viernes, 5 de noviembre de 2021

EL IMPULSO NÓMADA

 

El impulso nómada

Jordi Esteva

Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2021

495 páginas

 


Se imponía un pequeño mundo feísimo, el de los años cincuenta y sesenta, en nuestro país, en el que el franquismo había instalado la costumbre de cercenar y pintar de gris.

Todo debía ser uniforme. Todos debían estar cortados por un patrón cuya esencia se definía, sobre todo, por un corte militar en el que se imponían los gustos, y los gustos eran horribles: tardes de toros y emblemas patrióticas para sustituir a un país atrasadísimo, en el que apenas se permitían grietas para que entrara la música de algún grupo de Liverpool, y aun así esta era condenada entre las muelas de los mayores, a quienes se debía un respeto que se asemejaba demasiado al miedo. Nos decían que la cultura es un jardín cerrado cuyo cultivo requiere una especial sensibilidad, y esa especial sensibilidad estaba en los libros de texto, donde se elogiaban las corridas de toros, a Churruca agonizando en la batalla de Trafalgar, a El Gran Capitán degollando malvados en Italia o a San Jorge matando moros. Se suponía que había gustos exquisitos que marcaban el contenido de lo que debería enorgullecernos, y este contenido podía reducirse a la música de Manolo Escobar y a la predicción meteorológica de Mariano Medina.

Mientras tanto, en las aulas de centros diseñados en estudios de arquitectura cuyos principios culturales eran la cantidad y la geometría, sobrevivían alumnos practicando el acoso y luchando contra los sabañones. En los momentos más clandestinos, cualquier cosa podía ocurrir en los lavabos, y esa cualquier cosa nunca se asemejaba a la amapola que nace en el estercolero. En el estercolero lo que mejor se da es el estiércol. Allí un Jordi Esteva, hijo de esta época impregnada de fealdad, iba construyéndose con más dudas que aciertos. Y en ese ambiente, que también implicaba a una familia integrada, el efecto rebote le empujó al viaje, a salir y a no querer volver jamás. ¿Qué es un viajero? En realidad, se trata de un alma donde conviven con más o menos armonía dos términos contradictorios: el héroe y el antihéroe. Uno aspira a ser el protagonista de su propia vida, lo cual es una heroicidad, pero si quisiera que se le señalara como el más fornido y el más valiente, no saldría de viaje en modo incógnito. Uno parte sintiendo que le gustaría ser un mestizo entre Eneas y Don Quijote, aunque su objetivo sea tan personal, que desde fuera podría llamársele valiente a la par que egoísta. En realidad, no es ni una cosa ni otra. Porque se siente arrojado, apuesto, honesto o equilibrado. De hecho, si sale de casa es para encontrar ese equilibrio en algún lugar e integrarlo en cuanto sea posible. Uno quiere ser Ulises, pero conoce el existencialismo, y sabe que si intenta parecerlo se asemejará al Lazarillo de Tormes. En definitiva, Esteva parte por la misma razón por la que un manzano da manzanas: porque es Jordi Esteva.

Ahora rinde cuentas de su biografía en este El impulso nómada, una obra que recoge infancia, adolescencia y juventud, sin esconder nada: ni el bullying, ni el descubrimiento de la homosexualidad, ni el flirteo con drogas, ni el ansia de emular los viajes a Asia, ni cierta impresión de orientalismo que le sedujo. Pero en el que se ensalza, y mucho, a los amigos. Viajar es conocer paisajes, pero es, mayormente, encontrar a personas. Esteva nos había regalado el mágico libro sobre Socotra, la isla remota donde se supone que vive el ave Roc. Ahora se expone a sí mismo, reedita sus vivencias, sus viajes, sus años en Egipto, el deseo de la India, la seducción del desierto. Todo bajo una memoria que trabaja a destajo: tal vez haya un criterio riguroso para seleccionar episodios, los justos, los que al autor le han parecido más concluyentes, los que mejor le definen, pero, sin duda, lo que existe es una labor de documentación exhaustiva en los pozos de los recuerdos, de los que se rescatan múltiples detalles. Cabe decir que la redacción de este texto autobiográfico no es extenuante. Esteva recurre a frases sencillas, preconcebidas en muchas ocasiones. Sabemos que su capacidad expresiva, cuando se lo propone, podría encuadrarse en ese jardín cerrado cuyo cultivo requiere una especial sensibilidad. Así pues, debemos pensar que aquí el autor ha preferido abrir las puertas del jardín para ser uno más de nosotros, para que la cultura, los viajes, pertenezcan a todos. No existe otra forma de compartir que no sea la de sintiendo que, previamente, algo le pertenece a uno. El viaje fue de Jordi Esteva, ahora también es del lector.

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