Muerde ese fruto
Aharon
Quinconces
Tolstoievsky
Alicante,
2016
140
páginas
La
novela urbana es como un cadáver con prótesis de plástico: por más que uno se
empeñe en enterrarla, una buena parte de ella no se degrada. Las razones pasan
por la falsa expectativa que supone la novela urbana: catalogamos como tal a
obras que suceden en las ciudades, porque las ciudades permiten reunirse a
gente de diversa condición, distinto estrato social y con variados oficios, en
un espacio limitado por las calles. Dado el origen, con frecuencia desconocido,
de cada uno de los que intervienen, el protagonista desconfía de todos. La
desconfianza se traduce en la manía de expresarse con paradojas, un juego casi
cínico en el que los escritores se mueven como pez en el agua, pero un juego,
al fin y al cabo, tan limitado como el espacio de las calles. Sin embargo, una
novela urbana tendría que ser un ladrillo enorme en el que la principal
característica fuera la que define a una ciudad: que la gente no se conoce.
Mientras tanto, asistiremos a ese cadáver con más prótesis que órganos, que es
la novela que reúne a gente de estirpes variadas por lo general alrededor de un
cadáver. Y el cadáver suele aparecer en la primera página.
Aquí
es donde Muerde ese fruto, novela
urbana, se desliga de las demás, pues el cadáver aparece hacia el final del
relato, y no es lo que más peso tenga en la trama o, para ser más precisos, en
el desarrollo de la novela. Porque Muerde
ese fruto es una novela con más desarrollo que intriga. No importa tanto si
existe un culpable en la muerte de ese futuro cadáver, como las etapas urbanas
por las que pasa el protagonista. Este va saltando de escenario a escenario,
cada uno de ellos caracterizado por un elemento clave: la música pop, la droga,
el bar que no podía echarse en falta, el hospital, las putas, el periodista y,
sobre todo, el tipo de gente a la que atiende un periodista de provincias,
cabezas de ratones, o de ratoncillos o de ratas, como concejales de urbanismo o
toreros. Y también está a la gente que sí conoce, con bastante convicción, el
protagonista, que fueron sus compañeros de instituto, con los que queda a
cenar.
Todo
esto, como es fácil suponer, da como consecuencia el costumbrismo. Pero un
costumbrismo que está en función de algo. En primer lugar, de delatar que las
relaciones raramente son buenas. Ni siquiera las de pareja. De hecho, las
relaciones entre hombre y mujer suelen venir enlatadas en dominación o con la
etiqueta de sexo. Y los matrimonios son una situación falaz, algo falso, algo social,
que la mujer, más que el hombre, necesita creer como quien se confía al ancla
en un tifón. Pero donde Quincoces da en el blanco es en la constante presencia
de los ansiolíticos y las pastillas para dormir. Estas nuevas drogas son, junto
al hecho de que la gente no se conoce, lo que caracteriza a la ciudad. Las
neurosis urbanas te las resuelve Bayer. Por esa razón las descripciones de la
ciudad que atraviesa el protagonista se atienen a las partes del cuerpo que no
son prótesis: carne, sangre o virus, son algunas de las fórmulas que utiliza
para relatarla. Y luego está la necesidad de denunciar el sistema sanitario,
tan podrido en esta novela como en El
jardinero fiel. Y que es el detonante de la acción, antes de que aparezca
el cadáver.
Fuente: Culturamas
No hay comentarios:
Publicar un comentario