Hombre lento
J. M. Coetzee
Traducción de Javier Calvo
Mondadori
Barcelona, 2005
259 páginas
17 euros
Al final,
resulta que una vida es la historia de un naufragio. Lo más importante es
aprender cómo agarrarse a la tabla de salvación sin mostrar vanidad ni
autocompasión. Este es el tema de la nueva novela de Coetzee. Y para enfrentar
al protagonista a su situación, acelera el proceso de envejecimiento, le hace
ser víctima de un accidente, cuando marchaba en bicicleta. Esta confrontación
con el mundo nuevo, tiene como consecuencia la amputación de una pierna. Y así,
un hombre de sesenta años, a quien se le deberían de ir apagando las energías
de vida poco a poco, se encuentra transformado en un inválido.
A partir de
aquí, el relato se convierte en la descripción de una extraña depresión: el
protagonista ha dejado de ser dueño de lo que entra y sale en su vida, y
establece una complicadísima relación con la gente y consigo mismo. De ahí esa
farragosa confusión emocional que le lleva a enamorarse, en términos platónicos
y pasionales, de su enfermera croata. De ahí su decisión de convertirse en
benefactor de la familia de la mujer, pues no reconoce entre sus posibilidades
otra estrategia de conquista posible. El hombre solitario, que lamenta no haber
tenido hijos cuando se siente débil, se extraña de convivir con quienes le
ayudan. Cualquier postura, tanto suya como de los demás, incluida la escritora
Elizabeth Costello, cuya aparición nada entre lo metaliterario y una conciencia
especular de pensamiento disidente, es una postura incómoda. Cuando el
protagonista se pregunta qué es la vida, lo que hace es ocultar la cuestión de por qué es la vida. Y será Costello
quien le enfrente a su existencia con intención de que reconozca su derrota a
manos del destino, a la vez que le espolea a vivir una vida que merezca la pena
ser narrada.
Coetzee
recurre al presente verbal para eludir los sermones; nada hay dispuesto para
recordarnos cuáles son nuestros pecados. Los sucesos, los diálogos, son algo
que le está ocurriendo al lector en el instante que lee, de manera que si
pretende extraer alguna conclusión moral, debe hacerlo independientemente del
texto. Esta autonomía narrativa será la que irá abriendo llagas referidas tanto
al pasado -¿qué es lo que de verdad debería haberme importado mientras vivía?-,
como al futuro -¿existe una manera digna de no ser indiferente a lo que
vendrá?-. Y estas dudas surgen ante la sorpresa que es encontrarse de nuevo con
la gente, con unas personas que no cesan de desconcentrarle. Además, el protagonista,
el hombre lento, habita en una gran ciudad, donde nadie conoce a nadie, de ahí
la necesidad de la presencia de la
Costello , de una omnipotencia limitadísima, capaz de
aglutinar a los seres que le interesan a Coetzee en esta excelente novela sobre
la vejez y sobre el miedo.
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