Si nadie habla de las
cosas que importan
Jon McGregor
Traducción de Libertad Aguilera y Gabriel Dols
Salamandra
Barcelona, 2006
285 páginas
18 euros
Al otro lado de la calle
Hay un tipo que vigila la calle,
que la estudia o al menos que estudia sus pormenores, fragmentos, trozos de
fragmentos. Desde la ventana, armado con una polaroid, dispara hacia imágenes
seleccionando algún dato que debe encontrar relevante, pero que se nos presenta
como el color de unas zapatillas o el hábito de brincar el primer paso al salir
de casa. Es decir, este voyeur
escruta lo cotidiano, lo real. Es alguien que encuentra un sentimiento, que en
ningún momento se nos define y por tanto se nos antoja ambiguo, en la fijación
de detalles. Se trata de uno de los personajes que pueblan la calle donde
transcurre esta novela con la que debuta Jon McGregor, quien armado con la
cámara del lenguaje, en vez de con una cámara de fotos, utiliza idéntico
recurso para montar la redacción de su novela. Moroso, lento, con un ritmo
suave, sin estridencias, pero conservando la potencia precisa para hipnotizar
al lector, McGregor va desplegando, con un cuidado plateresco, un relato de
honda raíz realista. Los seres que pueblan esta calle, que descubrimos en un
amanecer puramente urbano, hablan por teléfono, reciben noticias sobre sus
enfermedades, se quejan de la basura que se acumula en el patio trasero,
recuerdan su regreso de la guerra, cambian de hogar, juegan al críquet en las
aceras o conducen un coche. El resultado es un mosaico paralelo al que va
configurando el tipo de la polaroid, que parece buscar la respuesta a la misma
pregunta que McGregor y que otro de sus personajes: “Todos los correos que
recibo estos días empiezan con lo siento pero he estado muy ocupado, y no
entiendo cómo podemos estar tan ocupados y no tener nada que contarnos”.
Así pues, lo que tendríamos que
contarnos es cómo estamos muy ocupados. ¿Serán estas las cosas que importan?
Seguramente no. De ahí que la narración alargue el tiempo, que a cada segundo
puedan corresponder minutos de lectura, combinando varias reacciones, situaciones,
datos, visiones. Porque el tema no es que las cosas suceden, sino que las
cosas, posiblemente las cosas que importan, son las que nos están sucediendo. Y
esas son la vida cotidiana, el puzzle que conforman los seres que pueblan la
ciudad, las personas que coinciden, que se rozan o se encuentran, pero que no
se conocen. En este sentido, Si nadie
habla… es la novela más urbana que se ha escrito en los últimos tiempos,
pues respeta la principal condición de la ciudad: que la gente no se conoce.
Por eso este testigo de la ciudad reconoce que ve trozos de vida diaria y que
no acaba de encajar esas partes en un contexto de vidas personales, sino en el
acontecer cotidiano de una calle en decadencia, un barrio que fue aristocrático
hará cerca de cien años.
Existe, sin embargo, una trama. Y
su seguimiento será el juego que McGregor propone al lector atento. Para
desvelar esa faceta redonda, que de sentido al azar en que todo esto sucede, al
conflicto de un espacio temporal único, en donde todas las piezas encajan para
que la historia tenga un principio y un fin (que no desvelaremos), que
coincidirán en el tiempo, McGregor inventa una segunda voz, la de una muchacha
independizada desde hace poco tiempo, que acaba de recibir la noticia de su
embarazo. Y el padre es, como no podía plantearse de otra manera, un
desconocido. Será ella la que irá desvelando los nombres de la gente que irán
apareciendo, caracterizados por sus estampas, en el resto de la narración. Al
mismo tiempo, será la voz meditativa, la que reflexione, por ejemplo, sobre las
relaciones entre padres e hijos. Algo que de verdad importa, aquellas que
pueden llevar a preguntarnos, como sucede tras leer esta sorprendente novela,
“si es posible sentir nostalgia por algo antes de que esté en el pasado”.
Fuente: Tribuna / Culturas
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