El rastreador
Baptiste Morizot
Traducción de Silvia
Moreno Parrado
Errata Naturae
Madrid, 2023
245 páginas
Fue Manuel Vicent quien
afirmó que la diferencia entre el chimpancé más simple y el teólogo más
retorcido sólo está en los hábitos sociales. Fuimos primates frugívoros y ahora
somos unos tipos a los que les encanta la carne, pero tan acomodados que
preferimos no tener que cazarla. Entre aquella especie que se subía a los
árboles a por un mango y esta que va al supermercado para sacar brillo a la
tarjeta de crédito hay una ruta que debería marcar, en paralelo, el desarrollo
de la inteligencia. En algún punto de esta evolución se encuentra la práctica
del rastreo, del cazador, que supone mucho más que la búsqueda de comida, que
supone una integración natural. Lo que es una barbaridad es intentar colonizar
lo salvaje con el espíritu con que se coloniza ahora. Lo ideal sería concebir
el aire libre, el matorral, como lo concibieron aquellos cazadores, esa etapa
intermedia, casi idílica, en la que lo salvaje era nuestro hogar. No es
necesario regresar a la caza, pero sí conveniente a los medios de los que se
valían nuestros ancestros para retornar, así, a la que fue nuestra casa. Por un
lado está la propuesta de Baptiste Morizot (Draguignan, Francia, 1983), que es
heredera de las de Gary Snyder y Emerson, y por otro está la de las compañías de
gas y petróleo.
Ya habíamos leído Salvaje,
del mismo autor, donde se expone una propuesta de renaturalización, de
resalvajización, creando sistemas pertinaces, y ahora vuelve para hablar en
unos términos más individuales, para atenerse a la acción y emoción de cada
uno. Monbiot ha emprendido varios viajes por lugares de América del Norte o Kirguizistán,
y ha seguido las huellas de los animales más emblemáticos: el lobo, el oso, y
un poco el leopardo de las nieves. Monbiot emprende, en esas búsquedas y en
esas interpretaciones, un camino filosófico, en el que nos demuestra que la
filosofía es una rama de la poesía: lo mejor es vivir como uno piensa, y pensar
siguiendo otras huellas, las de Walt Whitman. En sus paseos semisalvajes irá
descubriendo que las interpretaciones son magia, que esa combinación de
etología y sociología de los animales, a la que llama ecoetología, es el
territorio al que deberíamos aspirar, es salud, es un mundo auténtico. Mientras
se va preguntando qué es la humanidad, en tanto que especie, en tanto que ha
heredado tantas trabas y virtudes, encuentra que ser naturalista es poner la
sensibilidad al día, es encontrar, descubrir, y que no se puede encontrar nada
quedándose en casa para sólo salir al supermercado.
Monbiot considera que quien
practique la actividad de rastreo intentará dominar la etiqueta de lo salvaje,
conocer mejor las costumbres del otro, «las reglas de cortesía ecológica», protocolos que son sensatos sobre las actividades que
practicamos al aire libre (pesca, senderismo, vivac, basura). De lo que se
trata, al aprender todo esto, es de poder aplicarlo luego a la singularidad de
cada encuentro. «Morizot nos propone explorar no sólo
los confines de nuestro mundo, esos que tenemos tan cerca, sino los límites de
nuestra legua. Para expresar el acto de la vida», nos dice Vinciane Despret en el
prólogo de este libro, bellísimo, que pretende centrar la atención no únicamente
en los seres, sino sobre todo en las relaciones.
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