Julia
William Somerset Maugham
Traducción de Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté
Ediciones B
Barcelona, 2004
285 páginas
16,50 euros
Lo tuyo es puro teatro
“La marquise sortit a cinq heures”. Esta es la
famosa frase que esgrimía Paul Valéry para justificar que dentro de su obra no
hubiera asomo de creación novelesca. No entendía que la faceta artística,
creativa, incluyera frases tan insustanciales como “la marquesa salió a las
cinco”. Y, sin embargo, la obra de Somerset Maugham está llena de marquesas saliendo
a las cinco, y en cada una de sus novelas, en cada uno de sus relatos, nos da
una lección de literatura. ¿Por qué? Acaso porque nos habla de la vida misma.
Acaso porque tanto nosotros como Sócrates, Kant, Stephen Hawkings o Ronaldinho,
también desayunamos, nos lavamos los dientes y salimos de casa a las cinco. Y
dado que la novela es un organismo en el que cada pieza encaja para cumplir su
función, no será casualidad ni que el género del sujeto sea femenino, ni que el
interfecto tenga condición aristocrática, ni que la hora escogida sea la del té
en la sociedad británica. Además, salir llegará a cobrar el peso de un viaje
iniciático. Y así, con una demostración de cómo se construye una novela, hasta
el punto de que cuando leemos Servidumbre
humana, El filo de la navaja o esta Julia,
las de Maugham nos dejan la impresión de que no se puede, de que no se debe
escribir de ninguna otra forma.
Julia, la protagonista, es una actriz de éxito,
elogiada por todos los espectadores y críticos de teatro, en una época en la
que la gente ya acude a otros espectáculos y por tanto al actor de teatro se le
atribuye un cierto carácter de élite cultural. Siendo joven se casó con el
hombre más apuesto de Inglaterra, y a los cuarenta, cuando las transformaciones
físicas son trabas para reconocerse en el espejo, reencuentra el amor carnal en
alguien más joven, e identifica esa pasión con el único sentimiento sincero que
disfruta en la vida, dado que es el único que no puede dominar. La historia es
la lucha del dominio de esa emoción, una brega en la que ella sufre las facetas
más diversas de los procesos de amor y desamor: celos hasta de su propio hijo
(un asunto que de haber caído en manos de un autor perteneciente a otra
tradición literaria daría pie a una tragedia griega), búsqueda de consuelos,
tramas de conspiración, reacciones de odio o pérdidas de fe. La novela se
articula en capítulos no muy largos, y cada uno de estos corresponde a un
episodio, a un suceso que explica el proceso de elaboración y digestión del
amor de esta mujer, hasta un final que no desvelaremos, pero que surge de una
brillante conversación en la que el hijo ejerce el papel de la conciencia.
Julia es un personaje espléndido, una mujer soberbia
y egocéntrica que sólo entiende el mundo en lo que ella pueda dominarlo
recurriendo a su punto fuerte: la actuación. Se trata de alguien cuya
personalidad acaba derretida entre los poros de su máscara, de la máscara que
utiliza para interpretar. Obsesionada por dominar las emociones
representándolas: “Es como mentir sin saber que mientes”, piensa ella.
“Encontraba entonces”, dice el narrador, “como si la tuviese guardada en un
tarro de crema, otra personalidad que era inmune a los sufrimientos humanos, y
ello le proporcionaba una sensación de poder y de triunfo”. “Tú no existes,
sólo eres los incontables personajes que has interpretado”, le reprocha su
hijo.
En la línea de las grandes novelas de adulterio, y
del espejo de la vida que se refleja en otro espejo, esta novela consigue no
explicarnos nuestra condición y es, por tanto, una obra maestra. “Después de
treinta años en el teatro, algo sabré de la naturaleza humana”, dice un
personaje.
Fuente: Tribuna/Culturas
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