Figura ser la última entrega del ciclo de Oxford, la ciudad bañada en almíbar, de Javier Marías. Se trata, por tanto, de algo influido por un paisaje y cierto amor a la cultura y literatura de habla inglesa. Esa es la parte que confiere a la novela cierto grado de viaje. Aunque, ya se sabe, en última instancia todos los libros son libros de viajes.
Aclamada por la crítica y sin necesidad de presentación, solo quisiéramos hacer un par de incisos. El primero es esta costumbre peligrosa de construir un defecto en virtud, como es el exceso de estilo. La prosa impresionista de Javier Marías puede enredarse de manera que dos aciertos sumen un fallos, en una yuxtaposición, o que la sucesión de subordinadas termine por decir algo diferente a lo que pretendía. Es el riesgo de quien escribe, como él confiesa, con brújula. La segunda señalar que no se puede ser sublime sin interrupción, de ahí que podamos perdonarle las notas desafinadas, pocas, que saltan de vez en cuando. Por lo demás, otros lo han expresado mucho mejor de lo que nosotros podemos hacer.
Berta Isla
Javier Marías
Alfaguara
“Se podría decir que es una novela parcialmente de espías, aunque no se deben esperar muchas aventurillas o misiones complicadas”, asegura Marías al principio de la grabación. El narrador explica que Nevinson tiene padre británico y por tanto el inglés también es su lengua materna. “Tomás está especialmente dotado para la imitación de acentos y los idiomas. Durante parte de la novela se ausenta a menudo, se puede pensar incluso que quizás ha muerto, no se sabe si vive o no. La novela cuenta la espera de una posible Penelope”, agrega el escritor.
Marías retoma además una idea que ya anticipió en su anterior obra, Así empieza lo malo. “El mero hecho de nacer nos expone”, lo resume el autor. “Simplemente por estar en el mundo alguien nos ve, nos identifica y, según las dotes que tengamos o el interés que suscitemos, se nos pueden pedir cosas, o exigir, o intentar utilizarnos. El mero hecho de estar en el mundo es una especie de peligro, y es lo que también le sucede a Tomás Nevinson: siendo muy joven, se encuentra con que su vida entera depende de haber sido divisado por los demás”, añade Marías.
Muy jóvenes se conocieron Berta Isla y Tomás Nevinson en Madrid, y muy pronta fue su determinación de pasar la vida juntos, sin sospechar que los aguardaba una convivencia intermitente y después una desaparición. Tomás, medio español y medio inglés, es un superdotado para las lenguas y los acentos, y eso hace que, durante sus estudios en Oxford, la Corona ponga sus ojos en él. Un día cualquiera, «un día estúpido» que se podría haber ahorrado, condicionará el resto de su existencia, así como la de su mujer.
Berta Isla es la envolvente y apasionante historia de una espera y de una evolución, la de su protagonista. También de la fragilidad y la tenacidad de una relación amorosa condenada al secreto y a la ocultación, al fingimiento y a la conjetura, y en última instancia al resentimiento mezclado con la lealtad.
O, como dice una cita de Dickens hacia el final del libro, es la muestra de que «cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado». Y es también la historia de quienes quieren parar desgracias e intervenir en el universo, para acabar encontrándose desterrados de él.
“Los secretos, lo no dicho (callado), la opacidad a que el espionaje obliga, los traslada Marías a la vivencia interior de los dos amantes, esposos y sin embargo extraños. Porque nada puede decirse del todo y ni siquiera sugerirse lo importante. Considero un acierto narrativo la adopción de la doble voz para contar esta historia (la interna de Berta y la externa del narrador en tercera persona), pues la narración misma va marcando los dos polos en que se desenvuelve el conflicto. También es fértil «Berta Isla» en algo que Marías viene desarrollando, sobre todo desde «Negra espalda del tiempo» (una novela clave): el ritmo de la prosa a menudo se convierte en casi lírico, series que se repiten a modo de estribillo eliotiano: «Ese podía haber sido el destino de Tomás, hundirse en la niebla de lo sucedido y no sucedido, en la negra espalda del tiempo, engullido por la garganta del mar. Y ser eso: una brizna de hierba, una mota de polvo, una ráfaga breve, una lagartija que trepa por un muro en verano, una humareda que por fin se apaga; o una nieve que cae y no cuaja».”
Me ha gustado pese a las reiteraciones de sí mismo rozando lo paródico (otra vez Oxford y sus hispanistas espías), las derivas casi pueriles de una trama juguetonamente obvia o un anclaje en la Historia (IRA, Transición, Islas Malvinas) superficial y hasta condescendiente; me ha gustado a pesar de esos ramalazos de vituperación antimoderna que va liberando el narrador (“una humanidad sobreprotegida y haragana, surgida en un plazo brevísimo después de siglos de lo contrario: actividad, inquietud, intrepidez e impaciencia”), decepcionantes no por lo ideológico, a fin de cuentas eso que Mark Lilla llama “decadencia del ideal” puede dar frutos literarios fascinantes en su empeño de no comprender o no transigir, sino por lo grueso de esos fragmentos. Me ha gustado porque a todo ello, y al mismo concepto caprichoso de “gusto”, se sobrepone en Berta Isla una idea de la literatura que vuelve a mostrarse arraigada, imperturbable, fatal.
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