Ser o no ser (un cuerpo)
Santiago
Alba Rico
Seix
Barral
Barcelona,
2017
383
páginas
El
cuerpo debería ser el auténtico lugar donde vivimos o dentro del que vivimos,
pero termina a merced y siendo parte del lugar donde se decide nuestra vida.
Este libro, tan maravilloso como cualquier texto de Santiago Alba Rico (Madrid,
1960), especialmente el delicado libro Leer
con niños, es un viaje desde los treinta y cinco gramos del alma, hasta la
fatalidad de la socioeconomía. En la socioeconomía contemporánea, el cuerpo,
concluirá Alba Rico, es un residuo. De hecho, ciertos cuerpos, por el delito de
haber nacido en un lugar geográfico maldito, terminan por estar más podridos
que otros: consideramos feos a los cuerpos de los inmigrantes. Frente a ello, y
sin llegar a mencionarlo explícitamente, Alba Rico nos recuerda la parábola del
buen samaritano: prójimo, que es tanto como vecino, compañero o amigo, es el
indeseable inmigrante de Samaria que atiende al enfermo. Un fenómeno que se
reproduce en nuestras calles, donde los más enfermos, que son los ancianos, se
amparan bajo cuidados de extranjeros pobres.
Alba
Rico demuestra que en la distancia larga mantiene sus virtudes para la
escritura, que generalmente muestra en cuerpo de ensayo. Antes de utilizar un
término, explica en qué sentido debe ser tenido en cuenta; no abre un capítulo
nuevo sin haber revisado las tesis sobre las que trabajó en el anterior; la
cadena de la hipótesis va cambiando a medida que cambia el texto, de manera que
el cuerpo parece quedar atrás, pero no así nuestras ataduras hacia él; mantiene
la poesía y los temas que son ya una propiedad, un mundo tan personal como
inquietante, en el sentido en que es inquietante la búsqueda de la belleza: “El
acceso tecnológico al mundo, que queda ahora fuera de la experiencia, como un
puro residuo previo, destruye los
recursos para la supervivencia y destruye la propia naturaleza, pero además
destruye la independencia misma del mundo, los fértiles tiempos de espera en
los que germinan los acontecimientos”. En manos de Alba Rico, esa maldición que
se llama tiempo se contempla como posibilidad fértil, y los acontecimientos que
no han sucedido como un premio. De hecho, tal y como explica en algún momento,
Penélope hacía tiempo para Ulises al
tejer y destejer el tapiz. El espíritu humanista de un antropólogo de lo
global, lo que une a cualquier hombre con otro hombre, pervive y late a lo
largo de toda la obra.
La
explicación desde la que debemos partir es qué entiende Alba Rico por cuerpo.
El cuerpo, nos dirá, no es lo mismo que la carne. Los animales son carne, las
personas humanas son cuerpo. El cuerpo es lo que aparece en una relación,
incluida la de aquel o aquella que cocinan para otros. Existirá, pues una
suerte de inteligencia emocional en el cuerpo. Parte de esa inteligencia
emocional es la identidad. Todos los cuerpos utilizan el lenguaje para salir de
sí, pero también para garantizar identidad a cada cuerpo. El nombre es un rasgo
del cuerpo, el que ayuda a superar ser mera carne. En ese sentido, admitirá,
los perros tienen algo de cuerpo. Pero sobre lo que se asienta la corporeidad
es en aquello que es único en el ser humano. Alba Rico propondrá el aspecto de
clasificador, así como el de destructor de clasificaciones. También el miedo,
que alimenta nuestras costumbres, dado que el miedo es miedo al cambio. El
cuerpo mantendrá, frente a los cambios, resistencia, y el nombre pervivencia.
Otra forma en la que aparecerá el miedo a los cambios se expresa en la noción
de Historia, un efecto de aceleración, de condensación o de multiplicación. Por
otra parte, el dolor o la vergüenza nos mantienen pegados al cuerpo. Pero Alba
Rico propone que el dolor y la vergüenza sean sistemas de relación con el
cuerpo y entre cuerpos. Al final del camino, se encuentra, pues, la compasión.
¿Qué es la com-pasión? La definición queda en el aire, pero no el concepto: la compasión
se reconoce por alterarnos, por llevarnos, mediante la magia, al dolor y al
amor de los otros cuerpos.
Como
es previsible, Alba Rico mantendrá el diálogo con el lector durante el ensayo
utilizando las paradojas. Extrae del cúmulo que guarda en la memoria cuentos y
estudios que llegan de los lugares más inverosímiles. Para explicar con
interpretaciones de dos lecturas alguna de sus ideas, un cuento chino pesa lo
mismo que un razonamiento de Aristóteles. Cualquiera de las dos formas de saber
coincide en el uso: son metonimias de filosofía social y antropología, que
guardan el alma de Alba Rico, donde encontramos la belleza alegórica y la
sonrisa, que también es patrimonio humano. Porque Alba Rico escribe por y para
el deleite propio y de los lectores. En ese sentido, es de los pocos escritores
que hacen del lenguaje su amigo, y no el ruido y la furia con el que la inmensa
mayoría se expresan. Ejemplos no faltan a lo largo de un libro en el que se
gastará un lápiz subrayando. Sírvanse: “Podemos querer transformarnos en
animales o en dioses o en ciborgs autoplásticos. Pero no podemos transformarnos
sencillamente en otros. Esa magia -asociada al aburrimiento y el dolor- se
llama imaginación: o, si se prefiere, compasión”.
Sobre
la compasión, entendida por Alba Rico, algo hemos comentado. Pero, ¿sobre la
imaginación? ¿En qué consiste la imaginación? Alba Rico retoma un asunto viejo:
cómo distinguimos qué es imaginación y qué es fantasía. La resolución es muy
sencilla: la imaginación se reconoce en la compasión; la fantasía en el
capitalismo. Ahora vuelven a sonar las alarmas, pues la compasión es, previsiblemente,
algo propio del alma, como el capitalismo lo es de la economía. Ese capítulo es
digno de cualquier antología y debería permanecer en los anales de los ensayos.
Seguir la ruta en la que Alba Rico nos comenta cómo los efectos de la fantasía
son la multiplicación sin fin, sumando años, riquezas, juventud, muertos (del enemigo,
en caso de guerra), sin tener en cuenta la destrucción, como si el mundo no
existiera y por lo tanto la fantasía ejerce en vertical, hacia el infinito,
frente a la imaginación que, recordémoslo, trabaja a ras de tierra, de persona
a persona, de cuerpo a cuerpo, en eso que llamamos empatía y el paso siguiente
a la empatía, que es la compasión. Como no podía ser menos, los mercados no
escapan a los párrafos de Alba Rico. Los mercados y sus dueños. De nuevo Alba
Rico no menciona la Biblia, pero en nuestra cultura es inevitable que al
escuchar o leer la palabra mercaderes, que con frecuencia sale a colación, nos
venga al presente el episodio de Cristo echando a latigazos de su hogar a
quienes pretendía multiplicar sus beneficios a costa de algo que debería ser
sagrado: el lugar donde vivimos.
Fuente: Revista de letras
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