La línea del frente
Aixa
de la Cruz
Salto
de página
Madrid,
2017
177
páginas
Basta
un pequeño vistazo a tu alrededor para darse cuenta de que a mucha gente no le
vendría mal unos pocos remordimientos. Basta con que sea otro el que lo eche,
para que piense que a ti no te vendrían mal unos pocos remordimientos. Si está
en lo cierto, entonces, ¿qué hacer con ellos? ¿Y qué hacer con otras emociones
que fueron tu verdad? ¿Qué hacer con algo que se convirtió en tu verdad cuando,
para ser sinceros, intentabas que fuera tu trabajo? Será el otro el que te
salve. Será mirar al otro y comprender que esa contradicción que tú padeces la
han padecido cualquier ser sensible. Tal vez en eso consista la compasión, que
es el tema de la nueva obra de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988).
La línea del frente nos
lleva a la costa norte, a Laredo, un extraño lugar para la batalla, dado que la
costa, y sobre todo la costa del Cantábrico, representa el retiro contemplativo.
Así lo plantea de inicio Aixa, pues asistimos a una novela de situación, de
reflexión, en la que los sucesos no acontecen a lo largo de la obra, sino que
tuvieron lugar previamente. La voz que ocupa la mayor parte de la obra es
interior, como se corresponde a la soledad elegida. La protagonista elige una
urbanización y una época en la que está casi vacía, para terminar su tesis a la
par que se prepara para visitar a su antigua pareja, con quien parece haber
mantenido fidelidad. Sucede que su pareja está en un penal en una isla, como el
Conde de Montecristo, por algún delito inexplicado del todo, hasta el final de
la obra, relacionado con la violencia terrorista. Los años de condena se
corresponden a los últimos de baja actividad de ETA, y el encuentro se ha
postergado casi diez años, en los que la relación se ha mantenido de forma
epistolar, debido a que la residencia original de la protagonista está en
Barcelona, rodeada de colegas, pero sin amigos.
Casi
por imposición, Aixa construye el relato testimonial de una generación en la
que el conflicto vasco había nacido mucho antes de que ellos llegaran al mundo.
Aixa elige temas y no cronología para su narración. Una voz que se intercala
con la de un director de teatro argentino, fundamental para la interpretación
de los hechos. El director de teatro muestra poca fe en el teatro, como si
estuviera convencido de que el teatro no es nada más que eso, teatro, en el
sentido más convencional del término, como si cualquier representación no fuera
nada serio. Su punto de vista sobre nuevas formas teatrales, como el biodrama,
lo ponen todo en tela de juicio. Todo, excepto el derecho a la lucha, que es el
cimiento de la actitud de Jokin, el presidiario. Entre todos ellos, se juzga y
se llega a entender la rabia, que es un momento de expresión del héroe. En
realidad, la relación entre los dos protagonistas está sin definir y el momento
en que Aixa elige para narrarla es en el que ambos pretenden definirla. Las
intenciones de uno y otra parecen distantes, pero la necesidad igual de
intensa. Sofía, la voz protagonista, construye el relato de la vida de Jokin,
para lo cual se vale de las entrevistas y de algún vis a vis, al parecer lo más útil que ella puede hacer por él.
¿Útil es lo mismo que bueno? Tal vez. Pero no despejaremos la ecuación, pues
sería revelar el final de la novela, en la que las leyendas se ponen en tela de
juicio. Y eso ya en sí es muy valiente, también en literatura, en el teatro, en
el relato.
Fuente: Culturamas
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