El impulso nómada
Jordi Esteva
Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2021
495 páginas
Todo
debía ser uniforme. Todos debían estar cortados por un patrón cuya esencia se
definía, sobre todo, por un corte militar en el que se imponían los gustos, y
los gustos eran horribles: tardes de toros y emblemas patrióticas para
sustituir a un país atrasadísimo, en el que apenas se permitían grietas para
que entrara la música de algún grupo de Liverpool, y aun así esta era condenada
entre las muelas de los mayores, a quienes se debía un respeto que se asemejaba
demasiado al miedo. Nos decían que la cultura es un jardín cerrado cuyo cultivo
requiere una especial sensibilidad, y esa especial sensibilidad estaba en los
libros de texto, donde se elogiaban las corridas de toros, a Churruca
agonizando en la batalla de Trafalgar, a El Gran Capitán degollando malvados en
Italia o a San Jorge matando moros. Se suponía que había gustos exquisitos que
marcaban el contenido de lo que debería enorgullecernos, y este contenido podía
reducirse a la música de Manolo Escobar y a la predicción meteorológica de
Mariano Medina.
Mientras tanto, en las aulas
de centros diseñados en estudios de arquitectura cuyos principios culturales eran
la cantidad y la geometría, sobrevivían alumnos practicando el acoso y luchando
contra los sabañones. En los momentos más clandestinos, cualquier cosa podía
ocurrir en los lavabos, y esa cualquier cosa nunca se asemejaba a la amapola
que nace en el estercolero. En el estercolero lo que mejor se da es el
estiércol. Allí un Jordi Esteva, hijo de esta época impregnada de fealdad, iba
construyéndose con más dudas que aciertos. Y en ese ambiente, que también
implicaba a una familia integrada, el efecto rebote le empujó al viaje, a salir
y a no querer volver jamás. ¿Qué es un viajero? En realidad, se trata de un
alma donde conviven con más o menos armonía dos términos contradictorios: el
héroe y el antihéroe. Uno aspira a ser el protagonista de su propia vida, lo
cual es una heroicidad, pero si quisiera que se le señalara como el más fornido
y el más valiente, no saldría de viaje en modo incógnito. Uno parte sintiendo
que le gustaría ser un mestizo entre Eneas y Don Quijote, aunque su objetivo sea
tan personal, que desde fuera podría llamársele valiente a la par que egoísta.
En realidad, no es ni una cosa ni otra. Porque se siente arrojado, apuesto,
honesto o equilibrado. De hecho, si sale de casa es para encontrar ese
equilibrio en algún lugar e integrarlo en cuanto sea posible. Uno quiere ser
Ulises, pero conoce el existencialismo, y sabe que si intenta parecerlo se asemejará
al Lazarillo de Tormes. En definitiva, Esteva parte por la misma razón por la
que un manzano da manzanas: porque es Jordi Esteva.
Ahora rinde cuentas de su
biografía en este El impulso nómada, una obra que recoge infancia, adolescencia
y juventud, sin esconder nada: ni el bullying, ni el descubrimiento de
la homosexualidad, ni el flirteo con drogas, ni el ansia de emular los viajes a
Asia, ni cierta impresión de orientalismo que le sedujo. Pero en el que se
ensalza, y mucho, a los amigos. Viajar es conocer paisajes, pero es,
mayormente, encontrar a personas. Esteva nos había regalado el mágico libro
sobre Socotra, la isla remota donde se supone que vive el ave Roc. Ahora se
expone a sí mismo, reedita sus vivencias, sus viajes, sus años en Egipto, el
deseo de la India, la seducción del desierto. Todo bajo una memoria que trabaja
a destajo: tal vez haya un criterio riguroso para seleccionar episodios, los
justos, los que al autor le han parecido más concluyentes, los que mejor le
definen, pero, sin duda, lo que existe es una labor de documentación exhaustiva
en los pozos de los recuerdos, de los que se rescatan múltiples detalles. Cabe
decir que la redacción de este texto autobiográfico no es extenuante. Esteva
recurre a frases sencillas, preconcebidas en muchas ocasiones. Sabemos que su
capacidad expresiva, cuando se lo propone, podría encuadrarse en ese jardín
cerrado cuyo cultivo requiere una especial sensibilidad. Así pues, debemos
pensar que aquí el autor ha preferido abrir las puertas del jardín para ser uno
más de nosotros, para que la cultura, los viajes, pertenezcan a todos. No
existe otra forma de compartir que no sea la de sintiendo que, previamente,
algo le pertenece a uno. El viaje fue de Jordi Esteva, ahora también es del
lector.
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