Juego de parejas
Asdrúbal Hernández
Barcelona 2002
216 páginas
14 euros
¿Qué cabe aportar a lo cotidiano y a lo imprevisto
con que se nos anuncian las dieciocho historias que componen este volumen? La
tradición que maneja estos parámetros para reflejar temas como el aburrimiento
de vivir, el desencuentro combinado con la soledad, o esa rutina de la
convivencia que con más o menos éxito ha sustituido al amor, ha cuajado en los
últimos cincuenta años de la literatura mundial gracias sobre todo al empuje de
ciertos autores americanos. ¿Por qué insistir?, o por decirlo con más precisión:
¿para qué insistir? Hacerse esta pregunta frente a este libro equivale casi
tanto a preguntarse qué utilidad tiene leerlo. Yo diré qué provecho he sacado
del libro: encontrar un cuento titulado “¿No es alucinante?” de mérito
indudable. Se trata de una historia en la que el autor parece entender a la
perfección como funciona la mente de una muchacha de trece años sin necesidad
de aburrirnos con descripciones emocionales por parte del narrador. Es un
cuento muy sencillo en el que el autor se cuestiona qué es la verdad de la
realidad si, al fin y al cabo, ésta siempre tiene que pasar a través de la
mirada de un sujeto. Tal vez sea una lástima que este cuento esté situado en el
puesto dieciocho, rodeado de los mejores relatos del volúmen: “Tan tonto como pueda
uno serlo”, “Maullidos” y “Vino francés y alimentos congelados”. Claro que en
ningún lugar está escrito que sea obligatorio seguir la secuencia propuesta en
un libro de cuentos. En este caso parece que los primeros está ahí situados por
lo original del planteamiento: una mujer sale a correr de madrugada y descubre
que todas las hojas de los árboles se han caído esa noche; una familia compra
una cría de boa que nadie quiere quitar del jardín para meterla en casa. Son
ideas de impacto que dan lugar a situaciones resueltas con tenue entusiasmo,
situaciones que tal vez hubieran merecido mayor atención, es decir, más
páginas. Me atrevería a decir que la primera de ellas funcionaría muy bien como
inicio de una novela. Entre estas situaciones y el divertimento final, Asdrúbal
Hernández hace desfilar episodios que contienen, cada uno de ellos, una buena
idea: el impacto de descubrir a un extraño en el jardín, la memoria del anciano
que se no sale a esquiar, el hombre despedido por telépata, el guarda de seguridad
que lee poesía, la depresión de origen edípico, el arquitecto funcionario que
ignora cómo ser para ser feliz, o el miedo a la inminente visita a un
velatorio. Con todo, una sola idea no es suficiente para que los cuentos
destaquen por su originalidad y composición. Merecían más atención por parte
del autor, porque escribir en distancias cortas, algunas de tres páginas, es
también una cuestión de paciencia. De mucha paciencia.
Fuente: Lateral
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