Los días con Felice
Fabio Andina
Traducción de Álida Ares
Punto de vista
Madrid, 2021
218 páginas
Lo contrario a la amistad es el museo de cera.
En el museo de cera unas figuras de tipos famosos exhiben
un gesto sin vida, exhiben la parte obscena de la muerte: el cuerpo podría no
desaparecer, pero desaparecen los sentimientos. Ahora bien, ¿qué es la amistad?
¿Cuál es su esencia, su sentido, su función? De esto trata esta novela, Los
días con Felice, que Fabio Andina (Lugano, Suiza, 1972) escribió con el
mismo cuidado con el que deberíamos tratar a los seres mágicos de los bosques.
Que no existan los elfos en este mundo aprisionado por la dureza de la
realidad, no quiere decir que no debamos cuidar lo que cuidaban ellos.
Felice es un anciano al
que admira el narrador de esta historia. Aquí ya exploramos la primera
condición de la amistad, que es un grado de admiración humana: a los amigos los
queremos porque nos gustaría ser como ellos, pero con un sano orgullo que no
nos impide seguir siendo quienes somos. El narrador acompañará a Felice durante
este período en el que cualquier otra vida podría pensar que ha entrado en
decadencia y dejarse llevar por la misma. Pero Felice no se dedica a sentarse a
ver la televisión suspirando por los años perdidos. Vive en las montañas suizas
y comparte sus días con ellas: nada en el lago, camina bajo la lluvia, conoce
la naturaleza. A pesar de los noventa años, mantiene una vitalidad envidiable.
Es un modelo de vida pura, o al menos eso es lo que intenta transmitirnos el
narrador. Pero hay un ámbito incómodo detrás, que Fabio Andina ha tenido en
cuenta, sin duda, que se refiere a la soledad. Felice, como los demás
personajes que irán apareciendo, compartiendo vivencias con él, es una persona
solitaria. No sabemos cuánto hay de elección en esa soledad y cuánto de
elección de la vida, que es más dueña de nuestro destino de lo que nos gustaría.
En cualquier caso, los personajes solitarios han aprendido a acompañarse entre
ellos. Eso también es amistad.
La vida que nos retrata
la novela está simplificada. Es decir, está simplificada frente a la vida que
nos hemos arrojado encima la mayoría de los mortales, con su exceso de neurosis
urbana. En el mundo rural -y uno sospecha que esta obra contiene bastante de
ese género que se conoce como Nature Writting- la vida resulta más sencilla.
Es posible que la obra haya surgido como impulso propio para hacer frente a la
locura de la ciudad, como es posible que brotara con intención de componer un
gran homenaje a una forma de estar en el mundo de la que quedan muy pocos
ejemplos. De hecho, el tono de la novela es elegíaco. El narrador entona desde
la observación de su amigo, que es mentor sin intención de ser maestro, y
observa el entorno, comentando lo que ve, lo que siente, con una suerte de
costumbrismo que, si nos sorprende, será por que se habla de costumbres
extintas. No sabemos si Andina se documentó fielmente para elaborar esta obra,
o si buena parte de ella broto de la imaginación o en realidad hay mucho de
experiencia propia. Pero lo que sí sabemos es que nos transmite un mundo lleno
de poesía. Y eso nos aliviará lo bastante como para considerar que este tipo de
lecturas son necesarias, porque son lenitivas y son terapéuticas.
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