El
río
Alfredo
Gómez Morel
Cabaret
Voltaire
Madrid,
2024
402
páginas
Es
inevitable recordar la obra de Mohamed Chukri durante la lectura de estas
memorias. El río, de Alfredo Gómez Morel (Santiago de Chile, 1917 –
1984) comparte con El pan a secas (antes traducido como El pan
desnudo) el ambiente desoxigenado de las calles, la vida al límite, el
aprendizaje a través de la supervivencia. Si utilizamos el verbo sobrevivir nos
estamos refiriendo a una situación llevada al extremo en su sentido más físico:
el cuerpo está siempre a punto de dejar de aguantar, la pobreza es extrema y
los recursos para llevarse un bocado al estómago no son nobles a los ojos, por
ejemplo, de un aristócrata. Gómez Morel, como antes hizo Chukri, nos recuerda
que estamos bailando sobre la armonía de los números y que desconocer la
existencia de la pobreza nos convierte en mortales estúpidos. Existen los niños
para los cuales la infancia no es la búsqueda de un tesoro. Pablo Neruda
calificó El río como un clásico de la miseria, que es algo que bien podría
aplicarse también a la obra del autor tangerino. Cualquier otro planteamiento
vital que no sea un cobijo para dormir y un mendrugo en la boca, es un lujo: el
amor, la felicidad, la autonomía, la amistad. La vida del niño Gómez Morel es
tan miserable, que cree encontrar libertad en el río Mapocho, entre otros
muchachos de la calle, huyendo así de la vida que le ofrece su madre.
Esta
obra es una alerta para explicarnos que todavía es necesario reclamar
dignificación y solidaridad, que lo primero que debemos hacer es comprender: «La
misión del Escritor —el verdadero— consiste en indicar, con coraje y claridad,
cuándo el Hombre se equivoca y cuándo acierta, cuándo la convención debe ser remplazada
por la autenticidad», así lo expone el propio autor en el prólogo. Luego
comenzaremos una lectura en la que ha de regresar a la infancia y juventud, volviendo
a convertirse en quien fue, en el niño que no entiende y se somete a un
aprendizaje cruel. El mérito de esta voz es que no narra como si todo aquello
hubiera quedado atrás, sino como si lo estuviera reviviendo. Es así como nos
enfrentamos al tema del valor de vivir, teniendo en cuenta aquí toda la
polisemia del sustantivo valor: utilidad, aptitud y cualidad. Y para ello nos lleva
de la mano del crío a un camino que no cesará de cuestionarnos si no estamos
hablando de autodestrucción: «No dábamos ninguna importancia al peligro»,
confiesa. Así bregan él y sus compañeros del río, que como él pasarán muchas
temporadas en la cárcel: Del Puente hacia arriba, empezaba nuestra lucha, y era
sin cuartel. «Del Puente hacia abajo, empezaba nuestra libertad, y era sin
medida».
«”¿Qué
diría el Río…?” En esta pregunta estaba encerrada toda una manera de ver la
vida, la filosofía del hampa». Pero la del autor no se limita a la exposición
de hechos, de sucesos, de atrevimientos, entre los cuales no podría faltar la
hambruna sexual, pues lo que también consigue transmitir son las sensaciones.
Da reparo hablar de educación sentimental, que es de lo que se trata, porque la
expresión queda demasiado afectada y, en consecuencia, incómoda. Gómez Morel va
mucho más allá, al territorio que ya exploró Chukri, y lo hace con una tensión
demoledora, sin esconder nada, como nos advierte al principio de la obra: «Mis
dudas, la poca solidez de mis propósitos, mi amor a la vida fácil, la pereza en
que viví por más de treinta años, mi inclinación a la bebida, la desesperante
fiebre erótica que me corroe, el desprecio que por mucho tiempo sentí hacia
todos los valores, mi afán de huirle a la verdad —o de aprovecharla con fines
ocultos— y el violento líder que llevo en el alma desde que fuera aceptado definitivamente
por el grupo delictual son mi batalla de cada día y creo que poco a poco voy
venciéndolos». Estamos frente a uno de los grandes libros del año, una
recuperación necesaria que nos vuelve a cuestionar cuál es mejor fin de la
literatura.
Fuente: Zenda
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