tramas anteriores en la vida del Duque, entre la que destaca su frustrado amor con una rica americana. Así mismo, se introducen episodios correspondientes a sus anteriores expediciones: el Monte San Elías (Alaska), el Polo Norte, Ruwenzori y el K2. Por otra parte, sus encuentros y coincidencias con otros exploradores y viajeros de aquella época -Nansen, Mummery, Peary, T.E. Lawrences- sirven para revisar otras grandes figuras de la aventura.
Narrada por un personaje inventado, quien fue su ayuda de cámara, que rememora los hechos ochenta años después agonizando en una pensión de Madrid, intercala la ficción con la biografía del Duque y la representación de toda una época histórica y de un número increíble de aventureros y exploradores 

Ricardo Martínez Llorca, con increíble sensibilidad y poesía, te transporta al corazón de este hombre excepcional, El amor imposible, en eterna espera, la lealtad entendida como la gran virtud humana, la idea de que la vida sin pasión es menos vida, flotan permanentemente en una narración que pretende atrapar por lo pegada que tiene la epopeya: el mundo de las montañas, de las grandes expediciones de finales del siglo XIX y principios del XX, el valor y la dignidad como las armas con que enfrentarse a los precipicios de la realidad y superar los riesgos a que se somete el hombre que se resiste a que le atraviese la vida sin haber podido sentir que, precisamente, eso que le estaba sucediendo era vivir.

Es una obra de intriga, de desamor, de aventuras y del crepúsculos mirado desde lo alto de una montaña, en una duna del desierto, o al lado de esa compañía inevitable... y nos recuerda todos los lugares ya descubiertos, los que quizá quedan por descubrir si dejamos de mirar el mundo con ojos apagados y lo observamos desde la mirada curiosa y abierta de los grandes soñadores que, en cualquier rincón del mundo, se paran a sorprenderse contemplando las estrellas.